LA DESNATURALIZACIÓN DE LA IGLESIA

Posiblemente el Enemigo haya tomado debida nota de que «la sangre de los mártires es simiente de nuevos cristianos» y, luego de comprobar la ineficacia de las cacerías antaño movidas in odium fidei (reiniciadas masivamente después de un intervalo de quince siglos con la Revolución francesa, seguida por la rusa, y la persecución en el México de Calles y en la España de la Segunda República), sus planes ahora versen -al menos en lo que toca a las naciones otrora cristianas; otra cosa hay que decir de la suerte de los cristianos en los países musulmanes- en evitar cuidadosamente dar ocasión al testimonio, procurando despojar a la Iglesia de la gloria de sus testigos y haciéndola morir -si tanto fuera posible- de consunción, de tedio, de una tan insípida cuanto irrelevante necrosis, ni más ni menos que al modo de todos los seres naturales, que nacen y mueren.

Sólo así se explica la progresiva y desalentadora mímesis que clérigos y fieles han contraído respecto del mundo, cuyas sombras la Iglesia, en su eclipse, se ha lanzado desaforadamente a reflejar, en un intercambio de regalos -de opacidades- que sólo podrá comprenderse en la perspectiva de una "teología de la historia" infusa e infalible, en el seno de la eternidad bienaventurada. Quizás bajo el acápite «nox erat», como cuando el Señor fue entregado en manos del poder civil y religioso, yendo de mano en mano y de garra en garfio para mejor ser ofrecido en holocausto.

¿Cómo se explica si no, sino en virtud de una cascada incontenible de turbiedades (de un misterio profundo como el mismo infierno, cuyos ardides apenas sirvieran a ocultar los ayes de los condenados y el hedor de la chamusquina de los réprobos) la defección interminable de la Jerarquía, lista siempre a pactar con el mundo y a consentir con sus errores? ¿Y cómo se explica de otro modo la multiplicación de los escándalos en las más altas dignidades eclesiásticas sino como epifenómenos de un culto implícito o patente al Malo, que claman por la acción conjunta del exorcista, del cirujano y del pastor insobornable, a más de la súplica incesante a san Miguel? Una cosa no quite la otra, pues.

¿Cómo se le pasó al papa que el hombre designado para "limpiar" las cuentas del IOR, presentado ante los medios como de "extrema confianza" e "incorruptible sin par", resultó que había estado amancebado con un oficial del ejército suizo durante su nunciatura en Uruguay, siendo allí habitué de bares de sodomitas? ¿No era que había reconocido la existencia de un lobby gay en la Curia? Este reconocimiento, ¿implica su intención de combatirlo de veras? ¿Por qué, entre ladrones y maricas, todavía no removió a nadie de los puestos por éstos envilecidos? Si refuerza las sanciones penales contra pretes pedófilos, permitiendo -como lo hizo siendo arzobispo de Buenos Aires- toda otra falta contra el celibato, ¿no será en función de aquello que De Mattei señala acerca del doble parámetro adoptado para con pedofilia y homosexualidad, haciendo de aquélla un delito y de ésta un derecho simplemente porque no se las mide en términos de desorden moral? En efecto, en los casos de abusos contra menores «la referencia no es a la ley moral, sino a la auto-determinación ilimitada del sujeto». ¿No es esto actuar en plena consonancia con el espíritu corrompido e hipócrita del mundo, que también fustiga la trata de blancas pero alienta la pornografía por idénticas motivaciones?

Y al momento de purificar las turbias finanzas vaticanas, ¿no es increíble nombrar una comisión de laicos con comprobados vínculos con hombres de Curia que acarician la hora de la depredación de los bienes eclesiásticos desde hace años, incluyendo el absurdo del nombramiento de un obispo riojano (España) que «sin hablar italiano y sin tener formación específica en economía o finanzas, supervisará y gobernará todo el patrimonio que depende de la Santa Sede» (Un ‘bróker’ con sotana - A Fondo - Diario de León)? Ahora que sonó la hora de la transparencia y del soltar el lastre, ¿tendremos que recordar el exabrupto del mismísimo Francisco hace un par de meses durante un encuentro con el comité ejecutivo de Cáritas Internacional: «ojalá que tengamos que rematar las iglesias para dar de comer a los pobres»? Después de haber conocido en varios momentos de su historia la codicia del poder temporal haciendo presa en su patrimonio, como ocurrió a instancias del cisma anglicano, o luego de expulsados los jesuitas de Francia, Portugal y España, por recordar unos pocos notos ejemplos, ¿será llegado el trance de ofrecer a magnates, financistas y aventureros de Mammon una bien surtida colección de obras de arte -hermosos templos con todo cuanto contienen- a cambio de unas monedas? Bien apunta Colafemmina que «Monseñores y Cardenales le estarán ciertamente agradecidos a la Comisión que ellos mismos crearon sin ningún criterio de selección pública, sino por mera cooptación, un poco como ocurre en las logias masónicas. Esperemos sólo que no se decidan a poner en venta a San Pedro porque -admitido que aún se aloje allí luego de tantos escándalos- el Espíritu Santo podría decidirse finalmente a mudar sitio».

In exspectatione