Revista FUERZA NUEVA, nº 118, 12-4-1969
¡Atención a la palabra “católico”!
Corre por ahí (1969) un dicho sobre la calificación moral de las películas que la explica de este modo:
1. Para todos, incluso niños
2. Para jóvenes
3. Para mayores
3-R. Mayores con reparos
4. Gravemente peligrosa
5. Premiada por la Oficina Internacional Católica del Cine
Esto no lo traigo aquí como simple pirueta irónica: responde a una realidad. En el último certamen de Venecia, la famosa, tristemente famosa, Mostra, donde al parecer ya no tienen cabida ni apreciación más que el panfleto político filmado y las aberraciones sexuales, la Oficina Internacional Católica del Cine otorgó su recompensa a la cinta de Pasolini “Teorema”.
Yo no he visto la película ni es fácil que la vea, pero conozco el argumento y desisto de contárselo a ustedes. Es suficiente saber que la obra ha sido retirada de los cines por la autoridad civil italiana y, lo que para nosotros es más elocuente, ha merecido la pública y enérgica repulsa de Pablo VI como denigrante y obscena.
Semejante hecho no es la primera vez que ocurre. Organismos internacionales y a veces españoles, a los que no sabemos quién, ni cuándo, ni cómo, ha otorgado el adjetivo de “católicos” se complacen en arrastrar esta palabra por el fango y arrebatar las marcas de complacencia en el mal a los peores comerciantes de esta materia. Recordemos (1969) que no hace mucho, en España recibió el premio en un certamen católico de arte cinematográfico una película de Bergman, que fue prohibida especialmente por varios obispos en sus diócesis, entre ellos el obispo de Barcelona. En vista de lo cual, la película -pásmense ustedes, si hoy se puede uno pasmar de algo- se proyectó en un local perteneciente a una de aquellas asociaciones que solían estar consagradas a San Luis Gonzaga y otros patronos de la juventud.
Hubo un tiempo -no tan remoto que no lo haya alcanzado a ver quien sobrepase los treinta años- en que bastaba el adjetivo católico aplicado a una entidad, a un periódico, a una persona misma, para que por ese solo hecho pudiéramos quedar absolutamente tranquilos acerca de la honradez, limpieza, veracidad y elegancia espiritual que allí reinaba.
Hoy (1969), señores, no ocurre así. Hay entidades y publicaciones que se llaman “católicas” o “cristianas”, o que llevan esta palabra en sus títulos, y que un padre de familia consciente no pondría en manos de sus hijos, porque es seguro que les habría de contagiar los virus de moda, doctrinales o morales, o cuando menos sembrar el más lamentable confusionismo en sus almas. (…)
|
Marcadores