Matías Barrio y Mier
Tal día como hoy, en 1909, moría uno de los más preclaros varones de la Causa. Nos referimos al insigne Barrio y Mier.
Nacido en Verdeña (Palencia) el 10 de febrero de 1844 en el seno de un hogar distinguido, religioso y tradicionalista, consagrose desde niño al estudio con tan intensa aplicación y tan brillante aprovechamiento que muy joven aún, según escribe uno de sus biógrafos, «tenía cursadas seis carreras, habiendo sufrido dieciséis ejercicios para la obtención de grados; ganó, previa oposición, multitud de premios ordinarios o de asignaturas, tres extraordinarios de grado, recibiendo cuatro grados de Bachiller, cuatro de Licenciado y tres de Doctor».
Orador de fácil y enjundiosa palabra; erudito en múltiples disciplinas, especialmente en las jurídicas y sociales, y versado en el cultivo de las lenguas, cinco de las cuales dominaba a la perfección, ejerció la abogacía. Fue uno de los más esclarecidos miembros del Profesorado. Ocupó un escaño en las Cortes de Amadeo, en las que representó a Cervera del Río Pisuerga y, siendo el más joven de todos los diputados de 1871, asombró con su portentosa inteligencia al Congreso, el cual le nombró tercer Secretario de su Mesa presidencial.
Al estallar la guerra civil (tercera guerra carlista), dejando cátedra y bufete, ofreció sus servicios a Carlos VII. Este le confirió el cargo de Corregidor de Vizcaya y el Decanato de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oñate. Concluida la guerra, emigró a Francia y reintegrado a la Península, obtuvo nuevamente cátedra en Oviedo y después en Madrid, de cuya Facultad de Derecho fue elegido Decano en 1906, y años antes Consejero de Instrucción pública.
A partir del año 1891 hasta su muerte —salvo una sola legislatura— presidió la brillante Minoría carlista en la Cámara popular, representando al distrito mencionado en líneas anteriores, y en 7 de diciembre de 1899 Carlos VII le dio la Delegación de la Causa en sustitución del funesto Marqués de Cerralbo.
El 23 de junio de 1909 fue día de intenso duelo para nuestra Bandera y para España, como lo demostró el fúnebre cortejo que acompañó al cadáver de nuestro eximio biografiado a la estación del Norte, de Madrid, para ser inhumado en el cementerio de su humilde pueblo nativo. Palencia honró con su nombre a una de sus calles y la Comunión católico-monárquica le admira en el glorioso catálogo de sus más esclarecidos paladines.
El Cruzado Español (20 de junio de 1930)
Reino de Granada
Fuente: Misión, Número 329, 2 Febrero 1946. Página 3.
LOS CRUZADOS DE LA CAUSA
BARRIO Y MIER O LA LEALTAD
Por Francisco López Sanz
En la Prensa de Madrid he visto que un grupo de antiguos alumnos y paisanos del ilustre catedrático de la Universidad Central don Matías Barrio y Mier, quiere rendirle un homenaje colocando una placa de bronce en la casa del pueblo palentino de Verdeña, donde nació el insigne político del Carlismo. Los hombres agradecidos y los que sienten amor a la justicia no deben olvidar a quienes vivieron, lucharon y enseñaron para no ser a su vez olvidados, para que no se cometa con ellos la injusticia de borrarlos de la memoria. Y Barrio y Mier fue un hombre bueno, un profesor eminente, un letrado de altos vuelos y, sobre todo, un Cruzado de la buena Causa, que vivió en el servicio de la Monarquía tradicional y tan leal a su Rey que, como si no hubiera querido sobrevivirle, falleció pocos días antes. El 23 de junio de 1909 moría Barrio y Mier, que hacía diez años era Jefe Delegado de don Carlos en España, y el 18 de julio del mismo año fallecía el Rey Carlos VII.
El anuncio de ese proyectado homenaje a una de las figuras del Carlismo nos obliga a hablar del homenajeado con el gusto y cariño que lo hacemos siempre, cuando nos referimos a tantos ilustres paladines de la Causa que, si brillaron por su talento y por la gloria adquirida con su inteligencia, aún brillaron más por la tenacidad en defender las ideas de la tradición, por la elegancia y firmeza con que rechazaron las tentaciones de un adversario que tenía la triste misión de corromper, y por la lealtad con que sirvieron a sus egregios Abanderados, los primeros en sufrir las adversidades del destierro por ser leales a la Causa que representaban y leales a los sacrificios de los que por la misma habían dado vida y haciendas.
Barrio y Mier, que en 1871, a los veintisiete años, era ya diputado por Cervera del Pisuerga, que volvería a serlo por el mismo distrito cinco veces más hasta su muerte, al abrirse solemnemente la Universidad de Oñate, el 16 de diciembre de 1874, bajo la Presidencia de D. Carlos, se ve honrado por el Rey, que le confiere la borla de doctor. Y hasta el fin de la guerra carlista, en que la Universidad de Oñate funciona normalmente, Barrio y Mier es un profesor de aquel Centro universitario en el que estudian 150 alumnos, entre ellos el Conde de Arana, prócer del carlismo vizcaíno fallecido recientemente, y ya puede suponerse cómo enseñaría Derecho político aquel ilustre profesor en una Universidad carlista, enclavada en el corazón de aquel pequeño reino que aclamaba a Carlos VII y se conmovía de entusiasmo a su paso, porque no le dolían sufrimientos ni escatimaban sacrificios por el triunfo de la Causa y por la fidelidad acrisolada a su Rey.
El final de la guerra lleva a Barrio y Mier al destierro siguiendo a D. Carlos, como castellano leal, y de regreso a España su vida es una constante batalla en pro de los benditos ideales católico-monárquicos, batalla en la que no cesa hasta su muerte, pues ésta le sorprende en el puesto de combate. Y ¡cómo lucha y cómo define! En la sesión de Cortes de 30 de abril de 1891 decía:
“Los carlistas somos católicos apostólicos romanos sin mezcla ni tolerancia de ninguna otra doctrina que pueda impurificar la idea católica. El que no sea católico, y católico puro y de verdad, no puede pertenecer al partido carlista”. Estaba claro este concepto, de acuerdo con aquel pensamiento tajante de Don Carlos: “Se puede ser católico sin ser carlista; no se puede ser carlista sin ser católico”. Y cuando en la misma sesión de Cortes desarrolla el concepto de nuestra Monarquía, la presenta así: “Una Monarquía templada por el freno de la Religión y por las doctrinas de la Iglesia, cuyo espíritu ha de animarla, por la ley cuyo primer súbdito es el monarca, por las libertades patrias que el Rey tiene obligación de jurar y respetar y por las aspiraciones legítimas del país, representado en Cortes, con cuyo concurso han de resolverse los más graves asuntos, siempre bajo la base de que no es el pueblo para el Rey, sino el Rey para el pueblo”.
Muchas cosas podría transcribir de los luminosos discursos de don Matías Barrio y Mier, el hombre que hace ya cerca de medio siglo se preocupaba del porvenir de la Causa porque veía que, si después de Don Carlos, Don Jaime moría sin sucesión, se extinguiría la rama legítima y la Comunión perdería su Abanderado, la persona física –que decía Mella– sin la cual no es posible crear la persona moral. Y esas inquietudes se las expuso noblemente a Don Carlos, como Jefe Delegado suyo que era en España, inquietudes de las que también participaba el Rey, que en una de sus augustas epístolas decía: “no lamentaría más sino que no se casase Don Jaime y que a su muerte sus derechos recayesen fatalmente donde él no quisiera…” Así se expresaba Don Carlos en unas cartas sentidas, interesantes y sinceras que cruzó con su fiel Barrio y Mier, el docto y lealísimo caballero palentino a quien sus discípulos y paisanos piensan dedicar un homenaje que no puede menos de congratularnos, porque aunque sea al catedrático de la Universidad Central, aquel catedrático lo fue antes de la Universidad de Oñate durante la última cruzada carlista, y fue asimismo una personalidad eminente de la Comunión, pues junto al catedrático estuvo el hombre de ideas, el hombre carlista al que si hubiesen puesto en el dilema de servir a la cátedra o servir a sus ideas, en el supuesto de que ambas cosas hubieran sido antagónicas, hubiese abandonado gallardamente el cargo vitoreando al Rey Carlos VII.
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