En materia política el único dogma por el que rijo mis intervenciones es, en última instancia y finalidad, el del bien común de los españoles. Si yo estuviera convencido que con la República (por poner un ejemplo) se conseguiría mejor el bien común yo la defendería. Ahora bien, precisamente del estudio sosegado, no sólo de los antecedentes y experiencia histórico políticos españoles sino también de la doctrina política de nuestros maestros (no sólo del XVI, sino también de la época medieval o, mejor dicho, de la Cristiandad) he ido convenciéndome de la verdad de la Tradición política española, defendida tanto en la teoría como en la práctica por sucesivas generaciones, como el mejor garante de la consecución de ese bien común, por supuesto con todas las adaptaciones contingentes a la situación concreta actual española, pues no se trata de defender ningún "arqueologismo", esto está claro.En cuanto a la exposición de Martín Ant, le agradezco el tono, la forma y el fondo. Me parece de bastante calado la reflexión que lanza. En este sentido quiero decir que yo entiendo la tradición como la fuerza más importante de la Historia, pero no como un dogma.
De todas formas, aunque pudiéramos partir de concepciones distintas en nuestra respectivas afirmaciones, eso no quita, por supuesto, la posibilidad de un debate positivo. Pienso ahora mismo en la crítica constructiva que un tradicionalista jurista experto en nuestras instituciones y estructuras política tradicionales (pactismo, foralidad, etc...) como D. Juan Vallet de Goytisolo hizo a la obra del organicista krausista Joaquín Costa, el León de Graus, al margen de la distancia abismal de ideas que existía entre ambos.
Pues creo que esto lo firmaría ahora mismo gran parte de los foreros.Pero jamás me arrodillaré ante un bobalicón con apellido francés que nunca ha ido a la guerra, que sale de Palacio a escondidas de su Pueblo para "asuntos privados" y que en vez de presidir los Consejos de Ministros se va de caza, le es infiel a la Reina y abusa de la bebida. Ese hombre no solo no es virtuoso (y por tanto no merece ser tenido por Rey) sino que además es indigno de la posición que ocupa. La virtud del Rey (que no es exclusivamente la virtud católica, sino de la Ley Natural) es indispensable en una Monarquía.
Simplemente diría que el que esa persona que detente el poder político supremo lleve un apellido francés es algo indiferente siempre que cumpliera con los requisitos que usted señala en el párrafo. Por lo demás, siempre es bueno recordar que el actual "okupante" de La Zarzuela realmente, en puridad, no tiene un apellido francés, sino catalán: Puigmoltó, como buen descendiente de bastardo que es.
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