«Decrepitud y vacuidad» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 23/I/2016.
______________________

Cuando, allá en el futuro, algún historiador estudie la decadencia y caída del pudridero europeo no encontrará mejor modo de ilustrarla que el cine pretencioso, pomposo, apestoso y baboso de Paolo Sorrentino. Cada época tiene los artistas que se merece; y esta época terminal que se ahoga en su propio vómito merecía, sin duda, el cine de Sorrentino, que envuelve en papel celofán su insufrible inanidad, su batiburrillo de naderías sonrojantes, su plácido nihilismo con hilo musical y aire acondicionado.

"La gran belleza" fue, sin duda, una de las películas más ombliguistas y cargantes que jamás nos hayamos echado a las retinas. Pero su maquillaje felliniano, tan resultón, causó asombro; y su apología del diletantismo, del cinismo, de la superchería intelectualoide, de la ampulosidad descreída conectó de inmediato con una legión de plumillas que hasta ese momento habían vivido amargados, con las ilusiones de la juventud --¡ay, esa Gran Novela que nunca escribieron!—anegadas en gin-tonic. De repente, el protagonista de "La gran belleza" vino a redimirlos de su indolencia, de su secreta postración, de su íntimo y descomunal fracaso: hasta entonces, se habían resignado a languidecer, como sanguijuelas en una charca seca, retorciéndose en los miasmas de su resentimiento y su esterilidad, embadurnando con su bilis la ilusión del neófito y el tesón del veterano, hasta perecer de sorda rabia; pero llegó la película de Sorrentino para descubrirles que la mierda en la que chapoteaban tenía destellos y oropeles de bisutería que, vistos en la distancia, podían confundirse con el brillo de una joya. Y aquellos perifollos que envolvían de glamour la fútil abyección de su protagonista se convirtieron a sus ojos en una hazaña artística; porque, de repente, su vida sórdida y yerma, dilapidada entre articulejos rezumantes de nicotina agria y gatillazos con borrachas más feas que Picio repescadas en cualquier "after-hour" con olor a sobaquina, se les antojó una vida llena de una belleza crepuscular y misteriosa. Y, alabando el bodrio de Sorrentino, se resarcían de la novela que no escribieron ni escribirán nunca, de los polvos con mujeres bellas que nunca echaron, de la vida que se les escurrió entre los dedos, mientras rebozaban su fracaso en farlopa.

Y ahora, después de "La gran belleza", Sorrentino viene a consolarlos, en su vejez presentida y en su aniquilamiento espiritual, con "La juventud", otro bodrio todavía mayor que ya ni siquiera se acoge al magisterio felliniano y que --¡vileza obliga!—acaba de ser galardonada con los premios máximos del cine europeo. No debe extrañarnos que al gafapastismo europeo encandile una película tan vacua y decrépita como "La juventud": pues es la elegía complaciente de un artista lleno de indulgencia hacia sí mismo y hacia el mundo en ruinas que se regodea en la inanidad de su propuesta y la engalana con una farfolla de diálogos tan campanudos como hueros, con una sucesión de secuencias que disfrazan el tedio con los ropajes más coloridos, con una panoplia de personajes que se pretenden únicos y sólo son carcasas vacías, espantajos sin alma, botarates que distraen con su cháchara inepta y onanista una nada sobrecogedora. Y todo este embozo para mostrar al final un corazón mugriento, gangrenado de nihilismo, mohoso de náuseas sartreanas, al que sólo le resta el consuelo del suicidio o el alzheimer.

Que, a la postre, son los únicos consuelos que restan a quienes han hecho del diletantismo, del cinismo, de la superchería intelectualoide, de la ampulosidad descreída su coartada vital. Y también los únicos consuelos que le restan al pudridero europeo. Sorrentino, después de todo, es un hábil retratista al natural.

https://www.facebook.com/39334999408...type=3&theater.