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Tema: Leridanismo y barcelonismo durante el franquismo

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    Leridanismo y barcelonismo durante Franco

    DE LO LOCAL A LO NACIONAL. MEMORIA E IDENTIDAD EN LOS
    PRIMEROS AÑOS DEL FRANQUISMO EN CATALUÑA
    1.


    Carles Santacana
    Universitat de Barcelona


    No cabe duda que el régimen franquista tenía una política de la memoria muy definida. Más
    todavía, que en el uso de la memoria fundamentaba buena parte de la retórica que devino
    mínimo común denominador de los diversos sectores que convergieron en el nuevo bloque de
    poder. En este sentido, las referencias a esa parte del pasado que ahora se reivindicaba desde
    el poder franquista, y que en algunos aspectos incluía un sinnúmero de continuidades, se
    hacían omnipresentes. Se encontraban en la escuela, en las denominaciones de los edificios
    públicos, en las fiestas y conmemoraciones, en los discursos oficiales que transmitía la radio y
    la prensa, y un largo etcétera. La celebración de efemérides era muy amplia, y añadía al
    calendario católico tradicional, que debía recuperar su sentido “nacional”, una gran cantidad
    de fechas importantes para la “Nueva España”. Vale la pena citar algunas para hacerse idea de
    esa efervescencia conmemorativa, sobre todo en los primeros años del régimen: día del
    estudiante caído, fiesta de los mártires de la tradición, día de la Victoria, fiesta de la
    Unificación, fiesta nacional de la Independencia, aniversario de la muerte de Calvo Sotelo, el
    día del Glorioso Movimiento Nacional, el día de los excautivos, el día del Caudillo, la fiesta
    de la Raza o de la Hispanidad, la conmemoración del discurso fundacional de Falange, la
    fiesta de los caídos, el aniversario de la muerte de José Antonio, además de la fiesta de la
    “liberación” de cada localidad.
    Este contexto, que no hacemos más que describir someramente puesto que no es el objetivo
    de este trabajo, pone de relieve el papel central de la memoria para definir la identidad
    española que promovía el régimen franquista. En cualquier parte de España, este discurso
    central debía disponer de anclajes precisos en cada territorio. O dicho de otra manera,
    ejemplos locales que sirviesen para reforzar el discurso general, y que permitieran engarzarlo
    a la historia más próxima. Obviamente, el papel que debía tener esta mirada a la proximidad
    era absolutamente subsidiaria, y lógicamente suponía incorporar una nueva visión sesgada de
    la historia local o provincial de cada territorio, en la cual se privilegiaban supuestos héroes,
    batallas victoriosas, clérigos y religiosos, o próceres locales de indudable orientación
    conservadora y católica.
    Este esquema general tomaba un sentido específico allí donde el discurso y la reivindicación
    de la memoria que fabricaba el franquismo no sólo debía liquidar la memoria liberal,
    republicana u obrerista, sino que además tenía ante sí la conformación de identidades
    nacionales que se presentaban, en mayor o menor grado, como alternativas a la española.
    Lógicamente, estos procesos de creación de identidades alternativas también habían ido
    generando unas políticas de memoria que las afianzaban, y que tenían en su base un
    determinado papel de la historiografía, en este caso la de corte catalanista. Esta situación
    obligaba a los vencedores de 1939 a promover una total reinterpretación del pasado catalán,
    que debía incardinarlo perfectamente en un proyecto español de raíces inmemoriales. La
    reinterpretación pasaba por una idea-fuerza fundamental: el catalanismo había conseguido
    engañar al pueblo catalán haciéndole creer aberrantes utopías, pero especialmente
    engañándolo en el conocimiento de la propia historia. Esta era la tesis principal de Ferran
    Valls i Taberner, convertido en Fernando en 1939, que expuso meridianamente en su artículo
    “La falsa ruta”, publicado en el diario “La Vanguardia” el 15 de febrero de 1939 y
    repetidamente citado. Valls, militante de la Lliga, y conspicuo historiador del catalanismo
    moderado y conservador, que era uno de los autores de una historia de Cataluña destinada a
    los escolares catalanes de la década de 1930, es el mejor ejemplo de adónde podía llevar la
    radicalización provocada por la Guerra Civil. En este caso, llegando a contradecir toda su
    obra anterior.
    La negación de la historia de Cataluña que había propuesto el catalanismo fue, pues, el
    objetivo principal de amplios sectores de la intelectualidad franquista catalana, que se dedicó
    a una labor de reinterpretación y revisionismo2. Para ello fue necesario eliminar de la escena a
    historiadores como Pere Bosch i Gimpera o Ferran Soldevila, que tuvieron que exiliarse3, así
    como hacer pasar una especie de cuarentena a jóvenes como Jaume Vicens i Vives, que
    deberían encontrar acomodo en la nueva situación.
    Leyendo hasta aquí, cabría preguntarse ahora, ¿y qué tiene que ver el ámbito local en esta
    disputa entre una identidad y memoria franquista, y otra de catalanista-democrática? ¿Es un
    elemento relevante? Como intentaremos demostrar en base a un par de casos concretos,
    creemos que sí, por su alto nivel operativo (era muy fácil en las sociedades de la primera
    mitad del siglo XX señalar la identificación entre los individuos y un determinado espacio
    concreto y determinado, local en definitiva) y también por la posible ambigüedad de las
    interpretaciones que podía generar el ámbito local, un grado de ambigüedad mucho mayor
    que el ámbito nacional o estatal. O, dicho de otra manera, porque explotar a fondo las
    identidades locales, en base a construir o fortalecer una determinada memoria local, podía
    tener posteriormente correlatos diferentes. Esa identidad local podía adscribirse o entenderse
    mejor en relación o subsidiariamente a otras identidades de ámbito provincial, regional,
    nacional o estatal. Y ahí precisamente radica el interés en explorar la función que tuvieron
    esas identidades locales y su fundamentación histórica en el contexto de ese combate cultural
    y político.
    De otro lado, la explotación de las referencias más próximas daba como resultado un relato
    del pasado más edulcorado, en el cual las anécdotas podían suplir con mayor facilidad a los
    análisis, y donde el recurso al panteón de las glorias locales podían ayudar a exaltar una
    determinada visión de cada comunidad local, en base al valor eterno de la tradición, aunque
    esta fuera completamente inventada, y dando realce a los momentos o episodios en que la
    comunidad se mostrara más unida y en vida harmónica, sin conflictos internos.
    El fortalecimiento del simbolismo del mundo local podía ser muy útil para combatir la
    afirmación nacional que estaba en la base de los nacionalismos reivindicativos. Más todavía,
    también se contemplaba la potenciación de identidades provinciales, que podrían ser útiles en
    la misma dirección. Finalmente, la explotación del localismo podía ser útil también como
    mínimo común denominador de las derechas locales, deviniendo un elemento de
    homogeneización entre los diversos grupos del bando franquista.
    Antes de abordar dos dinámicas específicas de este fenómeno en el caso catalán, no podemos
    olvidar que este proyecto franquista se planteaba para toda España, y que fue teorizado desde
    las altas instancias de la cultura oficial, especialmente el Consejo Superior de Investigaciones
    Científicas, que promovió una extensa red de centros de estudios locales vinculados a las
    diputaciones provinciales, que dio vida a instituciones muy importantes por su extensa
    trayectoria y diversidad temática4. Véamos, pues, algunas muestras de esas tensiones en la
    Cataluña franquista entre discurso histórico, mercado cultural e implicaciones de la política
    cultural oficial.


    El leridanismo
    el leridanismo5 es el caso más evidente del intento de construir un entramado cultural local
    que tuviese una operatividad política oficial en la Cataluña franquista. Se trataba,
    senzillamente, de explotar las tensiones ya tradicionales entre la ciudad de Lleida y la de
    Barcelona, para aislar la demarcación leridana del conjunto catalán. Tenía, pues, una triple
    significación. En el interior de la ciudad de Lérida era la construcción de un imaginario local
    totalmente conducido por las autoridades locales franquistas, que definiría así la imagen ideal
    de la ciudad. En segundo lugar, ese imaginario conducido por las jerarquías de la ciudad de
    Lérida tenía el propósito de convertirse en un proyecto cultural de ámbito provincial. Se
    convertía, así, en reivndicación del ámbito provincial, que tradicionalmente se asimilaba a las
    tendencias políticas centralistas6, y radicalmente opuesto a la reivindicación comarcalista
    propia del catalanismo. En tercer lugar, esa unidad del conjunto provincial leridano le daba
    suficiente entidad específica para situarse al margen de cualquier visión unitaria de Cataluña,
    ni que fuese de calado estrictamente regional. Fruto de esa tercera significación, el
    leridanismo acabó afirmando que Lérida no era catalana.

    En la construcción de este discurso tuvo un papel central el Instituto de Estudios Ilerdenses,
    creado en 1942 por la diputación provincial, y que resultó ser la mejor simbiosis entre el
    aparato político local y provincial y el proyecto cultural-político. El IEI fue la máxima
    expresión de ese leridanismo, una concepción que se debe distinguir de su equivalente en
    catalán, el “lleidatanisme”. A pesar de que se trate de la misma palabra, sólo que escrita en
    catalán o en castellano, su significado era diferente. El “lleidatanisme” era una afirmación
    local que hacía bandera de la crítica al supuesto o real papel absorbente que ejercía Barcelona
    sobre el conjunto de Cataluña. De esta manera, el “lleidatanisme” era una crítica a la
    macrocefalia barcelonesa, que actuaría desertizando el resto del país, y perjudicaría a ciudades
    como Lérida. No obstante, en ningún caso el “lleidatanisme” se caracterizaba por negar la
    pertenencia de la demarcación a una realidad catalana. En cambio, el leridanismo impulsado
    por las autoridades franquistas y el IEI sí. El interés de este nuevo fenómeno es su enorme
    capacidad para ser divulgado, y los diversos registros en que podía expresarse. Lógicamente,
    si su divulgación hubiese quedado reducido al IEI, no habría sobrepasado los ámbitos
    académicos. Lo importante es que ese laboratorio tenía otras vías de difusión, especialmente
    el diario local La Mañana, que era el diario local de referencia. También contaba con otras
    publicaciones de menor difusión, como Ciudad e Ilerda. El leridanismo fue decisivo en la
    vida cultural y política de la Lérida franquista. La persistencia de sus argumentaciones es la
    prueba más concluyente, de la misma manera que su caducidad, ya que prácticamente
    desapareció al mismo tiempo que el régimen franquista. El conjunto de su argumentación se
    encuentra condensado en la obra de Antonio Hernández Palmés, consejero de número del IEI
    desde 1947, que publicó en 1963 Lérida entre Aragón y Cataluña, en la geografía y en la
    historia. La argumentación de este libro sostenía el carácter particular y autónomo de Lérida
    respecto del conjunto catalán, al mismo tiempo que su decidida españolidad, fenómenos que
    ya se podría rastrear en los caudillos íberos Indibil y Mandonio. La conclusión final del libro
    era muy clara: “A la vista de los antecedentes y fundamentos de todo orden, anteriormente
    expuestos, es forzoso llegar a la conclusión de que Lérida no es catalana ni aragonesa. Lérida
    es leridana”7. Y añadiría, todavía, que esa era su manera de ser española, de lo que se deducía
    la contradicción entre la adscripción leridana a la nación española y su posible pertenencia a
    una región catalana.

    La identificación de las autoridades locales con este discurso hacía muy difícil que
    apareciesen disidencias. No obstante, se publicaron dos obras que podemos considerar
    plenamente en este carácter disidente. La primera son los tres volúmenes escritos por el
    historiador Josep Lladonosa con el título La ciutat de Lleida, aparecidos entre 1955 i 1959,
    que resituaba la història de la ciudad en la ortodoxia anterior a 1936. La segunda, de carácter
    más polemista fue el ensayo colectivo Lleida, problema i realitat8, editado en 1967, y que era
    una respuesta clara a las tesis leridanistas, y a sus posibles efectos, como la adscripción de
    Lérida a una nueva área definida por los sindicatos oficiales como Valle del Ebro. Como no
    hace falta destacar, la segunda obra tuvo mayor impacto público, tanto por su carácter, sus
    autores y el momento de publicación, pero la primera había sido imprescindible, dado el
    enorme peso de la argumentación histórica en las dos tesis en disputa.


    El barcelonismo, un ismo más ambiguo
    En la década de 1940, la ciudad de Barcelona se convierte en un espacio en el que se
    contraponen las imágenes y los lugares de la memoria, o sobre los cuáles se elaboran
    significaciones diferentes. Des de mediados del siglo XIX Barcelona había sido pensada
    como la capital cultural catalana9, y éste era el papel que había ejercido en la creación de
    infraestructuras culturales y en la reivindicación de su papel histórico. Ahora, en 1939, esta
    imagen había de ser substituida por la de una Barcelona que había errado dejándose llevar por
    los caminos del catalanismo, y que debía recuperar su papel de gran ciudad española, sin
    veleidades pancatalanas. Además, también debía borrar la imagen de ciudad socialmente
    conflictiva, en que obreros y burgueses se habían enfrentado. ¿Quién debía protagonizar esta
    nueva etapa cultural en una ciudad de estas características? Difícilmente era aplicable a este
    caso la estrategia de los institutos provinciales, reservada a casos más estrictamente locales.
    Barcelona, en cambio, era por sí sola la imagen del llamado “problema catalán”. Por eso fue
    clausurado el Institut d’Estudis Catalans, y se intentó sustituir por un Instituto de Estudios
    Mediterráneos, totalmente ineficaz. Por la misma razón por la cual la Biblioteca de Catalunya
    pasó a denominarse Biblioteca Central. Para los franquistas, la catalanidad vivida de forma
    natural y sin consecuencias políticas en otras zonas del territorio catalán, en especial en el
    mundo rural, se convertía precisamente en Barcelona en un problema político. Era aquí donde
    esa catalanidad natural de las gentes se había transmutado en catalanismo político. Vistas así
    las cosas, en la ciudad de Barcelona la cuestión local y la nacional catalana se entrecruzaban
    contínuamente.
    Es en este contexto en el que tomó cuerpo el fenómeno del barcelonismo. Nos referimos a un
    fenómeno con amplio eco ciudadano y múltiples formas de expresión, que incluso podía
    responder a intencionalidades diferentes. De hecho, la recreación nostálgica y sentimental del
    pasado de la Ciudad Condal no era un fenómeno nuevo. Lo que sí resultaba nuevo es que la
    eliminación de otras formas de abordar el análisis del pasado había convertido a este
    barcelonismo en la forma hegemónica. Su éxito fue notable, y su difusión muy importante
    gracias a los diversos registros con que contaba. Podemos incluir en esta visión edulcorada
    del pasado, que miraba mucho hacia la Edad Media y a un siglo XIX sin conflictividad social,
    las obras de Joaquim Maria de Nadal, que incluso llegó a conseguir que hiciese fortuna la
    denominación de “barcelonerías” aplicada a este tipo de recuerdos, anécdotas y curiosidades
    más o menos intrascendentes de una historia amable de la ciudad. En realidad, con el título
    Barcelonerías, publicado en 1942, la editorial Dalmau y Jover inició su colección “Barcelona
    y su historia”, en la que también publicaron importantes autores, como el folklorista Aureli de
    Capmany, con El café del Liceo, el teatro y sus bailes de máscaras (1943), el historiador del
    arte Josep F. Ràfols, El arte modernista en Barcelona (1943), Rossend Llates, Las fiestas
    populares barcelonesas (1944) o Agustí Esclassans, Jacinto Verdaguer (Un siglo de
    Barcelona) (1944). En la misma línea actuaba la editorial Aymà, que creó tres colecciones en
    la órbita de este barcelonismo. De un lado, “Barcelona, histórica y monumental”, dirigida por
    Agustí Duran i Sanpere, director del Instituto Municipal de Historia. De otro, “Barcelona,
    divulgación histórica”, que compilaba los textos emitidos en un programa de Radio Barcelona
    por iniciativa del Instituto Municipal de Historia. Finalmente, la colección “Civitas”, sobre
    monumentos barceloneses.
    También las obras literarias de Carles Soldevila, como por ejemplo Un siglo de Barcelona
    (1946) o Guía de Barcelona (1951), dentro de una amplia serie de publicaciones. Pero todavía
    más importante fue la difusión de este tipo de contenidos a través de programas radiofónicos
    y de la amplificación de sus argumentos en periódicos y revistas barcelonesas dirigidas al
    público en general. Y a un público culto, como por ejemplo la revista Destino. El desarrollo
    del género fue tan amplio que incomodaba a algún historiador. Jaume Vicens i Vives, que se
    acababa de reintegrar a la Universidad de Barcelona, afirmaba en 1948 que con “el diluvio de
    detalles respecto a los paseos, las calles, las fuentes, los monumentos (...) y las costumbres,
    diversiones y cerimonias, procesiones y cabalgatas” estaban “ahitos de tanto folklore y tanto
    provincianismo”
    La significación de este barcelonismo es mucho más ambivalente que la del leridanismo. Se
    puede considerar como una desvirtuación y suplantación del papel de Barcelona como capital
    de Cataluña, que ahora quería olvidar ese papel histórico para así hacer más fácil su encaje en
    la España franquista. No obstante, también hay autores que defienden que ese barcelonismo
    era una forma de camuflar, a través del localismo barcelonés, un sucedáneo de un catalanismo
    que no se podía expresar. Si en el caso leridano el organismo cultural de referencia del
    leridanismo era el IEI, en el caso del barcelonismo debemos fijarnos en el Instituto Muncipal
    de Historia y en la figura que aglutinó sus diversos servicios, el historiador y archivero Agustí
    Duran i Sanpere. Duran trabajaba en el archivo histórico de Barcelona desde 1917 y se había
    destacado durante la Guerra Civil al frente del Servei de Protecció d’Arxius de la Generalitat.
    En 1939 superó el proceso de depuración10 y fue confirmado en la dirección del Archivo
    Histórico de la Ciudad. En esa situación impulsó un ambicioso proyecto, que el 1943 dió
    lugar a la creación del Instituto Municipal de Historia, del que formaban parte el Museo de
    Historia de la Ciudad y el Museo de las Artes y las Tradiciones Populares. La inauguración
    del primero de los museos se hizo coincidir con el 450 aniversario del descubrimiento de
    América y se llevó a cabo en el salón del Tinell, donde se suponía que los Reyes Católicos
    habían recibido a Colón en abril de 1493. No se escapa a nadie la enorme significación del
    hecho histórico elegido en el ambiente de la España imperial de los primeros años cuarenta. A
    pesar de ello, algunos colaboradores de Duran consideran que estos hechos eran simplemente
    una forma de adaptarse a la nueva realidad cultural y política, pero que en realidad ese
    barcelonismo no era ni tan solo un sucedáneo de la catalanidad, sino una manera indirecta de
    practicarla, circunstancia por la cual la censura les vigilaba de cerca. En realidad, sorprende
    que el propio Duran escriviese, en 1946, que el conocimiento de esa historia local era una
    escuela de ciudadanía, un concepto no muy bien visto en aquella conyuntura.

    La figura de Duran11 nos permite captar la complejidad que se escondía detrás de las
    unanimidades del franquismo. Historiador consagrado desde la década de 1920, director del
    archivo municipal con las autoridades republicanas, responsable del salvamento de los
    archivos en plena Guerra Civil, consigue superar la depuración municipal y dos juicios
    sumarísimos, y tiene en la década de 1940 un papel poliédrico: director del Instituto oficial,
    que utiliza esta plataforma para divulgar un barcelonismo de circunstancias, al mismo tiempo
    que impulsor de la actividades clandestinas del Institut d’Estudis Catalans, y muy pronto
    hombre puente con el movimiento de estudiosos locales ajenos al mundo universitario,
    algunos claramente identificados con el catalanismo de antes de 1936.


    Otra reivindicación de lo local
    Obviamente, el leridanismo y el barcelonismo representan situaciones diferentes, pero no son
    los únicos modelos que se dieron. En Tortosa, por ejemplo, se dió más alas al ya tradicional
    tortosinismo, de intencionalidad similar a la ilerdense. En el ámbito gerundense, en cambio, el
    impulso por parte de las instituciones políticas oficiales no pretendió hacer tabla rasa, de
    manera que surgieron centros de estudios locales y comarcales que no despreciaban la
    tradición anterior a 1936.
    En cualquier caso, lo que sí supuso una nueva vía de promoción de estudios locales menos
    contaminados por el proyecto franquista fue el fenómeno de las asambleas intercomarcales de
    estudiosos, iniciadas en 1950 en la localidad de Martorell12. Fue en ese marco donde jóvenes
    investigadores, algunos vinculados ya a la universidad, como Joan Mercader, dieron un
    impulso que conectaba con muchas de las sensibilidades de la historia local anterior a 1936.
    Uno de los nexos más evidentes fue Josep Iglésies, geógrafo e historiador, secretario de la
    ponencia de la división territorial republicana, que jugó un papel fundamental. Para estos
    sectores, la investigación local y la reivindicación de las comarcas eran dos objetivos que se
    fundían en su incipiente movimiento, y en ese sentido su labor cabe calificarla como de
    resistencia cultural13. No obstante, las dificultades materiales y legales, la necesidad
    ineludible de contar con el apoyo de algunos dirigentes políticos oficiales, y el fracaso, ya en
    la década de 1960, por conectar eficazmente con el mundo universitario, marcaron las
    limitaciones a esta propuesta.
    Sin embargo, y a pesar de todo, la labor de las asambleas, con los centros de estudios14 que
    contribuyó a crear, junto a las tareas más infraestructurales de las instituciones oficiales
    barcelonesas antes mencionadas, fueron el caldo de cultivo para el surgimiento, ya en la
    década de 1970, de una nueva historia local renovada y notablemente conectada con la propia
    renovación universitaria, que dió por superada absolutamente la manipulación de casos como
    el leridanismo, y la historia amable que había propugnado, por convencimiento o por
    necesidad, el barcelonismo.



    1 Esta comunicación se inscribe en el proyecto de investigación BHA2002-01500. Una argumentación parecida,
    aunque mucho más detallada y pensada más específicamente para el público catalán, fue presentada como
    ponencia en el congreso de historia local de L’Avenç, en noviembre de 2003.
    2 Véase, en este sentido, una amplia panorámica en Agustí G. Larios, Xavier Pujadas i Carles Santacana, “Els
    intel.lectuals catalans durant la dictadura franquista”, en Jordi Casassas (coord.), Els intel.lectuals i el poder a
    Catalunya (1808-1975), Pòrtic, Barcelona, 1999, pp. 325-392. También, centrado en la década de 1940, Joan
    Samsó, La cultura catalana entre la clandestinitat i la represa pública (1939-1951), Publicacions de l’Abadia de
    Montserrat, Barcelona, 1994, 2 vols.
    3 Los efectos de 1939 en la historiografia y la intelectualidad catalana han sido bastante estudiados. Las dos
    obras más recientes y específicas son las de Jaume Claret, La repressió franquista a la universitat catalana,
    Eumo, Vic, 2003; y la de Enric Pujol, Història i reconstrucció nacional. La historiografia catalana a l’època de
    Ferran Soldevila, 1894-1971, Afers, Catarroja, 2003.
    4 En relación a esta cuestión son fundamentales los diversos artículos de Miquel Marín. El que encaja mejor con
    lo que se explica en esta comunicación es “’Por los infinitos rincones de la patria...’. La articulación de la
    historiografia local en los años cincuenta y sesenta”, en Pedro Rújula e Ignacio Peiró, La historia local en la
    España contemporánea, L’Avenç/Universidad de Zaragoza, 1999, pp. 341-378. Como muestra concreta de las
    actividades y funcionamiento de algunos de estos centros de estudios, véase Vicent Gabarda, Institución
    “Alfonso el Magnánimo”. Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1947-1997, Diputació provincial de
    València, 1997; y Jorge Uría, Cultura oficial e ideología en la Asturias franquista: el I.D.E.A., Universidad de
    Oviedo, 1984.
    5 La mejor aproximación al significado del leridanismo en Miquel Pueyo, Lleida: ni blancs ni negres, però
    espanyols, Edicions 62, Barcelona, 1984.
    6 Para introducirse en esta cuestión, véase la primera parte de Carles Santacana, “Política y ordenación territorial
    en Cataluña durante la transición y la autonomía”, Anales de Historia Contemporánea, 20, Universidad de
    Murcia, 2004, en prensa. Más extensamente, Jesús Burgueño, Història de la divisió comarcal, Dalmau,
    Barcelona, 2003, donde se explica con detalle la vinculación entre catalanismo y reivindicación comarcal, por
    contraposición a una división provincial que se asimilaba al centralismo.
    7 Antonio Hernández Palmes, Lérida entre Aragón y Cataluña, en la geografía y en la historia, Lérida, Instituto
    de Estudios Ilerdenses, 1963, pp. 18.
    8 J. Lladonosa, F. Porta, S. Miquel, F. Vallverdú, J. Gabernet, Lleida, problema i realitat, Barcelona, Edicions 62,
    1967.
    9 Una explicación de este proceso anterior a 1939 en Stéphane Michonneau, Barcelona. Memòria i identitat:
    monuments, commemoracions i mites, Eumo, Vic, 2002.
    10 Sobre el papel de Duran durante la Guerra Civil y su depuración posterior véanse los artículos de Clara
    Estrada y Jaume Enric Zamora incluídos en Clarianes de la Memòria. Any Duran i Sanpere, Lleida, Institut
    d’Estudis Ilerdencs, 2001.
    11 El prestigio acumulado desde la década de 1920 y sus relaciones personales en la posguerra son puestas de
    relieve en la reciente biografía de Josep M. Muñoz Pujol, Agustí Duran i Sanpere. Temps i memòria, Barcelona,
    Proa, 2004.
    12 Véase su primer publicación, I Asamblea Intercomarcal del Penedès y Conca d’Òdena, Martorell, 1952
    13 Años más tarde Josep Iglésies rememoraba esos objetivos en “Vint-i-cinc Assemblees Comarcals
    d’Estudiosos”, Serra d’Or, 257 (febrero 1981), pp. 25-26.
    14 Sobre los centros de estudios locales, que tomaron importancia ya en la década de 1950 y siguiente, véase
    Xavier Garcia, Història i cultura local a Catalunya al segle XX, El Mèdol, Tarragona, 2002. También Carles
    Sapena, Els centres d’estudis, Quaderns de la Revista de Girona, Girona, 2002.
    Última edición por Lo ferrer; 29/09/2009 a las 01:40
    "Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya
    que ahir abrigava el món,
    i avui és com lo cedre que veu en la muntanya
    descoronar son front"

    A la Reina de Catalunya

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