Entre los siglos XII y XIV hubo en Barcelona una comunidad hebrea que le dio nombre a las calles del call, o sea, de la judería, y de la que quedan apenas unos pocos vestigios: los restos de la gran sinagoga, las columnas de unos baños rituales para hombres en el fondo de una tienda de muebles, los orificios en alguna portería donde se clavaban los mezuza con una plegaria enrollada en su interior, una inscripción en hebreo en una esquina en la que se rinde tributo al rabino Samnuel Hasardí, los arcos de los baños de mujeres en el sótano y cafetería de la tienda Caelum, en la confluencia de las calles Banys Nous y de la Palla, que está especializada, curiosamente, en pastelitos y dulces procedentes de los conventos de monjas de toda España. También en cierta esquina, el blasón del Tribunal de la Santa Inquisición.
A los judíos se les trató cruelmente en Barcelona, como en casi todas partes. Se difundía la sospecha de que secuestraban niños píos cuando se dirigían solos a escuchar la misa y los lapidaban o crucificaban en sótanos inmundos, de que profanaban la hostia consagrada y de que atraían epidemias de cólera y peste. Cien años antes de la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, el call barcelonés fue arrasado por los vecinos de la ciudad. El último progrom se desencadenó a finales del siglo XIV. Desde entonces no hay una comunidad judía en Barcelona. Hoy se intenta recuperar y reconstruir algunos centros religiosos para recrear su efímera y torturada presencia.
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