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Tema: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

  1. #1
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    El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    JUAN VICENTE BOO / CORRESPONSAL EN EL VATICANO






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    El Pontífice aprueba la beatificación de Álvaro del Portillo y 42 nuevos mártires españoles

    efe


    El Papa Francisco promulga el decreto de la canonización de Juan Pablo II


    El Papa Francisco no da respiro. El mismo día en que inaugura una gigantesca estatua de San Miguel Arcángel para consagrarle el Estado del Vaticano y presenta su primera encíclica, «La luz de la fe», ha aprobado también los respectivos milagros para proceder a la canonización de Juan Pablo II y a la beatificación del obispo español Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei.
    En la audiencia concedida al prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Ángelo Amato, el Papa aprobó igualmente «el voto favorable de la Sesión Ordinaria de padres cardenales y obispos sobre la canonización del beato Juan XXIII, y ha decidido convocar un consistorio (reunión de cardenales residentes en Roma) que incluirá también la canonización del beato Juan Pablo II».
    Aunque el procedimiento respecto a Juan XXIII, resulta distinto al habitual, que es la aprobación de un milagro como requisito para la canonización, la santidad del «Papa bueno» es tan evidente que los cardenales y obispos han decidido proponerla directamente al Papa Francisco. El Vaticano anunciará en breve más detalles.
    En la misma audiencia al prefecto Ángelo Amato, el Santo Padre aprobó también «el milagro atribuido a la intercesión del venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, obispo titular de Vita, Prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei, nacido en Madrid el 11 de marzo de 1914 y fallecido en Roma el 23 de marzo del 1994».
    Junto con Álvaro del Portillo serán elevados a los altares en los próximos meses otros 43 españoles, pues el Papa aprobó el milagro para la beatificación de Esperanza de Jesús, la fundadora de las Esclavas del Amor Misericordioso y de los Hijos del Amor Misericordioso, nacida en Santomera en 1893 y fallecida en Collevalenza, Italia, en 1983.
    Los otros 42 nuevos santos son un sacerdote diocesano y 41 religiosos y religiosas asesinados por odio a la fe cristiana durante la persecución religiosa que tuvo lugar del 1936 al 1939 en España.

    En este caso, el Papa ha aprobado los decretos de martirio, lo cual da paso a la beatificación sin necesidad de un milagro.
    Los grupos más numerosos son 24 hermanos de San Juan de Dios y 14 miembros de la Congregación de la Misión.

    El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII - abcdesevilla.es

  2. #2
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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    O sea: todos en el mismo saco: Juan XXIII, JPII, los mártires españoles, Álvaro del Portillo y, si nos descuidamos, el primero que pase por la esquina del Vaticano. Tanto valen los mártires como los pastores liberales posconciliares. Obsérvese lo que dice la noticia: "Aunque el procedimiento respecto a Juan XXIII resulta distinto al habitual, que es la aprobación de un milagro como requisito para la canonización, la santidad del «Papa bueno» es tan evidente que los cardenales y obispos han decidido proponerla directamente al Papa Francisco." Cuando veo ese sobrenombre de "Papa bueno", pienso: ¿Qué pasa, que todos los otros eran malos? Los que le precedieron habían sido unos santos varones que lucharon contra el modernismo. Los habido malos, los ha habido mediocres y los ha habido santos. Toda esa aureola que le suelen dar de Papa bueno al que trajo el nefasto Concilio y se negó a publicar el mensaje de Fátima, tanto mercadeo y publicidad, no sé. Más apropiado sería llamarlo "Papa buenista" o "Papa bonachón". Cada uno tiene su personalidad, y en sí no me parece malo el carácter bonachón de un Juan XXIII o un Francisco I. Lo que no me gusta es que en uno y en otro se los presente constantemente como papas buena onda, papas chéveres, halagando los sentimientos del vulgo. De tanto repetirlo se hace tan evidente que ya se considera obvia su santidad. (Y mientras que esperen otros grandes santos como Pío XII, Isabel la Católica y muchos más. De Marcel Lefebvre mejor ni hablo.) Hace tiempo las beatificaciones y canonizaciones han perdido seriedad y se han frivolizado.
    Mefistofeles dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    FRANCISCO, LO QUE HAS DE HACER, HAZLO RÁPIDO




    Juan Pablo II "Santo"


    Juan XXIII "Santo"

    Álvaro del Portillo "Beato"

    Pablo VI ¿"Beato"?


    Vaticano II. ¿"Santo"?

    Syllabus: FRANCISCO, LO QUE HAS DE HACER, HAZLO RÁPIDO

  4. #4
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    Francisco no pide un segundo milagro para Juan XXIII
    Juan Pablo II y Juan XXIII serán canonizados el 27 de abril, fiesta de la Divina Misericordia

    Actualizado 30 septiembre 2013

    Los papas Juan Pablo II (1920-2005) y Juan XXIII (1881-1963) serán canonizados el próximo 27 de abril y se convertirán así en los otros dos pontífices proclamados santos en los últimos cien años junto con Pío X, según anunció hoy el papa Francisco en latín.

    La fecha de su canonización fue elegida por el papa Francisco durante el consistorio celebrado hoy junto con los cardenales y corresponde al primer domingo después de las celebraciones de la Semana Santa, cuando la Iglesia católica celebra la fiesta de la Divina Misericordia.

    Es una fiesta que instituyó el propio Karol Wojtyla tras hacer santa en el año 2000 a la monja polaca Faustina Kowalska. Va ligada a una visión de la santa: una imagen de Jesús de la que salen dos rayos, rojo y pálido, representando los sacramentos y la vida del Espíritu Santo, y las palabras "Jesús, confío en ti".



    El papa Francisco hizo alusión, siempre en latín, a la vida de Juan Pablo II y de Juan XXIII.


    El camino hacia la santidad tiene varios escalones: En los casos más tradicionales, primero es necesario ser nombrado Venerable Siervo de Dios, el título que se da tras la muerte a quien se le reconoce haber vivido "las virtudes de manera heroica".

    Después es necesario tras una especie de "juicio" que sea reconocido un milagro para ser proclamado beato y después otro para la canonización, aunque el papa puede saltarse alguno de estos pasos como en el caso de Juan XXIII.

    La canonización del papa polaco ha llegado en tiempo récord, pero ha seguido todos los pasos marcados por la Iglesia.Y es que la subida a los altares de Juan Pablo II, cuyo papado duró casi 27 años, fue casi por aclamación popular tras el "santo súbito" (santo ya) que resonó durante días en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

    En mayo de 2011, la Congregación para las Causas, el organismo del Vaticano que evalúa a los candidatos a la santidad, consideró como primer milagro el caso de la monja francesa y enfermera Marie Simon Pierre, de 51 años, quien según la comisión médica se curó de manera inexplicable de la enfermedad de Parkinson, la misma que sufrió Wojtyla en los últimos años de su vida.

    El caso sorprendente de Juan XXIII

    En cuanto a Juan XXIII, el papa Francisco, que en sus seis meses de pontificado ha resaltado en numerosas ocasiones la figura del "Papa Bueno", sorprendió el 5 de julio pasado al anunciar que lo proclamará santo sin esperar ese milagro, en una decisión inédita.

    El portavoz vaticano, Federico Lombardi, afirmó que Francisco, en el caso de Juan XXIII, no tiene dudas de su santidad.

    "Conocemos todos las virtudes y la personalidad del papa Roncalli, no es necesario explicar los motivos de su santidad", dijo Lombardi, que precisó que ello no quiere decir que a partir de ahora todos los beatos sean canonizados sin un segundo milagro.

    La santificación de Juan Pablo II y Juan XXIII se produce en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, convocado por Roncalli, aquel papa del norte de Italia al que todos consideraban un papa de "transición".Se da el caso de que Juan XXIII fue beatificado junto al papa Pío IX (1792-1878, elegido Papa en 1846).






    Fuente: RELIGIÓN EN LIBERTAD


  5. #5
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    En principio, pienso que no existen motivos teológicos que impidan la posibilidad de una canonización por el Papa de una persona por "razones de evidencia en su santidad". Pienso, por ejemplo, que habría podido hacerse en el caso particular del Padre Pío (al que, sin embargo, se le aplicó el procedimiento reglamentario correspondiente, como a cualquier otro).

    Sin embargo el problema, como siempre, está en los nuevos criterios doctrinales inaugurados y seguidos a partir del Vaticano II por los Papas conciliares y posconciliares, traducidos en la práctica en las correspondientes reformas (en todos los ámbitos de la Iglesia) llevadas a cabo tras dicho Concilio. Si el Espíritu Santo guiaba a la Iglesia a la hora de establecer unos procedimientos, con el paso del tiempo, cada vez más prudentes en el Derecho Canónico para los procesos de beatificación-canonización, ¿se puede realmente afirmar esa misma guía en la reforma del ´83, relajadora y suavizadora de las reglas canónicas en los procedimientos? Y sobre todo, dicha reforma canónica relajadora, ¿garantizaría en adelante la infalibilidad papal del acto de canonización?

    En el caso particular del Papa Juan XXIII, ¿existen realmente "razones de evidencia en su santidad" que hagan incluso innecesaria la aplicación de ese nuevo procedimiento más flexible establecido en la reforma del ´83?


  6. #6
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

    Los siguientes trabajos fueron presentados originalmente en la página de la HSSPX de América del Sur. Yo los he tomado para su reproducción del sitio Tradición Digital.

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    Acerca del anuncio de la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII

    Christian Bouchacourt - HSSPX

    Durante el consistorio público reunido el 30 de septiembre próximo pasado, el Papa Francisco manifestó su intención de proceder a la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Semejante anuncio no deja de causarnos un gran asombro y tristeza. Efectivamente, no podemos olvidar que Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, el cual inició y fomentó un pacifismo letal con el mundo. Quiso desposar la Iglesia con las ideas liberales condenadas por sus predecesores. Juan Pablo II, a su vez, impuso el espíritu y las decisiones del Concilio en la Iglesia entera. Realizó acciones gravísimas tales como la reunión de Asís y el beso del Corán, haciendo peligrar gravemente la fe.

    A fin de saber qué pensar de las canonizaciones actuales y conocer mejor los daños acarreados para la Iglesia con el pontificado de Juan Pablo II, los invito a leer los dos artículos que a continuación presentamos, los cuales hemos publicado en nuestra revista “Iesus Christus” nº 134, en marzo/abril de 2011:

    Más que nunca es hora de rezar y de hacer penitencia por el Papa y la Iglesia, para que Cristo Rey ponga un término a la pasión que atraviesa la Iglesia, y que la Tradición recobre sus derechos, por el honor divino y el bien de las almas.

    Padre Christian Bouchacourt – HSSPX
    Superior del Distrito de América del Sur

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    ¿A quién debemos imitar? Juan Pablo II vs. los santos


    Jean-Michel Gomis - HSSPX



    En los otros artículos de la revista “Iesus Christus” Nº 134, nuestro lector podrá encontrar un planteo más bien teológico de las dificultades relativas a la beatificación de Juan Pablo II. Como solía decir Monseñor Lefebvre: ¡bienaventurados los católicos que no tuvieron que plantearse semejante problema! ¡Tener que juzgar al mismo Papa!

    Pero en realidad no somos nosotros quienes emitimos un juicio, sino dos mil años de vida y enseñanza de la Iglesia; es el mismo Evangelio predicado por Nuestro Señor Jesucristo; son los santos, con sus obras y doctrina. Cuando la vida de una persona, sus enseñanzas y acciones coincidieron con la de Nuestro Señor y de los santos, sabemos que podemos seguir con tranquilidad su ejemplo para alcanzar la vida eterna. De este modo hablaba San Pablo a los Corintios: (I Cor. 11, 1): “Sed imitadores míos como lo soy de Cristo”. En cambio, si encontramos una contradicción entre la vida de dicha persona y la de los Santos, no podemos imitarla, puesto que su ejemplo nos aleja del camino del cielo.

    ¿Qué pensar de la vida de Juan Pablo II? ¿Coincidió con el Evangelio y el ejemplo de los santos? ¿Podemos seguir sus pasos con tranquilidad?

    Sin olvidar la gravedad del asunto y conservando el respeto debido a la dignidad pontificia, trataremos de responder el interrogante planteando las graves dificultades suscitadas por el pontificado del reciente beato, y los hechos que fundan las mismas. En forma paralela recordaremos las enseñanzas y prácticas correlativas de los santos y papas anteriores. De este modo sabremos si, verdaderamente, podemos imitar al nuevo beato para alcanzar la vida eterna.

    Primera dificultad:

    En nombre del ecumenismo, Juan Pablo II ha renunciado a convertir las almas a la fe católica. Afirmó que todas las religiones son camino de salvación. De este modo dejó a miles de almas en el camino de la perdición.

    - Los hechos: “Desde el comienzo de mi pontificado, hice del ecumenismo la prioridad de mi preocupación y acción pastoral” (1) decía Juan Pablo II. En esta pastoral le guiaron las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “Aunque creemos que las iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no rehusó servirse de ellas como medios de salvación”.(2) Por eso dijo que “la Iglesia desea establecer relaciones positivas y constructivas con grupos humanos de credos diferentes, con vistas a un enriquecimiento recíproco”.(3) El Cardenal Kasper, que en 2001 él nombró como Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, dijo que “la acción pastoral de la Iglesia católica tanto latina como oriental ya no tiende a hacer pasar a los fieles de una Iglesia a otra”;(4) “el ecumenismo no se hace renunciando a nuestra propia tradición de fe. Ninguna Iglesia puede hacer esta renuncia”.(5) Y añadía aún más: “Podemos describir el ‘ethos’ [regla de conducta] propio del ecumenismo de vida de la siguiente manera: la renuncia a toda forma de proselitismo, sea abierto, sea camuflado”.(6) Siguiendo estos principios, es verdad que Juan Pablo II nunca llamó a la conversión a los que pertenecían a otras religiones.

    - Los santos y papas anteriores: Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, se condenará” (Marcos 16, 15-16). San Juan Bautista decía que “el que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios” (Juan 3, 36). El Papa Pío IX, retomando la Tradición de la Iglesia decía que “bien conocido es (…) el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica”.(7) Poniendo en práctica estas palabras, los Apóstoles y los Santos misioneros como San Pablo (+ 67, Apóstol), San Patricio (+ 464, Obispo), San Bonifacio (+ 754, Obispo), San Francisco Javier (+ 1552, Sacerdote), fueron a predicar la conversión al Evangelio al mundo entero. También los santos apologistas, como San Justino (+168, filósofo), San Cirilo de Jerusalén (+ 386, Doctor de la Iglesia), San Hilario (+ 368, Doctor de la Iglesia), publicaron abundancia de escritos para mostrar la verdad de la Iglesia católica y la falsedad de las otras religiones.

    Con “pastoras” luteranas…


    Segunda dificultad:


    Por su pastoral ecumenista, Juan Pablo II ha confirmado los protestantes en su error. No condenó las herejías de Lutero, sino que buscó acordar la doctrina católica con las mismas.

    - Los hechos: En el curso de uno de sus viajes a Alemania, pasando por Frankfurt, dijo: “Hoy vengo a vosotros, hacia la herencia espiritual de Martin Lutero, vengo como un peregrino”.(8) Con ocasión del 500º aniversario del reformador, escribió al Cardenal Willebrands que sobre la base de las más recientes investigaciones históricas, “se ha revelado de manera convincente el profundo espíritu religioso de Lutero, animado de una pasión ardiente por la cuestión de la salvación eterna”.(9) Siguiendo los principios del ecumenismo y llevado por su aprecio hacia Lutero, el 11 de diciembre de 1983 fue a rezar al templo protestante luterano de Roma, por lo cual se despojó de todo signo externo que manifestara la autoridad pontificia. Escuchó leer desde el púlpito una plegaria de Lutero, que él mismo había elegido antes de ir. El 31 de octubre de 1999 se publicó la Declaración conjunta sobre la justificación, en la que, con vista al ecumenismo, se puso entre paréntesis los dogmas católicos negados por los protestantes y se retomaron varias afirmaciones de Lutero.

    - Los santos y papas anteriores: En primer lugar, recordemos que los errores luteranos fueron condenados solemnemente por el Papa León X (10) y por el Concilio de Trento. Además Lutero traicionó sus votos monásticos y sus promesas sacerdotales. Indujo a la monja cisterciense Catalina de Bora a violar sus votos para unirse con él en concubinato sacrílego. Destruyó la fe católica, la unidad política y la paz de media Europa. Lo animaba un espíritu de orgullo tan grande, que escribió libelos tales como “El Papa asno”, expresando además toda su obscena vulgaridad en las Tischreden (Charlas de sobremesa). San Alfonso (+ 1787, Doctor de la Iglesia) decía que la doctrina de Lutero era en realidad la “doctrina del diablo”.(11) Por eso San Roberto Belarmino (+ 1621, Doctor de la Iglesia) y San Francisco de Sales (+1622, Doctor de la Iglesia) dedicaron años de su vida a refutar la doctrina de Lutero y a convertir a los protestantes. San Fidel de Sigmaringa (+1622, Capuchino) puso su vida en peligro con el fin de predicar la conversión a los protestantes. De hecho su celo le costó la vida: murió martirizado en Suiza por los protestantes.

    Con ortodoxos cismáticos…


    Tercera dificultad:


    Por su pastoral ecumenista, Juan Pablo II renunció a convertir a los ortodoxos cismáticos. Les dejó pensar que podían salvarse en el cisma.

    - Los hechos: El 6 de junio de 1981, a causa del atentado del 13 de mayo, Juan Pablo II todavía estaba internado. Por eso invitó al metropolita Damaskinos, ortodoxo no católico, para que hablase en su lugar en la basílica San Pedro del Vaticano. Para agradar a los ortodoxos también rezó varias veces el Credo sin decir el “Filioque”,(12)fórmula rechazada por ellos. En junio del año 1993 se publicó la Declaración de la Comisión mixta para el diálogo entre la Iglesia Católica y la iglesia ortodoxa, con la que se reconocía a las comunidades ortodoxas no católicas como auténticas iglesias legítimas, se lamentaba el celo de las iglesias católicas uniatas por la conversión de los que permanecían aún fuera de la Iglesia católica, y se prohibía para el futuro el proselitismo, o sea la búsqueda de la conversión de los ortodoxos no católicos. En 2004, para fomentar la unión, entregó las reliquias de San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisósotomo, conservadas en el Vaticano, al Patriarca Bartolomé I.

    - Los santos y papas anteriores: Los Santos Doctores nunca dejaron que los herejes o cismáticos predicaran en sus iglesias, sino que los condenaron y previnieron a sus feligreses contra sus falsas doctrinas. Por eso el Papa San León IX anatematizó a Miguel Celulario,(13) que causó el cisma de Oriente. Por eso el Papa Gregorio XIII prescribió solemnemente a los griegos católicos que se rezara el “Filioque” en la profesión de fe, puesto que expresa la verdad católica sobre la procesión del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. Después de la ruptura, convencidos de que el Señor edificó su Iglesia sobre Pedro (Mateo 16, 18) y sólo sobre él, los Santos buscaron con afán la conversión de los cismáticos. San Pedro Tomás (+ 1366, Obispo) trabajó ardientemente para lograr la conversión del Emperador de Constantinopla, Juan Paleólogo. En Polonia, San Josafat (+1623, Obispo) dedicó su vida a buscar las ovejas perdidas, y murió mártir a manos de los cismáticos.

    Besando el Corán…


    Cuarta dificultad:


    Juan Pablo II manifestó admiración por el Islam. No buscó la conversión de los musulmanes, sino que los confortó en sus creencias y principios morales erróneos.

    - Los hechos: El 19 de mayo de 1985, afirmó que “cristianos y musulmanes nos encontramos en la fe en el Dios único, nuestro creador, nuestro guía, nuestro juez clemente y misericordioso. Todos nos esforzamos por poner en práctica, en nuestra vida cotidiana, la voluntad de Dios, siguiendo las enseñanzas de nuestros respectivos libros sagrados”, ya sea la Biblia, para los católicos, ya sea el Corán, para los musulmanes. En el transcurso del año 1994, pidió al alcalde de Roma que cediera gratuitamente un terreno para la construcción de una mezquita.(14) Y para mostrar el aprecio y respeto que él tenía hacia el Islam, el 14 de mayo de 1999 besó públicamente el Corán. Fue también el primer Papa en entrar en una mezquita, el 6 de mayo del 2001.(15)

    - Los santos y papas anteriores: Recordemos que en el Corán se leen afirmaciones como éstas: “Ciertamente han sido infieles los que han dicho: Alá es el Mesías, hijo de María”; “los infieles no son sino impureza e inmundicia; que no se acerquen a la mezquita”; “los combatiréis (a los infieles) o bien ellos se convertirán al Islam”.(16) “En cuanto a la moral, decía San Alfonso de Ligorio, el Corán permite robar como cada uno quiera; permite tener tantas mujeres como se pueda alimentar, divorciar como se quiera (…) manda la guerra y la venganza (…) ordena matar al que no adhiere a su fe. El Corán pide que se tenga comunicación con los demonios, para adivinar por medio de hechizos y sortilegios”.(17) Además el libro fundamental del Islam promete a los musulmanes un paraíso de amor carnal, fundado sobre el vicio.

    En la historia de la Cristiandad, los Papas exhortaron al poder temporal a que combatiese y rechazase los asaltos islámicos; y para conmemorar cada victoria instituían una nueva fiesta litúrgica. Así el Papa Calixto III (+ 1458), por el triunfo que detuvo a los islámicos cerca de Belgrado en 1456, extendió a la Iglesia entera la fiesta de la Transfiguración (6 de agosto). Para recordar la victoria de Lepanto, San Pío V (+ 1572) instituyó la fiesta de Ntra. Sra. del Rosario (7 de octubre), y en 1683 el Beato Inocencio XI (+ 1689) extendió a toda la Iglesia la fiesta del Santo Nombre de María (12 de septiembre), en razón de la victoria obtenida contra los turcos por Juan Sobieski (+ 1696, Rey de Polonia) en Viena.

    San Eulogio de Córdoba (+ 859, mártir) dedicó su vida a proteger a su rebaño de la infidelidad mahometana. Muchos de sus feligreses murieron mártires, y él mismo fue decapitado después de haber tratado de convertir al juez mahometano que lo condenaba.

    San Aventino (+ 813, mártir), después de haber arriesgado su vida durante años para ejercer su ministerio en tierras ocupadas por los musulmanes, fue finalmente torturado y degollado por ellos.

    San Emiliano (+ 725, Obispo), recordando el ejemplo de los Macabeos, invitó a sus feligreses a tomar las armas contra el peligro musulmán. Murió en el combate, alentando a sus hijos: “no teman una muerte que lleva a la vida”.

    San Francisco de Asís (+ 1226, Fundador de los franciscanos) visitó el sultán Al-Kamel para predicarle la conversión al Evangelio. Del mismo modo, el Padre Charles de Foucauld (+ 1916, ermitaño de notoria santidad) dedicó su existencia a la conversión de los musulmanes del Sahara.

    Con el rabino Elio Toaff, en su visita a la Sinagoga de Roma del año 1986…


    Quinta dificultad:


    Se acercó a los judíos sin llamarlos a la conversión, dejándoles pensar que creer en Cristo es facultativo y que el Antiguo Testamento sigue vigente.

    - Los hechos: Siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II,(18) afirmó que “los hijos de Israel son nuestros «hermanos mayores»”,(19) que tienen “la fe en el único, inefable Dios que nos interpela” y que “la Antigua Alianza nunca fue rechazada por Dios”.(20) El 13 de abril del 1986, en Roma, fue el primer Papa en visitar una sinagoga, y para no incomodar a sus huéspedes, se quitó el crucifijo del pecho. Para mostrar que estaban en pie de igualdad, se prepararon dos sillones idénticos, para él y para el gran Rabino, y tuvieron el mismo tiempo para hablar. Ahí dijo que “la religión judía es intrínseca a nuestra religión (…) sois nuestros hermanos preferidos y, en cierto modo, se podría decir nuestros hermanos mayores (…) nos hallamos dispuestos a profundizar el diálogo en lealtad y amistad, en el respeto de las convicciones íntimas de unos y otros”.(21)

    El 26 de marzo del 2000 fue a Jerusalén y pidió perdón a los judíos por los males que sufrieron durante 2000 años a causa de los cristianos. Con este mismo fin, introdujo un mensaje en uno de los intersticios de las piedras del Muro de los Lamentos, que es el lugar más sagrado del judaísmo contemporáneo. Varias veces recibió en el Vaticano a los representantes de la religión mosaica, y su actitud favorable al judaísmo le mereció numerosos reconocimientos por parte de los hijos de Israel.

    - Los santos y papas anteriores: Como manifiestan las promesas divinas hechas a Abraham, Isaac y Jacob,(22)el pueblo hebreo fue elegido por Dios con el fin de preparar la venida del Mesías. Por esta razón Santo Tomás (+ 1274, Doctor de la Iglesia) afirmaba que “el fin del Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento” (23) y que “el estado de la antigua ley fue instituido para figurar el misterio de Cristo”.(24)

    Nuestro Señor Jesucristo ha venido a dar cumplimiento y a completar la ley mosaica, del tal modo que la Antigua Alianza ha sido revocada y ha cedido lugar a una nueva Alianza, más perfecta y eterna, que el Hijo de Dios selló con su Sangre sobre la Cruz: “esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mat. 26, 28). Por tanto, no se puede decir que el Antiguo Testamento siguió vigente después de la venida de Cristo. Afirmarlo sería negar que Jesús sea el Mesías.

    Por otro lado, el Señor afirmó claramente la absoluta necesidad de la fe en Él para alcanzar la vida eterna: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida: Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14, 6); “Yo soy la puerta; el que por mí entra se salvará y entrará y saldrá y hallará pasto” (Juan 10, 9); “Quien cree en él (Jesús), no es condenado: pero quien no cree, ya tiene hecha la condena; porque no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3, 18).

    Siguiendo las mismas palabras del Salvador, los Santos siempre enseñaron la necesidad absoluta de la fe en el Verbo encarnado para agradar a Dios y salvarse. San Juan Bautista decía: “El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en su mano. Aquel que cree en el Hijo de Dios, tiene vida eterna; pero quien no da crédito al Hijo, no verá la vida, sino que al contrario, la ira de Dios permanece siempre sobre su cabeza” (Juan 3, 35-36). San Juan escribía que “Cristo es la misma verdad” (1 Juan 5, 5); “la ley fue dada por Moisés; mas la gracia y la verdad fue traída por Jesucristo” (Juan 1, 17), de tal manera que todo el que rechaza a Jesús está necesariamente en el error y no puede acceder a Dios: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? He aquí el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo no tiene tampoco al Padre; quien confiesa al Hijo posee también al Padre” (1 Juan 2, 22-23).

    Por eso los santos siempre invitaron a los judíos a la reconocer a Jesús como Mesías, y a convertirse. Así el primer Papa, San Pedro, decía el día de Pentecostés: “Persuádase, pues, toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor, y Cristo, a este mismo Jesús, al cual vosotros habéis crucificado (…) Haced penitencia, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2, 36; 38).

    Y en otra oportunidad afirmaba nuevamente que “Él (Jesús) es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular. En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Hechos 4, 11-12).

    San Esteban (siglo I, primer mártir) fue apedreado porque predicaba la conversión a los judíos y afirmaba que veía a “Jesús en pie a la diestra de Dios” (Hechos 7, 55). San Pablo pasó su vida predicando y demostrando que “Jesús es el Mesías” (Hechos 9, 22), afirmando incansablemente que “uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (II Tim. 2, 5).

    Juan Pablo II recibe el “tilak”, marca de los adoradores de Shiva


    Sexta dificultad:


    Juan Pablo II ha presenciado ritos paganos, y aun ha aprobado ritos de brujería y hechizos que honran al demonio.

    - Los hechos: El 10 de agosto del 1985, durante su visita pastoral en Togo (África), fue a rezar al bosque sagrado animista. Mientras llegaba a su puesto, el Aveto del bosque sagrado –un anciano consagrado al culto de los espíritus de los difuntos– comenzó a invocar a los espíritus de los antepasados: “Poder del agua, yo te invoco; antepasados “Be”, yo os invoco…” El periódico oficioso del Vaticano comentó que “fue realmente un homenaje a los antepasados el primer gesto que cumplió Juan Pablo II llegando a Togoville. Se le alcanzó una calabaza llena de agua y harina de maíz. El Papa la tomó entre sus manos y después de una ligera inclinación esparció el agua en derredor suyo. El mismo gesto realizó esta mañana, antes de celebrar la misa”. Eso significa que “el agua se comparte con los antepasados derramándola en la misma tierra que custodia los despojos mortales de éstos y su espíritu”.(25)

    El 2 de febrero del 1986, comenzando su viaje a la India, durante la misa mayor en Nueva Delhi, se prestó a otra ceremonia animista. En Madrás recibió la caña de azúcar trenzada en forma de báculo, que significa la ofrenda hindú al dios carnal, y se le impusieron las cenizas sagradas. Tres días antes ya había recibido en la frente la marca de polvo rojo de los hinduistas, señal de reconocimiento de los adoradores de Shiva.(26)

    El 4 de febrero del 1993, durante su viaje a Benín (África), se reunió con los brujos vudú, y les dijo: “La Iglesia desea establecer relaciones positivas y constructivas con grupos humanos de credos diferentes con vistas a un enriquecimiento recíproco. El Concilio Vaticano II (…) reconoció que hay cosas buenas y verdaderas, semillas del Verbo, en las diferentes tradiciones religiosas (…) Es legítimo sentirse agradecidos a los ancianos del rito “vudú” que transmitieron el sentido de los sagrado, la fe en un Dios único y bueno, el gusto por la celebración, la estima por la vida moral y la armonía en la sociedad”.(27)

    Con líderes del vudú…


    Un diario ultralaicista comentaba el viaje de la siguiente forma:


    En confirmación de una disponibilidad al diálogo sin exclusiones de ningún tipo, Juan Pablo II se reunirá con sacerdotes y sacerdotisas del culto vudú, los misteriosos adoradores del “becerro de oro” y la serpiente Damballah, con ocasión de su décimo viaje africano. El programa, publicado ayer, anuncia una reunión suya en Cotonú, en el Benín, con los adeptos de este antiguo culto, que se expresa con sacrificios de animales, manifestaciones de magia blanca y negra y desenfrenadas danzas propiciatorias de brujos y brujas. Desde el Benín, a través del Océano, el culto vudú arraigó, sobre todo en Haití, donde se baila la erótica ‘banda’ (…) Si tienen que hacer regalos, los sacerdotes del vudú ofrecen objetos contra los maleficios, a veces engorrosos, que hay que colgar a la puerta de la casa. Los mercados de Cotonú están llenos de ellos. Al decir de muchos occidentales, los ‘hechizos’ y los ‘contrahechizos’ vudú son eficacísimos.(28)

    Varias veces manifestó también su aprecio por la religión budista, debido a “sus altos valores espirituales, tales como la pureza, el desprendimiento del corazón, el amor a la belleza de la naturaleza”.(29)

    - Los santos y papas anteriores: El Antiguo Testamento condena en innumerables lugares la práctica de la idolatría, por la simple razón de que “todos los dioses de las naciones [los paganos] son demonios” (Salmo 95, 5). San Pablo decía: “carísimos míos, huid del culto de los ídolos (…) las cosas que sacrifican los gentiles, las sacrifican a los demonios, y no a Dios. Y no quiero que tengáis ninguna sociedad, ni por sombra, con los demonios” (I Cor. 10, 14-22).

    Y San Juan: “Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el maligno, y sabemos que el Hijo de Dios vino y nos dio inteligencia para que conozcamos al que es verdadero, y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Él es el verdadero Dios y la vida eterna. Hijitos, guardaos de los ídolos”(I Juan 5, 19-21).

    Por eso los Pontífices condenaron la más leve participación a los cultos paganos; así el Papa Benedicto XIV (+ 1758) en la constitución “Ex quo Singulari” del año 1742.

    En la época del imperio romano, miles de mártires murieron porque no querían quemar incienso a los dioses paganos, como por ejemplo los Santos Nereo, Aquileo, Domitila, Eufrosina y Teodora (+ Siglo I). San Cipriano (+258, Obispo de Cartago), rechazó asociar el culto a los ídolos al del verdadero Dios, y recibió su sentencia de muerte diciendo: “Bendito sea Dios”.

    Con Tenzin Giatso, Dalai Lama o jefe espiritual del budismo tibetano


    Séptima dificultad:


    Juan Pablo II ha invitado a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses. Ha presenciado encuentros ecuménicos que llevaron a las almas a un indiferentismo propio a los enemigos de la Iglesia.

    - Los hechos: En varias oportunidades, invitó a encuentros con representantes de otras religiones, con el fin de rezar por la paz. De ese modo el 27 de octubre de 1986 tuvo lugar la primera reunión de Asís; siguió otra reunión en la misma ciudad el 9 de enero de 1993, y una última el 24 de enero de 2002.

    Afirmó que la presencia común de los representantes de varias religiones se fundaba “en último análisis, en el mutuo reconocimiento y en el respeto recíproco tanta de la vía seguida por cada cual como de la religión a la que pertenece uno en tanto que camino de acceso a Dios”.(30) Se alegró de que hayan rezado todos “con una sola voz al Señor de la historia por la paz del mundo”.(31)

    Estas iniciativas le merecieron las felicitaciones de la Masonería. Así la Civiltá Cattolica escribió: “Los masones de la Gran Logia Nacional de Francia desean asociarse de todo corazón a la plegaria ecuménica que el 27 de octubre reunirá en Asís, a favor de la paz en el mundo, a responsables de todas las religiones”.(32)

    El Gran Oriente de Italia le manifestó su completa aprobación:


    La sabiduría masónica estableció que nadie puede ser iniciado si no cree en el Gran Arquitecto del Universo, pero que nadie puede ser excluido de nuestra familia a causa del Dios en el que cree y del modo en que lo honra. A este interconfesionalismo nuestro se debe la excomunión que fulminó contra nosotros Clemente XII en 1738. Pero la Iglesia se equivocaba, ciertamente, si es verdad que el 27 de octubre de 1986 el pontífice actual congregó en Asís a hombres de todas las confesiones religiosas para rezar juntos por la paz. ¿Y qué otra cosa iban buscando nuestros hermanos sino el amor entre los hombres, la tolerancia, la defensa de la dignidad humana, cuando se reunían en los templos, considerándose iguales, por encima de las fes políticas, de las fes religiosas y del diferente color de la piel? (33)

    - Los santos y papas anteriores: Las reuniones interreligiosas fueron condenadas especialmente por el Papa Pío XI, porque se fundan en “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables”. Por eso, “claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo”.(34)

    Respecto a la masonería, desde el siglo XVIII los Papas no se cansaron de denunciar y condenar sus fines anticristianos.

    En el encuentro interreligioso de Asís, en 1986…


    Octava dificultad:


    Juan Pablo II ha colaborado con la descristianización de los Estados, fomentando su separación de la Iglesia y considerando el laicismo como un ideal. Ha renunciado a condenar el comunismo.

    - Los hechos: El 18 de febrero del año 1984, aprobó el nuevo Concordato entre el Vaticano y la República Italiana, en el que desaparece el carácter sagrado de Roma y “se considera que ya no está en vigor el principio(…) según el cual la religión católica es la única religión del Estado italiano”. Le pareció en ese momento que este nuevo acuerdo era una “inspiración ideal” portadora “de bien moral” y de “progreso civil”.(35) Visitó o tomó contacto con países como España, Italia, la India, Polonia, la Unión Soviética, Corea y China, en los que reinaba el comunismo o el socialismo sin condenarlo. Sólo promovió la democracia universal y la libertad religiosa.(36)

    - Los santos y papas anteriores: La necesidad del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo fue constantemente afirmada por los papas a lo largo de la historia. Fue recordada especialmente por el Pío XI.(37)Fomentando dicho Reinado, San Ambrosio (+ 397, Doctor de la Iglesia) hizo declarar al emperador Valentiniano II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios, al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. San Porfirio (+ 420, Obispo) escribió a San Juan Crisóstomo (+ 407, Doctor de la Iglesia) para pedirle que convenciese al Emperador de que ordenase la destrucción de los templos paganos. San Bernardo (+ 1153, Doctor de la Iglesia) recorrió Europa para reforzar la Cristiandad y para que el Evangelio sea la ley universal de los Estados. San Remigio (+ 533, Obispo) hizo todo lo posible para que Clodoveo dejara el paganismo y luego apoyase al cristianismo en su reino. San Luis (+ 1270, Rey de Francia), San Ladislao (+ 1095, Rey de Hungría), San Eduardo (+ 1066, Rey de Inglaterra) y todos los santos reyes promovieron lo más que pudieron la religión católica. Se esforzaron en hacer de ella la religión del Estado, cuando todavía no lo era.

    También podríamos comentar la desacralización del culto, las ceremonias de arrepentimiento por las obras de la Santa Inquisición, el nuevo Derecho Canónigo de 1983 que permite dar la comunión a los herejes, el apoyo incondicional a teólogos modernistas como Lubac o Theillard de Chardin… El pontificado del recién beato presenta numerosas dificultades si lo comparamos con los ejemplos y enseñanzas de los santos y papas anteriores.

    Con algunos miembros de la logia B’nai B’rith en el Vaticano, el 22 de marzo de 1984


    Conclusión:

    El Evangelio de Jesús, o el “evangelio distinto” del ecumenismo.

    Está claro que la beatificación de Juan Pablo II plantea un grave problema de conciencia para cualquier católico. Estamos ante un dilema: ¿A quién debemos imitar? ¿Al recién beatificado, o a los otros santos? La respuesta nos la dará San Pablo (Gal. 1, 8): “Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema”. Ahora bien, llegados al final de este artículo, podemos decir que en la época actual, este “evangelio distinto”, de origen masónico y liberal, tiene nombre y apellido: se llama ecumenismo.

    En nombre del ecumenismo Juan Pablo II silenció el Evangelio de Jesucristo, calló que “Cristo es la misma Verdad” (1 Juan, 5, 5) y que “ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Hechos 4, 11-12).

    Los católicos no podemos aceptar esta nueva doctrina, según la cual la mediación de Jesús “Camino, Verdad y Vida” (Juan 14, 6) no es necesaria para la salvación. Quien nos predicare este “evangelio distinto”, aunque fuese “un ángel del cielo” o la mayor autoridad en la Iglesia, no podría recibir nuestro asentimiento. Por este motivo no nos alegramos por la beatificación de Juan Pablo II ni podemos considerarlo un modelo de vida cristiana. Preferimos seguir al Evangelio de Jesucristo y a los santos que lo predicaron, recordando las palabras de San Pablo: “nunca me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado” (I Cor. 2, 2); “Él es el verdadero Dios y la vida eterna” (I Juan, 5, 21).

    Al igual que San Esteban, los mártires dieron su sangre por el nombre de Jesús, “Camino, Verdad y Vida”

    ________________________

    (1) Discurso en la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto «Fornebu» de Oslo, Noruega, del 1º de junio de 1989.
    (2) Unitatis Redintegratio, nº3 d), retomado por Juan Pablo II en la Exhortación Catechesi tradendae del 16 de octubre de 1979, nº32.
    (3) “L’Osservatore Romano” del 6 de febrero de 1993, citado por la Revista Sí Sí No No de julio-octubre 2007, p.41.
    (4) Declaración de la Comisión mixta para el diálogo entre la Iglesia Católica y la iglesia ortodoxa, 23 de junio de 1993, nº2 y 22.
    (5) “L’Osservatore Romano” del 4 de febrero del 2000.
    (6) Walter Kasper, L’engagement oecuménique de l’Eglise Catholique, conferencia del 23 de marzo de 2002 a la Asamblea General de la “Fédération protestante de France”, en Oecuménisme informations nº 325, mayo 2002 y nº 326 junio 2002.
    (7) Encíclica “Quanto confiamur moerore” del 10 de agosto de 1863.
    (8) Documentation catholique del 21 de diciembre de 1980.
    (9) Documentation catholique del 4 de diciembre de 1983.
    (10) Bula “Exsurge Domine” del 15 de junio de 1520.
    (11) San Alfonso, La verdad de la fe, Cap. 3.
    (12) Por lo menos con el Patriarca Dimitrios I el 7 de diciembre del 1987, con el Patriarca Bartolomé I en junio de 1995, y con el Patriarca Teoctiste el 13 de octubre de 2002.
    (13) Carta del 2 de septiembre de 1054.
    (14) Zenit (versión francesa) del 28 de abril de 2011
    (15) Precisamente en la Mezquita de los Omeyas, en Damasco. Está considerado como el cuarto lugar más sagrado del Islam.
    (16) Citado por “Pierre, m’aimes-tu?”, Daniel Le Roux, Ediciones Fideliter (1988), pág. 120.
    (17) San Alfonso, “La verdad de la fe”, Cap. 1º.
    (18) Cfr. “Nostra Aetate”.
    (19) “Cruzando el umbral de la esperanza” (1994).
    (20) Discurso en Maguncia del 17 de noviembre del 1980.
    (21) “L’Osservatore Romano” del 14-15 de abril de 1986, citado por “Si Si No No”, pág. 34.
    (22) Cfr. el libro del Génesis.
    (23) Sto. Tomás, “Comentario sobre el Salmo 39”, comienzo.
    (24) “Suma teológica”, 1a 2ae, c.102, a.4.
    (25) “L’Osservatore Romano”, 11 de agosto de 1985, citado por “Si Si No No”, págs. 33-34.
    (26) Cfr. “Pedro, ¿me amas?”, Editorial Fundación San Pío X (1989), pág. 74.
    (27) “L’Osservatore Romano”, 6 de febrero de 1993, citado por “Si Si No No”, pág. 41.
    (28) “Corriere della Sera” del 17 de enero de 1993, citado por “Si Si No No”, págs. 41-42.
    (29) Cfr. “Pedro, ¿me amas?”, Editorial Fundación San Pío X (1989), pág. 69.
    (30) “L’Osservatore Romano” del 17 de septiembre de 1986, citado por “Si Si No No”, pág. 35.
    (31) “Ut unum sint!”, 25 de mayo de 1995, §76.
    (32) 6 de octubre de 1986, citado por “Si Si No No”, pág. 36.
    (33) “Hiram”, revista del Gran Oriente de Italia, abril de 1987, citado por “Si Si No No”, págs. 36-37.
    (34) Encíclica “Mortalium animos”, del 6 de enero de 1928.
    (35) Citado por la Revista “Sí Sí No No” de julio-octubre de 2007, págs. 32-33.
    (36) Cfr. “Pedro, ¿me amas?”, Editorial Fundación San Pío X (1989), págs. 86-92.
    (37)Encíclica “Quas primas” del 11 de diciembre de 1925.

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    Re: El Papa da luz verde a las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII

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    I. Introducción: el punto de vista de la prensa

    La beatificación de Juan Pablo II fue reportada por la prensa como un hecho histórico sin precedentes, ya que tuvo lugar en tiempo récord (fue proclamado beato a seis años y un mes de su muerte), y como un evento al cual se llegó al término de un serio proceso. Esta doble afirmación entraña una contradicción fundamental, ya que la seriedad del proceso tradicional de beatificación se funda en gran medida en la extensión de los plazos, que es una garantía de prudencia. A esta cautela se opone la precipitación de un proceso acelerado. Esta contradicción es un indicio claro y representa un legítimo punto de apoyo para el planteamiento de dudas. Seguidamente vamos a explicar por qué podemos dudar de la seriedad de la beatificación de Juan Pablo II.

    II. Algunos principios elementales

    La beatificación es un acto mediante el cual el Sumo Pontífice concede un permiso para que en ciertos lugares se dé culto público a un beato, hasta que el mismo sea canonizado. Este permiso no es un precepto; es algo temporal y reformable. La beatificación se limita a permitir el culto. El acto de beatificación no declara directamente ni la glorificación, ni las virtudes heroicas de un siervo de Dios que haya sido beatificado.

    La canonización es el acto por el cual el Vicario de Cristo, juzgando en última instancia y emitiendo una sentencia definitiva, inscribe en el catálogo de los santos a un siervo de Dios previamente beatificado. La canonización tiene una triple finalidad y no se refiere solamente al culto. En primer lugar, el Papa declara que el fiel difunto está en la gloria celestial; en segundo término, expresa que el fiel difunto mereció alcanzar esta gloria por haber practicado virtudes heroicas, que constituyen un ejemplo para toda la Iglesia; en tercer lugar, en aras de proponer más fácilmente estas virtudes como ejemplo y para agradecer a Dios por haberlo hecho posible, prescribe que al fiel difunto se le rinda público culto. A este triple respecto la canonización es un precepto y obliga a toda la Iglesia, y constituye un acto definitivo e irreformable.

    Ambas, la beatificación y la canonización, tienen por objeto posibilitar el culto de un fiel difunto, lo que implica que durante su vida él ha practicado virtudes ejemplares y ha conseguido la gloria. La diferencia radica en que la beatificación sólo permite el culto, suponiendo la gloria y las virtudes ejemplares, mientras que la canonización transforma este culto en algo obligatorio e impone a los fieles el deber de creer explícitamente en la realidad de la gloria y de las virtudes heroicas del santo. Lo esencial de todo esto recae sobre la virtud ejemplar (o heroica) del fiel difunto; es eso lo que se intenta dilucidar en ambos procesos, el de beatificación y el de canonización. En efecto, el culto presupone la existencia de esta virtud, a la manera como el efecto supone su causa. Los milagros, como tales, son tenidos en cuenta como signos que refrendan la virtud heroica. Sin virtud heroica no hay santidad ni veneración.

    Entre un santo y un santo canonizado promedia una diferencia. La canonización no causa la santidad de una persona sino que la indica y la presenta como ejemplo. Esto explica por qué no se canoniza ni a todo el mundo, ni a muchas personas. Para que el ejemplo propuesto pueda impactar, debe ser único o raro: aun si los santos fuesen muchos, unos pocos entre ellos, y no la mayoría, deberían ser elevados a los altares. Por otra parte, la Iglesia siempre presenta aquellos ejemplos que los fieles precisan en el contexto de cierta época. En este sentido, la canonización es un acto político en el mejor sentido del término: no es un acto de demagogia partidista sino un acto que procura el bien común de toda la Iglesia, un acto de implicancia social y que tiene en cuenta las circunstancias.

    Otra diferencia a apuntar es la que existe entre salvación y santidad. Una persona muerta en olor de santidad se ha salvado. Pero alguien puede salvarse sin haber vivido como un santo. A los ojos de los fieles, la canonización tiene el fin principal y el efecto inmediato de señalar (por presentarla como ejemplo) la santidad de vida. Incluso si se han salvado y han ido al cielo, no se canonizará a personas que no hayan dado ejemplo de santidad durante su vida.

    Próspero Lorenzo Lambertini, electo Papa con el nombre de Benedicto XIV, reinó entre 1740 y 1758


    La infalibilidad de las canonizaciones es, hoy por hoy, doctrina común y cierta entre la mayoría de los teólogos. Todos los tratados publicados después del Concilio Vaticano I (y antes del Vaticano II), desde Billot hasta Salaverri, lo enseñan como tesis común en teología. [1]

    Observemos que Santo Tomás [2] plantea esta cuestión de manera muy precisa: no se pregunta si el Papa es infalible cuando canoniza a un santo. El punto consiste en saber si todos los santos canonizados por la Iglesia están en la gloria, o si algunos de ellos pueden estar en el infierno. La forma como plantea la cuestión orienta a partir del inicio toda la respuesta. Para Santo Tomás la canonización es infalible, antes que nada, en cuanto implica la profesión de una verdad virtualmente revelada. Esto no excluye los otros dos aspectos: el ejemplo de vida del santo y el culto prescrito.

    Con todo, hay un orden entre los tres juicios que el Papa enuncia al canonizar un santo.

    El primer juicio recae sobre un hecho teórico y enuncia que un fiel difunto perseveró hasta el fin de su vida en la práctica heroica de la virtud sobrenatural, y se encuentra actualmente glorificado en la beatitud eterna.

    El segundo juicio presenta a toda la Iglesia las virtudes heroicas puestas en práctica durante su vida por la persona canonizada en calidad de ejemplo a imitar.

    El tercer juicio es un precepto que impone el culto público de este santo a toda la Iglesia.

    La canonización presenta como ejemplo las virtudes heroicas del santo y hace obligatorio su culto. Sin embargo, presupone el hecho de la glorificación del santo. Benedicto XIV (1740-1758), que cita y hace suyas estas reflexiones de Santo Tomás, considera que el juicio de la canonización se basa, en última instancia, sobre la enunciación de una verdad especulativa deducida de la revelación. [3]

    ¿Es de fe definida que un santo canonizado está indudablemente en la gloria de los cielos? La hipótesis más común en teología es que la negación de esta verdad no acarrea la tacha de herejía, ya que no se opone a la fe sino de manera indirecta: si esta verdad es presentada en el contexto del acto de canonización, resulta definida, no como de fe divina y católica, sino como cierta o de fe católica; negarla sería erróneo o falso.

    ¿Es de fe definida que el Papa no puede equivocarse cuando canoniza a un santo? Benedicto XIV afirma que la infalibilidad del acto de canonización aún no ha sido definida como verdad de fe, pero que podría serlo, y que negarla equivaldría, si no la tacha de herejía, al menos la de temeridad. Esta negación implicaría, además, una injuria a los santos y un escándalo para la Iglesia. Merecería, por eso, ser castigada con las penas más graves.

    III. Algunas incertidumbres problemáticas

    Sin pretender pronunciar la última palabra (que queda reservada a Dios), uno puede plantear como mínimo tres grandes dificultades, que alcanzan para tornar dudosa la seriedad de las nuevas beatificaciones y canonizaciones. Las dos primeras cuestionan la infalibilidad y la seguridad de estos actos; la tercera cuestiona su misma definición.

    1 – La insuficiencia del procedimiento.

    La divina asistencia que causa la infalibilidad o la seguridad de los actos del magisterio se ejerce a la manera de la Providencia. Ésta, lejos de excluir que el Papa estudie cuidadosamente las fuentes de la Revelación transmitida por los Apóstoles, exige, al contrario, esta investigación por su propia naturaleza. Esto es mucho más necesario en el supuesto de una canonización: ésta implica verificar seriamente los testimonios humanos que prueban las virtudes heroicas del futuro santo y examinar la prueba divina de los milagros, que al menos deben ser dos para una beatificación y otros dos más para una canonización.

    El procedimiento seguido por la Iglesia hasta el Vaticano II fue expresión de este rigor extremo. El proceso de canonización estaba precedido por un doble proceso sustanciado durante la beatificación: uno, desarrollado ante el tribunal ordinario, que actuaba en nombre propio; otro, que estaba exclusivamente en manos de la Santa Sede. El proceso de canonización incluía una revisión del acto de beatificación, seguido del examen de dos nuevos milagros. El procedimiento concluía cuando el Papa firmaba el decreto respectivo, pero antes de hacerlo tenían lugar tres consistorios sucesivos.

    Las nuevas normas, sancionadas por Juan Pablo II en 1983 con la Constitución Apostólica “Divinus perfectionis magister”, confía lo esencial del proceso al Obispo diocesano: éste lleva adelante la investigación de la vida del santo, sus escritos, sus virtudes y milagros, y confecciona los documentos que se han de transmitir a la Santa Sede. La Sagrada Congregación examina estos antecedentes y se pronuncia antes de remitir todo al juicio del Papa. Ya no se requiere sino un solo milagro para ser beatificado, y otro para ser canonizado. El acceso a los documentos del proceso de beatificación y de canonización ya no es fácil; no tenemos muchas posibilidades de verificar la seriedad con la que se han puesto en práctica estas nuevas normas.

    Con todo, es indudable que, en sí mismo, el proceso ya no tiene el rigor que tenía el antiguo. Es mucho menos exigente en materia de garantías que se requieren de parte de los hombres de Iglesia, a fin de que la divina asistencia asegure la infalibilidad de la canonización, y con mayor razón, la ausencia de error de hecho en la beatificación. Por lo demás, el Papa Juan Pablo II decidió no observar el procedimiento actual (que dispone que el inicio del proceso de beatificación no puede tener lugar antes de los cinco años de la muerte del siervo de Dios), autorizando la introducción de la causa de Sor Teresa de Calcuta a tres años de producida su muerte. Benedicto XVI hizo otro tanto en la beatificación de su predecesor. La duda se vuelve mucho más legítima cuando se considera cuánta razón tenía la Iglesia para actuar parsimoniosamente en estas materias.

    Juan Pablo II autorizó la introducción de la causa de Sor Teresa de Calcuta a tres años de producida su muerte


    2 – La colegialidad
    .

    Si se examinan atentamente estas nuevas normas, se advierte que la legislación se retrotrae al estado que tenía antes del siglo XII: el Papa dejaba en manos de los obispos el cuidado de juzgar inmediatamente acerca de las causas de los santos y se reservaba sólo el poder de confirmar la sentencia de los obispos. Como explica Juan Pablo II, esta regresión es consecuencia del principio de la colegialidad: “Pensamos que a la luz de la doctrina de la colegialidad enseñada por el Vaticano II, conviene mucho que los obispos sean asociados más estrechamente a la Santa Sede cuando se trata de examinar las causas de los santos”. [4]

    Ahora bien, la legislación del siglo XII comprendía a la beatificación y a la canonización en calidad de actos de tipo no infalible [5]. He allí lo que nos impide asimilar pura y simplemente las canonizaciones resultantes de estas reformas, con los actos tradicionales del magisterio extraordinario del Sumo Pontífice; porque estos actos son aquellos por los cuales el Papa se limita a autenticar el acto de un obispo ordinario residencial.

    Tenemos aquí un primer motivo que nos permite dudar seriamente del correcto cumplimiento de las condiciones requeridas para el ejercicio de la infalibilidad de las canonizaciones. El Motu Proprio “Ad tuendam fidem”, del 29 de junio de 1998, aumenta estas dudas. Este texto legislativo tiene la finalidad de volver a explicar ciertas normas del Código de 1983 e introducir otras que se hicieron necesarias en razón de la nueva Profesión de Fe publicada en 1989. En una primera instancia se afirma que las canonizaciones son, por principio, infalibles. Luego el texto establece distinciones que disminuyen el papel de la infalibilidad de las canonizaciones, ya que la infalibilidad ya no es entendida claramente según su sentido tradicional.

    Eso es al menos lo que surge de la lectura del documento redactado por el Cardenal Ratzinger, que sirve como comentario oficial a este Motu Proprio de 1998 [6]. El comentario explica de qué manera el Papa puede ejercer en lo sucesivo su magisterio infalible. Hasta entonces conocíamos el acto personalmente infalible y definitorio de la locutio ex cathedra, y los decretos de los concilios ecuménicos. En lo sucesivo también tendremos un acto que no será ni personalmente infalible ni definitorio por sí mismo, sino que será un acto del magisterio ordinario del Papa: este acto tendrá por objeto discernir una doctrina como enseñada infaliblemente por el magisterio ordinario universal del colegio episcopal. Según este tercer modo, el Papa actúa como un simple intérprete del magisterio colegial.

    Ahora bien, si se repara en las nuevas normas promulgadas en 1983 por la Constitución Apostólica “Divinus perfectionis magister” de Juan Pablo II, es claro que en el caso preciso de las canonizaciones el Papa —según las necesidades de la colegialidad— ejercerá su magisterio conforme a este tercer modo. Si se tienen en cuenta a la vez la Constitución Apostólica “Divinus perfectionis magister” de 1983 y el Motu Proprio “Ad tuendam fidem” de 1998, cuando el Papa ejerce su magisterio personal para proceder a una canonización, parece que su voluntad consiste en intervenir como órgano del magisterio colegial; las canonizaciones ya no están garantizadas por la infalibilidad personal del magisterio solemne del Sumo Pontífice. ¿Lo estarán por la infalibilidad del magisterio ordinario universal del colegio episcopal?

    Hasta ahora toda la tradición teológica nunca ha dicho que ese sea el caso; siempre ha considerado la infalibilidad de las canonizaciones como fruto de una asistencia divina acordada sólo al magisterio personal del Papa, asimilable a la locutio ex cathedra.

    Con esto tenemos un segundo motivo que nos autoriza a dudar seriamente de la infalibilidad de las canonizaciones realizadas en concordancia con estas reformas posconciliares.

    “…Nadie pone en tela de juicio la heroicidad de las virtudes de un Padre Pío…”


    3 – La virtud heroica.

    El objeto formal del acto magisterial de las canonizaciones es la virtud heroica del santo. Así como el magisterio es tradicional en cuanto enseña siempre las mismas verdades inmutables, del mismo modo la canonización es tradicional en cuanto debe señalar siempre la misma heroicidad de las virtudes cristianas, empezando por las virtudes teologales. En consecuencia, si el Papa propone como ejemplo la vida de un fiel difunto que no ha practicado virtudes heroicas, o si las presenta bajo una nueva óptica, inspirada más en la dignidad de la naturaleza humana que en la acción sobrenatural del Espíritu Santo, es difícil considerar este acto como una canonización.

    Cambiar el objeto implica cambiar el acto. Este cambio de perspectiva se presenta en la nueva teología y en el magisterio posconciliar. Se omite distinguir entre una santidad común y una santidad heroica, que es en lo que consiste la santidad: incluso el término “virtud heroica” no aparece en ningún pasaje de los textos del Vaticano II.

    Tras el Concilio, cuando los teólogos hablan del acto de virtud heroica, tienen más o menos la tendencia a definirlo distinguiéndolo más bien del acto de virtud simplemente natural, en lugar de distinguirlo del acto ordinario de virtud sobrenatural.

    Este cambio de óptica se comprueba también cuando se considera la orientación ecuménica de la santidad que apareció tras el Vaticano II. La orientación ecuménica de la santidad ha sido afirmada por Juan Pablo II en la encíclica “Ut unum sint”, como así también en la Carta Apostólica “Tertio millenio adveniente”. El Papa se refiere a una comunión de santidad que trasciende las diferentes religiones, y que manifiesta la acción redentora de Cristo y la efusión de su Espíritu sobre toda la humanidad. En cuanto al Papa Benedicto XVI, debemos reconocer que confiere a la salvación una definición orientada en este mismo sentido ecumenista, y que por lo mismo falsea la noción de santidad, correlativa de la salvación sobrenatural [7].

    Por tanto, uno puede dudar seriamente que los actos de estas nuevas beatificaciones y canonizaciones estén en real continuidad con la Tradición de la Iglesia.

    4 – Conclusión.

    Tres serias razones autorizan a que el fiel católico dude de la seriedad de las nuevas beatificaciones y canonizaciones. En primer término, las reformas implantadas después del Concilio han acarreado insuficiencias claras en el procedimiento. En segundo lugar, introdujeron una nueva intención colegialista. Estas dos consecuencias son incompatibles con la seguridad de las beatificaciones y la infalibilidad de las canonizaciones. En tercer término, el juicio que tiene lugar en el proceso está teñido por una concepción nueva y al menos equívoca, y por tanto dudosa, de la santidad y la virtud heroica. En el contexto de las reformas posconciliares, el Papa y los obispos proponen a la veneración de los fieles católicos a santos auténticos, pero canonizados al término de un procedimiento insuficiente y dudoso. Nadie pone en tela de juicio de la heroicidad de las virtudes de un Padre Pío, canonizado a posteriori del Vaticano II, pero al mismo tiempo a uno le cabe dudar ante este nuevo tipo de proceso que conllevó a proclamar sus virtudes. Por otra parte, el mismo proceso hace posible canonizaciones que antes eran inconcebibles, concediéndose así el título de santo a fieles difuntos cuya reputación es controvertida, y cuya heroicidad de virtudes no refulge con brillo insigne. ¿Estamos seguros que en la intención de los Papas que han hecho estas canonizaciones del nuevo tipo, la virtud heroica es la misma que tenían sus predecesores hasta el Vaticano II? Esta situación inédita se explica en razón de la confusión introducida por las reformas posconciliares y no puede resolverse, a menos que se vaya al fondo del asunto y se cuestione el mérito de estas reformas.

    IV. Algunas certezas prácticas

    Primera certeza: ¿Mereció ser beatificado Juan Pablo II?

    Juan Pablo II no ha dado ejemplo de virtudes heroicas; ha dado mal ejemplo, es decir, escándalo, actitudes gravemente perjudiciales para el bien de las almas, sobre todo mediante sus dudosas enseñanzas y su ecumenismo. Sobre todo desautorizó públicamente la obra de la resistencia católica al excomulgar a Monseñor Lefebvre.

    Segunda certeza: ¿Vivió santamente Juan Pablo II?

    Objetivamente —si se consideran sus actos—, Juan Pablo II no ha sido un Papa digno de este nombre. Subjetivamente —si se atiende a sus intenciones— es imposible pronunciarse porque desconocemos tales intenciones. Incluso si Juan Pablo II estuvo animado de las mejores intenciones, para juzgar acerca de su santidad hay que atenerse a sus actos, no a sus intenciones.

    Tercera certeza: ¿Se salvó Juan Pablo II?

    Es posible que Juan Pablo II no haya tenido plenamente conciencia de las consecuencias perjudiciales de su enseñanza y de su pastoral, que esta ignorancia lo excuse según un más o un menos, y que su alma llegue finalmente (si no es que haya llegado ya) a la gloria eterna del cielo. Sin embargo, todo esto queda reservado en el secreto de Dios.

    Cuarta certeza: ¿Quedamos obligados por la beatificación del 1º de mayo?

    No quedamos obligados en virtud de tres razones: primero, porque es una simple permisión y se trata de un acto que no es infalible; segundo, porque las reformas que tuvieron lugar después del Concilio Vaticano II (Motu Proprio “Divinus perfectionis magister”, 25 de enero de 1983), están animadas por una intención colegialista, incompatible con la seguridad de las beatificaciones y con la infalibilidad de las canonizaciones; tercero, porque en el juicio que tuvo lugar durante el proceso imperó una concepción modernista de la santidad y de la virtud heroica.

    ___________________________________________________________
    [1] En “De Ecclesia”, tesis 17, § 726, Salaverri afirma que es una verdad al menos teológicamente cierta, si no implícitamente definida.
    [2] Quodlibet 9, art. 16.
    [3] Benedicto XIV: “De ser vorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione”, n° 12.
    [4] Constitución Apostólica “Divinus perfectionis magister”, AAS, 1983, pág. 351. Este texto de Juan Pablo II es citado por Benedicto XVI en su “Mensaje a los miembros de la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Causa de los Santos”, 24 de abril de 2006, publicado en la edición en lengua francesa de “L’Osservatore Romano”, 16 de mayo de 2006, pág. 6.
    [5] Benedicto XIV: “De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione”, lib. 1, cap. 10, n° 6.
    [6] § 9 de la Nota de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, AAS 1998, págs. 547-548.
    [7] Benedicto XVI: Discurso pronunciado durante el encuentro ecuménico en el Arzobispado de Praga, el domingo 27 de septiembre de 2009, “Documentation Catholique”, nº 2433, págs. 971-972: “El término salvación posee múltiples significaciones, sin perjuicio de lo cual refleja algo de fundamental y de universal concerniente a la aspiración humana al bienestar y a la plenitud. Evoca el ardiente deseo de reconciliación y de comunión que nace de lo profundo del espíritu humano”.

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