EL RITO DE LA PAZ


Ejemplo cabal de como se prohijó este arcaísmo para servir al designio verdadero de la Revolución se puede hallar en el Rito de la Paz del Novus Ordo.
Se ha divulgado como un renacimiento del rito antiguo del Beso de Paz, como se practicaba en la Antigua Iglesia, del que en las Misas Solemnes de la Liturgia Romana aún queda vestigio. La importancia de que en los planes de los del manejo tiene lo indica el gran hincapié que han hecho en ese Rito de Paz. Junto con la Comunión o la “Fiesta del Amor”, constituye lo que puede llamarse la cumbre del ministerio.
En el Rito Ordinario o Nueva Liturgia, poco después del Padre Nuestro, se dá una instrucción para “expresar a cualquiera deseos de paz y amor con palabras y ademanes de propia elección”. Lo que aquí se solicita es un abrazo cordial. “Un apretón de manos no perturba a nadie”,-dicen- más esto no corresponde exactamente al espíritu en que se envuelve esta situación. En algunos lugares hay que besuquearse a porfía. La idea es que todos deberían dar una señal genuina, física, (de besos y abrazos), de su Cristiano amor. Deberían hacer las rondas y darse así a conocer a las personas extrañas. Debería ser una especie de hora feliz sin bebidas. Debería estar cada uno gozosísimo de ver a sus hermanos y hermanas y darlo mucho a entender.
¿Cuál es el significado que está detrás de esta ceremonia? Es que Cristo está presente de verdad en los corazones de todos los que se aman uno a otro? Ubi cáritas est, Deus ibi est. En donde está la caridad, ahí también está Dios. ¿Por medio de esos cordiales abrazos y tocamientos se está comunicando y expresándose la caridad verdadera? El espíritu en común, no es sólo simbolizarse, sino ha de ponerse en práctica en éste momento actual y por la obra aprenderse. Cristo dijo: «Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt. V, 24).
El Rito de la Paz, unido al Rito Penitencial, en que se confiesan todos a sus hermanos y hermanas, en ese acto de reconciliación, -según ellos- mandado por Cristo, con nuestros hermanos. Y así es la mejor preparación para recibir a Cristo en la Eucaristía. Este hacimiento de paz con nuestros hermanos permítele a una persona de verse libre (o liberada); se está en la Comunidad de la iglesia hallándose a sí mismo y demostrando ambas paces, la personal y en común, que sólo Cristo puede dar.
Y para que pueda darse esta paz con abundancia, las barreras que dividen a aquellos que están presentes hay que demostrarlas. Ahora es cuando se está cumpliendo el dicho del Gran Apóstol: «Ya no hay distinción de judío ni griego, ni de sirvo, ni libre, ni de hombre, ni mujer. Porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo». (Gal. III, 28). No hay para que decir que el saludo de la paz ha de darse a los presentes, a todos sin excepción. Hay que hacer esfuerzos especialmente para lograr que los que no son Católicos no se sientan excluidos. De hecho excluir a cualquiera por su credo, su linaje, orígenes nacionales, o persuasiones políticas, sería una falta muy seria, o brecha, en la caridad. No ha de dejarse, igualmente, que se interponga de estorbo el hecho de que algún fulano pueda estar en la parroquia viviendo en culpa mortal, o, por estar mal casado, pueda estar excomulgado, (o si dejó el sacerdocio, sin la dispensa apropiada)… Obrar así acabaría con la idea de la paz tal como este rito se celebra. No es tiempo aquí ni lugar de entrar en tales minucias. Lo que hace el caso es que cada uno presente a sus hermanos y hermanas darse a sí mismo y permite que la comunicación espontánea y natural de la paz de Jesucristo fluya de uno hacia todos. Ha de arrojar cada uno su timidez, egoísmo y su disimulación. Debe, por así decirlo, darse a sí mismo de ofrenda sobre la comunidad, permitir que su persona llegue a ser parte de ella, convertirse en ingrediente de la mezcla comunal. Esto es lo que significa el Rito Ordinario.
Es de esperar que llegando a ese Rito de la Paz, cada uno esté dispuesto a participar con él con júbilo y alborozo. En circunstancias propicias, “se ha fraguado” ya el servicio de la “misa” hasta este punto. Consideremos ahora de que modo se ha fraguado, dentro de la “Nueva Misa”, tomada en su integridad, esta estructura o enredo.
Considerando que, según el Código de Derecho Canónico, sólo a aquellos que en la Iglesia están en las condiciones requeridas para ello se les ha de permitir tener parte en las funciones litúrgicas, esto es, hacer un papel en las ceremonias. Otros como los excomulgados y los que no son católicos pueden (o deben según los casos) sólo asistir; ¡nada más! Para el Rito de la Paz, este entredicho o mandato ha de extenderse también a aquellos que, aunque no estén excomulgados, se sabe que están viviendo en pecado. Puesto que están rechazando, por su modo de vivir, la paz de Cristo, obviamente éstos deberían irse sin que se les dé. ¿No dijo Nuestro Señor: «que si en ella hubiere un hijo de la paz, descansará vuestra paz sobre él; donde no, volvérase a nosotros?» (Lucas X, 6).
¿Que iglesia hay hoy que no lo fomente todo para que la concurrencia toda participe en el Rito de la Paz? Tal género de pregunta, por falta de cortesía puede ofender a mis lectores. Por supuesto, éste es el punto. Lo que parece descortés es bastante indicación de como la “nueva religión” ha hecho efecto en cada uno. Con todo, precisamente por semejantes razones, como estas de las cuales hablamos, cesó de darse el beso de la paz entre el pueblo en la Liturgia Tradicional.
Claman los reformadores estar restaurando el rito conforme a la antigua usanza. Deben entender que que en la Iglesia Primitiva sólo se permitía (el Rito de la Paz) a la gente que creía estar presente a la Misa propiamente dicha. Con el tiempo se aconsejó que estuviesen separados los hombres de las mujeres, no hay para que decir que de ésto no queda nada el día de hoy. Tan inimaginable era pensar que la mujer pudiese vestir como lo hace hoy en día. La paz de Cristo no puede entrelazar a sus amigos y a quienes -por cualquier razón- se rehúsan a aceptar su total soberanía. La paz de Cristo reside en el corazón del hombre que por las virtudes teologales se mantiene a Él adherido. El fruto de ésta relación es la paz, y entre los hombres es el fruto que reina en común entre quienes comparten ésta relación con Cristo. La Sagrada Eucaristía es ambas cosas, la causa y el símbolo más perfecto de ésta unidad, como la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, es la visible incorporación a ella. Imposible es la comunión de paz y amor entre gente que, o bien está indispuesta, o no demuestra interés, o no cree en el misterio de la Eucaristía y en la verdad del catolicismo.
El Rito de la Paz en el Novus Ordo Missae no tiene defensa, es algo intrínsecamente diferente, es el más sorprendente ejemplo de que por ajustes y acomodos tiene al pueblo, en vez de Dios, dándose culto a sí mismo. Ved lo que es eso: El tiempo en que precisamente debe ser de cada uno de los asistentes a esta misa para adorar a Cristo en cada corazón y mente para la preparación a la Comunión, empiezan todos a amiguear en derredor, ¡charlando unos con otros! Descárense los liturgos, para llamar ésta acción, una simbólica acción. Lo que es en realidad; es un símbolo incomparable del escarnio que hace el Diablo del Santísimo Jesús y de aquellos que lo adoran.

No hay nada digno de la Verdad de Cristo en ésta insensata farsa. Hemos de mirarla como es, una forma de ejercicio revolucionario de la sensibilidad.

Ecce Christianus