El aragonés que logró petróleo sintético y desapareció en una cárcel republicana


La búsqueda de fuentes de energía alternativas al petróleo no es nada nuevo. Aunque hoy para muchos prima la preocupación medioambiental, en las convulsas primeras décadas del siglo XX era una cuestión geostratégica y militar fundamental. Por entonces, las potencias europeas trataban de encontrar un procedimiento que las hiciese energéticamente independientes. En ese escenario, un inventor aragonés, Rafael Suñén Beneded, logró dar con la clave: ideó un sistema para fabricar petróleo sintético.


Aunque despertó el interés de países como Francia, Inglaterra o Italia, su intención nunca fue otra que utilizar su invento en España: “[Mi invento] representa la mayor conquista que España haya hecho en los tiempos modernos. Las materias características del suelo español serán vendidas en Europa como una materia prima, y eso representa una inyección de riqueza en la economía patria, transformando la nación en todos los aspectos dentro de breves años”, declaraba el inventor en una entrevista publicada en el diario La Libertad en noviembre de 1934.


Nacido alrededor de 1894 en la localidad de Layana, al noroeste de Zaragoza, la vida de Suñén estuvo marcada por sus innovadores inventos y por sus inclinaciones políticas hasta que en 1936 se lo tragó la tierra. O mejor dicho, la guerra. Nunca se volvió a saber de él, y su gran invento desapareció sin llegar a causar el impacto económico que él esperaba.





Fragmento de la entrevista a Rafael Suñén en La Libertad el 11 de noviembre de 1934


“Era un ‘devoralibros'”



De familia acomodada, los padres de Suñén murieron cuando aún era joven, de forma que él y su hermano quedaron bajo el cuidado de un familiar que les llevó a uno de los mejores colegios de Barcelona, donde vivió desde pequeño. Según relata este artículo del Heraldo de Aragón, no está claro qué decidió estudiar, “pero seguro que destacó sobre los demás. Era un devoralibros, un hombre muy inteligente con una enorme capacidad de trabajo”, cuenta uno de sus nietos, que lleva su nombre.


Siendo aún muy joven se alistó como aviador para ir de voluntario a África. De sus tiempos entre aviones nació su primer invento, patentado en 1921: unas alas que daban a las aeronaves más estabilidad que las tradicionales. Evaristo Fábregas actuó como mecenas, construyendo un prototipo que superó todas las pruebas de la Escuela Catalana de Aviación. A pesar de su éxito, nunca llegó a fabricarse con intenciones comerciales.


Solo un año después diseñó un fuselaje especial que mantenía la presurización de los aviones, permitiendo que la tripulación trabajase sin problema a miles de metros de altura. Hizo llegar su invento a las autoridades militares, que también lo evaluaron y le dieron su visto bueno.


Actividad política y exilio a París



De la misma época data su interés por la política. Suñén mantuvo una intensa actividad política, siempre ligado a opciones conservadoras, monárquicas y de derechas. En 1927 recogió firmas para solicitar la retirada de una estatua que representaba a una mujer desnuda, y contribuyó a crear las Juventudes Recreativas Patrióticas, una entidad tradicional y españolista que terminó integrándose en Unión Patriótica. Era recibido a menudo por Primo de Rivera, y sirvió durante los primeros años de la dictadura como censor del gobierno en Barcelona.


Cuando en 1931 se declaró la Segunda República, prefirió emigrar a París, donde conoció a otro español que sería clave en su trayectoria: Juan Jaime Puig, dueño de un taller de coches. Fue de esa relación de donde surgió la idea de crear un nuevo combustible. Aunque no fue el primero que lo intentó, ya que en Alemania ya se trabajaba en extraer hidrocarburos a partir del carbón, la idea de Suñén contemplaba partir de vegetales y de materiales de desecho, lo que aseguraría unos precios mucho más bajos que los del petróleo normal.


Suñén realizó pruebas en la Academia de Ciencias de París, y tanto el jefe del Estado Mayor francés como el Foreign Office británico y delegados de Mussolini se interesaron por sus desarrollos. En una época de tensas relaciones internacionales en Europa, con la Segunda Guerra Mundial en ciernes, alcanzar la independencia energética y hacerlo a bajo coste era un objetivo más que deseable para todas las potencias. Y eso era precisamente lo que el zaragozano prometía.


Protagonista en la prensa



Los periódicos de la época se hacen eco de su logro. Explicaron que había conseguido “la destilación de algunos vegetales”, y que trabajaba “con los desperdicios que van al pudridero de lo inservible”. La revista La Industria Nacional habló de su invento bajo el siguiente titular: “Petróleo de madera a diez céntimos el litro. En la Universidad de Zaragoza se ensaya el invento de un español”. En ese artículo, publicado el 31 de enero de 1935, se podía leer que “de dar buen resultado, como se espera, el invento producirá una gran revolución en el mercado de carburantes, ya que según ha manifestado su inventor, el precio no excedería de 10 céntimos el litro”.


‘De dar buen resultado el invento producirá una gran revolución en el mercado de carburantes, ya que el precio no excedería de 10 céntimos el litro’


Según cuenta al Heraldo el investigador Javier Abrego, del Grupo de Procesos Termoquímicos de la Universidad de Zaragoza, el procedimiento ideado por Suñén se basaba en crear un gas de síntesis a partir de carbonato (por ejemplo caliza), cualquier forma de carbono (carbón vegetal en este caso) y vapor. Aplicando ciertos procesos químicos a ese gas se podía sintetizar combustible líquido. Esta última fase, llamado proceso Fischer-Tropsch, había sido patentada en los años 20 en Alemania y probada en un programa piloto en 1934. Que Suñén la conociese y emplease en 1935 demostraba que estaba a la última en el desarrollo científico y tecnológico en su campo.


Un pariente le convenció de que volviese a España y mostrase su invento, que despertó suficiente atención como para que el 19 de junio de 1934 el Gobierno aprobase una comisión para analizarlo. Gonzalo Calamita, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza dirigió las pruebas, que al parecer se desarrollaron con éxito. Tras contactar con CEPSA, se instaló en un laboratorio en Madrid y comenzaron los preparativos para montar una planta industrial que sacase partido de su invento, además “todas las industrias anexas de derivados: lubrificantes, explosivos, colorantes, abonos agrícolas…”, se puede leer en la revista Aragón, en su número de febrero de 1935.


“¡Yo soy así!”



Según sus propias palabras, recogidas en La Libertad, con su invento quería traer una fuente de riqueza a España: “España es débil porque es pobre. Se despobló porque buscó el oro en otras latitudes. Para repoblarla es necesario que haya otra vez ese oro líquido en Espala, y el destino parece que se lo proporciona”. Aunque aseguraba haber recibido “tentadoras ofertas” de “dos grupos de naciones”, él quería dar a España la ventaja que supondría su invento, “a sabiendas de que yo pierda en los otros países lo que tengo derecho por divulgación forzada… ¡Pero yo soy así”.


‘Antes de este invento hice otros, dándolos todos desinteresadamente al Estado español del régimen caído, que seguramente dormirán en algún archivo’


En esa entrevista, reflejaba, con algo de teatralidad, lo que suponía ser un inventor en nuestro país en aquella época. “Antes de este invento hice otros, dándolos todos desinteresadamente al Estado español del régimen caído, que seguramente dormirán en algún archivo: el ala autoestable, el fuselaje neumático, la introcoilita (un explosivo que que puede ser nacional algún día), amén de otros trabajos de laboratorio que no han tenido otro valor para mí hasta hoy que de entretenimiento y juguete, sin haberme reportado ni una peseta, a pesar de haber sufrido mucho”.


Sin embargo, todo quedó en nada con el estallido de la Guerra Civil. Fuertemente significado los años anteriores, Suñén pasó varias semanas escondido en Madrid, hasta que, más tranquilo, decidió entregarse. Su familia recibió una carta suya explicándole que estaba en la cárcel Modelo (situada en el mismo lugar que hoy ocupa el Cuartel General del Ejército del Aire), pero cuando acudieron a llevarle ropa y algunas pertenencias, les aseguraron que no había ningún Rafael Suñén en sus archivos. Nunca se volvió a saber de él. Allí terminó la historia de un inventor que pudo revolucionar el equilibrio energético de la Europa de entreguerras pero del que nunca se volvió a saber y cuyos desarrollos se perdieron con él durante la guerra.

Fuente: El Confidencial




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