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Tema: El tormento del Cardenal Mindszenty

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    El tormento del Cardenal Mindszenty

    Fuente: ¿Qué Pasa?, Número 25, 18 Junio 1964. Páginas 18 – 19.



    EL TORMENTO DEL CARDENAL MINDSZENTY

    PERPETRARON EL CRIMEN TRES MÉDICOS JUDÍOS

    «EL CARDENAL DESFILARÁ ANTE LAS MASAS GRITANDO: ¡MEA CULPA!»


    Para los católicos que ciegamente contraen entrañable amistad con la judería vamos a incluir aquí un pasaje del contenido de una cinta magnetofónica registrada por los comunistas durante el tormento del cardenal Mindszenty por los tres doctores judíos Weil, Keleman y Balassa en una habitación del segundo piso del número 60 de la calle Andrássy, sede de la Policía Secreta de Hungría, en Budapest.

    El registro se hizo durante el famoso proceso puesto en escena por los judíos-comunistas de Hungría para justificar el encarcelamiento del cardenal. La cinta magnetofónica fue sacada de Hungría a Austria por un policía que asistió al suplicio del prelado católico y después huyó del país. Todos los detalles suplementarios de este tormento han sido facilitados por este ex comunista, que renunció a su ideología después de haber visto de lo que son capaces los judíos a los cuales servía. Sus declaraciones se encuentran en poder de las organizaciones anticomunistas de Hungría.

    He aquí el relato:



    Desde la altura del techo de la cámara de tortura, una cortina negra cubre las paredes. No hay ventanas. El techo está alumbrado por la luz verdosa de una lámpara de neón. En un rincón está colocada una palmera. En el centro de esta habitación se halla un sofá.

    El sofá está rodeado por tres médicos: Weil, Keleman y Balassa, todos judíos.

    En el sofá está el cardenal.

    Weil. (Se inclina sobre el cuerpo, levanta uno de los párpados. Lo observa.) – «La pupila está aún rígida. No reacciona.»

    Balassa. (Acerca una butaca y se sienta. Coge la mano exangüe del cardenal. Toma el pulso.)

    Keleman. – «El trance dura desde hace diecisiete horas. (Pausa.) ¿No es un coma?»

    Balassa. (Pone la mano sobre el tórax.) – «El pulso es un poco débil, pero rítmico. El corazón funciona satisfactoriamente.»

    Weil. – «Ahora llegamos al grado inferior del derrumbamiento físico sin amenazar la vida. Sin embargo, esto es el período de colapsos inesperados.»

    Keleman. – «Sería penoso. (Silencio. Lentamente se inclina encima de la cabeza. Lo mira.) La cara está rígida, blanco azulado. Las orejas y los labios son blancos; parecen transparentes.»

    Weil. – «¿Cuánto azúcar contenía la sangre ayer?»

    Balassa. – «Era muy inferior a la normal.»

    Keleman. – «Este cuerpo es ahora el ataúd viviente de un alma muerta.»

    Weil. – «Han exagerado un poco abajo. (Toma el pulso) Todo está bien. Vamos a activar un poco el corazón.»

    Balassa. – «El antiguo médico judicial se extrañaría de cómo aumentó su terreno de actividades.»

    Weil. – «Comprendo que esté impaciente el departamento. Llevan nueve días trabajando, y el material no es lo que esperaban. Hay demasiadas negativas. En el fondo, no llegaron a sacar nada de él.» (Hace un movimiento hacia el cuerpo.)

    Keleman. – «Es verdad, falta este cambio interior, que sólo él hubiera podido proporcionar el sello de la autenticidad sobre las confesiones. Lo que el departamento no puede conseguir, a pesar de todos sus esfuerzos.»

    Balassa. – «Creo que han fijado el proceso demasiado pronto. Llevarlo ante el público sin madurar sería absurdo.»

    Weil. – «Diremos nuestra palabra en este término. Hace falta tiempo. Tengo que componer el nuevo «YO» del cardenal; todavía ni yo lo veo claramente. No conozco los tipos de sacerdotes. Es una tarea sumamente delicada. Caballeros, estamos trabajando en el terreno más maravilloso del médico y de la psiquiatría. La Revolución nos ha dado la posibilidad de demostrar a las masas, sobre un príncipe de la Iglesia, que el alma es una ficción. Antiguamente la Iglesia había prohibido la disección del cuerpo muerto, y ahora hemos logrado efectuar la vivisección del alma en un cardenal.»

    Keleman. – «¿Cuál es la tarea inmediata?»

    Weil. – «Ahora penetramos en el inconsciente, en el «YO» de siempre. Nuestra tarea es la extracción de la llamada alma del cuerpo humano, sin trastorno del físico, del sistema nervioso y de la actividad cerebral. Gracias a la gran cantidad de las experiencias soviéticas hoy estamos aquí, en un terreno seguro, y nos podemos apoyar sobre resultados considerables.»

    El cardenal. – (Su mano derecha se desliza; suspira profundamente.)

    Weil. – «El desmantelamiento del alma en el físico viviente; aunque sería más correcto decir: la instalación de un nuevo «YO» en el físico. Es la victoria de la moderna biopsicología soviética. (Reflexiona jugando distraídamente con su lápiz encima de la cabeza del cardenal.) Alma, alma, digo alma, y sigamos llamándola así para mencionarlo más fácilmente; ese derivado del funcionamiento del conjunto de los órganos –este alma–, se halla en vía de aniquilamiento. Esta facultad del cuerpo, con su tendencia a una vida casi independiente; este alma que radia desde el interior, cuya esencia ya se encuentra en el «YO» antiguo, biológico, emite un fluido, tiene longitud de onda y al mismo tiempo rodea el cuerpo como una envoltura y significa la atmósfera del individuo; este alma misteriosa es nuestra prisionera.»

    El cardenal. – (Su cuerpo empieza a estremecerse. Su respiración es más rápida, violenta.)

    Weil. (Levanta el brazo deslizado. Pausa.) – «Me parece que ya ha pasado la crisis. Por lo visto, los labios se colorean, aparece sudor en la frente. (Le coge la barbilla.) Cierra la mandíbula con espasmos. Empieza el avance hacia el umbral de la conciencia. Desarrolla un gran esfuerzo.»

    Keleman. – «El «YO» quiere nacer.»

    Weil. – «Esto es.»

    Keleman. – «¿Y tiene recuerdo de este sentimiento?»

    Weil. – «¿Quién?»

    Keleman. – «No sé cómo debería llamarle.»

    Weil. (Riéndose.) – «Creo que tiene dificultades, que no sabe cómo llamar al sujeto. Difícilmente podríamos llamar paciente a tal ENFERMO ARTIFICIAL. ¿Culpable? –ingenuidad–. ¿Individuo? Tampoco, pues se trata, precisamente, de la crisis de su personalidad. Llamémosle simplemente ejemplar, ejemplar de experimento. Al fin y al cabo, es igual que se trate de un cardenal o de una rana. ¿Pues tiene el ejemplar algún recuerdo de este sentimiento? Tiene, en general, el sentimiento de que están haciendo con él una experiencia terrible, a la que no puede sobrevivir. ¡Observen que hace poco nos miró con una cara lívida y vacía!; ahora lo anima la ola de la vida. Se abren sus ojos.»

    El cardenal. – (Mira con la profundidad terrible de la rígida pupila abierta.)

    Weil. (Jugando encima de los ojos.) – «No ve. (Pausa.) La perturbación de la vista es un síntoma natural; pero la regeneración es rápida y casi completa. (Pausa.) Me parece que vuelve al estado consciente. Naturalmente, esto es una oscilación encima y debajo del umbral de la conciencia. Estamos en la tierra de nadie, entre los dos «YO». Después de fundar el procedimiento médico, es el psiquiatra quien toma la dirección. El efecto de los impulsos eléctricos aplicados durante el trance se puede sentir mucho tiempo –una inestabilidad muy particular– cierto estado místico en que el «YO» aniquilado se presta al afinamiento, las ondas eléctricas del cerebro presentan grandes oscilaciones, el cuerpo está lleno de incertidumbre, de un temblor oculto, de un sentimiento de temor: se siente como mirado a través de una lupa. Es un estado muy especial de semiconciencia; el modo de sentir se vuelve completamente irreal, hay que conducirlo hacia una nueva realidad.» (Pausa.)

    El cardenal. (Con voz débil.) – «Hace frío.»

    Weil. – «Ha llegado, creo, el registrador (magnetófono); funciona ya al lado. ¡Acerquemos el micrófono de detrás de la palmera!»

    Balassa. (Saca un caballete de micrófono de detrás de la palmera y lo coloca a la cabeza del sofá.)

    Weil. – «Está bien. Y ruego al doctor Keleman que haga apuntes.»

    (El cardenal suspira profundamente.)

    Weil. (Mira a su reloj y toma el pulso. Luego, mirando en los ojos abiertos del cardenal, le dice en voz alta.) – «¿Me ve?»

    (El cardenal calla.)

    Weil. – «¿Se siente mal? Yo soy el médico. El médico. Todo va bien. Hemos pasado lo difícil.»

    El cardenal. – «Está oscuro.»

    Weil. – «Está cansado, ¿verdad?»

    El cardenal. (Murmura algún recuerdo lejano.) – «Tenebrae factae sunt super terram…»

    Weil. – «Ahora tiene que fortalecerse un poco. Mañana podrá ya comer. ¿Qué es lo que le gusta?»

    (El cardenal calla.)

    Weil. – «Su eminencia –me permite el respeto tradicional–, me gustaría que se acostumbrase a mi presencia si no fuera tan extraño. ¡Mire! La vista del mundo está fijada sobre nosotros. Es delicada la tarea que tenemos que llevar a cabo. En una palabra, TENDRÍA VENTAJA SI TOMARA APOYO EN MI; si no fuera hostil. (Pausa.) Si no come recibirá glucosa mediante una aguja… (con una risa fina). Tiene miedo de esto, ¿verdad? ¡No tenga miedo! No me gusta la brutalidad. Especialmente con un intelectual.» (Se levanta.)

    Balassa. (Acerca una mesita de quirófano de detrás de la palmera.)

    Weil. – «Ahora tengo que estimularle un poco.» (Coge la jeringuilla que le tiende Balassa y, elevándola hacia la luz, inyecta un poco de líquido.) «Así.»

    Balassa. (Pasa sobre el brazo impotente del cardenal con un poco de algodón empapado en yodo.)

    Weil. – «Necesita fuerza (encaja la aguja). Para que podamos TENER MIEDO necesitamos fuerza. (Pausa.) En seguida se pondrá más despierto. (A Keleman) En realidad, todo lo que pasa con él le aparece como una visión. Una cabalgata de reminiscencias. Los recuerdos vuelven al antiguo cuerpo como a un antiguo piso en que ha venido a vivir un nuevo inquilino. Allí ven al nuevo inquilino y se alejan confundidos.»

    El cardenal. (Un suspiro atormentado le abre los labios.) – «¡Oh! Estar enterrado vivo en el cuerpo.»

    Weil. – «Intranquilidad hipoglyaemica. Pero es el momento que se pone en marcha la nueva orientación y podemos empezar el afinamiento. Ya atiende y se puede concentrar. (Se acerca al cardenal.) ¿Está más despierto? ¡Vea, quiero ayudarle! (Se sienta al lado suyo.) Está ahora en nuevas circunstancias. No conoce la situación aquí. (Pausa.) ¿Oye lo que digo?»

    El cardenal. – «Lo oigo.»

    Weil. – «Bien. Charlemos un poco. ¿Le parece bien? Usted es sensible –yo soy un hombre con tacto –. Me gustaría que nos mantengamos en este plano. De todas maneras, el alma del sacerdote es más sensible. Su conciencia es diferente. Otros son los pesos y otras las medidas. Usted vive en ilusiones. Quisiera conducirle a la realidad. Me gustaría librarle de las ilusiones o, si no puede vivir sin ellas, le daría nuevas ilusiones. Usted ha concentrado en sí la fuerza de las masas de una manera misteriosa. Usted es una llave de las masas. Y esta llave de oro se halla aquí ahora. La tenemos a la mano. Le digo francamente que queremos utilizar esta llave.»

    El cardenal. – «¿Qué desea de mí?»

    Weil. – «¡Tiene que transformarse! Con su voluntad quebrantada no es capaz para ello. Con los instintos que le quedaron se opone a ello. El procedimiento de INVESTIGACIÓN quiere ser lo más suave posible con usted. Este es nuestro interés común. Fuera, en el país, creen quizá ahora que usted está de pie en agua fría y que le obligan a comer pescado salado. ¡Cuánto me gustaría a mí alimentarle con miel! Siempre hay que tener presente la meta. Con el cardenal la meta no es de VENGARNOS POR LA INQUISICIÓN. HAY QUE ENSEÑAR AL CARDENAL A LAS MASAS. LAS MASAS SE NUTREN DE ÉL. HAY QUE DISECARLO ANTE LAS MASAS PARA QUE CAIGA DE PIE EN EL ASERRÍN. ¡¡¡HE AQUÍ EL LEÓN QUE VOMITA FUEGO!!!»

    El cardenal. (Murmura.) – «Me refugio en la sombra de tus alas mientras pasa el mal.»

    Weil. – «¡No piense que sea un lapsus lo que dije!»

    El cardenal. (En sí.) – «Estad despiertos y rezad.»

    Weil. – «Ahora morirá usted con alegría, por su convicción.»

    El cardenal. – «Sólo puede ocurrirnos lo que el Señor permite.»

    Weil. – «Nosotros cuidamos de su vida. La Iglesia le nombraría a usted mártir. Originaría nuevas leyendas entre las masas. ¡No seamos sentimentales! ¡Usted no será mártir! Se quedará con la vida y no correrá sangre aquí. SERÁ DIFÍCIL DAR UNA DEFINICIÓN AL MARTIRIO DONDE EL CUERPO SIGUE VIVIENDO Y EL ALMA DESANGRA.»

    El cardenal. – «El alma es el soplo de Dios.»

    Weil. – «Si me obliga a ello, EL NUEVO RECONOCIMIENTO SERÁ ATERRADOR. ¿Piensa usted que si penetro debajo de la corteza encuentro allí al infinito? Se extrañaría si viera cuán pronto toca el fondo la sonda. ¿Qué hay en el fondo del medio antiguo de la vida? ¿Dios? ¿Satanás? ¿Sapo? El misterio está aquí, ¡mire!, en estos frasquitos. Estos dan el alma que hace retorcerse al cuerpo encadenado. (Enseña ampollas sobre la mesita del quirófano.) Esto producirá un agitador. Esta, un asesino. Esta, un concupiscente. ¿Dónde está Dios?»

    El cardenal. – «Et eritis sicut Dei.»

    Weil. – «Y aquí está su nuevo “YO”.»

    El cardenal. – «¿Qué desea de mí?»

    Weil. – «¡Ríndase! Tengo que hacer aparecer en usted su otro «YO» (con pasión). El poder, la posibilidad están aquí. Se acabó la teoría. ¡Levántese!»

    El cardenal. (Se sienta en el sofá.) – «No veo…»

    Weil. – «¡El reflector! ¡El Júpiter!» (El foco se proyecta con fuerza en los ojos abiertos y rígidos del cardenal. Emite un grito de dolor. Los tres médicos se ponen gafas negras. Sólo ahora se da uno cuenta de que cierto personal está trabajando detrás de las cortinas.)

    El cardenal. (Habla despacio, con voz baja.) – «Los ángeles caídos…»

    Weil. (Gritando.) – «Si Jesús ha podido expulsar a un diablo del cuerpo humano, ¿no piensa que nosotros podemos alojar a Satanás en el cuerpo humano?»

    El cardenal. – «Protégeme en las horas de la soledad y de la opresión, Jesús mío.»

    Weil. – «¡Levántese! ¡No rece! ¡Vaya hacia la luz!»

    El cardenal. (Ciego a causa de la atropina, avanza con los brazos tendidos hacia delante.)

    Weil. – «¡No vacile! ¡No quiera parecer un cadáver vivo! Usted puede soportar esto. ¡¡El príncipe de acero de la Iglesia!! El alma que rige a millones de hombres está en mis manos. No quiero humillarle. No hago de usted un sátiro. El objetivo de la cámara le mira a usted de detrás de la cortina. No quiero hacerle bailar LA DANZA DE LOS POSEÍDOS. Podría sacarle unas tomas y proyectarlas dentro de una hora para sus curas y su pueblo. No lo hago; no quiero una confesión de usted ni una firma, sino un nuevo COMPORTAMIENTO. ¡TIENE QUE PREDICAR UN NUEVO EVANGELIO, MINDSZENTY! ¡JUDAS NO LLORA HOY, DESPUÉS DEL ASESINATO, Y CAÍN NO SE DESTIERRA! ¡LA MASA ES NUESTRA! ¡¡¡EL CARDENAL DESFILARÁ ANTE LA MASA GRITANDO MEA CULPA!!! (A la derecha de Weil está Balassa; a su izquierda, Keleman. El cardenal está de pie delante de ellos. Weil, con fuerza azotadora.) ¡INCLÍNESE AHORA! ¡DELANTE DE NOSOTROS! ¡INCLÍNESE! ¡PROFUNDAMENTE! ¡¡¡COMO SI SE INCLINASE DELANTE DEL SACRAMENTO!!!»

    El cardenal. (Cae al suelo sin ruido, y Balassa y Keleman le llevan hasta el sofá.)

    Weil. (Los sigue.) – «Tal cuerpo ascético es muy resistente. Tiene grandes reservas de fuerza. Ayunos, vigilias, noches sobre el suelo frío de la iglesia…»

    El cardenal. (De los ojos quebrantados corren lágrimas.)

    Weil. (Inclinándose sobre él, muy cerca.) – «Dios le ha abandonado. ¿Comprende?»

    El cardenal. – «Eli, Eli Lamma sabactani…»

    Balassa. – «Llama a Elías.»

    El cardenal. – «Creía que sería tu arma, Jesús mío. Pero si Tú no me proteges con tu mano, ¿qué soy yo, Señor…?»

    Weil. – «¡Cúbranle! Todavía habla, pero está inconsciente. Compondremos el material para el Tribunal mañana o esta misma noche.»

    El cardenal. (Con voz débil.) – «Por lo que he luchado se lo tragan las olas…, mi pobre pequeño pueblo caído…»

    Weil. – «Esto ya no es interesante, pueden desconectar el micrófono.»

    El cardenal. – «Da pacem Domine in diebus istism. (Ocúltame de ellos, Señor. Estoy muy cansado.)»

    Weil. – «Seguiremos a medianoche. ¡Desconectad!»

    El cardenal. (Se hace oscuro.) – «Ilumina tu luz. Todo es parecer, ilusión… Tú sólo eres la realidad, Jesús…»


    * * *



    Hasta ahí la traducción de unos documentos absolutamente fidedignos.

    Los doctores Weil, Balassa y Keleman, y su científica tropa de bárbaros, nos inspiran una cristianísima piedad… ¡Que Dios los perdone porque no saben lo que hacen! Pero de eso a que los reclamemos en cordial convivencia y amistad, como el señor Pérez Lozano y sus congéneres, media un abismo. ¿No les parece a ustedes?

  2. #2
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    Re: El tormento del Cardenal Mindszenty

    Impresionante texto.

    Como el sr Martin Ant no suele dar introducciones ni comentarios a los textos que envía, me permito comentar algo sobre el artículo y la famosa polémica sobre el cardenal Mindszenty.

    Para los católicos que ciegamente contraen entrañable amistad con la judería
    Esa "entrañable amistad con la judería" se refiere al escándalo que causaba en la época la constitución de la "Amistad Judeo- cristiana" en 1961, (o sea, el judío Max Mazin, el futuro obispo García Lahiguera y una tal "sor Esperanza de Sión" y los invitados políticos de turno) con los nuevos aires pro-judíos de Juan XXIII. (Ya se había entrevistado con él el judío Jules Isaac y ya estaba nombrado para el Vaticano II el cardenal Bea para introducir el judaísmo en la Iglesia y haber dialogado en un hotel con la sinagoga neoyorquina etc.)
    Aun no había libertad religiosa en España y eso que oficialmente estábamos aun en la época Tridentina y preconciliar.

    El artículo en cuestión es de 1964 pero las torturas a Mindszenty debieron ser de su época anterior a refugiarse en la embajada de EEUU (anteriores a 1956). El caso parece traerse como contraejemplo de la 'Amistad Judeocristiana' a la que me refiero.

    Por lo que respecta a Mindszenty (años después de lo que narra el artículo) su situación había variado: la apertura y el diálogo con el comunismo de Juan XXIII había dado la vuelta a la tortilla a la política vaticana en los países comunistas y así los antiguos héroes bajo Pío XII (como el propio Mindszenty que, resistiendo el comunismo, estaba refugiado en la embajada norteamericana en Budapest) pasaron a ser políticamente incómodos al Vaticano.

    Así en 1963, volvió a ser noticia y escándalo el caso Mindzenty: una delegación vaticana (cardenal Koenig) viajó a Budapest para forzarle a abandonar la embajada de EEUU ¡¡a instancias del gobierno comunista húngaro y así mejorar el diálogo de Juan XXIII con el marxismo!!; cosa a la que él se negó rotundamente. Otra nueva embajada con Casaroli al frente, también fue fallida.
    El escándalo del asunto no radicaba, como anteriormente en el comunismo húngaro, sino en el nuevo giro vaticano que se unía a los comunistas frente al honor católico de su cardenal, que se negaba a abandonar Hungría indignamente y sin culpa.

    (Otro caso escandaloso, en sentido contrario y de la misma época, fue el del obispo ucraniano mons. Slipyj que la URSS sacó del Gulag intempestivamente y envió al Vaticano , dejándoles a todos-incluido Juan XXIII-en fuera de juego y con cara de tonto, sin saber qué decir a la opinión pública católica más que "ellos no sabían nada del asunto y que era cosa de Moscú". O sea: que por Roma hubiera podido haber seguido pudriéndose en Siberia).

    Finalmente, en 1971, tanta fue la presión (y se supone que, conociendo ya la irremediable descomposición del catolicismo, su acto más que de heroico iba tomando trazas de ridículo), que abandonó Mindszenty al fin la embajada y se exilió en Viena.
    Última edición por ALACRAN; 22/06/2016 a las 21:43
    Kontrapoder, DOBLE AGUILA y raolbo dieron el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
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    Re: El tormento del Cardenal Mindszenty

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Por cierto, releo el relato del tormento y parecen mismísimos diálogos y personajes tomados del teatro de J. P. Sartre, ¡¡el estilo es idéntico!! ¿no estará sacado de alguna obra suya?
    Última edición por ALACRAN; 22/06/2016 a las 15:34
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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