Don Luis Vicente Velasco.
Artículo aparecido en El Diario Montañés (Cantabria) el 05/12/2000, titulado: "Luis V. Velasco y sus cañones", por Roberto Lavín Bedia. Miembro de la Sociedad Española de Médicos Escritores-ASEMEYA
Como tantos otros personajes sobresalientes de nuestra historia regional, Velasco es prácticamente un desconocido entre sus paisanos; a pesar de reunir en su persona características épicas sobradas para ser considerado un héroe de referencia en todo el Estado, o como un nombre tópico que define conductas de grata identificación popular (y con mucho más merecimiento que otros ídolos españoles de historia mitificada o inexistente).
Toda la vida de este marino de Noja fue un continuo batallar por la seguridad del Imperio español, y su trayectoria quedó jalonada con sorprendentes victorias. Para colmo, su muerte sucede dentro del más puro estilo homérico; aunque en el caso de nuestro personaje los sucesos están documentados con fiabilidad, realismo y cercanía (en contra del método literario seguido por el gran bardo griego y sus transcriptores). Y fueron unos hechos históricos en los que justo es destacar la noble conducta seguida por el adversario inglés, tras la desgracia final del paladín español.
Luis Vicente Velasco de Isla nace en Noja el 9-II-1711, y muere en La Habana el 31-VII-1762. La E.U.I. Espasa y la Gran Enciclopedia de Cantabria coinciden en los datos biográficos (que seguiremos) de este trasmerano, cuya vida se desarrolla dentro de las peculiaridades más llamativas de los cántabros que admiraron los historiadores griegos y romanos. Ya era guardiamarina a los 15 años y recibió el bautismo de fuego a los 16. Desde entonces estuvo presente en luchas contra los piratas berberiscos, en la conquista de Orán y en viajes al Nuevo Mundo.
Un hecho ocurrido en 1742 define el temple de nuestro paisano. Cuando al mando de una fragata de sólo 30 cañones hacía la travesía de La Habana a Matanzas, le cerró el paso un navío inglés con mayor número de cañones y que, además, tenía a la vista un bergantín también británico que se acercaba, con problemas de escasez de viento, en refuerzo de su compatriota. Velasco no lo duda y abre fuego contra la fragata, cañoneándola a corta distancia y maniobrando para abordarla; lo cual consigue y, tras muy sangrienta lucha, rinde el navío inglés antes de que pueda recibir la ayuda del bergantín. Vira rápido la fragata española para dar caza al segundo buque británico y le dispara, logrando dos impactos sobre la línea de flotación a poco de empezar el nuevo combate (hecho que habla de la pericia de los artilleros y de la eficacia de los cañones). El bergantín comienza a hundirse y arría la bandera de combate e iza la de auxilio. Velasco se lo presta y captura a los náufragos. Luego entró en La Habana con los dos buques apresados y un número de prisioneros que casi duplicaba al de su tripulación. Como se ve, una hazaña que la fantasía del mejor cine USA de los años dorados no se hubiera atrevido a filmar -con resultado a la inversa, como de costumbre- por considerar el hecho demasiado increíble.
Y no fue este un suceso aislado en el incesante patrullar del héroe de Noja, pues consta que en 1746 capturó al abordaje otro navío inglés de 63 cañones. Todo lo cual hace tambalear la creencia en el defecto de diseño de aquellos navíos de guerra españoles, que sí resultaban bien eficaces manejados por la inteligencia de Velasco y el vigor de los brazos que la obedecían. Sin embargo, los hechos narrados hasta ahora son poco en relación al valor que este trasmerano derrochó en la defensa del Castillo del Morro, que cerraba el puerto de La Habana.
Tras el «Pacto de Familia España-Francia» (1762) los ingleses atacan Cuba con una escuadra de 23 navíos, 24 fragatas y hasta 150 barcos menores y de transporte llevando 14.000 hombres de asalto (que después reforzaron con otros 4.000), al mando del almirante Pockoc. El desembarco inicial es de 10.000, que dirigidos por el conde de Albermale toman con facilidad las alturas dominantes; pese a que antes el gobernador de La Habana, Juan de Prado, hizo transportar a mano piezas de artillería para defenderlas.
Pero Velasco resiste en el Castillo del Morro e intenta salidas. Deja al mando de las baterías a Bartolomé Montes y se va a dirigir en persona el fuego de los 30 cañones de las fortificaciones de Santiago, contra las 286 piezas que barrían las posiciones españolas desde los buques Stirling, Dragon, Marlboroug y Cambridge. Tras 6 horas de combate se retiraron los barcos británicos. Sólo el Stirling lo hizo ileso, y el Cambridge resultó muy averiado. Mientras, las baterías dirigidas por Montes también rechazaron a los ingleses.
Una y otra vez, en la peripecia vital de Velasco, se ve la fe que tanto él como el resto de los militares españoles tenían en su artillería. En los cañones de hierro colado de fabricación nacional, fundidos en los primeros altos hornos de España instalados en las fábricas de Liérganes y La Cavada, en la propia Trasmiera del defensor del Morro. Ingenios que surtieron de artillería a toda la Armada y a todos los fuertes costeros del Imperio. Según referencia de José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano (Historia de una empresa siderúrgica española: los altos hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834) , entre 1740 y 1759 los ingenios del río Miera entregan 4.600 cañones a la flota española, y casi otros 1.000 se derivan a fuertes de ultramar. Era entonces «la más perfecta artillería lograda con el mejor hierro colado de Europa». Una posibilidad que vieron y desarrollaron empresarios y técnicos de Lieja.(Éxito industrial que encierra más de una enseñanza para empresarios y políticos actuales, lo mismo que para los que niegan la historia regional y la viabilidad de la autonomía). Fueron los pocos decorados y eficaces cañones de La Cavada, capaces de sostener un combate y rechazar, como hemos visto, una potencia de fuego diez veces más numerosa.
Pero al fin, mientras defendía una brecha abierta en las defensas del Morro, un proyectil alcanza en el pecho a Luis Velasco. Junto a él caen muertos sus siete oficiales principales, y poco después el también valeroso marqués de González que le había sustituido en el mando. Y la fortaleza se entrega. El jefe de las fuerzas de asalto, sir Reppel, permite el traslado de Velasco a La Habana, intentando salvarle la vida; pero todo resulta inútil, y muere a consecuencia de la herida el 31-VII-1762. Ingleses y españoles pactan un alto el fuego de 24 horas para enterrar al héroe. Después todo fue un paseo para los británicos, que se apoderaron de La Habana (la cual volvería a la Corona española por el tratado firmado en París el l0-II-1763).
El final histórico tiene mucho de epopeya clásica. Los ingleses levantan un monumento a Velasco y al marqués de González en la abadía de Westminster. Y lo más sorprendente, durante muchos decenios, al pasar frente a Noja, los navíos de guerra británicos disparaban sus cañones como homenaje al heroico adversario (algo que recuerda el tratamiento que los poetas del Imperio Romano dieron a los antiguos cántabros). En España se acuñaron monedas con su busto, y se dispuso la impresión del nombre del marino en el Congreso de Diputados y, permanentemente, en un buque de la Armada.
Hoy la figura de Velasco no trasciende, a nivel popular, más allá de unos centenares de metros de su torre-palacio natal. Y hace buenas las palabras de un personaje de Nietzsche: «. soy un nómada por todas las ciudades (de España), un adiós frente a todas las puertas (o casi todas, en Cantabria)».
El castillo, al mando de Luis Vicente de Velasco, resistió heroicamente dos meses en unas notorias condiciones de inferioridad. Se contó que el fuego que cayó sobre el castillo, le hacía parecer un volcán y que en esos últimos días de resistencia, Velasco parecía un espectro por su delgadez y cansancio, pero que desplegaba una energía sobrehumana y dormía unas pocas horas antes del amanecer con su sable en la mano.
La feroz resistencia terminó cuando Velasco fue abatido por un balazo en el pecho. Los médicos ingleses le trasladaron a La Habana para intentar curarle pero fue inútil.
Los ingleses le rindieron honores, levantaron un monumento en su memoria en la abadía de Westminster y en la Torre de Londres se guardó un estandarte hispánico capturado en El Morro. Hasta principios del siglo XX la marina de guerra británica disparaba salvas de honor en su nombre al pasar ante su villa natal.
En España el rey Carlos III mandó erigir una estatua en su honor en Meruelo, delante de la casa de la Audiencia de la Junta de Siete Villas, que le representa con la mano izquierda puesta en la herida y blandiendo con la derecha la espada, que es del modo en que murió. Se acuñaron medallas con su busto y el de su segundo, González.
Mandó también el rey que hubiera siempre en la real armada un navío llamado "Velasco" y concedió a su hermano don Iñigo José de Velasco, título de marqués con cuatro mil pesos de renta anuales.
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