SANTO DOMINGO DE LA CALZADA




Ricardo Aller Hernández 19/01/2024







Bienaventurado Santo Domingo, escogido antes de los siglos por la Divina Providencia para ejemplar de solitarios, estímulo de penitentes, dechado de caridad, y Ministro fidelísimo del gran Rey; a Vos me llego con las más vivas ansias de que me admitáis en el número de vuestros devotos enterado del valimiento que tenéis con Jesús mi Salvador, y con María Santísima mi Señora.
Yo, Santo mío, quiero ser uno de aquellos, que con una dulce, y suave esclavitud viven sujetos a vuestra ajustadísima voluntad.

No ignoro, que por esta libre entrega traslado a Vos el dominio de toda mi persona: mas también sé, que desde este instante quedáis como Señor, con la obligación de cuidar de mi pobre alma, dirigiéndola por el camino de la Divina Ley, iluminándola en sus dudas, consolándola en las aflicciones, defendiéndola en los peligros, asistiéndola en la última, y más terrible de las horas, y presentándola, como Ángel Custodio, al juez Eterno. Esto es lo que os suplico por medio de esta Novena, para mayor gloria de Dios, honor vuestro, y bien de mi alma.
Amén.

(Novena de Santo Domingo, oración diaria)



EL PERSONAJE
Domingo García en 1019 nació el 12 de mayo de 1019 en Viloria de Rioja, Burgos. Sus padres, Ximeno García y Orodulce, eran labradores y asignaron al joven Domingo las tareas de pastoreo, aunque muy pronto descubriría su vocación.

Tras el infructuoso intento de ingresar en los monasterios benedictinos de Valvanera y San Millán de la Cogolla, se retiró a la vida contemplativa en un bosque de la vega del río Oja, en un lugar apartado en los bosques de encinas de Ayuela, lugar cercano al actual Santo Domingo de la Calzada, hasta 1039. Allí pudo comprobar las penurias que soportaban los peregrinos en su viaje a Santiago de Compostela, extraviándose y sufriendo el pillaje.

Fue ahí cuando nacieron las inquietudes constructivas del que se convertiría con el tiempo en el santo patrón de los ingenieros civiles. Gregorio, obispo de Ostia, quien lo tomó como asistente y posteriormente ordenaría sacerdote, le ayudó a levantar un puente de madera sobre el río Oja para facilitar el paso de los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela,



Tras la muerte del obispo, Domingo volvió a la zona de Ayuela y emprendió una profunda labor de colonización: taló bosques, roturó tierras y comenzó la construcción de una calzada de piedra que supuso una desviación del camino tradicional por la calzada romana entre Logroño y Burgos, pero que se convirtió, a partir de entonces, en la ruta principal entre Nájera y Redecilla del Camino. Por esta labor es conocido como Domingo de la calzada.

Para mejorar las condiciones de los peregrinos que transitaban por la nueva calzada, sustituyó el puente de madera que había construido con Gregorio por uno más robusto de piedra, así como un complejo integrado por hospital, pozo e iglesia para atender a las necesidades de los viajeros.






Historia y tradición caminan acordes al señalar a Domingo como el constructor de la ruta jacobea entre Nájera y Redecilla del Camino, colaborando en la ingente tarea emprendida por los reyes Sancho Ramírez, en Aragón y Navarra, y Alfonso VI, en Castilla y León.

Tras apoderarse de La Rioja en 1076, Alfonso VI, viendo que el desarrollo del Camino contribuía a su proyecto de integración, apoyó las acciones de Domingo. Incluso llegó a visitarle en 1090, responsabilizándolo de las obras viarias que se realizaban a lo largo del Camino de Santiago.

Domingo fue el fundador de una modélica hospedería de peregrinos en el lugar de su retiro y centro de operaciones, el antiguo bosque del río Oja. Aquí atendía personal y desinteresadamente a los huéspedes que llegaban, según la consigna evangélica y benedictina, que tantas veces oyó sin duda de joven en los monasterios vecinos de Valvanera y San Millán: “Hospes, Christus”. Con la ayuda de su discípulo Juan de Ortega, inició la construcción de un templo dedicado al Salvador y Santa María, el cual sería consagrado por el obispo de Calahorra en 1106. En el exterior del templo y adosado a sus muros, el santo escogió un lugar para su propia sepultura.



Aquel sería el origen del burgo o nueva ciudad que recibe hasta hoy su nombre: Santo Domingo de la Calzada.

En su faceta más espiritual, la fe y entusiasmo de Domingo fueron contagiando a mucha gente, que comenzó a hacer donaciones y dar limosnas para mantener las infraestructuras.

El ermitaño era enfermero, médico, cocinero, albañil y arquitecto (Justo de Urbel).

El burgo de Santo Domingo de la Calzada empezó con unas pocas casas construidas en torno a la ermita.

Dios le concedió a Domingo comenzar a ver en vida resultados y frutos de su actividad. En el año 1106, tres antes de su muerte, el obispo Pedro I de Calahorra, a petición del propio Domingo, consagró la iglesia del nuevo burgo o ciudad, levantada por él. Asistió a la ceremonia el mismo rey en persona, Alfonso VI, que había donado años antes el fundo y los terrenos para dicha iglesia. El obispo confirmó, en el día de la consagración, una cofradía de aquel lugar, dando en concepto de limosna los frutos de la villa de Pino de Yuso. El templo y la cofradía comenzaban con fuerza su trayectoria histórica (Real Academia de la Historia).



Cuando Domingo murió en 1109 la villa ya contaba con una creciente población, encontrándose documentada la denominación del burgo en 1112. La iglesia de Santo Domingo de la Calzada, en la que fue enterrado, fue elevada al rango de catedral mediante bula pontificia firmada en San Juan de Letrán el 14 de abril de 1232, trasladándose la diócesis de Calahorra hasta 1235.
El mejor legado que pudo dejar el santo colonizador Domingo de la Calzada no fue otro que un hospital para peregrinos, una hermandad que los atendiera, una calzada con su puente sobre el río Oja y una iglesia con unos clérigos emprendedores. Sumadas orgánicamente estas realidades, se fraguó el burgo abadengo calceatense, que no llevará otro nombre que el de su fundador. El crecimiento demográfico y el urbano se desarrollaron rápidamente a lo largo del tiempo. En la Hermandad del Santo se inscribían no sólo los vecinos locales, sino también los labriegos de pueblos de la comarca, como Morales, Manzanares, Villalobar, Leiva, Alesanco, Castañares, Hervías (Real Academia de la Historia).

MILAGROS



A la muerte de Domingo su figura comenzó a relacionarse con diversos milagros. El más conocido de ellos es el del gallo y la gallina, sobre el que existen distintas versiones. La más extendida habla de un matrimonio alemán que en su peregrinación a Santiago, se detuvo a pasar la noche en Santo Domingo. La mesonera se enamoró de Hugonell, hijo de la pareja, que la rechazó, así que, despechada, la mujer escondió una copa de plata en el zurrón del joven y al ser acusado de robo, el corregidor lo condenó a morir ahorcado.

Los padres, destrozados, continuaron peregrinando y, a la vuelta volvieron al patíbulo a ver a su hijo muerto, pero para su sorpresa se lo encontraron vivo por la gracia del santo. El matrimonio se dirigió entonces al corregidor para contárselo y rogarle que lo liberara. Este se encontraba a la mesa a punto de trinchar un gallo y una gallina e, incrédulo, afirmó:

¡Tan cierto es el cuento que me acabáis de narrar como que estas aves están vivas!

Y en ese momento, las dos aves saltaron del plato y comenzaron a revolotear, probando así la inocencia del joven.

En el escudo de la localidad y en el crucero de la catedral se conservan el gallo y la gallina como símbolo del milagro atribuido a Santo Domingo. En una hornacina del mismo templo se mantienen siempre dos aves como recuerdo de este hecho, que dio origen al dicho popular:

En Santo Domingo de la Calzada cantó la gallina después de asada.


El humanista siciliano Lucio Marineo Sículo (1460- 1533) habla en su obra De rebus Hispaniae mirabilibus del gallo y la gallina blancos que vio en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, y cuenta que innumerables peregrinos de Europa y del mundo les cortan las plumas para adornarse con ellas, y que nunca se agotan. Dice que él mismo es testigo directo, porque lo vio, lo hizo y lleva una pluma consigo (“Hoc ego testor, propterea quod vidi et intefui, plumamque mecum fero”) (Real Academia de la Historia).

Otros milagros atribuidos a santo Domingo son:

*Curación de un caballero francés poseído por el demonio que fue librado del espíritu maligno ante el sepulcro del santo.

*Curación de un peregrino alemán del siglo xv llamado Bernardo, que se curó de una infección purulenta de los ojos al visitar la tumba de Santo Domingo.
*Curación de un normando que recobró la vista al visitar la catedral.
*Según Historia del Santo, intitulada Abrahán de la Rioja, escrita por el José González Tejada:
Milagro I
Pocos días después de la muerte del Santo sucedió, que un Buey suelto del yugo con que había estado arando, se esparció por los campos de la Calzada; y buscando el descanso se echó en tierra, disponiendo su desgracia fuese sobre el Sepulcro de Domingo, que como queda advertido, estuvo en su principio fuera del Templo. Pasado un breve espacio de tiempo quiso levantarse, y lejos de lograrlo se reventó, valiéndose Dios de su muerte, para dar a entender la veneración que se debía al Sepulcro de su Siervo. Diéronse por entendidos cuantos supieron el suceso, y en adelante miraron aquel lugar como objeto digno del mayor respeto, cercándolo de ramos para evitar su profanación.
En memoria de este prodigio quedó la costumbre, que hoy se conserva en la Calzada, de llevar los Labradores la antevíspera del Santo carros de ramos verdes tirados precisamente de bueyes, con los cuales pasean la Ciudad, y andan por delante de la Santa Iglesia, pero no entran en ella, como lo harían en tiempo del Señor Tejada. A esta función se agregan músicas, y danzas, con otras festivas demostraciones, que acreditan la sincera devoción de todo el Pueblo, y de los Comarcanos. Por último, se ofrecen los ramos al Santo, con los que adornan las rejas de su Sepulcro, y los Vecinos las ventanas, y balcones de sus casas, experimentando tal vez repetidas maravillas.

Milagro II

Hallándose poseído del Demonio un Caballero Francés, determinó visitar el Cuerpo de Santiago, en cuya protección libraba su remedio. Al pasar por la Calzada oyeron sus Criados las maravillas, que obraba Dios por medio del glorioso Domingo, de las cuales se movieron a llevar al Amo a su Sepulcro. Resistíalo el enemigo temeroso del suceso; pero aunque con trabajo lograron que el Caballero llegase a tocarlo, y al punto quedó libre, huyendo avergonzado, y vencido su contrario. Después de haber empleado algunos días en dar a Dios, y al Santo las gracias, prosiguió su Romería a Compostela, donde visitó al Santo Apóstol; y volviendo a la Calzada, entró de rodillas desde el puente hasta el Sepulcro del nuestro, en reconocimiento del incomparable beneficio, que por su intercesión había recibido. En memoria de este Milagro, se hace una solemne Procesión al Altar del Santo la víspera de su Fiesta, y en su presencia se canta una Colecta, que contiene todo el suceso.

Milagro III


Por los años de mil trescientos sesenta y siete, vino el Rey Don Pedro, a quien dieron los siglos el renombre de Cruel, a instancia de sus méritos, contra la Ciudad de la Calzada con ánimo de destruirla, porque había jurado por su Rey a Don Enrique, hermano, y enemigo suyo. Atribulados los Vecinos de Santo Domingo al verse próximos a dar en manos de un hombre, en quien no descubrían visos de piedad; acudieron llenos de confianza a su común Protector. Para mas obligarle, se juntaron en su Iglesia Eclesiásticos, y Seculares, con su Ilustrísimo Obispo Don Roberto. Expusieron al Santo la necesidad, y apuro en que se hallaban, ofreciéndole sus votos, y a poco tiempo se oyó dentro de su Sepulcro un ruido nada ordinario. La novedad los llenó de temor, y registrando con atención lo que podía ser, vieron, que por una ventanilla que en el Mausoleo cae a los pies del Sepulcro, salían dos manos más blancas que la nieve, cuya visión los dejó llenos de consuelo, persuadiéndose, que con esta expresión los aseguraba Domingo de su amparo.


Con efecto, apenas el Santo sacó, y elevó las manos, cuando el Rey Don Pedro, y todos sus Soldados quedaron ciegos. El Cruel reconoció, que el Santo castigaba su arrojo; y pidiéndole perdón le ofreció no ofender a su Ciudad, y cercarla de Muros, como después lo ejecutó, con los que hoy tiene. Luego despachó un Cabo a dar este aviso a sus Vecinos, suplicándoles rogasen a su Patrón les restituyese la vista. Así lo hicieron, y el Santo les concedió la gracia, que pedían; por lo que el Rey, y su Ejército pasaron a Azofra, respetando a la Calzada por incontrastable a humanas diligencias, y venerando en Domingo un Querubín armado en defensa de este nuevo Paraíso.

Milagro IV

Antonio Cramor natural de Lombardía, vivió algunos años en España; y volviendo con su mujer, y familia a su País, dispuso el viaje por la Calzada. Media legua le faltaba para llegar a la Ciudad, cuando en brazos de su Consorte vio expirar un niño, hijo de ambos. Amábanle como a pedazo de sus entrañas, y a medida de este amor era el dolor de verle muerto. El Padre, que como Soldado, que había sido del Rey Don Pedro, tenía experiencia del valimiento de Santo Domingo con el Señor, le invocó en su favor, esperando el remedio por su mano.

No fue vana su confianza; pues apenas acabó de llamarle vio a su hijo vuelto a la vida, poniéndose al mismo tiempo una estrella sobre su Sepulcro, que lo señalaba por autor del Milagro. A la novedad acudieron los Prebendados, y muchos de los Vecinos, a quienes sacaron de la duda con nueva admiración los Padres del niño, que a la sazón llegaban a la Ciudad, publicando a voces el prodigio. En hacimiento de gracias, obsequiaron al Santo con una solemne Procesión.

Milagro V

Aunque en todas las necesidades se descubre nuestro Santo prodigioso, singularmente ostenta su poder para con Dios en el socorro de los Cautivos, librándolos de las prisiones, y conduciéndolos a salvo por medio de sus enemigos. No caben en un Compendio los ejemplos que acreditan esta verdad, de la cual da testimonio el siguiente.

Habiendo prendido los Moros a un Mancebo natural de la Rioja, lo pusieron en una obscura mazmorra, haciéndole experimentar por muchos días el golpe de su impiedad. En medio de sus trabajos se acordó de nuestro Santo, y le pidió encarecidamente el remedio, que compasivo había dispensado en repetidas ocasiones a sus devotos. Hacía su deprecación en voces, que oían los que le guardaban. Uno de estos servía a la mesa de su Amo el Moro, en ocasión que había convidado a otros amigos. Hablaron del Cautivo al tiempo, que había un Gallo asado en el plato; y dijo el Guarda, mucho me temo, Señor, que el Cautivo se ha de ir de la prisión por la intercesión de Santo Domingo de la Calzada, de quien cuentan muchos prodigios, y a quien él se encomienda muy confiado. A estas palabras respondió el Amo en tono de risa: Si tu le tienes preso de la suerte que yo poco ha lo dejé, así se podrá él soltar de las prisiones, como este Gallo asado puede levantarse, y volar.

Apenas acabó la expresión, cuando el Gallo se vistió de plumas blancas, se levantó, y empezó a cantar en la mesa. Quedaron todos atónitos, y dieron por cierta la libertad del Cautivo, como lo acreditó el hecho; pues bajando al calabozo lo hallaron lleno de resplandores, que Domingo había dejado al tiempo de sacar a su devoto. Reconociendo éste el beneficio visitó el Sepulcro del Santo, y le dio las gracias como a verdadero Redentor. Por blasón de su misericordia colgó en sus rejas las cadenas con que había estado amarrado, ligándose con las de su devoción, como esclavo voluntario de su piedad.





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