LA GLORIA DEL CANON EN SILENCIO (I)
EXTRACTO DEL ARTÍCULO “THE GLORY OF THE SILENT CANON”, POR UN SACERDOTE DEL ORATORIO, TOMADO DE LA PÁGINA WEB DE “THE LATIN MASS SOCIETY” (www.latin-mass-society.org).

Cuando alguien asiste a la Misa Tradicional por primera vez, con frecuencia le sorprende que, la que obviamente es la parte más importante de la acción litúrgica, se haga en silencio. Aun en las misas cantadas, la consagración, se realiza en silencio. Es verdad que, desgraciadamente, algunas veces en nuestra historia litúrgica, ha habido abusos al respecto, como ej. el uso de música de órgano durante la consagración. Sin embargo, el modelo clásico del Rito Romano, es que después del canto del Sanctus,desciende un silencio, roto únicamente por la campana. Ésta es la gloria esencial del rito tradicional, su corazón. Creo que en nuestro ruidoso y clamoroso mundo moderno, este silencio es aun más necesario que lo fue para generaciones anteriores.
La razón de este silencio hemos de buscarla en los inicios, cuando la conciencia litúrgica de la Iglesia, se dio cuenta que el milagro de gracia que ocurre durante el canon, corría el riesgo de trivializarse, al pronunciarse en voz alta; pues sería como si las sagradas palabras que hacen real el milagro, fueran como las de un vulgar discurso. El misterio de la presencia real, el milagro de la transubstanciación, la plegaria de la oblación; todo esto es sustancia de los cielos, de los cielos venidos a la tierra. Quizás mejor diríamos, que en el canon, la tierra se eleva a los cielos. Con el canon, el culto de la Iglesia no se hunde en el silencio. No, la verdad es que subimos al silencio, un contemplativo y a la vez impregnante silencio, sobre el cual flota el Espíritu Santo, un silencio atemporal que exhala la vida del Cielo.
El pío y tradicional instinto de la Iglesia, nos indica que las impresionantes
palabras del Señor sobre el pan y el cáliz, deberían exhalarse otra vez, únicamente por medio de un sosegado y reverente susurro, procedente del humilde agente del milagro, el sacerdote que actúa in persona Christi. Son palabras, para no ser pronunciadas en voz alta, y mucho menos, el Cielo lo prohibe, para cantarse. Éstas son palabras de amor, palabras para susurrarse con reverencia y temor. Éstas son las palabras de la nueva y eterna alianza, que cambió el mundo para siempre. Éstas son las palabras que hacen el Misterio de la Fe, accesible a la humanidad, en cada momento de cada día, hasta la vuelta del Señor.
En el Canon de la misa, después de la consagración, el velo que separa este
mundo del paraíso, no es nunca tan delgado, tan ligero. Podemos recordar la feliz
comparación de Monseñor Ronald Knox sobre la presencia eucarística, semejándola a “una ventana en el muro”. Con los ojos de la fe, nos encontramos con capacidad de ver más allá de este mundo, podemos profundizar en la realidad trascendente que es Cristo. Por ello, durante unos preciosos momentos, el Hijo de Dios, vendrá hasta nosotros; la Eternidad misma. La Persona Eterna se hace presente, y el silencio del canon, que rodea esa presencia, nos ayuda a apreciar la intemporalidad de Cristo. Porque, quien se hace presente es el Señor vivo, el señor resucitado, nunca más limitado por las leyes del tiempo y el espacio. Él es el poder, la fuerza, la belleza que llena y anima toda la creación. Su majestad debe esperarse en silencio, y adorarse en silencio.
En el silencio del Canon, los signos externos de la acción litúrgica, son aun más penetrantes: las genuflexiones, los gestos del celebrante, los repetidos signos de la cruz sobre la hostia. Estos numerosos signos de la cruz, hechos sobre la hostia después de la consagración, son tan importantes, yo me atrevería a decir, que aun más importantes, que los realizados antes de la consagración. Después que los elementos del pan y el vino, se han transformado en el mismo Cristo, la Iglesia los señala repetidamente con el signo de la Cruz, y no para bendecirlos, porque todas las posibles bendiciones, ya las ha recibido en el milagro de la transubstanciación. No, las cruces se hacen para designar a la hostia, una y otra vez, como el objeto del sacrificio, el mismo cuerpo y la misma sangre que fueron ofrecidos en la cruz, ahora glorificados y verdaderamente presentes en el altar. Estoy convencido, que omitir los signos de la cruz tras la consagración, nos hace correr el riesgo de debilitar nuestra fe en la identidad del sacrificio de la misa con el sacrificio de la Cruz. En el silencio del canon, esa total identidad es explícitamente afirmada, con los gestos litúrgicos del celebrante proclamando la Cruz, más poderosamente que podrían expresarlo las palabras.
http://www.unavocesevilla.info/gloriacanonsilencio.pdf