Revista FUERZA NUEVA, nº 603, 29-Jul-1978
REGIÓN SÍ; NACIONALIDAD ¡NO!
No. Cataluña no es una nacionalidad. ¿Por qué? Porque la idea de patria y su enunciado jurídico y natural, la nación, emergió del cristianismo. Mella lo explicó maravillosamente: “El mundo pagano no conoció naciones, conoció Estados y federaciones de Estados, pero no conoció naciones. La nación es una creación del cristianismo. En el mundo pagano existió una nación, el pueblo hebreo, que tuvo una profunda unidad de creencias y una práctica moral uniforme, que se dilató antes del cisma por todas sus tribus; pero fuera de ella la unidad moral de una creación común se encerró en los muros de la casta o de la ciudad clásica, de la civitas antigua, que tenía una rival y unos dioses y un culto contrario al de la ciudad vecina; la idea de nación, si así puede llamarse, nunca pasó de los términos municipales”.
Vázquez de Mella profundiza más y analiza cómo ni el idioma, ni las leyes, ni las costumbres, pueden crear una nación. Dice Mella:
“Con un diccionario y una misma gramática, con un mismo código y una misma ley, con una misma soberanía, con una demarcación geográfica perfecta, que surja allí la discordia religiosa, que unos entiendan de una manera opuesta con otros las relaciones con Dios o que las nieguen, que unos crean que su origen está en el simio y otros en la creación, que el fin del hombre está en la tumba o que ésta es la puerta de un mundo superior, que no estén conformes ni en su origen, ni en su naturaleza, ni en su destino, que la discordia moral se siente en el hogar entre dos conciencias que riñen, y veréis que pronto estalla en la plaza del municipio, que se propaga a la sociedad entera dividida en sectas y partidos, y cómo, con un mismo diccionario, una misma gramática, unos orarán y blasfemarán otros, y se romperán todos los lazos comunes, y donde habitaba la unidad no habrá más que la división y la guerra”.
Y así, “sobre la base indígena y la argamasa germánica y el elemento romano, que no tenían puntos de enlace y se encontraban frente a frente como factores de anarquía, descendiera aquella gran unidad moral del cristianismo para que encendiese en los hombres el amor de fraternidad que desconocían”. Esta es la historia de la Reconquista que, por encima de todos los elementos humanos, étnicos y convivenciales, se cifró en unidad de las Españas, con un ideal de cristiandad.
Nunca Cataluña ha sido nacionalidad
La Reconquista comenzó en Asturias. Y Cataluña fue adjudicada a Francia, nuestra Cataluña vieja, denominada la Marca Hispánica. Cuando se hace condado independiente no fue constituida en reino catalán. Los condados de Barcelona, Ausona, Gerona, Besalú, Cerdaña y Urgel se mantenían independientes. En la crónica de Richer, los catalanes súbditos del monarca francés son llamado simplemente españoles y al conde Borrell se le califica como duque de la España citerior.
Un autor separatista como Font y Sagué reconoce que la personalidad catalana no se constituye hasta el siglo XII. Y en 1117, Ramón Berenguer IV se desposó con doña Petronila, uniendo Cataluña con Aragón. Y Cataluña permaneció enlazada con Aragón, y jamás se habla del rey de Cataluña, sino del conde de Barcelona. En la convocatoria a Cortes catalanas, a la muerte del rey Martín el Humano, se puede leer: “Por muerte del Alto Señor Don Martín, Rey de Aragón, de alta recordación en los reinos y tierras de la Corona Real de Aragón”. El mismo príncipe Jaime de Urgel, en su carta del 8 de abril de 1411, se refiere a la lealtad de los catalanes y de los otros súbditos de la Corona de Aragón. El hijo de Ramón Berenguer IV cambió su nombre de Ramón por el de Alfonso, por ser éste castellano.
Los mismos colores de las llamadas barras catalanas son literalmente las barras aragonesas. Sería interminable intentar recoger toda la documentación que corrobora esta tesis. Digamos únicamente que el “Manuel de Novells Ardits, vulgarment apellat Dietari del Antich Consell Barceloní”, escrito por orden del Consejo de Ciento, y en catalán, siempre titula Rey de Aragón y nunca rey de Cataluña.
Ni existe tampoco un derecho catalán ajeno al del resto de España. Aquí se cumplían los cánones de los Concilios de Iliberris, de Zaragoza y de Toledo. En los Concilios toledanos asistían los obispos de Barcelona, Ausona, Tortosa, Elna, Lérida, Urgel, Gerona, y el vicario del arzobispo de Tarragona. Se utilizaba y se aplicaba el Fuero Juzgo, como se demuestra ya en los años 874, 918, 1030. En un pleito de la condesa de Barcelona Ermesinda contra el conde Hugo de Ampurias, aquélla hizo apelación a las leyes godas. La legislación propia de Cataluña -els Usatges- fueron leyes complementarias del Fuero Juzgo, que regulaban las costumbres feudales heredadas de la Marca Hispánica.
El latín fue el idioma normal de los reyes aragoneses, ya de Jaime I, de Jaime II, de Pedro IV. El castellano se utilizó en documentos oficiales de nuestros reyes. Que se examinen la concordia de Jaime I con Margarita de Navarra, la alianza entre el rey Jaime y el rey de Navarra, y muchos otros documentos. Para que se rasguen las vestiduras nuestros catalanistas, sepan que el rey Jaime II, en una carta enviada a Mohamed Ben Jusuf, literalmente le dice al fechar el documento: “Dado en el Monasterio de Santas Cruces”. La legislación catalana estaba redactada en latín, que era también la lengua de los tribunales. Fue en 1413, que el rey Fernando I, de origen castellano, en las Cortes decretó que las leyes fueron traducidas al catalán.
Nuestros grandes escritores como Ramón Llull, Arnaldo de Vilanova, escribieron gran parte de su obra en latín. También nuestros jurisconsultos. Carreras Candi, en “Miscelánea Histórica Catalana” dice: “El secretario de Juan I y Martín I, el atildado estilista, buen latinista y esclarecido poeta, poseyó tan mal la lengua castellana que cuando el Soberano le mandaba escribir en este idioma, producía unas epístolas tan desgraciadas, que desdecirían de la posición que ocupaba si, hasta entonces, tales ejemplos no hubieran sido harto frecuentes”. Si el idioma catalán sufrió un eclipse, la razón está en lo que escribió Capmany en sus “Memorias”. Próspero de Bofarull en el tomo XIII de la “Colección de Documentos inéditos del Archivo de la Corona de Aragón”, que califica el catalán como “idioma olvidado” y Miguel Santos Oliver, que en “Estudis Universitaris Catalans” -volumen III, pág. 117-, enjuicia así este fenómeno: “Llegó un momento en que la gran mayoría creyó aquí -en Cataluña- de buena fe, que el cambio de idioma literario daría al genio catalán un instrumento de resonancia más poderoso, y que la literatura castellana recibiría una gran aportación, integrándose, haciéndose totalmente peninsular, pasando al grado superior de literatura española única”.
Y nuestra Reconquista estaba toda iluminada por el mismo ideal: librarnos de la invasión mahometana. El rey Jaime el Conquistador escribe al rey de Castilla ofreciéndole ayuda para luchar “en aquella parte de España”, en una carta de 1275. Y, lograda la unidad nacional gracias a las alianzas matrimoniales acariciadas con este fin, ya Prescott, en la “Historia de los Reyes Católicos” certifica que “los nombres de castellanos y aragoneses se refundieron en el más general de españoles”. Era la corroboración de lo que Francisco de Moncada decía en su obra “Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos”, hablando del rey Pedro III de Aragón, que “fue el primer rey de España que puso sus banderas vencedoras en Italia”. Y aludiendo a la expedición al Oriente, califica como españoles… todos los que la emprendieron”.
En nuestra guerra de la Independencia, Gerona fue defendida por el andaluz Álvarez de Castro, y Zaragoza por las catalanas Agustina Saragossa y la condesa de Bureta. Los conflictos de 1640 y 1713 son argumentos contra el europeísmo, contra la masonería, contra el afrancesamiento, porque la monarquía se había desviado de su sentido tradicional.
La grandeza del regionalismo
En toda la polémica y en los elementos miserables con que nuestros tiempos de reforma política y de centrismo se viene debatiendo el problema de la naturaleza política de España, se ha escrito mucha bazofia para alimento de mentecatos. Pero ideas claras sobre lo que es la nación y la región no se han dado. Y es que solamente la escuela tradicional tiene una dogmática clara y apodíctica sobre estos temas.
¿Qué es la región? Así la define Mella: “La región es una sociedad pública o una nación incipiente, que, sorprendida en un momento de su desarrollo por una necesidad poderosa que ella no puede satisfacer, se asocia con otra u otras naciones completas o incipientes como ella y les comunica algo de su vida y se hace partícipe de la suya, pero sin confundirse, antes bien, marcando las líneas de su personalidad y manteniendo íntegros, dentro de esa unidad, todos los atributos que la constituyen. Así se forman las regiones que llegan a tener una personalidad histórica, que es además una personalidad jurídica, que posee franquicias para regir su vida interior y que tiene también la expresión unas veces de su lenguaje, casi siempre de su derecho y en una fisonomía particular y privativa y en instituciones peculiares que le son tan propias como su lengua”. Esto sí, Cataluña es una región plena, hermosa digna de la mejor suerte, como las otras de nuestra Patria común, Pero nacionalidad, no. Porque la nacionalidad siempre supone la plenitud de la soberanía, o sea, la independencia.
Entonces, ¿cómo se explica el desarrollo de los nacionalismos? Sencillamente, porque España, cuando perdió su ideal colectivo de cristiandad, vendido al plato de lentejas del liberalismo capitalista, produjo la dispersión que prodigaron y enunciaron hombres tan nefastos como Enrique Prat de la Riba y su discípulo Sabino de Arana. Era la burguesía capitalista que en el nacionalismo buscaba sus mercados, sus negocios y sus mediocridades. Era el nacionalismo positivista, desprovisto de todo ideal cristiano, y este materialismo se trueca fácilmente en una idolatría. Para la Lliga, era la idolatría del dinero, de la Banca, de la plutocracia. Para Sabino Arana, el fetichismo de la raza, el instinto primario de la sangre y de la obsesión étnica. Y este nacionalismo, vacío, estúpido, engendrador de odio, no tenía sustancia para alimentar éticamente a un pueblo. Y descristianizadas Cataluña y Vasconia, el nacionalismo burgués inevitablemente se tiene que convertir en nacionalismo marxista.
¿Tiene esto alguna explicación? Sí; no hay patriotismo verdadero sin la unidad moral de la fe católica y sin la ligazón de la monarquía tradicional. Sin fe católica, y con una monarquía liberal, parlamentaria, democrática, España se deshace, y se suplen los grandes ideales naturales y divinos por la ferocidad del marxismo. Ytodos los nacionalistas burgueses, bancarios, comparsas del Mercado Común, con mandiles masónicos y con geniales pasiones tribales, impepinablemente, por ley física ineluctable, tienen que ser engullidos por el nacionalismo marxista. Es igual que el nacionalismo venga de manos de católicos que de ateos. El nacionalismo catalán, fomentado por Prat de la Riba, Puig Cadafalch, Francisco Cambó y otros católicos, más o menos, terminó en Francisco Maciá, Luis Companys, Dencás, y finalmente en Comorera, auténtico virrey comunista de Cataluña, con el visto bueno de Tarradellas. Y ahora (1978) vamos a la segunda edición. Y el nacionalismo católico de Sabino de Arana, Aguirre, Irujo y otros beatos, ya a estas horas está barrido por el marxismo y por ETA. No hay opción: todo nacionalismo, todo separatismo, vertiginosamente se traduce en marxismo.
Ya han declarado la guerra
La nueva Constitución, englobando la bomba explosiva de las nacionalidades, reconocidas como tales, tiene como finalidad colonizarnos al servicio de la Europa masónica y en otra etapa a la URSS. Lo que hay que entender por nacionalidades, brutalmente lo ha dicho Heriberto Barrera, de la Esquerra Republicana de Cataluña, que expeditivamente ha disparado en las llamadas Cortes esta estupidez: “Para los catalanes ser españoles no significa pertenecer a una nación española, si es que existe… Cataluña tiene derecho a la autodeterminación”. Y Letamendía también reclamó “el derecho de autodeterminación”. Y esto es lo que está tras el cogote de todos los nacionalistas.
Volvemos a las andadas, irremediablemente, si el pueblo español no adivina por dónde se le quiere maniatar. Lo que berreaba Prat de la Riba en sus libros infectos, aquella visita de la flota francesa en Barcelona, en que se aplaudía la Marsellesa y se silbaba el Himno Nacional, lo que el doctor Robert como alcalde prohibía a los coros de Clavé cantar el “Gloria a Espanya”, lo que Puig y Cadafalch desafiaba desde la Mancomunidad al negarse a gritar ¡viva España!, los insultos de los periódicos de la Lliga, la “Veu de Catalunya” y el “Cu-cut” contra el Ejército, hasta lo de Prats de Molló y el 14 de abril de 1931 y el 6 de octubre de 1934, y la entrega de Companys a la CNT-FAI y después al PSUC estalinista, ahora (1978) se formaliza en forma más grave y “constitucionalizada”. Azaña, en sus “Cuadernos de la Pobleta”, en 29 de julio de 1937, reseñaba: “Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona se afecta no pronunciar siquiera su nombre”. Pues esto, y ahora de forma más grave, es lo que troglodíticamente nos va a deparar la horrible Constitución que se prepara.
Queremos para Cataluña sus verdaderos derechos culturales, económicos y jurídicos. Pero no la mentira del nacionalismo, que siempre supone el derecho al Estado independiente. ¿No sirve de nada que un antiguo discípulo de Prat de la Riba y seguidor de Cambó, Fernando Valls Taberner, escribiera: “Cataluña ha seguido una falsa ruta y ha llegado en gran parte a ser víctima de su propio extravío. Esta falsa ruta ha sido el nacionalismo catalanista”. (…)
Jaime TARRAGÓ
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