¿Quién es más loco, el loco, o el loco que sigue al loco?
Star Wars- Ep. IV - Una nueva esperanza
Tras la autoinculpación a modo de Señorita Pepis de Jordi Pujol, el pal de paller de la Catalunya posmoderna o el Immanuel Kant de la “feina ben feta no té fronteres”, muchos catalanes experimentaron una disonancia cognitiva difícil de digerir. La carta-bomba del hasta ese momento Molt Honorable, era tan bochornosa para los tifosis del Espanya ens roba (de derechas o de izquierdas), como para un afroamericano descubrir que Martin Luther King había sido miembro numerario del Ku Klux Klan.
De ser ciertas las informaciones en torno al holding Pujol-Ferrusola, aquellos que advertimos como el micronacionalismo tapaba sus vergüenzas de casta con la senyera, nos quedábamos cortos: en realidad se estaban limpiando el culo. Tanta inmundicia tenía incrustada, que han tenido que echar mano de la estelada-cubana para no pringarse con su propia mierda.
Como en el cuento del Flautista de Hamelin, millones de cándidos votantes, periodistas en nómina, intelectuales subvencionados, personas de bien, párrocos misericordiosos y lo más granado del empresariado regional, siguieron al Gran Timonel en dirección a la Suiza del Mediterráneo prometida sin preguntar quién pagaba la fiesta. Raro esto último, conociendo a mis paisanos. Destapada la magnitud de la tragedia, y cuando la incredulidad dio paso a la indignación entre los parroquianos danzantes, estos han transmutado, sin querelo, hasta convertirse en cómplices necesarios. Y entre los más repugnantes y rastreros, los cargos de Convergència i Unió. Por mirar a otro lado y como es de intuir, por chupar del impuesto revolucionario del Pi de les Tres Branques sin bajar del coche oficial. La cleptocracia institucionalizada en Cataluña nos había convertido en una de las regiones más corruptas de Europa. Es obvio que un expolio de dimensiones galácticas, es imposible gestionarlo a través de media docena de vástagos consentidos y entremaliats (traviesos). Una vez más, y a pesar de los esfuerzos por modernizar España, constatamos que la Europa del siglo XXI, delimita con la Banca Privada de Andorra. Esta es la razón de que el clan Pujol-Ferrusola se asemeja tanto al de Gadafi o Mobutu. Todos bailaban el Waka Waka a ritmo de sardana.
De ser ciertas las cifras del “raconet” amasado por el holding y distraido en paraísos fiscales-butiflers, estamos hablando de unos 1800 millones de euros, como catalanes nos encontramos con algo más que un problema fiscal, de ética pública o moral católica, que también. Es la constatación, a través de los síntomas, de haber estado gobernados por una familia con trastornos severos de personalidad. Dicho trastorno, con alta prevalencia entre nacionalistas burgueses, fluctúa entre episodios maníacos (autoestima exagerada o grandiosidad, lenguaje verborreico o agitación psicomotora) y estados de depresión (ánimo deprimido, sentimientos inutilidad o culpa, ideas recurrentes de muerte o suicidio entre otras). No es aventurado anticipar como el escándalo Pujol-Ferrusona sumirá al independentismo en un abatimiento transitorio (depresión). Superado este primer estado, le seguirá un episodio de hiperactividad, irreflexivo y de consecuencias imprevisibles (episodio maníaco). Cuando “El trío de la ratafía”, la Doctora Pilar Rahola, Carme Forcadell (ANC) y Muriel Casals (Òmnium Cultural) se recuperen del accidente cerebrovascular del 3%, la mala baba que destilen será para salir corriendo. Pero a partir de ahora, cuando vociferen que votar es democracia o que España nos maltrata, podemos escupirlas a la cara sin complejos, porque la cobardía es comprensible, pero someterse a la idiotez, no está justificado en ninguno de los casos.
En este juego de tronos cutre y salchichero, con amantes despechadas, contables distraidos y sospechosos habituales, el verdadero drama no es el complejo de Edipo de la familia Bonanova-Wall Street, sino el de millones de catalanes que fueron intercambiados como cromos durante décadas entre Moncloa y Plaza Sant Jaume. Catalanes abandonados por el Estado español a la psicopatología micronacionalista para, presuntamente, gobernar lo que ya era una nación raquítica y en descomposición. Tanto el Partido Popular como el PSOE, pactaron en la intimidad con Pujol y CiU mientras se negaban derechos fundamentales en educación, cultura o justicia. Mientras en Cataluña, insisto, se multaban a comercios por rotular en castellano, los medios de comunicación públicos exhibían su sesgo ideológico sin pudor, se abrian embajadas Bob Esponja en los cinco continenetes o se financiaba con generosas subvenciones a asociaciones que fomentaban el auto-odio y la xenofóbia a todo lo hispánico.
A Jordi Pujol se le debería haber parado los pies sin contemplaciones con Banca Catalana. Con la ley en la mano, por chorizo e incompetente. Pero a Felipe González y Miguel Boyer todo aquello se les hizo muy grande por lo del consenso y el buen rollo de la transición. Si la justicia hubiera actuado con firmeza para defender a los miles de catalanes y españoles estafados por Pujol y su fiel infantería, los Urdangarines y Bárcenas -y miles de jetas que han metido la cuchara en plato ajeno-, se lo habrían pensado dos veces. A partir de entonces y sintiéndose un Intocable de Eliot Ness, Pujol cogío la directa y ancha es la Cerdanya.
Malditos bastardos. Y pensar que por un puñado de votos estaban dispuestos a convertirnos en pieds-noirs en nuestra propia tierra.
Arnau Jara
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