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Tema: «Gran Capitán», el terror de los franceses

  1. #1
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    «Gran Capitán», el terror de los franceses

    «Gran Capitán», el terror de los franceses en la batalla que cambió la Historia de España

    El«Gran Capitán» durante la batalla de Ceriñola frente al cuerpo sin vida del francés Luis de Armagnac


    Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).
    Reconquista de Granada, victoria sin igual frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.


    Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España. Como bien explica Fernando Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los militares. Pronto se asoció su nombre a la valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que habían invadido Extremadura».
    «Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a capitán», explica Laínez.
    La Reconquista de Granada

    Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».
    Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el escritor.
    «El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».

    Cuadro de José de Madrazo sobre el asalto del «Gran Capitán» en Montefrío

    Su papel más destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta, fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez. Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras venideras. «Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.
    Primera guerra de Italia

    Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo, pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del Reame ocupado».
    «Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.
    Segunda contienda en Nápoles

    A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
    Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.
    La batalla que revolucionó la Historia

    La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.
    La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.

    De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.
    «El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico», explica el experto.
    Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.
    Una reforma militar

    Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
    «En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.

    Recreación de la batalla de Ceriñola (1503)

    Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».
    Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».
    Comienza la batalla

    La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.

    «Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
    Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.
    Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.
    Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos

    Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate», destaca Laínez.
    Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó cuatro siglos a Napoleón, huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».


    A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.
    Pero parece que España no podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en suplantarle».
    El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
    Unas cuentas curiosas

    Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».
    Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles. A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.
    La reforma militar

    La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entr otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.

    Estatua del «Gran Capitán» en la cordobesa plaza de las Tendillas

    Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes. «Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa», destaca Laínez. Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos», sentencia el escritor.
    Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.

    4 preguntas para el teniente general Francisco Puentes Zamora, jefe del Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército

    E. VILLAREJO/M. P. VILLATORO
    -¿Qué importancia histórica tiene la figura del «Gran Capitán» para el Ejército español?
    -Representa a un soldado extraordinario, leal y valeroso, pero sobre todo un excelente organizador. Fue el creador del ejército que escribió, desde el punto de vista militar, las páginas más gloriosas de la historia de España. Dio una importancia primordial a la formación moral, adiestrando a sus hombres en una disciplina rigurosa mediante la cual cada uno cumplía con su tarea cualesquiera que fueran las circunstancias, creando en ellos el orgullo de unidad o cuerpo. Estableció un «Ethos o código del soldado» que en muchos aspectos sigue vigente en la actualidad, basado en la dignidad personal, la austeridad, el estoicismo, el sentido del honor, el amor a la patria y el fervor religioso. Hizo de la infantería española una máquina formidable que dominó los campos de batalla de una larga época.
    En otro orden de cosas mi Cuartel General en Granada ocupa el convento donde fue velado el «Gran Capitán» a su muerte y donde se celebró el funeral que duró nueve días. Estando situado además frente a la última casa que ocupo en vida. De alguna manera nos sentimos vinculados a su espacio físico, lo que nos hace intentar «estar a su altura» y pensar que «asiste y ayuda» en nuestras actividades.
    -¿En qué consistió su innovación militar?
    Propulsar una importantísima reforma en la organización del ejército. Basándose en una finísima observación de la realidad de la guerra, supo aprender las lecciones de la conquista de Granada, mejorando el empleo de las armas y modificando las técnicas de combate. Dio predominio a la maniobra, que es la combinación del fuego y el movimiento, y en este sentido aumentó la proporción de arcabuceros, desplazando con soltura a su prodigiosa infantería en toda clase de terrenos. Impulsó el despliegue en profundidad, manteniendo un escalón en reserva para desplazarlo a donde pudiera hacer más falta en función de las vicisitudes del combate. Los jefes tenían en sus manos todos los medios para perseverar en su decisión o plan de combate. Ningún detalle importante escapaba a su observación, aprendiendo y mejorando de forma continua; por ejemplo armó con espadas cortas a la mitad de sus infantes, que en un momento dado se arrastraban por entre los pies de sus compañeros y las largas picas del enemigo, para herirles a corta distancia.
    -¿Qué cualidades debe poseer todo buen mando militar?
    Como Jefe de la enseñanza militar, esas cualidades son las que pretendemos inculcar en las Academias Militares. Como en cualquier profesión son fundamentales los conocimientos técnicos propios y la capacidad de actualizarlos de modo permanente. Pero además, los cuadros de mando deben ser una referencia continua de las virtudes militares, que no son otra cosa que las virtudes cardinales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, en un contexto muy particular y concreto. Los empleos más altos deben ejercitar su liderazgo basándose en la iniciativa, la creatividad y la visión de conjunto; los cuadros intermedios deben ser previsores, activos y resolutivos, tratando de sacar lo mejor de las personas bajo su responsabilidad.
    -¿Por qué cree que los personajes como el «Gran Capitán» suelen ser olvidados en esta España de hoy?
    -No creo que esté olvidado, o que lo esté más que otros. Ese olvido responde a un general declive de las humanidades en la enseñanza y en la divulgación. Por otra parte hay una corriente de historiadores que, por diversos motivos, cuestionan y replantean aquel periodo imperial de nuestra Historia.




    «Gran Capitán», el terror de los franceses en la batalla que cambió la Historia de España - abcdesevilla.es
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  2. #2
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    Re: «Gran Capitán», el terror de los franceses

    Quizá no pueda nunca exagerarse la importancia del Gran Capitán en la historia de España, ni su relevancia en la de Europa.
    "La paciencia consiste en tolerar todos los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos los causa."
    San Gregorio Magno

  3. #3
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    Re: «Gran Capitán», el terror de los franceses

    El Gran Capitán. Resumen del hombre que conquistó Nápoles.
    Semblanza de uno de los grandes genios militares de la Historia universal, compendio de valores caballerescos, escrita por Luis Yanguas y Gómez de la Serna, su 18º nieto.

    Texto: Luis Yanguas y Gómez de la Serna. Se llamaba Gonzalo Fernández, nació hace 559 años en el seno de una familia cordobesa de la alta nobleza (Montilla, 1 de Septiembre de 1453. Casa de Aguilar), y pasó a la historia como uno de los mejores militares y estrategas que ha dado no sólo España sino el mundo.

    Gonzalo vino a nacer en un tiempo verdaderamente apasionante. El decadente Imperio Bizantino caía a manos de los turcos, perdiendo la mítica Constantinopla, y en España Juan II de Trastámara degollaba públicamente a su favorito don Álvaro de Luna, al tiempo que en el horizonte se divisaba la vibrante unión de Reinos que dio origen a nuestro Imperio. Era el segundo de dos hermanos y desde muy temprana edad le fueron inculcados por sus instructores (entre ellos Pedro de Cárcamo, muy influyente en su educación), los valores caballerescos de la fe, la templanza o la lealtad. Y creció en un entorno que le facilitó sin duda el desarrollo de sus más íntimos instintos y vocaciones militares, como más tarde se pudo comprobar.

    Dada su condición familiar de “segundón” y sus claras dotes militares, a la temprana edad de 12 años se puso al servicio de Alfonso “El Inocente”, hijo de Juan II, a favor del cual combatió brillantemente cuando años más tarde pretendió el Trono de Castilla a su hermanastro Enrique IV. Tras la prematura muerte de “El Inocente”, en pleno conflicto contra su hermanastro, Gonzalo fue llamado al servicio de la Infanta Isabel, hermana de los anteriores, para la cual combatió participando destacadamente en la Guerra de Sucesión Castellana, que finalmente le dio el Trono Castellano a la Infanta, futura Reina Isabel la Católica, y que supuso sin duda el momento a partir del cual se forjó la excelente relación que Gonzalo mantuvo siempre con la Reina Católica.

    Tras dicho conflicto castellano, y una vez la Reina Católica llevó a cabo junto a Fernando de Aragón la histórica unión de Reinos, fundando la España moderna, ahora el objetivo se centraría en la conquista de Granada, último reducto musulmán en la península y que se consiguió conquistar tras una durísima guerra de 10 años que finalizó con la toma de Granada, entregada finalmente por el Sultán Boabdil el 2 de enero de 1492. En dicha larguísima guerra, tuvo Gonzalo de Córdoba una imprescindible participación, conquistando plazas cruciales como Loja, Íllora, Antequera o el castillo de Tájara y demostrando en todos aquellos lances una valentía y una capacidad de mando, de táctica y de precisión estratégica jamás vistas en ningún otro soldado de la época. Además, la naturaleza le había dotado de una sobresaliente capacidad diplomática y de una especial concepción de la piedad y la justicia. Cabe destacar que cuando Gonzalo tomó Loja, aprisionó en ella al Rey Boabdil, quien le demostró una gran categoría personal y militar al rogarle el perdón de los habitantes de aquella ciudad, provocando el nacimiento de una excelente relación entre el prohombre cristiano y el Rey nazarí, que se mantuvo intacta hasta que tiempo más tarde, durante la definitiva toma de Granada, Gonzalo de Córdoba fue el encargado de las negociaciones con su amigo musulmán destinadas a su definitiva rendición y posterior entrada triunfante de los Reyes Católicos en la ciudad.

    Culminada la toma de Granada, el nuevo enemigo de aquella recién fundada España no era otro sino el Rey francés Carlos VIII, que pretendía conquistar las plazas importantes de Italia como instrumento para avanzar hacia la reconquista de Tierra Santa. Fue entonces cuando los Reyes Católicos enviaron a Italia a Gonzalo al frente de una expedición formada por unos 750 jinetes y aproximadamente 6.000 hombres, con el objetivo de impedir las incursiones francesas en Nápoles y defender al Rey napolitano, pariente del Rey español por su rama de Trastámara. Y fue sin duda en estas campañas italianas donde el gran Gonzalo de Córdoba demostró ser un absoluto prodigio en todos los órdenes que puede abarcar un militar.

    Tras desembarcar y ocupar el “Regio Calabria”, en la punta de la “bota” italiana, Gonzalo se enfrentó y perdió la primera y única batalla de su vida, en Seminara, no tanto por error suyo sino por dejarse llevar por la voluntad del Rey Ferrante de Nápoles, que manejó la situación y no supo medir la estudiada estrategia del francés. Pero el capitán español supo tomar buena nota tanto de aquel error como de las medidas oportunas a tomar, y fue entonces cuando, situándose como líder indiscutible de aquel ejército de valientes, reestructuró al mismo revolucionando para siempre la técnica militar y pasando a la historia como el “gran reformador” de los ejércitos modernos. Gonzalo agrupó a su ejército en “coronelías” dieron, ni más ni menos, origen a los míticos Tercios Españoles que barrieron Europa durante los siglos posteriores. Aquellas “coronelías” cambiaron el modelo de organización que hasta entonces tenía el ejército, dando un predominio claro a la infantería, ubicando el doble de arcabuceros y creando una caballería más importante que se ubicaba tras los infantes y arcabuceros, haciendo que la misma se enfrentara y arrasara a un enemigo previamente debilitado. Aquel capitán irrepetible reformó las tácticas de lucha de manera inteligentísima y restó importancia por primera vez a las armas en beneficio de la infantería, mucho más ágil y adaptable a cualquiera de los diversos terrenos que encontraban en los campos italianos.

    Tras aquella gran reforma militar, Gonzalo prosiguió con sus campañas italianas, enfrentándose en más de cien batallas a sus enemigos y quedando absolutamente invicto en todas y cada una de ellas. Aniquiló al duque francés de Nemours, a Luis de Armagnac y a toda su gigantesca infantería suiza de apoyo en las viñas de Ceriñola (año 1503), sufriendo escasas 100 bajas frente a las más de 4.000 del francés. En Garellano (año 1504) obligó a capitular al marqués de Saluzzo, causándole más de 9.000 bajas entre muertos, prisioneros y desaparecidos. Tomó contra todo pronóstico la gran fortaleza napolitana de Castel Nuovo. Y así, sucesivamente.

    Aquellas grandes victorias resonaban en los tímpanos de toda Europa y atemorizaban al enemigo. Se contaba que cuando los franceses se sabían a menos de 1.000 kilómetros del capitán español, intentaban huir si les era posible… Todos querían combatir junto a Gonzalo, todos querían luchar a su lado para cubrirse gloriosamente de los honores que sin cesar obtenía para sus tropas y para España. Los soldados le adoraban. Adoraban su capacidad, su señorío, su dignidad, su valor y su piedad frente al enemigo, a quien siempre perdonó mientras le fue posible hacerlo. Unánimemente, todos le comenzaron a llamar, sin más, Gran Capitán. Porque para sus ejércitos no era un capitán cualquiera, sino un capitán casi celestial, signo del esplendor que todos querían alcanzar en sus vidas.

    Finalmente, tras las campañas de Italia y la conquista de un nuevo Reino para España por parte del Gran Capitán, se firmó la paz entre Francia y el Imperio Español. Gonzalo de Córdoba, entonces en el momento culmen de su auge militar, victorioso y convertido en héroe, fue nombrado Virrey de Nápoles por los Reyes Católicos, Reino en el cual pudo demostrar sus grandes dotes de gobernante, además de su imbatible pureza militar.

    Pero sucedió que, muerta Isabel la Católica, su gran valedora, en la lejana Corte de la España peninsular comenzaron las injurias y los rumores sobre el porqué del elevado gasto en tierras italianas (el carácter envidioso del español de hoy no es nuevo, como vemos)… De esta forma, instigado por determinados cortesanos, se cuenta que el Rey Católico pidió al Virrey de Nápoles las cuentas de sus gastos, a lo que según se dice, el Gran Capitán, entrado en cólera ante tal injusticia, respondió con sus famosas “Cuentas”, que fueron:

    “200.000 ducados y 9 reales, en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas.
    100 millones en picos, palas y azadones, para enterrar los muertos del enemigo.
    110.000 ducados en guantes perfumados, para preservar las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla.
    170.000 ducados en poner y renovar las campanas destruidas por el continuo repicar tras las constantes victorias conseguidas sobre el enemigo.
    Y 100 millones de ducados por mi paciencia al escuchar ayer que el Rey pedía cuentas a quien le ha regalado un Reino”.


    Sea como fuere, el Gran Capitán regresó tras cuatro largos años a España, donde vivió y murió el 2 de Diciembre de 1515, siendo enterrados sus restos en el Monasterio de San Jerónimo de Granada, bajo una lápida cuyo epitafio reza:

    “Los restos de Gonzalo Fernández de Córdoba que, con su gran valor, se apropió el sobrenombre de Gran Capitán, están confiados a esta sepultura hasta que al fin sean restituidos a la luz perpetua. Su gloria no quedó sepultada con él”.

    Gonzalo Fernández de Córdoba disfrutó de la gloria en el campo de batalla y también en sus honores, pues es desde entonces el español que más Grandeza y títulos acumuló por sí mismo en toda la historia. Obtuvo una encomienda de la Orden de Santiago, el Papa Alejandro VI le concedió la Rosa de Oro, fue señor de la Taha Órgiva y señor de la Taha de Busquístar, duque de Terranova, duque de Santángelo, duque de Sessa, duque de Andría y duque de Montalto. El nombre del Gran Capitán está escrito con letras de oro en los anales de la historia militar de España, y hoy los españoles y sus descendientes (entre ellos yo mismo, como su 18º nieto y bisnieto de Rafaela Osorio de Moscoso, duquesa de Terranova), debemos enorgullecernos de poder ver escritos en los libros de nuestra historia los nombres de héroes de la talla del don Gonzalo Fernández de Córdoba. Capitán de capitanes. El Gran Capitán.
    El Gran Capitán. Resumen del hombre que conquistó Nápoles.
    Militia est vita hominis super terram et sicut dies mercenarii dies ejus. (Job VII,1)

  4. #4
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    Re: «Gran Capitán», el terror de los franceses

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    La profanación de la tumba del Gran Capitán

    Entre las «notables aportaciones» de la invasión invasión francesa y la revolución liberal para Granada se cuenta el descomunal expolio a la Iglesia que dejó, durante más de un siglo, el monasterio de San Jerónimo de Granada en estado ruinoso, dando lugar a que la tumba del ilustre capitán Gonzalo Fernández de Córdoba fuese profanada y sus huesos exhumados. No fue hasta 1857 que se ordenó su nuevo enterramiento. Así lo narraba la prensa de la época:

    En un periódico se lee lo que sigue:
    «S. M. la Reina se ha enterado con dolorosa sorpresa de que los restos del Gran Capitán Gonzalo Fernandez de Córdoba, encerrados en dos cajas de madera ordinaria, están depositados en el archivo del gobierno civil de Granada. Instruido al punto el oportuno espediente, resulta: Que la duquesa de Sesa y Terranova, viuda del Gran Capitán, obtuvo del Rey D. Carlos I permiso de edificar la capilla mayor de la iglesia de San Gerónimo, en aquella capital, para enterramiento de su marido y de la misma señora, y que en efecto, la obra se llevó a cabo con la mayor suntuosidad por los mejores artífices de su tiempo, habiendo sido depositados ambos cuerpos en la bóveda sepulcral de dicha capilla, en sendas cajas de madera encerradas en otras de plomo, encubriéndose la bóveda con una lápida. Allí permanecieron respetadas tan preciosas reliquias cerca de tres siglos, hasta que á consecuencia de los disturbios políticos de estos últimos tiempos, y por un lamentable abandono de las autoridades, la iglesia y el panteón fueron torpe y sacrílegamente profanados, desapareciendo las cajas que guardaban tan nobles cenizas.
    Recogidas estas intactas por algunos españoles amantes de nuestras glorias, y celosos del buen nombre de su patria, vinieron por fin al sitio donde hoy se hallan. Para conservar tan gloriosos restos con el decoro y la seguridad que merecen, ha dispuesto S. M. que se encierren en una urna de madera fina, resguardada por otra de plomo; que se repare el panteón de la capilla mayor de San Gerónimo de Granada, cerrándose al extremo inferior de la escalera con una verja de hierro con llave, que se depositará en el archivo de dicho templo, bajo la responsabilidad del cura párroco, á fin de impedir ulteriores profanaciones; que se trasladen en seguida á dicho panteón las cenizas con toda pompa y solemnidad; que interinamente, y hasta que se lleve á cabo otra reforma, se cierre la obra con la lápida antigua, si se conserva en buen estado, o renovándola en igual forma e idénticas inscripciones; y que en la iglesia de San Gerónimo se construya un sarcófago con las estatuas yacentes del Gran Capitán y su esposa, labrado al estilo del primer renacimiento, llamando á público certamen á los escultores nacionales y extranjeros para su construcción.»
    Iglesia del Monasterio de San Jerónimo de Granada, hoy restaurada,
    donde se halla la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba
    Lápida del Gran Capitán



    Reino de Granada

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