El monasterio de San Pedro de Arlanza es uno de los enclaves mágicos de la región, donde la historia y la leyenda se abrazan a orillas del serpenteante río Arlanza y cuyos ruinosos muros han sido testigos mudos de gestas épicas que dieron lugar al nacimiento de Castilla.
Ruinas del claustro del cenobio burgalés
Para llegar al monasterio es necesario coger la carretera que une las localidades burgalesas de Covarrubias y Hortigüela. Al pie de la calzada, en medio de una cerrada curva, aparece de repente, majestuoso, aunque arruinado, el cenobio, justo en medio de un soberbio emplazamiento en los rocosos cañones excavados en la roca por el Arlanza.
Este lugar fue el enclave elegido por el conde Fernán González para que reposaran sus restos, donde estuvieron desde su tránsito hasta el año 1841, época en que fueron trasladados a Covarrubias, emplazamiento donde hoy en día reposan. Imaginamos que en paz, porque cuenta la leyenda que sus restos se agitaban produciendo estruendosos ruidos dentro del sepulcro, cuando estaba por acontecer una batalla decisiva para la suerte de Castilla o España.
Lo sorprendente de esta historia es que en documentos del siglo XVI hay testimonios escritos que así lo avalan. Así por lo menos lo asegura Fray Antonio Yepes, abad benedictino a quien la congregación de San Benito le confió la crónica general de su orden. Y por supuesto en varios capítulos ahonda sobre uno de los monasterios más impresionantes que tuvo la castilla condal. Así recoge que «en ocasiones de grandes jornadas y empresas de armas, cuando ha de haber algún notable suceso en ellas, se oye un gran ruido en la tumba del conde Fernán González como animando a sus sucesores, y a su sangre, para que sigan por el mismo camino por donde él anduvo». Así lo testificaron los monjes benedictinos que poblaron este lugar hasta el 1841, en hechos tan importantes como la batalla de Belgrado (1456), cuando los cristianos vencieron al turco Maometo, o en la memorable Guerra de Granada, en el año 1492.
Sueños de victoria
La historia de la fundación del monasterio se sumerge de lleno en la leyenda, ya que algunos estudiosos aseguran que existió un primer cenobio fundado por el rey godo Recaredo, invocando además aquí el posible lugar de entierro de su emblemático sucesor, el rey Wamba. Otra sorprendente leyenda sitúa la fundación de Castilla en una cacería. Asevera la tradición que un enorme jabalí salió al paso de Fernán González y, que intentando darle caza, el conde perdió todo cuidado, yendo a caer a una cueva donde vivían tres anacoretas, Arsenio, Sylvano y Pelayo.
Éste último profetizó al noble castellano los grandes éxitos que tendría sobre los sarracenos y el logro de conseguir la independencia de Castilla. Cuando el conde volvió a aquel lugar, a dar las gracias, se encontró con que Pelayo había muerto, presentándose esa misma noche en sueños para aconsejarle sobre la disposición de tropas. Fue tal el éxito del conde que en su honor mandó edificar el suntuoso monasterio.
Sus primeros pobladores fueron la multitud de ermitaños que se escondían en las cuevas próximas. Años después llegó a albergar a 180 monjes (año 1200), siendo abad del mismo don Gaudio. Las reliquias de los primeros santos anacoretas estuvieron mucho tiempo en el monasterio hasta que fueron trasladadas a Covarrubias, lugar donde se veneran hoy en día. Claro que no fueron las únicas reliquias importantes que se albergaron en San Pedro de Arlanza .
Así lo recoge Fray Antonio Yepes: «Son tantas las que leí de confesores y mártires, que me pareció cosa prolija referirlas en este lugar, sólo diré de San Pedro y San Pablo, a quien la iglesia está dedicada, y de ellos hay dos reliquias notables: buena parte de un brazo de San Pedro, y un dedo de San Pablo. Hay ocho cuerpos de santos: San Vicente, Santa Sabina y Santa Cristeta, mártires; San Pelayo, San Arsenio y San Sylvano, y el santo abad García y el santo rey Wamba »
Una que particularmente llama la atención es el famoso Lignum Crucis que albergó el monasterio. Así lo describe el fraile benedictino: «hay un trozo grande en esta casa de la cruz en que padeció el Señor, dicen que la envió el papa Juan XI al conde. Está el Lignum Domini engastado en oro, con muy buenas labores, y en forma de la figura de la cruz, que llamamos de ordinario de Caravaca o de Santispíritus».
Reliquias y endemoniados
La sorpresa viene por los hechos que atestigua el clérigo: «Es ceremonia acostumbrada de la Orden de San Benito, en los Viernes Santos y las fiestas de la cruz, adorarla, postrándose todo el convento por el suelo, y en semejantes días son testigos todos los monjes que han hecho aquella ceremonia, que hay en el templo un olor perfectísimo, cual nunca se suele sentir en otras ocasiones. También el santo madero es remedio cierto contra endemoniados, y cuando se temen del hielo y el granizo ».
Otro hecho sorprendente sobre esta reliquia tiene relación con un obispo de Burgos que, ante las dudas que le surgían sobre la autenticidad de la reliquia, decidió arrojarla al fuego, sin que sufriera daño alguno. Es más, por lo visto apagó la lumbre de manera instantánea. Hoy en día se desconoce su posible ubicación.
Existen otras leyendas de las que no ha sido fácil rescatar ninguna crónica, como la que asegura que en un tablero enlosado en el pavimento se desarrollo una extraña partida. Por lo visto un templario se enfrentó a un visitante de galas negras con una sonrisa seductora: el mismo diablo.
Otra leyenda asegura que en la torre circular mejor conservada del monasterio son muchos los que han visto, cuando se oculta el sol, la figura de una fantasmal dama vestida con una túnica blanca. Otras tradiciones hablan de que existieron crímenes entre monjes, extremo que no hemos podido confirmar y de que en las ruinosas paredes del monasterio se hallan símbolos extraños que los estudiosos no han podido determinar aún su posible significado.
En definitiva un enclave mágico, el monasterio de San Pedro de Arlanza, que aún conserva vestigios de todo su esplendor y cuya visita indudablemente merece la pena y que ha sido gravemente expoliado durante siglos. Sus mejores piezas, tanto escultóricas como pictóricas, se encuentran en grandes museos, como el Prado madrileño, el Románico de Cataluña, el Metropolitan de Nueva York, el Arqueológico de Madrid etc
Dicen las malas lenguas que si este emblema de nuestra historia estuviera en otro país o comunidad, sería sin duda todo un símbolo y su estado de conservación rayaría en la excelencia. Que alguien tome nota, por favor...
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