El Espíritu Santo no es elector
En el universo mental del (neo) conservadurismo eclesial es ya un lugar común decir que a los papas los elige el Espíritu Santo. Algunos hablan de un "soplo certero". Seguramente los menos rústicos no llegan al extremo de sostener que el Paráclito elige directamente al Pontífice, sino que asiste a los electores, pero ponen tal énfasis en esta intervención que uno se pregunta si para ellos el auxilio sobrenatural es objeto de una correspondencia automática, propia de máquinas y no de seres humanos libres y defectibles. No queremos dejar de reproducir el siguiente artículo del ABC aunque más no sea para dejarlo en el archivo de nuestra bitácora.
Ratzinger: «Hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido»En 1997, el entonces prefecto de la Doctrina de la Fe aseguraba que el Espíritu Santo actúa como un «buen maestro», pero no «dicta» el candidatoDentro ya de la Capilla Sixtina, el momento en que los cardenales se estremecen es el canto del «Veni, Creátor Spíritus». Significa que ha llegado la hora de la verdad, de dejarse dominar por una Presencia mayor, por lo divino.Pero no es automático. Según explicó el cardenal Joseph Ratzinger en 1997 a la televisión de Baviera, «yo no diría que el Espíritu Santo elige al Papa, pues no es que tome el control de la situación sino que actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos».El entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, recordó con toda sencillez que, mirando a lo sucedido a lo largo de la historia de los 264 sucesores de Pedro, «hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido».En su opinión, «el papel del Espíritu Santo hay que entenderlo de un modo más flexible. No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas». Era una visión de fe, que integraba perfectamente dos grandes milagros en la vida sobrenatural: el de la gracia y el de la libertad.Fuente: Ratzinger: «Hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido» - ABC.es
infoCaótica: El Espíritu Santo no es elector
Dejen tranquilo al Espíritu Santo
Casi como una respuesta puntual a las insensateces de los grupos neocon -que atribuyen la elección del Sumo Pontífice a una acción directa del Espíritu Santo-, han salido a la luz las declaraciones que, en 1997, hizo el entonces cardenal Ratzinger al respecto. Decía: “Yo no diría que el Espíritu Santo elige al Papa, pues no es que tome el control de la situación sino que actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos”. El entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, recordó con toda sencillez que, mirando a lo sucedido a lo largo de la historia de los 264 sucesores de Pedro, «hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido». En su opinión, «el papel del Espíritu Santo hay que entenderlo de un modo más flexible. No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas».
Me puse a pensar, entonces, a cuántos papas el Espíritu Santo ni le habría ocurrido elegir. Y recordé que, bajando por via Cavour, desde Términi hacia el Foro, justo frente a la empinada escalinata que sube hasta San Pietro in vincoli, se encuentra una escalera más pequeña que desciende hacia via Baccina. Se llama “salita dei Borgia”, es decir, “subida de los Borgia”, y todos los habitantes del rione Monti en Roma conocen el origen de ese nombre: allí vivía una de las amantes más conocidas del papa Borgia, el español Alejandro VI, a fines del siglo XV. Todos los romanos de la época -y algunos habitantes de las ciudades vecinas, porque el resto del mundo desconocía saludablemente lo que sucedía en la corte pontificia- sabían que Alejandro era papa y obispo de Roma, le decía Santo Padre pero sabían también que no era ningún santo. Es decir, tenían la sensatez de no asociar necesariamente papado con santidad y, mucho menos, papado con impecabilidad.
Esta historia viene a cuento no solamente por los dichos de Ratzinger, sino por las burradas de lo más increíbles que se han escuchado en las últimas semanas por parte del universo neocon. Refiero solamente dos de ellas. Un sacerdote decía “ Las opiniones y futurologías sobre el vicario de Cristo, nuestro "Cristo en la tierra", me parece que sobran... obediencia, docilidad, reverencia debida al sumo pontífice, y ocuparse cada uno de la misión que el Señor nos da en la Iglesia, que bastante queda por evangelizar. Todo lo demás me suena a interna clerical, a cosa de viejas chismosas”. Como muy bien alguien le observó, reducía a la categoría de viejas chismosas a un buen grupo de santos -pienso, por ejemplo, en Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer-, que criticaron mucho más durante a los papas de su época que lo poco que pude hacer este blog. El buen curita respondió que sus palabras no se aplican a los santos sino a los fieles cristianos de hoy a los que sólo resta obediencia, docilidad y reverencia al Sumo Pontífice. Le faltó agregar, ó agregar, y abdicación de la inteligencia.
El segundo caso es el de una seglar instruida en la fe, neocon y militante pro-vida. Todos los comentarios negativos hacia el papa solamente sirven para crear “mal espíritu” contra el “sucesor de Cristo” (¡) que es una persona sagrada. Estoy seguro que cuando pensó un poco sus palabras, las habrá cambiado, pero son reveladoras del espíritu neocon: el papa es un ser sagrado, -de naturaleza semi divina quizás-, similar al Dalai Lama o a alguna otra semidivinidad pagana, que fue elegido por decisión expresa del Espíritu Santo, y frente al cual solamente cabe bajar la cabeza y besar sus pasos. Un disparate. Y aclaro que estos disparates no son privativos de la pobre fémina: se los escuché en el domingo pasado en la homilía de un cura neocon y la he escuchado varias veces a los fieles lefes.
Si tal fuera el caso, todos los romanos se hubieses suicidado o hubiesen apostatado en los años de Alejandro VI. En cambio, con la picardía que los caracteriza, bautizaron con su apellido el pequeño sendero que llevaba a las habitaciones de su amante con la que, ciertamente, no se entretenía por las noches rezando el rosario.
Y se me ocurrió hacer una lista de los que, a mi criterio, fueron algunos de los malos papas del primer milenio. Y elegí este periodo histórico porque me parece que era más difícil ser un mal papa en esa época por el fortísimo empujón que tenía la Iglesia debido a la cercanía temporal con el Señor y los Apóstoles y por el testimonio concreto y casi tangible de los innumerables mártires de los primeros siglos. (Si eras mal papa, corrías el peligro real de que los romanos te comieran vivo. Hoy en cambio, si sos mal papa, tenés la certeza de los medios de comunicación te cantaran loas).
Es fácil hablar de los malos papas del Siglo de Hierro y mencionar, por ejemplo, a Juan XI (931-936), que era hijo sacrílego del papa Sergio III y de Marozia, quien estaba casada con otro hombre y que fue elegido a los veinticinco años, o de Juan XII (955-964), elegido a los dieciocho años. O de Esteban VI (896-897) que hizo desenterrar el cadáver de uno de sus antecesores, el papa Formoso, lo sentó en su trono vestido con los ornamentos pontificales, lo juzgó, lo condenó y lo hizo arrastrar por toda la ciudad de Roma. O de otros pontífices de ese mismo siglo que murieron de hambre encerrados en Castel Sant’Angelo por obra de los Tusculanos.
Pero podemos recordar también al papa Vigilio (537-555), un diácono trepador y ambicioso que hizo todas las tramoyas posibles para ser elegido papa. Lo intentó a la muerte de Agapito, en 536, pero llegó tarde y fue designado Silverio. Pero cuando, al año siguiente éste murió, Vigilio logró ser reconocido como papa por el clero romano. Eran épocas en las que aún no estaba de modo el mandar a escribir biografías a fin de promocionarse para un posible próximo cónclave.
Menciono también al papa Zósimo (417-418) que condenó a los obispos africanos ortodoxos dándole la razón a los pelagianos; al papa Vitaliano (657-672), que se hizo el zonzo con las cuestiones dogmáticas candentes y que debía resolver, a fin de congraciarse con el emperador a quien le escribía cartas elogiosas; a Juan VII (705-707), obediente como un corderito al emperador Justiniano en desmedro del dogma y de la doctrina ortodoxa, o al papa Constantino II, elegido, por imposición del duque Toto de Nepi, el mismo día de la muerte de su antecesor siendo seglar (recibió todas las órdenes en una semana) y que, a los trece meses de su elección, fue asesinado. Y si siguiéramos comentado las historias de los papas del milenio siguiente, nos llevarías muchas sorpresas más.
La pregunta es ¿cómo la gente conservaba la fe, sabiendo lo que sucedía en la sede romana? Sencillo: habían puesto al papa en el lugar que le corresponde, es decir, ser el funcionario de mayor rango en la Iglesia, y nada más que eso. Ni santo, ni semidios, ni profeta, ni sagrado. El emperador Constantino fue muy sabio cuando reconoció al obispo de Roma el poder absoluto de decidir en todas las apelaciones y sometió a su competencia las controversias de los metropolitanos, todo esto en épocas del papa San Dámaso (366-384). Es decir, dispuso que el papa era el tribunal de última instancia. Ni más ni menos que eso. Y algunos siglos más tarde, en 817 durante el pontificado de Pascual I, quedó establecido por el emperador Luis el Piadoso, que la elección del romano pontífice correspondía a los romanos: al papa lo elige el clero de Roma, y se las arreglan ellos con lo que eligen. Nada de Espíritu Santo ni de inspiración divina. Lo eligen y se lo aguantan, pero no nos lo carguen a nosotros.
Nuestro problema es que se nos metió en la cabeza la historia de los “tres amores blancos” del bueno de Don Bosco y pusimos al papa casi al mismo nivel que la Eucaristía y la Santísima Virgen. Y cuando pasa lo que pasa, ya no sabemos qué hacer.
The Wanderer: Dejen tranquilo al Espíritu Santo
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