Revista FUERZA NUEVA, nº 424, 22-Feb-1975
EL MONUMENTO AL DOCTOR ROBERT
“Los catalanes -según el doctor Robert- tienen una superioridad craneal sobre el resto de los españoles”. ¡Merece un monumento!
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Si no fuera por el trasfondo de demagogia, resultaría pueril y ridículo todo el ajetreo de informaciones... a todos los niveles que vienen soplando [1975] en torno de la posible reaparición del monumento al doctor Bartolomé Robert, que estaba emplazado hasta 1939 en la Plaza de la Universidad de Barcelona...
La significación del doctor Bartolomé Robert (1842-1902) es muy clara. Hijo de Tampico (Méjico), de jovencito vino a Barcelona. Aquí estudió medicina y fue catedrático de su Facultad. La fama del doctor Robert no le viene de su profesión, sino de su actuación política, tocada de apasionamientos propios de aquella época. Fue alcalde de Barcelona, en marzo de 1899, por nombramiento directo del Gobierno. Su estancia en la Alcaldía fue breve: en octubre del mismo año presentó la dimisión, por la cuestión del llamado “cierre de cajas”.
Bosquejaremos algunos aspectos de la personalidad del doctor Robert, para que se entienda la trastienda en que se mueve la maniobra de los nostálgicos.
La escuadra francesa, Gaudí y Dato
En los meses en que el doctor Robert fue alcalde de Barcelona, la escuadra francesa del Mediterráneo atracó en el puerto de la Ciudad Condal. Las calles barcelonesas eran lugares de histerismos afrancesados, organizados por los separatistas, al compás de “La Marsellesa”. Los hombres de la Lliga, especialistas en arrancar el sentimiento nacional y español de Cataluña, justificaban estas explosiones intolerables. Puig y Cadafalch en “La Veu de Catalunya”, en 16 de julio de 1899, escribía: “¿Hemos de querer ser franceses?... Hay que procurar que los catalanes se encuentren bien donde están. Al Gobierno le atañe que se pueda ser catalán dentro del Estado español”.
En la plaza de San Jaime, el 21 de julio de 1899, en el teatro Tivoli y en el teatro Novedades, fue silbado estentóreamente el himno nacional, mientras enrojecían las palmas aplaudiendo “La Marsellesa”. En el palacio de Bellas Artes se organizó un concierto con intervención de la Banda Municipal, del Orfeó Catalá y de los Coros de Clavé. El alcalde, doctor Bartolomé Robert, prohibió la interpretación del himno nacional e incluso el canto “Glória a Espanya”, de Clavé.
A quien obraba de esta manera, hay que reponerle un monumento. Monumento sobre el que, adrede, no se dice la verdad. Para tocar las fibras sentimentales, “La Vanguardia”, del 3 de enero de 1975, mentaba las piedras gaudinianas” del monumento. Muy mala memoria tiene “La Vanguardia”. En el mismo periódico, en 10 de febrero de 1973, el ilustre arquitecto Juan Bassegoda desvanecía totalmente la intervención de Gaudí de dicho monumento. Bassegoda afirmaba rotundamente: “La atribución a Gaudí más antigua es de 1935, cuando Llimona, Gaudí y Doménech habían ya fallecido, y las afirmaciones posteriores se basan en la declaración de un único testigo que además no contradice los hechos aquí expuestos. Porque es evidente que el monumento al doctor Robert tenía un cierto aire gaudiniano. Cabe en lo posible que Llimona consultara con Gaudí, pero no hay forma humana, de sentar la afirmación rotunda de la paternidad gaudiniana, y mucho menos pensar en incluirlo en el catálogo de sus obras”.
El doctor Robert tuvo otras proyecciones en estos años. Don Eduardo Dato, ministro de la Gobernación, visitó Barcelona en 1900. “La Veu de Catalunya”, la Lliga, pusieron todo su sectarismo para lograr que Dato fracasara. Basta repasar los artículos de Narciso Verdaguer Callis y de José Puig y Cadafalch, en el órgano periodístico de la Lliga. Dato, a su llegada a Barcelona, fue abroncado horrorosamente. Igualmente en el teatro Liceo, en las ramblas, en Tarrasa. Destaquemos que, como señala José Pla, “las silbas fueron organizadas en veinticuatro horas por Francisco Cambó”. Todos sabemos que el doctor Robert era del mismo grupo que Cambó. Su biógrafo, Enrique Jardí, como si nada, nos dice: “Aquel 1900, año políticamente gris, caracterizado por las polémicas entre los catalanistas y la prolongación de las protestas del anterior, acabó con la reelección, el mes de noviembre, de Bartolomé Robert como presidente del Ateneo barcelonés”.
Es todo un poema que los hombres de la Liga fomentaran ya el odio a un hombre íntegro como Eduardo Dato... Dato fue asesinado por tres anarquistas catalanes, Casanellas, Nicolau y Mateu, en 1921. Pero muchos años antes, Francisco Cambó, Bartolomé Robert, la Lliga y los catalanistas habían amargado la vida de Eduardo Dato, que tenía que morir a los gritos de “¡viva la anarquía!”, con pistolas desgraciadamente manejadas por catalanes...
El doctor Robert y la Lliga
La figura del doctor Robert está íntimamente unida a Prat de la Riba y los primeros propulsores del catalanismo, fácilmente trocado en separatismo. El doctor Juan Tusquets, en la conferencia pronunciada en el teatro Principal de San Sebastián, el 28 de febrero de 1937 -a la que asistí burlando la prohibición que tenía del hospital en que me reponía de la primera vez en que fui herido en el frente-, explicaba con toda lucidez:
“Al doblar el siglo decimoctavo [sic] surge en Barcelona un núcleo político juvenil, que llega a tener vida propia. Sobresalen en él tres jóvenes muy activos, inteligentes y ambiciosos... Uno de ellos se distingue por su firmeza en los principios nacionalistas y su parsimonia en realizarlos: Prat de la Riba. Otro se revela formidable maniobrero, organizador y descubridor de los resortes que permiten impulsar las muchedumbres hacia un objetivo: Cambó. El tercero, Ventosa, cuida los asuntos, se prepara, y adquiere pronto una lucidez y un criterio poco vulgares. Los tres pregonan una política evolutiva, fundada en la cultura y en la economía, y procuran evitar los dicterios contra España y la Monarquía... Su primer ensayo hubiera fracasado, en absoluto. El mismo Cambó ha reconocido, en un discurso pronunciado pocos meses antes de la Dictadura que, en 1900, al salir a las Ramblas, después de una de sus reuniones catalanistas, se sentían “como extranjeros en su propia tierra”, nadie les hacía caso...
Ya en los albores, la Lliga fué un partido complejo, en el que se dibujaba un centro, una derecha y una izquierda. Mientras sus hombres centrales ponían cierto freno a sus palabras y procedían con cautela, porque conocían perfectamente la base conservadora del partido y porque a fuer de inteligentes comprendían la importancia de no hacer el loco y de estar bien con España, la extrema derecha y la extrema izquierda, juveniles, alocadas, prodigaban los ataques al Ejército y a Castilla... Para mantener su equilibrio, la Lliga inventa una teoría hábil, pero que la realidad ha demostrado falsa. Dice, como se dirá pronto en las Vascongadas, que no es un partido, sino “un pueblo en marcha”, y al promoverse una disensión interna, la aplica con tópicos que se han hecho famosos: “la pacificación de los espíritus”, “el sentido constructivo”, etc. Estas características se reflejan en el movimiento sentimental que se llamó Solidaridad Catalana, el cual marca el cénit de la táctica y la influencia del regionalismo catalán. Brota el movimiento con motivaciones y finalidades abiertamente demoledoras: antimilitarismo, antiespañolismo...
Pero lo que no dice Juan Tusquets lo escribió Enrique Prat de la Riba. El doctor Robert era -según Prat de la Riba- “el gran sembrador de la idea catalanista... Ha muerto cuando ya su palabra enérgica y honrada había fecundado clases enteras de nuestro pueblo... La muerte ha venido a paralizarlo cuando ya había alcanzado el cenit de su gloria”. Y la “gloria” del doctor Robert fue su teoría expuesta en el Ateneo barcelonés, el 14 de marzo de 1899, sobre “La rassa catalana”. Ahí el doctor Robert distinguía tres tipos de diferente configuración craneal, que poblaban España: los “braquicéfalos” o cabezas redondas, encuadrados en las regiones atlánticas; los “dolicocéfalos”, con cráneos alargados, situados en el mediterráneo, y los “mesaticéfalos”, que ocupan el centro”.
Naturalmente, los catalanes, según el doctor Robert, tendríamos una superioridad craneal. Por eso le levantaron el monumento (que estuvo emplazado en la plaza de la Universidad de Barcelona hasta 1939). Y aunque ahora (1975) no lo recuerden, por esto lo quieren reponer. El pobre Hitler era un niño de pecho al lado del racismo precoz y pueblerino del doctor Robert y sus actuales descendientes, los catalanistas y antiespañoles de todas las épocas.
La cola serpentina...
Es todo un repertorio de acciones concertadas las que se hacen [1975] para la reposición del monumento al doctor Robert. No ha faltado tampoco una declaración firmada por algunos artistas y escritores, que da la casualidad que el último que figura en la cola es Baltasar Porcel...
Tenemos más que motivos de sobra para dudar si estos escritores y artistas firmarían y se indignarían ante otra clase de atropellos de auténtico bulto. En Cataluña hemos visto destruir, en 1936, tallas de Amadeu, Llimona, Castellanos, lienzos y tablas de Rivera, Borrasá y otros; en Gerona, esculturas de Rafael Salanich y Luis Bonifás, retablos de Juan Adán y obras del arquitecto Juan Bergós; en Lérida, los retablos y figuras de los hermanos Tramullas, del escultor Onofre; imágenes góticas, tallas del maestro Huguet; en Barcelona, la destrucción de Santa María del Mar y de San Pablo del Campo, con las pinturas de Sert, en la catedral de Vich, en que se calcinaron riquezas artísticas grandiosas de toda Barcelona. Ante ello ha faltado siempre la voz de los intelectuales, dolorida ante tantos ataques al mayor tesoro cultural y artístico que tenía Barcelona y Cataluña entera.
Es ahora cuando gimotean, con planes como éste, exigiendo que el monumento a un hombre que prohibía el himno nacional, que fomentó el odio al Ejército a través de la Lliga, que permitió que se silbara a Eduardo Dato y que sostenía la superioridad del cráneo de los catalanes sobre el resto de los españoles, agitándose como si se tratara de algo serio, sólo justificable en aras de la revancha y de animar los rencores de la segunda vuelta...
A este paso, Barcelona pronto contará [1975] con monumentos a todos aquellos que causaron su desgracia. Ya se tienen programadas, si consiguen la reposición del monumento al doctor Robert, otras peticiones cada vez más atrevidas. A lo mejor nos obsequiarán también con un monumento a Ferrer y Guardia, como pedía José Lewis, presidente de los librepensadores de Norteamérica, en el diario de la Esquerra Republicana, en 1932. Al paso que vamos, el entreguismo puede llegar hasta aquí. Con todas las consecuencias. Que nadie se queje de que el marxismo, el terrorismo y el separatismo aumenten. Las causas son consentidas. Y no hay que olvidar que “los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, como dijo Jorge Santayana. Todo esto y mucho más se oculta “inocentemente” en la maniobra, tan amparada, para que se reponga el monumento al doctor Robert.
Jaime TARRAGÓ
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