Manuel Aznar (periodista de España)
Falleció el pasado 10 de noviembre don Manuel Aznar Zubigaray. No queremos que falte nuestro homenaje aunque sea tarde, sentido y tenso de objetividad, al amigo de una tertulia inolvidable, en una tarde ya lejana, durante su tiempo de director de «La Vanguardia». Aquella conversación consagró nuestra amistad. Y sirvió para desempolvar viejos recuerdos de comunes amigos en Buenos Aires, donde él fue embajador de España, desde 1952 hasta 1955, y yo un modesto corresponsal de prensa. La reviviscencia de ambientes, historia y personajes de la República Argentina flotaban en el ambiente de nuestra calurosa conversación.
Manuel Aznar era hijo de Echalar (Navarra). Nació en 1894 y estudió para sacerdote. Su padre era el organista de la parroquia y su tío era el párroco. Su primera juventud viene marcada por una ardiente adscripción al integrismo militante, en el partido que capitaneaba Ramón Nocedal Romea. Fue redactor de «La Tradición Navarra». Más tarde, ya se pasó al diario «Euzkadi», de Bilbao, órgano de los nacionalistas vascos. De esa época es la obra teatral “El jardín del mayorazgo”, de una biliosa y repugnante trilita contra España. De ahí pasó a dirigir «El Sol», en Madrid. Muy joven, al frente de un diario que tuvo tan desgraciada prestancia en la vida española, bajo la batuta de Aznar desarrollaron allí su disolvente campaña contra la Monarquía José ortega y Gasset, Unamuno, Marañón, Pérez de Ayala y otros del mismo signo. Fue el corresponsal y cronista de la campaña de África. En Cuba dirigió el «Excelsior», el «Diario de la Marina», «El País». En mayo de 1931 regresaba a España para hacerse cargo de nuevo de «El Sol». Era la hora fatídica del aborto de la II República…
Palabras que escuchó el rey
Digamos inmediatamente que todos estos cambios contradictorios de Manuel Aznar fueron reconocidos por él, que declaró en «ABC» que no siempre fue consecuente, “salvo en lo esencial”. Esa salvedad, humanamente, se explica, porque es muy dolorosa la confesión cruda de las propias faltas. Pero Manuel Aznar, en esos años, pudo comprobar lo que la Historia tenía que demostrar: que el liberalismo, la democracia, el jugar al centrismo, las medias tintas, el cruzarse de brazos ante el comunismo, el tolerar el avance de la subversión, trae malas consecuencias. Seguramente aprendió la feroz lección de la caída de la Monarquía, desprendida de su misión, en aras de fórmulas pactistas, que hoy [1975] también se propugnan y se presentan como descubrimientos por los viejos fantasmones de nuestra arqueología, revivida en personajes de carne y hueso.
Y llegó el 18 de julio de 1936
Manuel Aznar, desde 1936, abandonó la dirección de «El Sol». Dedicándose a colaboraciones para el Diario de la Marina», y aceptando el cargo de secretario de la Compañía de Tranvías, en Madrid, gracias a Valentín Ruiz Senén, que le concedió ese cargo a petición de Miguel Maura, cuando ya Manuel Aznar no seguía la política azañista, en la que puso su confianza en el primer tiempo de la República. Llegada la hora negra del comunismo en Madrid, tras el fracaso del Alzamiento en la capital de España, Manuel Aznar, a pesar de sus antecedentes, sufrió persecución y sañudamente le buscaron para asesinarle, no obstante haber facilitado la colectivización de la empresa. Su habilidad y la Providencia le alcanzaron que se proporcionara un pasaporte para tratar en Bruselas de asuntos profesionales. En París decidió incorporarse a la España nacional. Las circunstancias de su pasado y de la guerra le ocasionaron la cárcel. Enterado el general Mola, le dio inmediata libertad, con indicación de que residiera en Francia. En la obra «Testimonio de Manuel Hedilla» se puede leer: “Manuel Aznar estuvo viviendo largos meses en la costa vascofrancesa. En este período Aznar Zubigaray publicó numerosos artículos en la prensa hispanoamericana en pro del Ejército mandado por Franco. Su extrañamiento o exilio apenas duró un año. Regresó a la zona nacional, fue cronista de guerra, escribió la «Historia militar de la guerra», ha ocupado varias Embajadas, presidido la Federación de periodistas, dirigido «La Vanguardia» y tiene el pecho cubierto por condecoraciones del Régimen. Lo que quizá no ha sabido nunca es quien le salvó de morir a balazos en Valladolid en aquel otoño tremendo de 1936”. Relación de Manuel Hedilla, que es algo distinta de la que Ramón Serrano Súñer ha querido propinarnos, el 11 de noviembre de este año [1975], desde «La Vanguardia»: “Cuando, iniciada la guerra civil, se encontraba en Francia fui yo quien, con la ayuda de Luca de Tena y de Halcón, le hice entrar en Burgos para colaborar con nosotros”. Este texto solamente se entiende mediante la acción decisiva y siempre patriótica y falangista, cristiana y desinteresada de Manuel Hedilla.
Historiador y periodista
Manuel Aznar tiene una amplia bibliografía. Destaquemos la «Historia militar de la guerra de España» y «El Alcázar no se rinde», además de innumerables artículos, conferencias y trabajos literarios. Ciertamente, la «Historia militar de la guerra de España» es singular, completa, lúcida, y técnicamente insuperable.
En defensa del Alcázar
Manuel Aznar fue el gallardo e intrépido defensor de la grandiosa gesta del Alcázar de Toledo, cuando el panfletista norteamericano Herbert L. Matthews publicó su esperpéntico rollo titulado «El Yugo y las Flechas». Sólo la pluma de Manuel Aznar podía pulverizarlo con tanta dialéctica y señorío. Manuel Aznar proclama su propósito y denuncia la villanía repelente del escritor rojo norteamericano, con estas palabras: “Matthews sabe lo que busca. Quiere acabar con una de las páginas más maravillosas de la historia de España. El Alcázar de Toledo le estorba y se lanza a un asalto moral contra las ruinas sagradas, no menos cruel que el de los milicianos, aunque igualmente inútil. El ataque de Matthews es la más negra propuesta de capitulación que hayan podido recibir los defensores de la fortaleza inmortal. Pero, señor Matthews, el Alcázar no se rinde: ni en 1936, ni en 1957, ni en todos los tiempos que haya de vivir la humanidad. En las páginas que «El Yugo y las Flechas» dedica a darnos su versión, la versión roja del Alcázar, apenas hay una palabra sensata. El periodista norteamericano ha sido víctima de una tremenda mistificación afirmativa. Su relato contiene agravios inconcebibles contra el honor español. Es una pena que este nuevo asalto encuentre a Moscardó ya muerto. ¡Cómo hubiera contestado él! En nombre de su alta y limpia memoria trataré de poner, una vez más las cosas en su punto. A esa finalidad dedico las páginas siguientes”.
Y así Manuel Aznar nos ha ofrecido durante años y años un periodismo de altura, con preocupación patriótica, con una información de primera mano, rigurosamente orientador de la opinión pública. No hay una etapa mejor de «La Vanguardia» que la que surcó en los años de su dirección. Aquella columna que él inició era realmente algo para apoyarse. Precisamente porque no se movía ya en las contradicciones de su primera época, en las heterodoxias religiosas y políticas de «El Sol», y estaba dichosamente embarcado en la nave de España, en la que él se encontraba a gusto y le maduraba, de alguna manera, el tradicionalismo de su ambiente familiar y de su primerizo periodismo.
Por los caminos del mundo
Franco confió a Manuel Aznar, en 1945, misiones diplomáticas tan delicadas como la Embajada de España en Santo Domingo, la representación española en Buenos Aires, y su nombramiento de ministro plenipotenciario en la Embajada de Washington. También ostentó la representación de España en Marruecos y fue el delegado permanente y jefe de la misión de España ante las Naciones Unidas. No hay palabras para ponderar la inteligencia, la serenidad, la firmeza y el vigor con que Manuel Aznar defendió los intereses de España en todas estas ocasiones. Su pasión por España era creciente. Y el 10 de febrero de 1974, todavía desde «La Vanguardia» rectificaba a Joaquín Ruiz-Giménez por unas declaraciones suyas, tan equívocas como sus intervenciones y telefonazos desde la Comisión Justicia y Paz.
Manuel Aznar rectificaba a Ruiz-Giménez por repetir “treinta o treinta y dos veces” el barbarismo Latinoamérica, en vez de Hispanoamérica. Aznar reprochaba al ex embajador y ex ministro de Franco,Ruiz-Giménez: “Reconozco al ilustre catedrático la más alta libertad para añadir su colaboración a un signo tan desespañolizador como fue y sigue siendo el de generalizar uno hechos históricos profundamente españoles y atribuirlos a la latinidad… ¿Y es ahora cuando una personalidad española de primer plano va a prestar su apoyo a quienes tan radicalmente se han esforzado a lo largo de varias generaciones en reducir lo hispánico a pura anécdota, para relegarnos al puesto de desprestigio que se nos ha querido reservar? Por mi parte, con veintidós años de vida americana a cuestas, prefiero permanecer fiel, en este asunto, a las doctrinas de Don Zacarías Vizcarra y de don Ramiro de Maeztu”. Y las rectificaciones de Manuel Aznar a las falsedades de Ruiz-Giménez son apabullantes en otros extremos que desmenuza y aclara. Manuel Aznar se apropió lo que Herbert L. Matthews confesó en su prosa antiespañola: “El español es un hombre de principios, un creyente hasta la muerte en virtudes tales como el honor, la bravura, el buen nombre y, sobre todo, su derecho a ser libre”. Y Manuel Aznar fue un prototipo espléndido de esta misma definición.
Manuel Aznar, patrióticamente, en esta etapa, con su periodismo, al frente de la agencia Efe, con su amplia resonancia en tantas naciones, ha sido un paladín de la información española.
No dudó de su camino
Manuel Aznar Zubigaray no dudó de cuál era su camino definitivo desde el 18 de julio de 1936. “Juré servicio completo a Franco”. Y así ha sido. No deja de causar cierto estupor leer en «La Vanguardia», del 11 de noviembre de 1975, en su editorial, que Manuel Aznar recordaba con amargura “que había sido perseguido a muerte por extremistas de uno y otro lado”. Desde luego, se debería conocer el contexto de esta frase, en boca de Aznar: “El 29 de octubre de 1936, en conmemoración del acto fundacional, se celebró una gran concentración falangista. A ella asistió –junto a los mandos aragoneses, y por cierto al pie de Capitanía General- Manuel Aznar, que estrenaba uniforme de falangista, proporcionado por la Intendencia de milicias de Zaragoza”, reseña «Testimonio de Manuel Hedilla».
Terminada la Cruzada, nombrado director de «La Vanguardia», Manuel Aznar quiso acompañar el titular del viejo rotativo con su actual [1975] glorioso adjetivo: «Española». Y Manuel Aznar descontó todos los números de «La Vanguardia» publicados durante el periodo rojo, computando la numeración con el brinco de 1936 a 1939. Estas actitudes no son, precisamente, de tibieza. Y escritorzuelos de hoy día las calificarían de extremistas, de inmovilismo, de triunfalismo, de cerrazón y de “bunker”.
No era un descastado
Pero es que Manuel Aznar Zubigaray, que en Buenos Aires salvó para Barcelona el legado de Cambó, había aprendido que España no podía descarrilarse de las Leyes Fundamentales. Fue muy grande el fracaso de los hombres de la Agrupación al servicio de la República, de Francisco Cambó, de Miguel Maura, para que otra vez nuestro Aznar cayera en el cepo. Por esto no hemos encontrado enemigo más violento de Manuel Aznar que el de un izquierdista civilizado, como gargarizan ahora algunos memos: Indalecio Prieto. Prieto, hombre importante del Partido Socialista Obrero Español, al que tanta beligerancia le conceden los traidores, denigró con sarcasmos y con calumnias la figura de Manuel Aznar. En «El Socialista», del 5 de mayo de 1952, prieto publicó un artículo venenoso contra Aznar. Se reprodujo en «Le Socialiste», del 19 de diciembre de 1968. Y fueron los socialistas –los civilizados, ¿eh?- los que montaron una campaña vitriólica contra Manuel Aznar, para que no ocupara una silla en la Academia de la Lengua. Desconocemos si «La Vanguardia» tenía presente estos extremos al redactar el editorial referido. De Falange y Hedilla recibió honores y consideración. No así de Prieto.
Manuel Aznar era fiel a la España que tanto costó redimir. Él tenía muy presente lo que Jacinto Benavente había escrito en «La Vanguardia», en enero de 1948: “Acordaos, dicen miles de espectros de nuestros muertos también asesinados. ¡Acordaos! Y si, tristes los que todavía recuerden, ¡malditos los que hayan olvidado!” Manuel Aznar, hijo de Navarra, no podía ser un descastado. Y fue como los mejores hombres de su tierra, desde su damasco, un combatiente de la España eterna –de nuestras Leyes Fundamentales, entendidas rigurosamente- y un cristiano incorruptible.
Jaime TARRAGÓ (Revista FUERZA NUEVA, nº 467, 20-Dic-1975)
|
Marcadores