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Tema: Manuel Fal Conde

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    Manuel Fal Conde

    Manuel Fal Conde

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    Manuel Fal Conde (Higuera de la Sierra (Huelva), 1894 - Sevilla, 1975). Abogado y político carlista español.



    Estudió Derecho en Sevilla y Madrid. Ingresó en 1930 en el Partido Integrista. Cuando éste se integró en Comunión Tradicionalista, Fal Conde organizó el movimiento en Andalucía Occidental, dando prioridad a las juventudes y a las milicias (el requeté). Participó en la sublevación de Sanjurjo, en agosto de 1932, por lo que fue encarcelado durante tres meses. En las elecciones de 1933 el carlismo consiguió 4 diputados en Andalucía y Fal Conde se convirtió en el jefe del carlismo andaluz en noviembre.




    En 1934 el pretendiente carlista Alfonso Carlos le nombró secretario regio y secretario general de la Comunión Tradicionalista, centralizando la organización en su equipo. Participó en los preparativos de la sublevación militar de julio de 1936, comprometiendo la participación del carlismo, que pretendía ejecutar una sublevación independiente, tras largas y complicadas negociaciones con el general Mola. Sin embargo, durante la Guerra Civil tuvo que exiliarse a Portugal tras pretender crear una Real Academia Militar carlista, en la que formar política y militarmente a los oficiales del requeté. Desde su exilio portugués se opuso al Decreto de Unificación, sin resultados.




    Tras volver a España prohibió el alistamento de carlistas en la División Azul, lo que provocó que las autoridades le confinasen en Ferrerías (Menorca) durante unos meses. En 1955 renunció como jefe del carlismo en España, abandonando la política activa.

  2. #2
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    Re: Manuel Fal Conde

    Homenaje a Manuel Fal Conde, antiguo secretario general de la Comunión Tradicionalista, que había muerto en Sevilla el 20 de mayo de 1975.

    Como el texto es largo, lo dividimos en dos partes:


    Revista FUERZA NUEVA, nº 440, 14-Jun-1975


    MANUEL FAL CONDE, MÁRTIR DEL 18 DE JULIO

    Nacido en Higuera de la Sierra, Huelva, en 1894, de familia católica de verdad, a los pocos días de su nacimiento -exactamente, trece- murió su madre. Esta orfandad quedó suplida con creces por aquella ardiente devoción que tuvo durante toda su vida a la Santísima Virgen. Él no reparaba en recomendar tal práctica a cuántos caían bajo su influencia. Estudió en el colegio de los jesuitas de Villafranca de los Barros (Badajoz), cursando la carrera de Derecho en Sevilla y Madrid, en donde se doctoró.

    Fal Conde, durante muchos años era apolítico, como su familia. Pero la reciedumbre del catolicismo hogareño y la doctrina de un sacerdote catalán, injustamente preterido, el doctor Félix Sardá y Salvany, con su obra imperecedera “El liberalismo es pecado”, formaron sus convicciones con firmeza, que nada ni nadie ha podido derribar. Me contaba él en Ferrerías (Menorca), en donde estuvo deportado, en una tarde inolvidable en que le fui a visitar, su juvenil dedicación a la propaganda y misiones seglares, en donde no podían entrar sacerdotes, para explicar las verdades de la Fe. Y cómo, siempre que podía, deslizaba en sus peroraciones conceptos básicos de aquella obra que resistió todos los ataques de los obispos y curas liberales, con su secuela de aborregados de siempre, ante las denuncias a la Santa Sede contra su ortodoxia, en cuya prueba “El liberalismo es pecado” salió laudatoriamente victorioso. Ignoro si hay algún otro libro en toda la historia de la Iglesia que haya tenido por censor el propio Papa -en este caso León XIII-, sitiado por enemigos poderosos del poder y de la mitra, con una mejor garantía de que su contenido es oro de ley evangélica. En esta escuela se forjó Manuel Fal Conde.

    Político de profunda vida interior

    A la caída de la dictadura del general primo de Rivera, Fal Conde comprendió que debía intervenir en la vida política. En Sevilla, el número de carlistas e integristas era escaso. Allí, prácticamente se logró ya la fusión que años más tarde fue una realidad en toda España. Fal Conde, sucediendo a modos más burocráticos de gobierno del carlismo, identificado con don Alfonso Carlos, tuvo inmediatamente una visión completa y exhaustiva de cómo debía enfrentarse con la República.

    Antes de proseguir, digamos que Fal Conde era un político de profunda vida espiritual, explicación última y primera de toda su actividad. Los ejercicios espirituales de San Ignacio fueron para él una fuente de inspiración divina y práctica. Bajo la dirección del padre Iniesta, del cardenal Segura, del padre Gabino Márquez, y en el mismo destierro de Portugal, Fal fue iluminando en las meditaciones ignacianas sus decisiones de máxima responsabilidad. Incluso en la cárcel de Sevilla, después de los hechos del 10 de agosto de 1932, practicó ejercicios espirituales de madrugada y de noche, en medio de la vida de recluso. Es que Fal Conde era una contradicción tajante y total con las medias tintas, con la improvisación, con la imprudencia y con los consejos de los alocados. Y todo ello manteniendo entera la fidelidad al ideario tradicionalista, con renuncias desgarradoras, incluso de amigos que, empujados por diferentes pasiones, no le comprendieron.

    Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista

    El 3 de mayo de 1934, don Alfonso Carlos le nombró secretario nacional y delegado de la Comunión Tradicionalista, con dependencia directa de él mismo. Tal nombramiento era “a propuesta, puede decirse de toda nuestra Comunión”, en frase del rey. Fal Conde, vistos los antecedentes, proceso y meta de la República, delirantemente volcada a la sovietización de España, mientras otros pronunciaban discursos elocuentes, rebañaban actas electorales, confiaban en tácticas “prodigiosas” para domesticar aquel régimen visceralmente anticristiano y antiespañol, propugnó -como reseña Antonio Lizarza- “el abandono de la lucha legal contra la República, para pasar a la lucha abierta y descarada. Agotados todos los recursos legales, perdida la fe en conquistar España en las urnas, todo se fio a la organización de los requetés, a los que se comenzó a dar carácter militar, con el concurso de militares afectos al tradicionalismo”.

    Ya había tenido lugar la primera concentración de Quintillo, que maravilló a propios y extraños por la fuerza de aquel carlismo andaluz, sin demasiada solera y con tan sorprendente bravura. La organización del Requeté, perfectamente militarizado, tuvo grandes demostraciones en Poblet, en Montserrat, en Liébana de Potes, en Zumárraga, en Estella. Y la AET -Agrupación Escolar Tradicionalista-, en Fuencarral, en la Castellana, Rosales y la Opera, en la Facultad de Medicina de Madrid, y en otras acciones juveniles de centros universitarios, fueron señalando los hitos de una rebeldía santa, frente al despotismo republicano. En Potes, Fal Conde proclamó gallardamente: “Un puente histórico se tiende entre los 70.000 voluntarios que lucharon en la pasada epopeya y estas juventudes de hoy, que, si no son cobardes y suicidas, deben estar decididas a lanzarse a las montañas. Los pueblos tienen derecho a levantarse contra los tiranos, pero primero hay que hablar a las conciencias y prepararlas para la tercera reconquista, pero no a una reconquista que dure ocho siglos, sino ocho días, ocho horas, que en su marcha arrolladora nos lleve al triunfo de nuestro santo lema”. Estas palabras de Fal Conde consiguieron, el 18 de julio de 1936, poner en pie de guerra a 100.000 requetés, en aquel rosario de Tercios, que fueron la admiración del mundo. Tal aportación fue básica para la victoria.

    El secreto de Fal Conde

    Fal Conde poseía exquisitamente el sentido católico de la política y la raíz más pura de España como misión nacional al servicio de Dios. Hay una carta, digna de ser enmarcada como modélica, que refleja este pensamiento trocado en política en nuestro Fal Conde. Está dirigido a don Ignacio Romero Osborne, marqués de Marchelina, presidente nacional de la Hermandad de Excombatientes de Tercios de Requetés, con motivo del acto carlista del Cerro de los Ángeles. Allí se encuentra el verdadero origen de la Cruzada. Nos creemos en el deber de reproducir íntegramente esta carta, que firmarían San Fernando, San Luis, rey de Francia, Santa Juana de Arco o Gabriel García Moreno. Este es el texto maravillosamente imborrable:

    Mi querido amigo: Aunque yo me gozo dentro de mí mismo con el amadísimo título de boina roja del Tercio de la Virgen de los Reyes, el de tu celoso mando, el de tu gloriosa mutilación, no pude concurrir a la magnífica concentración del Cerro de los Ángeles. Falté a la lista. Recíbeme, en cambio, esta confesión de una bonita anécdota relativa al Cerro.

    Ni mi falta de dotes personales, ni siquiera la de los medios económicos imprescindibles para el desempeño de la Jefatura Delegada, habían disuadido al rey Alfonso Carlos de su decisión de encomendarme tan ardua empresa. El nombramiento fue una vocación ascética: Que Dios nuestro Señor -me decía en su carta de 3 de mayo de 1934-, en este día de la Santa Cruz, te ayude y bendiga para llevar las amarguras de tu cargo, y que tras el sacrificio venga el triunfo y la resurrección para gloria de Cristo y bien de España. Parecía un eco de la santa cueva de Manresa en la meditación ignaciana del Rey temporal -un rey humano elegido de mano de Dios- que invitaba al sacrificio por la Causa, con su ejemplar y patriótica vida de austeridad y fidelidad a los santos ideales. Nos reunimos una veintena de abnegados y leales carlistas, casi todos comprendidos en la edad dorada de los treinta a los cuarenta, en una tasca de la calle de Toledo, propia de un ardiente requeté, de los que interrumpían los discursos de nuestros mítines con el electrizante ¡vengan fusiles! Leí la carta, declaré mi pensamiento, muy en la línea del sacrificio pedido por el rey y concorde con la mente del requeté interruptor de discursos, el de grito electrizante. Y unanimidad en la resolución. Allí, bajo el signo de la cruz que presidía mi nombramiento, nacía una Cruzada.

    Había que pensar, sin género alguno de duda, como toca a personas de mundo y maduras en sus particulares empresas, en los medios económicos. Resplandeció con su brillo peculiar el financiamiento heroico que se cifra en la confianza en el Corazón de Jesús. Se trataba de su Reino en España. Nuestros pasos eran pasos de sus promesas al padre Hoyos. De su Corazón habían de venirnos los medios si de nuestra parte le dábamos amor y sacrificio. Viajaríamos en tercera clase; renunciaríamos a lo superfluo; pediríamos donativos con humildad de mendicantes… No pagaríamos las multas. Comeríamos el rancho en la cárcel… Marchamos de allí al Cerro de los Ángeles, rezamos el rosario, hicimos la consagración, formuló cada cual, de hinojos, ante la imagen del monumento, sus personales e íntimas resoluciones. (…)

    Así empezó aquello. ¿Habrá que decir que Manolo Quevedo dio toda su herencia paterna? No muy cuantiosa, ciertamente, pero toda, y en persona que vivía de su profesión. He nombrado a un genio de los ideales. ¿O traeré a cuento a José María García Verde, el que se hizo propagandista de la tercera de ferrocarriles, viajes incesantes los suyos en la dura tabla, predicando ejercicios espirituales, ideales carlistas y pidiendo donativos? ¿O habrá que mencionar con el encomio que merece lo ejemplar y sublime, la austeridad de vida del prototipo de nuestras juventudes, Aurelio González de Gregorio? (…) O traería ejemplos edificantes, de José Ramón Bobadilla, de José María Alvear, de Lamamié de Clairac, el defensor de la Compañía de Jesús…, todos ya gozando de Dios y lucrando la infinita recompensa a los que confesamos su Santo Nombre… Dice la Ordenanza: Tú, soldado de la Tradición, habrás de tener puesto en el Reino de Dios.

    Y reza el Devocionario del Requeté, esa publicación a varios idiomas traducida y muy autorizadamente aprobada y encomiada: Requeté: la Causa que defiendes es la causa de Dios. Considérate soldado de una Cruzada que pone a Dios como fin y en Él confía el triunfo. Ese es el triunfo para gloria de Cristo y bien de España, que había sido el llamamiento al sacrificio del rey Alfonso Carlos, el que había puesto el Corazón de Jesús en el escudo de España y en la bandera gloriosa. El Corazón de Jesús que, como el mismo egregio señor informaba en carta de sus últimos días: Nuestros requetés, verdaderos cruzados, llevan en el pecho la imagen del Sagrado Corazón y combaten, ante todo, para salvar a la religión. ¿Quién osó proscribir del Cerro de los Ángeles nuestros vítores ardorosos? ¿Quién los consideró profanos para el recinto sagrado? Nuestros requetés llevan en el pecho la imagen del Sagrado Corazón. Otros, allí enterrados en el recinto sagrado, como testimonios de fidelidad y semilla de nuevos servidores. ¿Tan difícil es de entender esta estadística sublime? Querido Ignacio, perdónales, porque no saben lo que aman. Un abrazo de felicitación a ti y a cuantos te han ayudado en la gran concentración en el Cerro de los soldados de Cristo Rey. MANUEL FAL CONDE.

    (...)
    Última edición por ALACRAN; 16/12/2022 a las 13:59
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Manuel Fal Conde

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    (2) Continuación del artículo:


    Revista FUERZA NUEVA, nº 440, 14-Jun-1975


    MANUEL FAL CONDE, MÁRTIR DEL 18 DE JULIO



    (...) Juicios sobre Fal Conde

    En estas motivaciones supremas radica la orden del tradicionalismo español, sumándose al Ejército y a las otras milicias, como Falange, para el Alzamiento del 18 de julio. Y un historiador, tan averiado en sus opiniones, como Ricardo de la Cierva no ha podido por menos que reconocer: “La importancia humana, militar y moral del bando carlista durante toda la guerra civil española, y muy especialmente en sus primeros días, fue inmensa, y aún no se ha valorado suficientemente por los historiadores. Sin esa aportación, el Alzamiento de Julio hubiera fracasado irremisiblemente. La integración de los carlistas al Alzamiento supuso una base de masas, una adhesión popular, que permitió a los sublevados presentarse como jefes de eso: un Alzamiento popular, no simplemente como fautores de un pronunciamiento clásico. La cifra total de voluntarios carlistas en toda España es difícil de establecer, pero no debió de andar lejos de los cien mil, y la cifra se supera mucho con los que se alistaron en unidades regulares. En el bando nacional se consideraba a los requetés como de eficacia combativa semejante a la Legión, lo que resultaba notabilísimo, si se tiene en cuenta el casi total desentrenamiento de los mozos carlistas antes de la guerra”.

    Esta fue la obra de Fal Conde. El juicio de Manuel Hedilla Larrey, cuya grandeza moral anega a la de todos los camaleones y traidores, valoriza a Fal Conde con estas expresiones: “Recuerdo especialmente los contactos de Fal Conde con el general Mola, en los meses precedentes al Alzamiento, en cuyos días yo representaba parecido papel de enlace entre el propio Mola y José Antonio, ya preso. Recuerdo la ilusión de Fal Conde y su esfuerzo -por aquellos días nos vimos en varias ocasiones-, después del Alzamiento no volví a verle, pues incluso cuando yo marché a Palma de Mallorca, ya terminada la guerra, unos días antes, el señor Fal Conde había sido trasladado a Menorca. Creo que ahora vive tranquilo en Sevilla… En cuanto al juicio que me merece, es el que corresponde a un caballero y un patriota, un hombre limpio de corazón, al que no contaminaron ni la ambición ni el torbellino de las pasiones partidarias; en definitiva, un hombre bueno”.

    Un hombre bueno, pero con un talento político inconciliable con las marrullerías, las conveniencias personales y los compromisos sectarios. Por esto era bueno.

    Estrategia y trayectoria

    En manera alguna queremos canonizar todos y cada uno de los actos de Fal Conde. El, abrumadoramente, cotizaba el peso de sus propias limitaciones, se sentía “un pobre hombre”. Quizá determinaciones suyas habrían podido ser distintas, quizá faltaron iniciativas en el enfoque de nuevas situaciones dispares del combate contra la República masónica y marxista, quizá habría podido impulsar actividades que a largo plazo hubieran fecundado. Pero lo que nunca se podrá negar es que Fal Conde mantuvo la integridad doctrinal del tradicionalismo, resistiendo amenazas, destierros, persecuciones, incluso proyectos de asesinato. Y también no claudicando frente a desvaríos de algunos caciques esquizofrénicos que, sin mesurar la obligación de velar por el bien común de España, pretendían utilizar el carlismo para aventuras estúpidas, hasta convertirse en cismáticos del mismo.

    Fal Conde, con un señorío y una elegancia no usuales, fue el centinela incorruptible hasta su ancianidad, plantando cara a los que brutalmente, en nombre del carlismo, se han convertido en comensales de Santiago Carrillo y compañeros de viaje de la mismísima Pasionaria, en “camaradas” de ETA y en desnucados aventureros, ya de la plutocracia sionista, ya de las conspiraciones marxistas (Carlos Hugo…). Muchas veces había hablado y nos habíamos escrito con Fal. Y él, siempre en su punto, jamás denigró a ninguno de sus adversarios, ya internos, ya externos. Era todo lo contrario del rencor, del odio y de las calumnias. ¡Gran caballero nuestro inolvidable Fal!

    Fal Conde preparó la Cruzada con plena conciencia de su legitimidad. Replicando a Gil Robles, tras impertinencias suyas, escribía:

    Porque no soy militar ni tengo otra vocación que el servicio de la justicia y de la Iglesia, no fue determinación de mi espíritu, sino imperativo de esas circunstancias tremendas de los regímenes políticos contra naturaleza, contra el bien común, contra la paz de la sociedad y de las almas, me vi impulsado -que jamás fui político en el sentido estricto de la palabra- a la acción en el ejercicio de derechos sacratísimos de católico y español, y como consecuencia de su misma legitimidad, cinco veces procesado, varias encarcelado, confiscados mis bienes.

    ¿Qué, sino situación bélica, la que determinaba el acuerdo de asesinatos, de los que varios pudimos conocer por una buena confidencia de la organización del Requeté, y que me permitió avisar personalmente a los sentenciados por el plan Casares Quiroga? Calvo Sotelo, que de primera intención conseguimos de él se ausentara de Madrid, pero regresó indebidamente y encontró el martirio; Goicoechea, ocasionalmente en París, al que esperé en la estación del Norte a la llegada del sudexprés; Lamamié de Clairac, que quitamos de Madrid, marchando a San Juan de Luz, donde el general Muslera y los tenientes coroneles Baselga y Utrillas trabajaban en nuestro Estado Mayor; Serrano Jover, que representaba a Renovación Española en los trabajos de conspiración, y que con Gil Robles y conmigo formaban la seleccionada lista del “pacifista” Casares. Cuando fue a la Casa de Gil Robles, ya él tenía la misma confidencia -ignoro si por el mismo comisario Lino-, y tenía tomadas todas las precauciones… Con la sana doctrina sobre la rebeldía que habían explicado Senante, el primero, en su conferencia de Valencia; Vegas Latapié, Castro Albarrán, yo también había dado una conferencia en Granada y defendido en artículos, se hacía necesaria la acción de la fuerza contra la violencia tiránica e insoportable”.

    Incansable pregonero

    Para Fal Conde, protagonista en los pactos fundamentales del Alzamiento Nacional, éste tenía como grandes finalidades la restauración verdadera de la unidad católica y la eliminación total de los partidos políticos, para que España se gobernara en cristiano, con autoridad, y orgánicamente respetando la ordenación de las corporaciones sociales, puestas al día. Para el Alzamiento, definido, por Fal, “el día 18 de Julio, con un grito contra el liberalismo y la democracia, fue el fallo declaratorio de que teníamos razón, y el empuje de nuestras masas y el designio heroico que las llevó a la muerte fueron el sello digno de tal verdad”. Fal fue el incansable pregonero de que los partidos políticos eran lo más contrario al Alzamiento. Son palabras suyas: “El llamado Movimiento español, el glorioso Alzamiento del 18 de Julio, fue de España, de su ser social y natural, de su alma toda. Expresión feliz o acertada de ese levantamiento espiritual será un credo político, pero nunca un grupo, asociación o casta determinada, sino la autoridad misma como único natural intérprete del Alzamiento”.

    El 20 de abril de 1947, en el Aplec Nacional Carlista de Montserrat, Fal hablaba así: “Los resultados de las guerras civiles no se revisan; no se han revisado nunca en ningún país. El 18 de Julio no se revisará jamás. ¡Y ay del que lo intente! Porque en ello va algo trascendental que atacaría al orden natural y divino, ya que la contienda que empezó el 18 de Julio de 1936, más que una guerra civil fue una Cruzada santa, y la revisión de la Cruzada sería un perjuicio, una ofensa gravísima contra los requetés muertos del Tercio de Montserrat y de todos los Tercios que lucharon en la campaña; sería un sacrilegio, sería un atentado horrible contra nuestra sacrosanta religión”.

    Lo que escribía “Fabio”

    Probablemente, Fal habría podido repetir aquella frase atribuida a Felipe II tras el desastre de la Armada Invencible: “Envié mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos”. El carlismo se ha encontrado también en una lucha desigual contra los elementos… Pero Fal permanecerá como un prototipo majestuoso y sacrificado al servicio de Dios y de España, a través del carlismo. La entrega de su vida no fue violenta, pero sí gota a gota, hasta perder la propia voz, ofrecida por sus grandes ideales. Ha sido una víctima secreta, un recoleto y prudentísimo servidor del 18 de Julio. Ha sido la oposición más serena y más acusadora al papel de tránsfuga, tan acariciado por los eternos aprovechados.

    Fal conocía muy bien lo que había escrito “Fabio” -el inolvidable redactor de “El siglo Futuro”, el canónigo mártir Emilio Ruiz Muñoz-: “Hay un fenómeno psicológico, misteriosísimo, en los hombres del oportunismo. Con José Bonaparte fueron afrancesados. En las oscilaciones de Fernando VII entre la Constitución y la no Constitución, oscilaban ellos también, pegados siempre al partido que triunfaba. Entronizado el monarquismo constitucional, fueron monárquicos constitucionales. Triunfante la actual II República, son republicanos; si triunfara el socialismo, serían socialistas; si el bolchevismo serían bolchevistas, y tradicionalistas en cuanto triunfe el tradicionalismo, aunque tengan probado que es lo que más detestan… En Roma, antes del Pacto de Letrán, estaban con el Quirinal y con el Vaticano… Este caminar eterno no ha de compararse con el andar de Fausto buscando la verdad, sino con el andar del judío errante, modelo de oportunismo. El judío errante no tiene patria, y va de una en otra arrastrado por las vicisitudes del oportunismo, que ya lo trae acá, ya lo lleva allá, atento a la comodidad de hoy, y sin mirar si la comodidad de hoy será el desastre de mañana (…) Es esto como una psicología especial que no sufre escarmiento ni con los más horribles fracasos. A nosotros nos parece, en el orden intelectual, contra natura. Y nos recuerda el suplicio, que Dante da en su infierno a otros delitos contra natura” (…)

    Ha cumplido la consigna

    Los que pueden entender, que entiendan. Nosotros nos quedaremos con el 18 de Julio de 1936, con el Alzamiento Nacional, con la doctrina verdadera que puede salvar a España, empeñados rotundamente contra los partidos políticos, el sufragio universal, la democracia inorgánica y su consecuencia inevitable: el comunismo. Repetiremos con Fal Conde: “Todo pasa menos la palabra de Dios, que es eterna. Lo que parece irremediable, mañana será visto de otra manera. Porque las naciones no son de un día. Y porque todos los días y todos los tiempos están abarcados por la Providencia de Dios. Sigamos sirviendo con nuestra lealtad, que es inconfundible con otras lealtades, porque se rinde con abnegación y sin recompensa”. Éste ha sido Fal Conde. Otros, ante el juicio de Dios, presentarán sus méritos y sus responsabilidades en su papel de actores de la Cruzada. Fal Conde ha cumplido hasta el final la consigna con que culmina el “Devocionario del Requeté”: “Que cuando la muerte te llegue, cuando llegue tu día, la boina entre tus manos será una patente de merecimiento para el cielo, porque es testimonio de que confesaste a Cristo, y Él te confesará delante del Padre. ¡Boina bendita! Sangre del sacrificio, llama de amores puros, luz inextinguible de la verdad y color encendido del heroísmo. ¡Boina bendita, hasta la muerte!”

    En el martirologio español tenemos a otro héroe, Manuel Fal Conde. ¡Y de talla!

    Jaime TARRAGÓ


    Rodrigo dio el Víctor.
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