Castilla es el sueño de Sevilla
A diferencia de los nacionalistas, los sevillanos no se pasan el día preguntándose quiénes son y por eso se limitan simplemente a ser, que es lo que hace la gente construida correctamente, sin complejos identitarios ni 'tam-tams' tribales
José F. Peláez
El 23 de noviembre de 1248, el caíd almohade Axataf de Ysbilia entregó las llaves y el pendón de Sevilla a Fernando III, rey de Castilla y de León. Ayer celebrábamos, por lo tanto, el 775 aniversario de la reconquista de Sevilla por parte de las tropas castellanas. Todo esto en Sevilla se celebra por todo lo alto, por supuesto. Pero ustedes no se han enterado porque en Castilla y León nos da exactamente igual. Algunos piensan que todo esto son cosas de fascistas y, en cualquier caso, preferimos centrarnos en cosas de verdad importantes como, por ejemplo, decidir si tras ochocientos años juntos somos una realidad política, una formalidad administrativa o la carta a los Reyes Magos de Rodolfo Martín Villa. Y si sobra algo de tiempo lo utilizamos en dirimir si El Bierzo es León, si Ponferrada es El Bierzo y si Compostilla es Ponferrada.
Pero en Sevilla no tienen estos problemas porque no solo son universales sino que, además, lo saben. A diferencia de los nacionalistas, los sevillanos no se pasan el día preguntándose quiénes son y por eso se limitan simplemente a ser, que es lo que hace la gente construida correctamente, sin complejos identitarios ni 'tam-tams' tribales. Y celebran la llegada de Castilla y de León como se celebra la llegada del hombre a la luna. Porque, en realidad, ellos son tan Castilla como nosotros, conviene recordarlo. Aunque muchos tienden a pensar en Castilla como 'las dos Castillas', la Corona de Castilla es otra cosa, algo más amplio en lo geográfico y no les digo ya en lo cultural. Y como aquí no somos capaces de liderar esa 'Commonwealth' afectiva me temo que acabarán liderándola desde Castilla del Sur, donde no tienen estos problemas. Antes de ayer me encontraba en Sevilla y vi, de nuevo, a la Macarena luciendo el escudo de Castilla y León en su manto. El mismo escudo me lo encontré en la Torre del Oro, en los Reales Alcázares, en San Lorenzo o en la Catedral. Miren, abreviando: en Sevilla te encuentras el escudo de Castilla y León en todos los sitios porque la verdad es la que es y la historia no se puede prostituir. A no ser que haya una investidura por medio. Y muy poca vergüenza. Pero si uno entra en la Capilla de los Reyes de la Catedral y ve las tumbas de Fernando III, de Beatriz de Suabia, de Alfonso X 'El Sabio', de Pedro I 'El Cruel', de María de Padilla y del hijo de estos últimos, Alfonso de Castilla, junto a su hermano Juan de Castilla, le da que pensar. Porque esos son 'nuestros' reyes. Sin ir más lejos, Fernando III fue coronado en nuestra ciudad, organizando, según leo a Javier Rubio, una procesión solemne como único fasto. Y ese mismo fue quien reconquistó los Reinos de Murcia, de Jaén, de Córdoba y de Sevilla. Es decir, que detrás de él ya solo faltaba Granada.
Y da gusto pasear por Sevilla y ver el respeto que tienen por su historia, que es la nuestra. Y el respeto que tienen por Valladolid, ya se lo digo yo. Por Delibes, por Zorrilla, por Vicente Escudero, por Roberto Domínguez. Las referencias son constantes y quien quiera contraponer Valladolid a Sevilla, así, en general, a lo bestia, lo más probable es que no conozca a ninguna de las dos, porque Sevilla es la sublimación de lo castellano. Son capas superpuestas, todo lo sevillano tiene en su germen lo castellano, pero lo trasciende. Eso no quiere decir que lo supere, solo que Sevilla asume Castilla y sigue creciendo, desde la Capilla Real, hacia sí misma, mientras que nosotros nos miramos en el espejo y nos hacemos pequeños, como si debiéramos algo a alguien. Comparar es absurdo y, además, no encuentro nada más degradante que la rivalidad entre hermanos, que, siendo tan diferentes, son, a su manera, insuperables. No somos los Gallagher.
En Valladolid se fundan las primeras hermandades a finales del siglo XV y, en 1531, nace la cofradía de Pasión. En 1535, es fundada, también por vallisoletanos, la cofradía de Pasión en Sevilla, a imagen y semejanza de su hermana vallisoletana. Los vínculos son incesantes porque ambas ciudades tienen mucho en común. Por ejemplo, Cervantes. Junto con Madrid son las grandes capitales del Siglo de Oro español y fueron los centros más importantes de protestantismo en la península. De ahí la posterior ansia contrarreformista, de ahí la producción ingente de imágenes, de ahí que reine el catolicismo más icónico en cada calle y de ahí nuestras Semanas Santas. Porque nada en el mundo ha creado tantas esculturas como los iconoclastas y, si el arte antiguo tiene como objeto mostrárselas al islam, el Barroco quiere mostrárselas a Lutero. En el caso de Sevilla, quiere, además, mostrárselo a la calle, para dejar clara la conversión pública al catolicismo. De ahí las saetas en los balcones. En Valladolid eso no hace falta, se da por descontado el castellanismo viejo y una demostración de más habría sido, por entonces, sospechosa. Pero si Valladolid es una ciudad de Cristos, Sevilla es mariana: no deja de ser una provocación adorar a una mujer delante de quienes no tenían esposas sino esclavas.
En 2048 en Sevilla celebrarán el 800 aniversario. Como es lógico la ciudad se paralizará, porque no tienen complejos y porque se respetan lo suficiente como para que lo que opinen desde fuera les traiga sin cuidado. Quizá nosotros, ese día, estaremos pensando en la estructura hídrica de la Comunidad, en trazados alternativos para la Autovía del Duero o en si en los lobos deben tener más derechos que las terneras. Por supuesto, no irá nadie en representación, porque no creo que esto esté recogido en el estatuto y no hay transferida ninguna competencia de 'liderazgo histórico'. O sea, que, para que nadie se enfade, se enfadarán todos. Y fundamentalmente nos enfadaremos nosotros, que constataremos que seguimos sin comprender nuestro papel decisivo en la conformación de la historia de España y de América. El día que la Castilla histórica despierte y más allá de localismos absurdos nos tratemos como los hermanos que somos y entendamos que, sin ser más que nadie, jamás vamos a aceptar que nos traten como si fuéramos menos o que menoscaben nuestros derechos y nuestra historia, quizá podamos mandar a la paletada nacionalista –y a sus socios– a las cloacas de sus muros. Y quién sabe si, para entonces, podremos soñar con celebrar cada efeméride de la Vieja Castilla como lo que es: una celebración tan universal como propia.
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