La amistad catalana

JUAN MANUEL DE PRADA


NO hay mejor modo de comprobar cómo se han torcido las naturales inclinaciones de los pueblos españoles que acudir a nuestros clásicos. Todos destacan que los catalanes son un pueblo nacido para la amistad, de afectos acérrimos y lealtades porfiadas, gran «archivo de la cortesía» y «correspondencia grata de firmes amistades», en célebre acuñación cervantina. De este carácter de los catalanes hace un elogio encendido Baltasar Gracián en El Criticón, cuando Critilo se propone salir en busca del amigo verdadero. Todos los que aconsejan a Critilo tratan de disuadirlo de que vaya a encontrar en el mundo tan «raro prodigio»; y uno de ellos le dice: «Amigos de la mesa, del coche, de la comedia, de la merienda, de la huelga, del paseo, del día de la boda, en la privanza y en la prosperidad, de estos bien hallarás hartos, y más cuando más hartos, que a la hora del comer son sabañones y a la del ayudar son callos».

Después de muchas pesquisas, Critilo se pregunta si el amigo verdadero no podría hallarse por ventura en Cataluña. A lo que le responden: «Ahí aún podría ser, que los catalanes saben ser amigos de sus amigos; también son malos para enemigos, bien se ve. Piénsanlo mucho antes de comenzar una amistad; pero, una vez confirmada, hasta las aras». Y a Cataluña se marcha Critilo, en busca del amigo verdadero, que encontrará, simbolizado en un genio llamado Gerión, de un solo cuerpo y tres cabezas: «Tres somos y un solo corazón tenemos –se presenta Gerión–; que el que tiene amigos buenos y verdaderos, tantos entendimientos logra. (…) Mas entre todos sólo un querer tenemos, que la amistad es un alma en muchos cuerpos. El que no tiene amigos no tiene pies ni manos, manco vive, a ciegas camina, y ¡ay del solo, que si cayere, no tendrá quien le ayude a levantar!». Ejemplos de esta amistad catalana que tantas veces nos ha ayudado a levantar los hallamos por doquier en nuestros clásicos. Pero tal vez ninguno tan conmovedor y ejemplar como la amistad del poeta Juan Boscán, español de Barcelona, con Garcilaso de la Vega, que se prolongó hasta la muerte de este y que convirtió a Boscán en custodio póstumo de la memoria y los versos de su amigo, prestando un servicio impagable a nuestra literatura. Y, en recompensa por aquella memorable amistad, los versos de Boscán han participado de la inmortalidad de los de su amigo Garcilaso, pues casi siempre se reimprimieron juntos.
De aquella amistad catalana nada queda hoy, lo mismo que del régimen político que la propició, que entendió –como señala Tirso de Molina en El bandolero–que «la lealtad de esta nación, si en conservar sus privilegios es tenacísima, en servir a sus reyes es sin ejemplo extremada». Bastó que aquella monarquía cristiana fuese disuelta para que los catalanes (como el resto de los españoles) se desnaturalizaran, dándonos a todos la funesta manía de ser «libres e iguales», en lugar de distintos (como nos quiere Dios) y gustosos vasallos de un rey común; y una vez desnaturalizados, solo nos queda, como al Roque Guinart del Quijote, incubar «deseos de venganza»: «Persevero en este estado a despecho y pesar de lo que entiendo; y como un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera, que no sólo las mías, pero las ajenas, tomo a mi cargo; pero Dios es servido que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir de él a puerto seguro».
Que Dios sea servido de auxiliarnos ahora, sacándonos del laberinto de nuestras confusiones y llevándonos a puerto seguro; porque los pueblos desnaturalizados solo pueden ir de un abismo a otro abismo, en castigo por sus muchos pecados.








Histrico Opinin - ABC.es - lunes 8 de septiembre de 2014