DE LO LOCAL A LO NACIONAL. MEMORIA E IDENTIDAD EN LOS
PRIMEROS AÑOS DEL FRANQUISMO EN CATALUÑA1.
Carles Santacana
Universitat de Barcelona
No cabe duda que el régimen franquista tenía una política de la memoria muy definida. Más
todavía, que en el uso de la memoria fundamentaba buena parte de la retórica que devino
mínimo común denominador de los diversos sectores que convergieron en el nuevo bloque de
poder. En este sentido, las referencias a esa parte del pasado que ahora se reivindicaba desde
el poder franquista, y que en algunos aspectos incluía un sinnúmero de continuidades, se
hacían omnipresentes. Se encontraban en la escuela, en las denominaciones de los edificios
públicos, en las fiestas y conmemoraciones, en los discursos oficiales que transmitía la radio y
la prensa, y un largo etcétera. La celebración de efemérides era muy amplia, y añadía al
calendario católico tradicional, que debía recuperar su sentido “nacional”, una gran cantidad
de fechas importantes para la “Nueva España”. Vale la pena citar algunas para hacerse idea de
esa efervescencia conmemorativa, sobre todo en los primeros años del régimen: día del
estudiante caído, fiesta de los mártires de la tradición, día de la Victoria, fiesta de la
Unificación, fiesta nacional de la Independencia, aniversario de la muerte de Calvo Sotelo, el
día del Glorioso Movimiento Nacional, el día de los excautivos, el día del Caudillo, la fiesta
de la Raza o de la Hispanidad, la conmemoración del discurso fundacional de Falange, la
fiesta de los caídos, el aniversario de la muerte de José Antonio, además de la fiesta de la
“liberación” de cada localidad.
Este contexto, que no hacemos más que describir someramente puesto que no es el objetivo
de este trabajo, pone de relieve el papel central de la memoria para definir la identidad
española que promovía el régimen franquista. En cualquier parte de España, este discurso
central debía disponer de anclajes precisos en cada territorio. O dicho de otra manera,
ejemplos locales que sirviesen para reforzar el discurso general, y que permitieran engarzarlo
a la historia más próxima. Obviamente, el papel que debía tener esta mirada a la proximidad
era absolutamente subsidiaria, y lógicamente suponía incorporar una nueva visión sesgada de
la historia local o provincial de cada territorio, en la cual se privilegiaban supuestos héroes,
batallas victoriosas, clérigos y religiosos, o próceres locales de indudable orientación
conservadora y católica.
Este esquema general tomaba un sentido específico allí donde el discurso y la reivindicación
de la memoria que fabricaba el franquismo no sólo debía liquidar la memoria liberal,
republicana u obrerista, sino que además tenía ante sí la conformación de identidades
nacionales que se presentaban, en mayor o menor grado, como alternativas a la española.
Lógicamente, estos procesos de creación de identidades alternativas también habían ido
generando unas políticas de memoria que las afianzaban, y que tenían en su base un
determinado papel de la historiografía, en este caso la de corte catalanista. Esta situación
obligaba a los vencedores de 1939 a promover una total reinterpretación del pasado catalán,
que debía incardinarlo perfectamente en un proyecto español de raíces inmemoriales. La
reinterpretación pasaba por una idea-fuerza fundamental: el catalanismo había conseguido
engañar al pueblo catalán haciéndole creer aberrantes utopías, pero especialmente
engañándolo en el conocimiento de la propia historia. Esta era la tesis principal de Ferran
Valls i Taberner, convertido en Fernando en 1939, que expuso meridianamente en su artículo
“La falsa ruta”, publicado en el diario “La Vanguardia” el 15 de febrero de 1939 y
repetidamente citado. Valls, militante de la Lliga, y conspicuo historiador del catalanismo
moderado y conservador, que era uno de los autores de una historia de Cataluña destinada a
los escolares catalanes de la década de 1930, es el mejor ejemplo de adónde podía llevar la
radicalización provocada por la Guerra Civil. En este caso, llegando a contradecir toda su
obra anterior.
La negación de la historia de Cataluña que había propuesto el catalanismo fue, pues, el
objetivo principal de amplios sectores de la intelectualidad franquista catalana, que se dedicó
a una labor de reinterpretación y revisionismo2. Para ello fue necesario eliminar de la escena a
historiadores como Pere Bosch i Gimpera o Ferran Soldevila, que tuvieron que exiliarse3, así
como hacer pasar una especie de cuarentena a jóvenes como Jaume Vicens i Vives, que
deberían encontrar acomodo en la nueva situación.
Leyendo hasta aquí, cabría preguntarse ahora, ¿y qué tiene que ver el ámbito local en esta
disputa entre una identidad y memoria franquista, y otra de catalanista-democrática? ¿Es un
elemento relevante? Como intentaremos demostrar en base a un par de casos concretos,
creemos que sí, por su alto nivel operativo (era muy fácil en las sociedades de la primera
mitad del siglo XX señalar la identificación entre los individuos y un determinado espacio
concreto y determinado, local en definitiva) y también por la posible ambigüedad de las
interpretaciones que podía generar el ámbito local, un grado de ambigüedad mucho mayor
que el ámbito nacional o estatal. O, dicho de otra manera, porque explotar a fondo las
identidades locales, en base a construir o fortalecer una determinada memoria local, podía
tener posteriormente correlatos diferentes. Esa identidad local podía adscribirse o entenderse
mejor en relación o subsidiariamente a otras identidades de ámbito provincial, regional,
nacional o estatal. Y ahí precisamente radica el interés en explorar la función que tuvieron
esas identidades locales y su fundamentación histórica en el contexto de ese combate cultural
y político.
De otro lado, la explotación de las referencias más próximas daba como resultado un relato
del pasado más edulcorado, en el cual las anécdotas podían suplir con mayor facilidad a los
análisis, y donde el recurso al panteón de las glorias locales podían ayudar a exaltar una
determinada visión de cada comunidad local, en base al valor eterno de la tradición, aunque
esta fuera completamente inventada, y dando realce a los momentos o episodios en que la
comunidad se mostrara más unida y en vida harmónica, sin conflictos internos.
El fortalecimiento del simbolismo del mundo local podía ser muy útil para combatir la
afirmación nacional que estaba en la base de los nacionalismos reivindicativos. Más todavía,
también se contemplaba la potenciación de identidades provinciales, que podrían ser útiles en
la misma dirección. Finalmente, la explotación del localismo podía ser útil también como
mínimo común denominador de las derechas locales, deviniendo un elemento de
homogeneización entre los diversos grupos del bando franquista.
Antes de abordar dos dinámicas específicas de este fenómeno en el caso catalán, no podemos
olvidar que este proyecto franquista se planteaba para toda España, y que fue teorizado desde
las altas instancias de la cultura oficial, especialmente el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, que promovió una extensa red de centros de estudios locales vinculados a las
diputaciones provinciales, que dio vida a instituciones muy importantes por su extensa
trayectoria y diversidad temática4. Véamos, pues, algunas muestras de esas tensiones en la
Cataluña franquista entre discurso histórico, mercado cultural e implicaciones de la política
cultural oficial.
El leridanismo
el leridanismo5 es el caso más evidente del intento de construir un entramado cultural local
que tuviese una operatividad política oficial en la Cataluña franquista. Se trataba,
senzillamente, de explotar las tensiones ya tradicionales entre la ciudad de Lleida y la de
Barcelona, para aislar la demarcación leridana del conjunto catalán. Tenía, pues, una triple
significación. En el interior de la ciudad de Lérida era la construcción de un imaginario local
totalmente conducido por las autoridades locales franquistas, que definiría así la imagen ideal
de la ciudad. En segundo lugar, ese imaginario conducido por las jerarquías de la ciudad de
Lérida tenía el propósito de convertirse en un proyecto cultural de ámbito provincial. Se
convertía, así, en reivndicación del ámbito provincial, que tradicionalmente se asimilaba a las
tendencias políticas centralistas6, y radicalmente opuesto a la reivindicación comarcalista
propia del catalanismo. En tercer lugar, esa unidad del conjunto provincial leridano le daba
suficiente entidad específica para situarse al margen de cualquier visión unitaria de Cataluña,
ni que fuese de calado estrictamente regional. Fruto de esa tercera significación, el
leridanismo acabó afirmando que Lérida no era catalana.
En la construcción de este discurso tuvo un papel central el Instituto de Estudios Ilerdenses,
creado en 1942 por la diputación provincial, y que resultó ser la mejor simbiosis entre el
aparato político local y provincial y el proyecto cultural-político. El IEI fue la máxima
expresión de ese leridanismo, una concepción que se debe distinguir de su equivalente en
catalán, el “lleidatanisme”. A pesar de que se trate de la misma palabra, sólo que escrita en
catalán o en castellano, su significado era diferente. El “lleidatanisme” era una afirmación
local que hacía bandera de la crítica al supuesto o real papel absorbente que ejercía Barcelona
sobre el conjunto de Cataluña. De esta manera, el “lleidatanisme” era una crítica a la
macrocefalia barcelonesa, que actuaría desertizando el resto del país, y perjudicaría a ciudades
como Lérida. No obstante, en ningún caso el “lleidatanisme” se caracterizaba por negar la
pertenencia de la demarcación a una realidad catalana. En cambio, el leridanismo impulsado
por las autoridades franquistas y el IEI sí. El interés de este nuevo fenómeno es su enorme
capacidad para ser divulgado, y los diversos registros en que podía expresarse. Lógicamente,
si su divulgación hubiese quedado reducido al IEI, no habría sobrepasado los ámbitos
académicos. Lo importante es que ese laboratorio tenía otras vías de difusión, especialmente
el diario local La Mañana, que era el diario local de referencia. También contaba con otras
publicaciones de menor difusión, como Ciudad e Ilerda. El leridanismo fue decisivo en la
vida cultural y política de la Lérida franquista. La persistencia de sus argumentaciones es la
prueba más concluyente, de la misma manera que su caducidad, ya que prácticamente
desapareció al mismo tiempo que el régimen franquista. El conjunto de su argumentación se
encuentra condensado en la obra de Antonio Hernández Palmés, consejero de número del IEI
desde 1947, que publicó en 1963 Lérida entre Aragón y Cataluña, en la geografía y en la
historia. La argumentación de este libro sostenía el carácter particular y autónomo de Lérida
respecto del conjunto catalán, al mismo tiempo que su decidida españolidad, fenómenos que
ya se podría rastrear en los caudillos íberos Indibil y Mandonio. La conclusión final del libro
era muy clara: “A la vista de los antecedentes y fundamentos de todo orden, anteriormente
expuestos, es forzoso llegar a la conclusión de que Lérida no es catalana ni aragonesa. Lérida
es leridana”7. Y añadiría, todavía, que esa era su manera de ser española, de lo que se deducía
la contradicción entre la adscripción leridana a la nación española y su posible pertenencia a
una región catalana.
La identificación de las autoridades locales con este discurso hacía muy difícil que
apareciesen disidencias. No obstante, se publicaron dos obras que podemos considerar
plenamente en este carácter disidente. La primera son los tres volúmenes escritos por el
historiador Josep Lladonosa con el título La ciutat de Lleida, aparecidos entre 1955 i 1959,
que resituaba la història de la ciudad en la ortodoxia anterior a 1936. La segunda, de carácter
más polemista fue el ensayo colectivo Lleida, problema i realitat8, editado en 1967, y que era
una respuesta clara a las tesis leridanistas, y a sus posibles efectos, como la adscripción de
Lérida a una nueva área definida por los sindicatos oficiales como Valle del Ebro. Como no
hace falta destacar, la segunda obra tuvo mayor impacto público, tanto por su carácter, sus
autores y el momento de publicación, pero la primera había sido imprescindible, dado el
enorme peso de la argumentación histórica en las dos tesis en disputa.
El barcelonismo, un ismo más ambiguo
En la década de 1940, la ciudad de Barcelona se convierte en un espacio en el que se
contraponen las imágenes y los lugares de la memoria, o sobre los cuáles se elaboran
significaciones diferentes. Des de mediados del siglo XIX Barcelona había sido pensada
como la capital cultural catalana9, y éste era el papel que había ejercido en la creación de
infraestructuras culturales y en la reivindicación de su papel histórico. Ahora, en 1939, esta
imagen había de ser substituida por la de una Barcelona que había errado dejándose llevar por
los caminos del catalanismo, y que debía recuperar su papel de gran ciudad española, sin
veleidades pancatalanas. Además, también debía borrar la imagen de ciudad socialmente
conflictiva, en que obreros y burgueses se habían enfrentado. ¿Quién debía protagonizar esta
nueva etapa cultural en una ciudad de estas características? Difícilmente era aplicable a este
caso la estrategia de los institutos provinciales, reservada a casos más estrictamente locales.
Barcelona, en cambio, era por sí sola la imagen del llamado “problema catalán”. Por eso fue
clausurado el Institut d’Estudis Catalans, y se intentó sustituir por un Instituto de Estudios
Mediterráneos, totalmente ineficaz. Por la misma razón por la cual la Biblioteca de Catalunya
pasó a denominarse Biblioteca Central. Para los franquistas, la catalanidad vivida de forma
natural y sin consecuencias políticas en otras zonas del territorio catalán, en especial en el
mundo rural, se convertía precisamente en Barcelona en un problema político. Era aquí donde
esa catalanidad natural de las gentes se había transmutado en catalanismo político. Vistas así
las cosas, en la ciudad de Barcelona la cuestión local y la nacional catalana se entrecruzaban
contínuamente.
Es en este contexto en el que tomó cuerpo el fenómeno del barcelonismo. Nos referimos a un
fenómeno con amplio eco ciudadano y múltiples formas de expresión, que incluso podía
responder a intencionalidades diferentes. De hecho, la recreación nostálgica y sentimental del
pasado de la Ciudad Condal no era un fenómeno nuevo. Lo que sí resultaba nuevo es que la
eliminación de otras formas de abordar el análisis del pasado había convertido a este
barcelonismo en la forma hegemónica. Su éxito fue notable, y su difusión muy importante
gracias a los diversos registros con que contaba. Podemos incluir en esta visión edulcorada
del pasado, que miraba mucho hacia la Edad Media y a un siglo XIX sin conflictividad social,
las obras de Joaquim Maria de Nadal, que incluso llegó a conseguir que hiciese fortuna la
denominación de “barcelonerías” aplicada a este tipo de recuerdos, anécdotas y curiosidades
más o menos intrascendentes de una historia amable de la ciudad. En realidad, con el título
Barcelonerías, publicado en 1942, la editorial Dalmau y Jover inició su colección “Barcelona
y su historia”, en la que también publicaron importantes autores, como el folklorista Aureli de
Capmany, con El café del Liceo, el teatro y sus bailes de máscaras (1943), el historiador del
arte Josep F. Ràfols, El arte modernista en Barcelona (1943), Rossend Llates, Las fiestas
populares barcelonesas (1944) o Agustí Esclassans, Jacinto Verdaguer (Un siglo de
Barcelona) (1944). En la misma línea actuaba la editorial Aymà, que creó tres colecciones en
la órbita de este barcelonismo. De un lado, “Barcelona, histórica y monumental”, dirigida por
Agustí Duran i Sanpere, director del Instituto Municipal de Historia. De otro, “Barcelona,
divulgación histórica”, que compilaba los textos emitidos en un programa de Radio Barcelona
por iniciativa del Instituto Municipal de Historia. Finalmente, la colección “Civitas”, sobre
monumentos barceloneses.
También las obras literarias de Carles Soldevila, como por ejemplo Un siglo de Barcelona
(1946) o Guía de Barcelona (1951), dentro de una amplia serie de publicaciones. Pero todavía
más importante fue la difusión de este tipo de contenidos a través de programas radiofónicos
y de la amplificación de sus argumentos en periódicos y revistas barcelonesas dirigidas al
público en general. Y a un público culto, como por ejemplo la revista Destino. El desarrollo
del género fue tan amplio que incomodaba a algún historiador. Jaume Vicens i Vives, que se
acababa de reintegrar a la Universidad de Barcelona, afirmaba en 1948 que con “el diluvio de
detalles respecto a los paseos, las calles, las fuentes, los monumentos (...) y las costumbres,
diversiones y cerimonias, procesiones y cabalgatas” estaban “ahitos de tanto folklore y tanto
provincianismo”
La significación de este barcelonismo es mucho más ambivalente que la del leridanismo. Se
puede considerar como una desvirtuación y suplantación del papel de Barcelona como capital
de Cataluña, que ahora quería olvidar ese papel histórico para así hacer más fácil su encaje en
la España franquista. No obstante, también hay autores que defienden que ese barcelonismo
era una forma de camuflar, a través del localismo barcelonés, un sucedáneo de un catalanismo
que no se podía expresar. Si en el caso leridano el organismo cultural de referencia del
leridanismo era el IEI, en el caso del barcelonismo debemos fijarnos en el Instituto Muncipal
de Historia y en la figura que aglutinó sus diversos servicios, el historiador y archivero Agustí
Duran i Sanpere. Duran trabajaba en el archivo histórico de Barcelona desde 1917 y se había
destacado durante la Guerra Civil al frente del Servei de Protecció d’Arxius de la Generalitat.
En 1939 superó el proceso de depuración10 y fue confirmado en la dirección del Archivo
Histórico de la Ciudad. En esa situación impulsó un ambicioso proyecto, que el 1943 dió
lugar a la creación del Instituto Municipal de Historia, del que formaban parte el Museo de
Historia de la Ciudad y el Museo de las Artes y las Tradiciones Populares. La inauguración
del primero de los museos se hizo coincidir con el 450 aniversario del descubrimiento de
América y se llevó a cabo en el salón del Tinell, donde se suponía que los Reyes Católicos
habían recibido a Colón en abril de 1493. No se escapa a nadie la enorme significación del
hecho histórico elegido en el ambiente de la España imperial de los primeros años cuarenta. A
pesar de ello, algunos colaboradores de Duran consideran que estos hechos eran simplemente
una forma de adaptarse a la nueva realidad cultural y política, pero que en realidad ese
barcelonismo no era ni tan solo un sucedáneo de la catalanidad, sino una manera indirecta de
practicarla, circunstancia por la cual la censura les vigilaba de cerca. En realidad, sorprende
que el propio Duran escriviese, en 1946, que el conocimiento de esa historia local era una
escuela de ciudadanía, un concepto no muy bien visto en aquella conyuntura.
La figura de Duran11 nos permite captar la complejidad que se escondía detrás de las
unanimidades del franquismo. Historiador consagrado desde la década de 1920, director del
archivo municipal con las autoridades republicanas, responsable del salvamento de los
archivos en plena Guerra Civil, consigue superar la depuración municipal y dos juicios
sumarísimos, y tiene en la década de 1940 un papel poliédrico: director del Instituto oficial,
que utiliza esta plataforma para divulgar un barcelonismo de circunstancias, al mismo tiempo
que impulsor de la actividades clandestinas del Institut d’Estudis Catalans, y muy pronto
hombre puente con el movimiento de estudiosos locales ajenos al mundo universitario,
algunos claramente identificados con el catalanismo de antes de 1936.
Otra reivindicación de lo local
Obviamente, el leridanismo y el barcelonismo representan situaciones diferentes, pero no son
los únicos modelos que se dieron. En Tortosa, por ejemplo, se dió más alas al ya tradicional
tortosinismo, de intencionalidad similar a la ilerdense. En el ámbito gerundense, en cambio, el
impulso por parte de las instituciones políticas oficiales no pretendió hacer tabla rasa, de
manera que surgieron centros de estudios locales y comarcales que no despreciaban la
tradición anterior a 1936.
En cualquier caso, lo que sí supuso una nueva vía de promoción de estudios locales menos
contaminados por el proyecto franquista fue el fenómeno de las asambleas intercomarcales de
estudiosos, iniciadas en 1950 en la localidad de Martorell12. Fue en ese marco donde jóvenes
investigadores, algunos vinculados ya a la universidad, como Joan Mercader, dieron un
impulso que conectaba con muchas de las sensibilidades de la historia local anterior a 1936.
Uno de los nexos más evidentes fue Josep Iglésies, geógrafo e historiador, secretario de la
ponencia de la división territorial republicana, que jugó un papel fundamental. Para estos
sectores, la investigación local y la reivindicación de las comarcas eran dos objetivos que se
fundían en su incipiente movimiento, y en ese sentido su labor cabe calificarla como de
resistencia cultural13. No obstante, las dificultades materiales y legales, la necesidad
ineludible de contar con el apoyo de algunos dirigentes políticos oficiales, y el fracaso, ya en
la década de 1960, por conectar eficazmente con el mundo universitario, marcaron las
limitaciones a esta propuesta.
Sin embargo, y a pesar de todo, la labor de las asambleas, con los centros de estudios14 que
contribuyó a crear, junto a las tareas más infraestructurales de las instituciones oficiales
barcelonesas antes mencionadas, fueron el caldo de cultivo para el surgimiento, ya en la
década de 1970, de una nueva historia local renovada y notablemente conectada con la propia
renovación universitaria, que dió por superada absolutamente la manipulación de casos como
el leridanismo, y la historia amable que había propugnado, por convencimiento o por
necesidad, el barcelonismo.
1 Esta comunicación se inscribe en el proyecto de investigación BHA2002-01500. Una argumentación parecida,
aunque mucho más detallada y pensada más específicamente para el público catalán, fue presentada como
ponencia en el congreso de historia local de L’Avenç, en noviembre de 2003.
2 Véase, en este sentido, una amplia panorámica en Agustí G. Larios, Xavier Pujadas i Carles Santacana, “Els
intel.lectuals catalans durant la dictadura franquista”, en Jordi Casassas (coord.), Els intel.lectuals i el poder a
Catalunya (1808-1975), Pòrtic, Barcelona, 1999, pp. 325-392. También, centrado en la década de 1940, Joan
Samsó, La cultura catalana entre la clandestinitat i la represa pública (1939-1951), Publicacions de l’Abadia de
Montserrat, Barcelona, 1994, 2 vols.
3 Los efectos de 1939 en la historiografia y la intelectualidad catalana han sido bastante estudiados. Las dos
obras más recientes y específicas son las de Jaume Claret, La repressió franquista a la universitat catalana,
Eumo, Vic, 2003; y la de Enric Pujol, Història i reconstrucció nacional. La historiografia catalana a l’època de
Ferran Soldevila, 1894-1971, Afers, Catarroja, 2003.
4 En relación a esta cuestión son fundamentales los diversos artículos de Miquel Marín. El que encaja mejor con
lo que se explica en esta comunicación es “’Por los infinitos rincones de la patria...’. La articulación de la
historiografia local en los años cincuenta y sesenta”, en Pedro Rújula e Ignacio Peiró, La historia local en la
España contemporánea, L’Avenç/Universidad de Zaragoza, 1999, pp. 341-378. Como muestra concreta de las
actividades y funcionamiento de algunos de estos centros de estudios, véase Vicent Gabarda, Institución
“Alfonso el Magnánimo”. Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1947-1997, Diputació provincial de
València, 1997; y Jorge Uría, Cultura oficial e ideología en la Asturias franquista: el I.D.E.A., Universidad de
Oviedo, 1984.
5 La mejor aproximación al significado del leridanismo en Miquel Pueyo, Lleida: ni blancs ni negres, però
espanyols, Edicions 62, Barcelona, 1984.
6 Para introducirse en esta cuestión, véase la primera parte de Carles Santacana, “Política y ordenación territorial
en Cataluña durante la transición y la autonomía”, Anales de Historia Contemporánea, 20, Universidad de
Murcia, 2004, en prensa. Más extensamente, Jesús Burgueño, Història de la divisió comarcal, Dalmau,
Barcelona, 2003, donde se explica con detalle la vinculación entre catalanismo y reivindicación comarcal, por
contraposición a una división provincial que se asimilaba al centralismo.
7 Antonio Hernández Palmes, Lérida entre Aragón y Cataluña, en la geografía y en la historia, Lérida, Instituto
de Estudios Ilerdenses, 1963, pp. 18.
8 J. Lladonosa, F. Porta, S. Miquel, F. Vallverdú, J. Gabernet, Lleida, problema i realitat, Barcelona, Edicions 62,
1967.
9 Una explicación de este proceso anterior a 1939 en Stéphane Michonneau, Barcelona. Memòria i identitat:
monuments, commemoracions i mites, Eumo, Vic, 2002.
10 Sobre el papel de Duran durante la Guerra Civil y su depuración posterior véanse los artículos de Clara
Estrada y Jaume Enric Zamora incluídos en Clarianes de la Memòria. Any Duran i Sanpere, Lleida, Institut
d’Estudis Ilerdencs, 2001.
11 El prestigio acumulado desde la década de 1920 y sus relaciones personales en la posguerra son puestas de
relieve en la reciente biografía de Josep M. Muñoz Pujol, Agustí Duran i Sanpere. Temps i memòria, Barcelona,
Proa, 2004.
12 Véase su primer publicación, I Asamblea Intercomarcal del Penedès y Conca d’Òdena, Martorell, 1952
13 Años más tarde Josep Iglésies rememoraba esos objetivos en “Vint-i-cinc Assemblees Comarcals
d’Estudiosos”, Serra d’Or, 257 (febrero 1981), pp. 25-26.
14 Sobre los centros de estudios locales, que tomaron importancia ya en la década de 1950 y siguiente, véase
Xavier Garcia, Història i cultura local a Catalunya al segle XX, El Mèdol, Tarragona, 2002. También Carles
Sapena, Els centres d’estudis, Quaderns de la Revista de Girona, Girona, 2002.
Última edición por Lo ferrer; 29/09/2009 a las 02:40
"Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya
que ahir abrigava el món,
i avui és com lo cedre que veu en la muntanya
descoronar son front"
A la Reina de Catalunya
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