Cita Iniciado por Montealegre Ver mensaje
Se imaginan si esa infeliz frase hubiese sido dicha, no por el tribunal revolucionario, sino por un Tribunal de la Santa Inquisición o por alguna autoridad de la Iglesia. Claro que eso nunca hubieses pasado, pero pongámonos en el caso hipotético de que un inquisidor haya dicho (o siquiera sugerido) algo parecido, por ejemplo, si hubiese dicho: "La Iglesia no necesita sabios", o "La Inquisición no necesita sabios". ¿No tendríamos acaso hoy esa frase repetida en miles y miles de páginas escritas por científicos, historiadores, científicos sociales, etc., todos ateos o antirreligiosos, como "prueba" de que la Iglesia es enemiga de la ciencia? ¿Los Carl Sagans, los Dawkins, los Hawkings no habrían dedicado horas y horas de su tiempo a repetir incansablemente esa frase para mostrar cómo la Iglesia es un obstáculo y odia a la ciencia, que ciencia y religión son incompatibles? Pero como la frase real fue mencionada por un Tribunal revolucionario, un Tribunal "ilustrado", nadie la repite, nadie la conoce, solo la conocemos aquellos que realmente queremos saber la verdad de la historia. Por lo menos, yo nunca se la he escuchado a ningún defensor del conocimiento científico, nunca he visto que sea citada de manera crítica. ¿Qué raro, no? Las sandeces y las barbaridades dichas por los "ilustrados", por los "racionalistas" son convenientemente calladas y ocultadas; pero, cualquier error que pueda haber cometido la Iglesia, es magnificado y repetido hasta el cansancio (aún con falsedades, como en el caso de Galileo, como lo muestra el artículo de este hilo). Curiosamente, así como se magnifican los posibles errores de la Iglesia, paralelamente se silencia o se esconde la vinculación de la Iglesia con la ciencia, por ejemplo, ¿quién destaca que Lavoisier fue católico? Si alguien sabe que Mendel era católico es porque en todas las fotos y retratos sale con su ropa de clérigo, porque si no, estoy seguro que ni los mismos estudiantes de Biología lo sabrían. "Es que el que sea de tal o cual religión no es relevante para conocer, evaluar o explicar su trabajo científico": ese es el argumento que he escuchado a muchos. Claro, pero eso sí, hasta un muchacho de enseñanza media sabe hoy (gracias a la propaganda) que Turing era homosexual. Que era católico, eso no importa, si vamos a hablar de científicos; pero el ser maricón, eso sí es importantísimo, ¡vamos, lo explica todo!
Por supuesto, completamente de acuerdo, y estas son consecuencias de que la Iglesia perdiese su inciativa en el campo científico. Es evidente que siempre ha tenido enemigos, no tantos como hoy, no tan manifiestos, pero haber los había.

Otro caso fue Pierre-Simon LAPLACE, sobrino del abate LAPLACE de Beaumont. Empezó a ser educado por él hasta los 7 años, cuando ingresó en el colegio de los Benedictinos, que éstos tenían en la localidad mencionada bajo el auspicio del Duque de Orleans. A los dieciséis años se inscribió en el Colegio de Artes de la universidad de Caen para seguir la carrera eclesiástica, sin embargo, en 1768 abandonó sus estudios sin haberse ordenado. La explicación que se da es que su pasión por las Matemáticas hizo que se desviase de su vocación. La verdad es que no fueron las matemáticas por si mismas, sino dos "figuras" que tuvo por profesores, Christophe Gadbled y su ayudante Pierre Le Canu, fueron quienes se ocuparon de rebatir a Jean Adam, el profesor de Teología, dando por sentado que fe y razón eran contrarias. Gadbled era el típico enciclopedista que sostenía que la razón humana era suficiente para el conocimiento de todas las cosas del mundo natural, invirtiendo así el predominio de la Teología sobre la Filosofía. Hay que decir que Gabled era sacerdote. En mi opinión, el meollo del asunto está en esa inversión, en no haber sabido aprovechar en su momento que salvando la Teología y dejándola en supremacía, lo que es lo lógico, haber aceptado como perfectamente subordinados los nuevos métodos de entender el mundo natural, y social, otro gallo nos cantaría. No obstante, LAPLACE aún ejerció durante dos años como profesor en el Colegio de los Benedictinos, hasta que en 1789, año del inicio de la revolución en Francia, se marchó a París. Tenía 20 años de edad, con una personalidad muy formada como se puede uno imaginar para enfrentarse con la jaula de locas que era aquello.