No dudo del valor regional, pero por favor, no caigamos en exageraciones y deformaciones propias del romanticismo y de una absurda contradicción de un complejo de inferioridad embutido en una mentalidad de ombligo del mundo.

Es verdad que es innegable la influencia nociva del virus del nefasto Romanticismo europeo (y especialmente del tradicionalismo y ultramontanismo francés) en el ámbito cultural y político español, que hacía defender a algunos cabecillas ideólogos trasnochados reivindicaciones fantasiosas basadas en un historicismo jurídico-político sin pies ni cabeza.

Pero esto sólo caló en corrientes minoritarias (aunque fuertemente influyentes en tanto que poseedoras de los resortes del poder político) mientras que la inmensa mayoría del pueblo español (tanto a nivel general como a nivel regional) apoyaba y sostenía a los verdaderos representantes (es decir, los realistas luego devenidos en legitimistas españoles o carlistas) de la auténtica tradición política española (no contaminada por el Romanticismo o tradicionalismo francés-europeo del movimiento de la Restauración postnapoleónica y totalmente extranjero y extraño a la Tradición jurídico-política española, tanto general como regional).

En cambio a los que sí influyó esa ideología tradicionalista-romanticista extranjera fueron, por un lado, de manera decisiva y orgánica a los gérmenes de los nacionalismos-separatismos periféricos, y, por otro lado, aunque -bien es cierto- de manera más suave y accidental, pero no por ello menos visible y patente, a los neocátolicos españoles isabelinos.

Voy a poner próximamente en otro hilo nuevo, para no desviarnos más del tema propio de éste, un texto definitivo del Maestro Canals que creo pone las cosas en su sitio en lo que a este aspecto se refiere.