COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO
En la sencillez de su fe la mayoría de los católicos apoyan (1966) sus creencias en las difíciles preguntas y no bien maduradas respuestas del catecismo. Los niños en las escuelas de la Iglesia memorizan (1966) sus páginas, que difícilmente olvidan el resto de su vida. En el catecismo aprenden que el dogma católico no cambia y más vivamente que los judíos mataron a Jesucristo.
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Es verdad que son pocos los católicos que directamente enseñan (1966) a odiar a los judíos. Sin embargo, la doctrina católica no había podido eludir la narración del Nuevo Testamento, según la cual los judíos provocaron la Crucifixión. Las cámaras de gas fueron tan sólo la última prueba de que los judíos no habían sido todavía perdonados.
Pero la mejor esperanza de que la Iglesia de Roma no aparecerá de nuevo complicada en un genocidio de esta magnitud es el capítulo IV de la "Declaración(Conciliar) acerca de la Relación de la Iglesia con las Religiones no-Cristianas", la cual fue promulgada por Paulo VI, como ley de la Iglesia, casi al fin del Concilio Vaticano II.
En ningún lugar de su declaración o de sus discursos desde la Cátedra de San Pedro, Pablo VI menciona (al judío) Jules Isaac. Pero, quizás el Arzobispo de Aix, Charles D. Provencheres haya dejado perfectamente esclarecida la injerencia de Isaac, en la proclamación de este decreto cuando dijo: "Es un signo de los tiempos el que un seglar y sobre todo un seglar judío haya originado un decreto del Concilio".
Jules Isaac era un famoso historiador, miembro de la Legión de Honor e Inspector de las escuelas en Francia. En 1943, tenía 66 años y vivía una vida desolada cerca de Vichy, después de que los alemanes se habían apoderado de su esposa y de su hija. Desde entonces, Isaac no podía menos de cavilar constantemente sobre la apatía con que el mundo cristiano había contemplado el hado de los judíos incinerados.
Su libro "Jesús e Israel" fue publicado en 1948, y su lectura impulsó al Padre Paul Démann a revisar cuidadosamente los textos escolares y a comprobar así la amarga queja de Isaac, según la cual los católicos, inadvertidamente, si no con toda intención, habían enseñado este desprecio y este odio hacia los judíos. Gregori Baum, sacerdote agustino, nacido en la ortodoxia judía, llamó a este libro "un conmovedor relato del amor que Jesús había tenido por su Pueblo, los judíos, y del desprecio y odio que, más adelante, los cristianos habían abrigado hacia ellos".
El libro de Isaac fue ampliamente difundido. En 1949, el Papa Pío XII concedió una breve audiencia a su autor. Pero debían pasar 11 años más para que Isaac pudiera ver una esperanza verdadera.
A mediados de junio de 1960, la Embajada de Francia en Roma introdujo a Isaac a la Santa Sede. Isaac quería ver personalmente a Juan XXIII; sin embargo, fue conducido ante el Cardenal Eugenio Tisserant, quien lo envió a entrevistarse con el archiconservador Cardenal Alfredo Ottaviani.
Ottaviani, a su vez, lo envió al anciano Cardenal Andrés Jullien, de 83 años de edad, quien con la mirada fija y sin manifestación alguna de emoción, escuchó las palabras con que Isaac trataba de demostrar que la doctrina católica conducía inevitablemente al anti-semitismo. Cuando hubo terminado su exposición, el judío calló, como si esperase una reacción del Cardenal, pero Jullien se mantuvo como una piedra: Isaac, que estaba medio sordo, fijamente observaba los labios del Prelado. El tiempo pasaba, y ninguno de los dos hablaba. Isaac pensó salir del aposento, pero antes decidió hacer esta pregunta: "¿A quién tengo que entrevistar yo para plantear este terrible problema?"; y, después de otra larga pausa, el viejo Cardenal finalmente dijo: 'A Tisserant".
Isaac replicó que ya había visto a Tisserant. Otro largo silencio siguió luego. La siguiente palabra del viejo Cardenal fue: "Ottaviani". Isaac insistió diciendo que ya lo había visto. Y, al fin, después de otra pausa de silencio, brotó la tercera palabra: "Bea".
Con esta consigna, Jules Isaac se encaminó a ver a Agustín Bea, el único jesuita miembro del Colegio de Cardenales, alemán de origen. "En él, dijo Isaac más adelante, encontré luego un decidido y poderoso colaborador".
Al día siguiente, Isaac tuvo un apoyo más fuerte. JuanXXIII, de pie, en el pasillo de los aposentos papales del cuarto piso, estrechó la mano de Jules Isaac y le hizo sentar después a su lado. "Yo me presenté, como un no-cristiano, promotor de la Amistad Judeo-Cristiana, un hombre muy sordo y viejo, dijo Isaac". Juan XXIII habló largamente de su devoción por el Antiguo Testamento, de su estancia como diplomático en Francia y preguntó a su visitante dónde había nacido. Comprendió Isaac entonces que el Sumo Pontífice quería charlar con él y empezó a preocuparse por la manera cómo debía dirigir esta conversación hacia el tema anhelado. "Vuestra política, dijo el judío al Papa, ha despertado grandes esperanzas en el Pueblo del Antiguo Testamento". Y agregó luego: "¿No es este mismo Papa, con su gran bondad, responsable de que nosotros hayamos concebido mejores esperanzas?".
Juan XXIII sonrió afablemente. Isaac había ganado para su causa a uno que quería escucharle. El judío dijo después al Papa, que el Vaticano debería estudiar el anti-semitismo. Juan XXIII contestó entonces que él había estado pensando desde el principio de su conversación con el judío, la conveniencia de hacer este estudio. "Yo pregunté luego si podía yo llevar conmigo algún rayo de esperanza", recordó Isaac más adelante. A lo que Juan respondió diciendo que tenía derecho a algo más que a una esperanza; y, haciendo a los límites de su soberanía, añadió: "Yo soy la cabeza, pero debo consultar también a otros... esta no es una Monarquía absoluta". Para mucha gente en el mundo el gobierno de Juan parecía ser una monarquía benévola. Por causa suya, muchas cosas habían acaecido entre el catolicismo y el judaísmo.
Meses antes de que Isaac expusiese su querella contra los "gentiles", el Papa Juan había organizado un Secretariado del Vaticano para la Promoción de la Unidad Cristiana, bajo la dirección del Cardenal Bea. Este Secretariado tenía por objeto presionar la reunión de la Iglesia Católica con las Iglesias, que Roma había perdido por la Reforma. Después que Isaac se separó, Juan XXIII manifestó claramente a los administradores de la Curia Vaticana, que una firme condenación del antisemitismo católico debía salir del Concilio que él había convocado.
Para el Papa Juan, el Cardenal Bea era el legislador indicado para ejecutar este trabajo, aun teniendo en cuenta que su Secretariado por la Unidad Cristiana parecía a muchos tener una dirección combativa para realizar con esta base, este nuevo objetivo.
Para entonces habíase ya establecido un gran diálogo entre las oficinas del Concilio Vaticano y los grupos judíos, y tanto el Comité Judío-Americano como la Liga Anti-Difamatoria de la B'nai B'rith hablaron con vigor y claridad en Roma.
El rabino Abraham J. Heschel, del S minario Judío de Nueva York, que había conocido 30 años antes en Berlín la personalidad y las actividades de Bea, entró en contacto con el Cardenal en Roma. Ya Bea había leído "La Imagen de los Judíos en la Enseñanza Católica", escrita y publicada por el Comité Judío Americano. Esta obra fue seguida por otro estudio del mismo Comité Judío Americano, de unas 23 páginas, "Los Elementos Antagónicos a los Judíos en la LiturgiaCatólica".
Hablando en nombre de ese Comité Judío Americano, Heschel manifestó al Cardenal Bea su esperanza de que el Concilio Vaticano II purgaría la doctrina católica de cualquiera palabra que sugiriera que los judíos son una raza maldita. Y, al hacer esto, esperaba Heschel que el Concilio se abstuviese de cualquiera exhortación o sugerencia para invitar a los judios a hacerse cristianos.
Por ese mismo tiempo, el Dr. Nahum Goldmann en Israel, Jefe de la "Confederación Mundial de Organizaciones Judías", entre cuyos miembros existen judíos de distintas tendencias (desde las más ortodoxas hasta las más liberales), urgía al Papa con idénticas aspiraciones.
La B' nai B'rith pedía a los católicos que desarraigasen de todos los servicios litúrgicos de la Iglesia cualquier lenguaje que, de alguna manera, pudiera insinuar el anti-semitismo. Ni entonces, ni en cualquier tiempo futuro sería fácil el realizar completamente estos anhelos. La liturgia católica, que fue sacada de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia, no podría fácilmente tener una nueva edición. Aunque Mateo, Marcos, Lucas y Juan hayan sido mejores evangelistas que historiadores, sus escritos, según el dogma católico, fueron divinamente inspirados; y alterarlos sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del sol.
Esta dificultad puso en graves apuros teológicos así a los católicos, que tenían las mejores intenciones, como a los judíos, que tenían la más profunda comprensión del catolicismo. Y, al mismo tiempo, provocó la oposición de los conservadores de la Iglesia y, en cierto grado, las ansiedades de los árabes en el Medio Oriente.
La acusación de los católicos “conservadores” contra los judíos era que estos eran deicidas, culpables de dar muerte a Dios en la persona Divino-Humana de Cristo. Y que afirmar ahora que los judíos no eran deicidas era tanto como decir de una manera indirecta que Cristo no era Dios, porque el hecho de la ejecución en el Calvario era incuestionable para la teología católica. Sin embargo, la ejecucióndel Calvario y la religión de aquellos que creen en ella, son las razones por las cuales los "antisemitas" vituperan a los judíos como "asesinos de Dios" y "asesinos de Cristo".
Era evidente, por lo tanto, que las Sagradas Escrituras de los católicos tendrían que ser sometidas a juicio, si el Concilio se decidía a hablar acerca de los deicidas y de los judíos. Hombres sabios y expertos mitrados de la Curia aconsejaron que los Obispos del Concilio no debían tocar este tema delicado.
Pero, una vez más, Juan XXIII ordenó que el problema se incluyera en la agenda del Concilio.
Si la inviolabilidad de la Sagrada Escritura era el problema más grave de la polémica en Roma, la guerra entre Arabes e Israelíes planteaba en el Oriente otro grave problema... Si el Concilio se atrevía a hablar en favor de los judíos, los obispos árabes verían el orden espiritual comprometido y sojuzgado por el orden político.
El siguiente paso sería luego el intercambio de diplomáticos, en una noche, entre el Vaticano y Tel Aviv. Esta era una crisis que la Liga Arabe pensó poder superar con diplomacia.
Los Estados Árabes, en contradicción con la política de Israel,tenían ya entonces algunos embajadores en la Corte Papal. Ellos tenían la consigna de recordar, de la manera más política, a la Santa Sede, que alrededorde 2.756.000 católicos romanos viven en tierras árabes y que 420.000 Ortodoxos, separados de Roma, a los que el Papado espera atraer, eran también súbditos de los países árabes. Obispos de estas dos ramas del catolicismo podían ser asociados para representar sus intereses ante la Santa Sede.
Era demasiado pronto para las amenazas. En vez de esas amenazas los árabes importunaron a Roma para hacer ver que ellos no podían ser ni antisemitas ni antijudíos. Los árabes–decían- también somos semitas y, entre nosotros, viven y han vivido miles de judíos refugiados. Los patriotas árabes son solamente anti-sionistas, porque, para ellos, el sionismo es un complot que pugna por establecer el estado judaico en el centro del Islam.
En Roma, la opinión sostenida por el Medio-Oriente y los elementos "conservadores" era de que cualquier declaración acerca de los judíoss ería inoportuna. Pero en Occidente, en donde solamente en Nueva York, viven 225.00 judíos (más que en todo el Estado de Israel), (…1966) la opinión dominante era que el hacer a un lado esta declaración significaría para el mundo una gran calamidad.
Y en este atolladero intervino la ingenua y corpulenta personalidad de Juan XXIII, no para zanjar la disputa, sino más bien para prolongarla. Con una manera de pensar muy suya, el Papa estaba jugando con una idea, que la Curia Romana consideraba grotesca: los credos no católicos deberían enviar sus observadores al Concilio.
La perspectiva de ser invitados no causó ninguna crisis entre los protestantes, pero francamente no fue del agrado de los judíos. Paraque acudiesen al llamado pontificio se sugirió a algunos judíos que la teología católica estaba relacionada con la teología judía; pero para permanecer fuera, después de esa invitación, se les hizo notar que los judíos no podían tener particular interés en ningún acercamiento a los católicos, mientras algunos católicos estrechasen las manos del anti-semitismo.
Cuando se supo que ladeclaración de Bea, enviada para su votación en la Primera Sesión del Concilio, contenía una clara refutación del cargo del deicidio, el Congreso MundialJ udío hizo correr en Roma la noticia de que el Dr. Haim Y. Vardi, ciudadano del Estado de Israel, asistiría al Concilio como un observador no oficial. Pudieras er que estos hechos no estuviesen entre sí relacionados, pero es indudable que parecen estarlo.
Con estas noticias, se escucharon, en tono más alto, otras. Los árabes se quejaron a la Santa Sede. La Santa Sede respondió que ningún israelí había sido invitado. Los israelíes negaron que ellos hubiesen nombrado a ningún observador para el Concilio. Los judíos de Nueva York pensaron que un judío americano podría ser el observador.
En Roma todo terminó con un cambio enla agenda que hiciese manifiesto el hecho de que la declaración en favor de los judíos no sería puesta a discusión del Concilio en aquella sesión.
Sin embargo, los Obispos tuvieron, fuera del Concilio, abundante lectura relacionada con los judíos. Una agencia publicitaria, suficientemente cercana al Vaticano para tener la dirección en Roma de los 2.200 Cardenales y Obispos que de fuera habían acudido al Concilio, entregó a cada uno de ellos un libro de 900 páginas "II Complotto contra la Chiesa" (El Complot contra la Iglesia, de Maurice Pinay ). Entre las infamatorias páginas del libro, había algunos vestigios de verdad. La afirmación que dicho libro hace de que la Iglesia había sido infiltrada por losj udíos, era una intriga eficaz para los anti-semitas; pero es un hecho innegable que muchos judíos, ordenados de sacerdotes, estaban trabajando en Roma para obtener esa declaración en favor de los judíos. Entre ellos estaba elPadre Baum, como también Mons. Juan Oesterreicher, miembros del Secretariado de Bea. Y el mismo Cardenal Bea, según el Diario del Cairo "Al Gomhuria", era un judío llamado Behar.
Ni Baum ni Oesterreicher se hallaban con Bea al declinar la tarde del 31 de mayo de 1963, cuando una limusina estaba estacionada frente al hotel Plaza de Nueva York, esperándole. El viaje terminó seis calles más adelante, en las afueras de las oficinas del Comité Judío Americano.
Allí, un Sanedrín contemporáneo estaba esperando para dar la bienvenida al Jefe del Secretariado por la Unidad Cristiana. La reunión fue guardada en secreto para la prensa. Bea deseaba que ni la SantaSede ni la Liga Árabe supiesen que él estaba allí para recibir las preguntas que los judíos deseaban que fuesen contestadas. "No tengo autorización, les dijo Bea, para hablar oficialmente". "Por lo tanto yo solamente puedo decir lo que en mi opinión puede y debe, en verdad, acaecer".
Entonces el Cardenal Bea explicó el problema. "En términos redondos, dijo, los judíos son acusados de ser culpables del Deicidio y se supone que pesa sobre ellos una maldición". Pero él refutó ambas acusaciones. Porque, según las narraciones de los Evangelios, solamente los jefes de los judíos que estaban entonces en Jerusalén y un grupo muy pequeño de seguidores (de la Ley Mosaica) gritaron pidiendo la sentencia de muerte para Jesús: por lo tanto, "los ausentes y las generaciones de judíos que han nacido después, en manera alguna, dijo Bea, pueden estar implicados en el Deicidio. Por lo que se refiere a la maldición, raciocinó el Cardenal, no puede, en manera alguna, recaer sobre los crucificadores, porque las palabras de Cristo moribundo fueron una oración por su perdón".
Los rabinos presentes en el salón querían saber si la declaración, que el Cardenal Bea estaba preparando, especificaría el Deicidio, la maldición y el repudio divino del pueblo judío, como errores en la doctrina cristiana.
Esta pregunta implicaba el problema más delicado del NuevoTestamento. La respuesta de Bea no fue directa. El hizo ver a sus oyentes que una Asamblea tan heterogénea y difícil de manejar de Obispos, no podía descender a los detalles, a lo más podía convenir en las líneas generales; pero que esperaba lograr presentar de una manera simple lo que era muy complejo. "Actualmente,a ñadió, es un error buscar la causa principal del anti-semitismo en las solas fuentes religiosas, en los relatos evangélicos, por ejemplo. Estas causas religiosas, como son mencionadas, con frecuencia no son verdaderas causas; son solamente una excusa o un velo para encubrir otras razones más eficientes de la enemistad".
El Cardenal y losrabinos brindaron después de la charla con un vino de honor. Uno de los rabinos preguntó al Prelado sobre Mons. Oesterreicher, a quien muchos judíos consideran demasiado apostólico para conquistarlos. "Eminencia, dijo un reportero judío a Bea, Ud. sabe que los judíos no consideran a los judíos conversos al cristianismo como sus mejores amigos". Bea contestó gravemente: "tampoco nosotros a los cristianos convertidos al judaismo".
No mucho tiempo después de esta entrevista, apareció la obra teatral de Rolf Hochhutz "El Vicario", que presenta a Pío XII como al Vicario de Cristo que permaneció silencioso, mientras Hitler llevó a término la Solución Final.
En las páginas de la revista "América" (del os Jesuitas), Oesterreicher habló claramente al Comité Judío Americano y a la B'nai B'rith. "Las agencias judías de relaciones humanas, escribió,t ienen que hablar claramente en contra de "El Vicario", con términos inequívocos; de lo contrario, ellas nulificarían su propio propósito".
En el "Tablet" de Londres, Juan Bautista Montini, Arzobispo de Milán, escribió también un ataque a esa obra teatral, en defensa del Papa cuyo Secretariado Substituto de Estado él había sido.
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Pocos meses después, moría el Papa Juan XXIII y Montini era elegido su sucesor con el nombre de Paulo VI.
En la Segunda Sesión del Concilio, en el Otoño de 1963, la Declaración sobre los Judíos circuló entre los Obispos como el capítulo IV de la más larga Declaración sobre "El Ecumenismo".
El Capítulo V, que venía en pos del anterior, contenía la igualmente discutida Declaración sobre la Libertad Religiosa. Como sucede con las añadiduras a los proyectos de ley en el Congreso Americano, cada uno de los disputados capítulos era como un pesado vagón enganchado al nuevo tren del Ecumenismo.
Casi al fin de esta sesión, cuando llegó el turno para la votación, sólo debía abarcar los tres primeros capítulos del esquema. De esta manera los dos últimos capítulos (el de los judíos y el de la Libertad Religiosa) quedaron a un lado y esta decisión política evitó el alboroto de un Concilio que con grandes dificultades pretendía ser ecuménico.
A los obispos se les aseguró que la votación sobre la Declaración judía y la de la Libertad Religiosa vendrían pronto, en otra ocasión más favorable. Y mientras los Obispos esperaban ansiosos esta votación, tuvieron tiempo para leer el escrito "Los Judíos y el Concilio a la Luz de la Escritura y de la Tradición", una obra más pequeña, pero más venenosa que "El Complot".
Pero esta Segunda Sesión terminó, sin el voto sobre los judíos o la Libertad Religiosa, con una agria nota, claramente manifiesta, a pesar de la visita anunciada por el Papa a Tierra Santa. Esa peregrinación del Pontífice tenía que dar necesariamente amplio campo a los comentarios de la prensa, pero dejó sin embargo espacio para hacer importantes investigaciones sobre esas dos votaciones que habían sido pospuestas. "Algo ha sucedido detrás de bambalinas", comentó el National Catholic Welfare Conference. "Este es uno de los misterios de la Segunda Sesión".
Dos judíos que reflexionaron profundamente sobre estosmisterios, fueron Joseph Lichten de la B'naiB'rith, Liga Antidifamatoria en Nueva York, de 59 años y Zacarías Shuster, de 63 años , miembro del Comité Judío Americano.
Lichten que había perdido a sus padres, esposa e hija en Buchenwald, y Shuster, que también había perdido a unos de sus más cercanos parientes, estuvieron entrevistando en Roma a numerosos Obispos y a otros oficiales del Concilio. Estos dos "coyotes" o secretos agentes nunca aparecieron juntos cerca de San Pedro. Ambos tenían la consigna común de alcanzar la declaración más fuerte posible en favor de los judíos, pero cada uno pretendía el crédito de este triunfo para su propia organización. Esto, naturalmente, si se alcanzaba una declaración verdaderamente fuerte. Mientras tanto cada uno de ellos, independientemente entre sí, debía hacerse presente a la Jerarquía Americana, como el mejor barómetro en Roma para expresar el sentimiento de los judíos fuera de Roma, especialmente en los Estados Unidos.
Para darse cuenta de la marcha del Concilio, muchos Obispos de los Estados Unidos en Roma dependían de lo que podían leer en el periódico "NewYork Times". Lo mismo sucedía al Comité Judío Americano y a la B'naiB'rith. Ese periódico era el más eficaz para formar la opinión. Lichten pensaba que Shuster era un genio para llenar las páginas de este diario, aunque sus conocimientos teológicos no eran suficientemente profundos. Algo semejante pensaba Shuster sobre Lichten. Ninguno de los dos tomaba en cuenta a Fritz Becker que estaba en Roma como delegado del Congreso Mundial Judío y, sin buscar publicidad, había conseguido alguna.
El Congreso Mundial Judío, según Becker, estaba interesado en el Concilio, pero no pretendía dominarlo. "Nosotros no tenemos lospuntos de vista de los Americanos, dijo, para pretender llevarlos a la imprenta".
El que estos temas se llevasen a la prensa empezó, sin embargo, a complacer al Vaticano. Un experto en relaciones públicas hubiera dicho que la Santa Sede se había mostrado poco experta en Tierra Santa. Cuando Paulo VI oró a lado del Patriarca ortodoxo Atenágoras, la visita pareció muy bien. Pero, cuando entró en Israel, tuvo palabras tajantes para el autor del "Vicario" y un discurso encaminado a la conversión de los judíos. Su visita fue tan corta que ni siquiera llegó a mencionar públicamente al joven país que estaba visitando.
Los observadores del Vaticano que estudiaron todos los movimientos de Pablo VI en Tierra Santa consideraron que había menos esperanza para una declaración en favor de los judíos. Las cosas se veían con más optimismo en el Waldorf-Astoria de Nueva York.
Allí, con motivo del aniversario del Beth Israel Hospital, los invitados se enteraron de que el Rabino Abba Hillel Silver, años atrás, había expresado al Cardenal Francis Spellman los intentos hechos por Israel para obtener un asiento en las Naciones Unidas. Spellman había dicho que, para ayudar a esta causa, él personalmente se dirigiría a los gobiernos de Sudamérica para invitarlos a que compartiesen con él el profundo deseo de que Israel fuera admitido. Más o menos por ese tiempo, el llamado Papa americano (Spellman) dijo en una reunión del Comité Americano Judío que era "absurdo mantener que exista o pueda existir cualquiera culpabilidad hereditaria".
En Pittsburg, el Rabino Marc Tanebaum del Comité Americano Judío habló a la Asociación de Prensa Católica, sobre el cargo del Deicidio, y las respuestas editoriales de los periódicos católicos fueron abundantes.
En Roma, seis miembros del mismo Comité Americano Judio lograron tener una audiencia con el Papa. Uno de ellos, Mrs. Leonard M. Sperry acababa de donar el Centro Sperry para la Cooperación de Grupo en la Universidad Pro-Deo de la Ciudad Santa. El Papa dijo a sus visitantes que él estaba de acuerdo con lo que el Cardenal Spellman había dicho acerca de la culpabilidad judía.
Esta vez los observadores vaticanos no pudieron menos de cambiar su modo de ver el asunto, augurando ahora un futuro color de rosa parala declaración.
El New York Timest uvo entonces su turno. El 12 de junio de 1964 informó que, en el último esquema de la Declaración, la negación del Deicidio había sido suprimida. En el Secretariado por la Unidad Cristiana del Cardenal Bea, uno de losdirigentes informó solamente que el nuevo texto era más fuerte. Pero ni la mayoría de los judíos, ni muchos católicos lo entendieron así.
Antes de esta Sesióndel Concilio y mientras el texto estaba todavía sub-secreto, apareció una mañana todo el esquema en el "New York Herald Tribune". No se encontraba allí ninguna mención del cargo del Deicidio. En su lugar había un claro llamamiento para extender el espíritu ecuménico, porque "la unión del pueblo judío con la Iglesia es una parte de la esperanza cristiana".
Entre los pocos judíos que no se preocuparon al leer esto, se hallaban Lichten y Shuster. Ellos podían ver el esquema de una manera profesional. Ese esquema se lee mejor en el periódico de la mañana tomando una taza de café, que si el Papa mismo estuviese promulgándolo como una enseñanza católica.
A otros judíos les causó un efecto galvánico. Su decepción indignó a algunos de los Obispos americanos, y Lichten y Shuster pudieron comprender la causa de esta indignación. Las posibilidades de que una declaración, sin la cláusula de la negación del Deicidio y con la sugerencia o invitación velada para que los judíos se convirtiesen al cristianismo, fuese aceptada por los Cardenales y Obispos americanos en el Concilio, era lo que este par de buenos agentes encubiertos podían llamar falta de lógica...
Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK 25 Enero 1966. Traducc. (Del libro del R.P. JoaquínSaenz de Arriaga, ‘Con Cristo o contra Cristo’)
http://www.fsanvicenteferrer.org/201...biaron-el.html
Última edición por ALACRAN; 29/07/2013 a las 14:48
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Parte II
Cerca de dos semanas antes, Mons. George Higgins de la NationalCatholic Welfare Conference de Washington D. C., prestó su ayuda paraobtener una audiencia papal al embajador de las Naciones Unidas, Arthur J.Goldberg, quien era entonces Juez de la Suprema Corte de Justicia. El RabinoHeschel aleccionó a Goldberg antes de que éste discutiese con el Papa laDeclaración.
El Cardenal de Boston, Richard Cushing, quiso tambiénofrecer sus servicios. Por medio de su representante en Roma, consiguió otraaudiencia papal para el rabino Heschel, cuyos recelos sobrepasaban a los delCardenal. Teniendo como compañero a Shuster, del Comité Judío Americano,Heschel habló seriamente sobre el Deicidio y culpabilidad judaica en la muertede Cristo, exigiendo también al Papa quepresionase para obtener una declaración en la que se prohibiese a los católicoshacer labor de proselitismo entre los judíos.
Paulo VI, algún tanto contrariado y molesto, no parecíaestar de acuerdo. Shuster desazonado, se disoció de Heschel, empezando a hablaren francés, que el Papa entiende y habla, pero el rabino no. Todos estuvieronde acuerdo en que la audiencia no había terminado con la cordialidad con quehabían empezado.
Solamente Heschel y otros pocos opinaron que la audienciahabía sido benéfica. Heschel invitó a un periódico israelita, para publicar queel texto de la próxima Declaración saldría libre de cualquier tono decontroversia. Para el Comité Judío Americano aquella entrevista fue tanirritante como las anteriores. La audiencia del rabino con Paulo VI en elVaticano, así como la reunión de Bea con los miembros del Comité JudíoAmericano en Nueva York, fueron concedidas bajo la condición de que seríanconservadas en secreto.
El descubrir estassecretas conferencias en la cima hizo que los católicos “conservadores” empezasen a señalar a los Judíos americanos comoel nuevo poder detrás de la Iglesia.
Pero dentro del Concilio las cosas aparecían todavía peorespara los “conservadores”.
En la Asamblea Conciliar, los “conservadores” tenían la impresión de que los Obispos estabantrabajando por los intereses judíos. Para su discusión tenían ahora losPrelados el nuevo esquema, algún tanto debilitado en comparación con losanteriores. Los Cardenales de San Louis y de Chicago, Joseph Ritter y el yadifunto Albert Meyer, pidieron volver al esquema más fuerte. Cushing exigía quela negación del Deicidio fuese de nuevo mencionada. El Obispo Steven Leven deSan Antonio pidió que se limpiase eltexto de todo argumento que pudiera ser controvertido y, sin darse cuenta,expresó una visión profética acerca del Deicidio. "Debemos arrancar esa palabra del vocabulario cristiano, dijo,para que así nunca pueda ser usada de nuevo en contra de los judíos".
Estas conversaciones inquietaron a los obispos árabes, queafirmaban que una declaración favorable a los judíos, expondría a los católicosa una persecución, mientras los Árabes estuviesen en lucha contra losisraelíes. Deicidio, culpa hereditaria y expresiones de invitación a conversiónde los judíos, parecían como otros tantos puntos de discusión para los árabes.Ellos no querían ninguna declaración; su punto de vista invariable era quecualquier declaración tendría un valor político en contra de ellos.
Los aliados, en esta guerra santa, eran los “conservadores” italianos, españoles ysudamericanos. Estos “conservadores”veían la estructura de la fe sacudida por los teólogos liberales, quienespensaban que las doctrinas de la Iglesia podían cambiar. Para los conservadoresesto estaba cerca de la herejía, mientras que para los liberales esto era purafe. Más allá de la fe, los liberales tenían los votos, y devolvieron la Declaraciónal Secretariado para que fuese reforzada. Mientras la Declaración estaba siendoreestructurada, los “conservadores” queríanque fuese reducida a un párrafo en la Constitución de la Iglesia.
Pero, cuando la Declaración apareció, al fin de la Tercera Sesión del Concilio, era enteramente un nuevodocumento llamado: "Declaración de la Relación de la iglesia con lasReligiones No-Cristianas". Con esta redacción, la Declaración fueaprobada por los Obispos con una votación de 1770 votos en favor, contra 185votos en contra. Gran regocijo provocóesta votación entre los judíos de los Estados Unidos, al saber que finalmentesu Declaración había sido aprobada.
En realidad esto no era cierto. La votación solamente serefería a la substancia del texto en general. Pero, dado que muchos votos ibancondicionados, (placet iuxta modum, es decir: sí, pero con modificación),el tiempo que pasó entre la Tercera y Cuarta Sesión fue empleado en hacer lasmodificaciones, que los 31 miembros del Secretariado pensaron que eranaceptables. Según las reglas del Concilio estas modificaciones, después de lavotación ya hecha, sólo podían referirse a expresiones del lenguaje, pero no ala substancia del texto. Mas el problema, que preocupaba a los filósofosentonces, consistía en determinar lo que realmente era substancial o meramenteaccidental al texto. Y los mismos teólogos también tenían sus incertidumbres eneste punto.
Pero, al principio, había menos obstáculos ocultos a los queenfrentarse. En Segni, cerca de Roma, el Obispo Luigi Carli escribió, en elnúmero de su revista diocesana de febrero de 1965, que los judíos del tiempo deCristo y sus descendientes hasta nuestros días, eran colectivamente culpablesde la muerte de Jesucristo. Unas semanas más tarde, el domingo de Pasión, enuna Misa al aire libre en Roma, el Papa Pablo VI habló de la crucifixióndiciendo que los judíos fueron los principales actores de la muerte de Jesús.El jefe de los rabinos de Roma Elio Toaff respondió con desencanto: "Hastalas más distinguidas personalidades católicas hacían resurgir los prejuicios dela Pascua que se aproximaba".
El 25 de abril de 1965, el corresponsal del "NewYork Times" en Roma, Robert C. Doty, desconcertó a todo el mundo. LaDeclaración sobre los judíos se encontraba en aprietos: ésta era, en esencia,su información; y decía además que el Papa la había entregado a cuatro de susconsultores para que la limpiaran de toda contradicción contra las Escrituras ypara que fuera lo menos objetable para los árabes.
Este reportaje fue refutado, como todos los anteriores queel "Times" había publicado, pues tres días después llegó aNueva York el Cardenal Bea e hizo que el sacerdote, su Secretario, negara lainformación de Doty, diciendo que su Secretariado por la Unidad Cristiana teníatodavía pleno control sobre la Declaración acerca de los judíos y dando unadisculpa por el sermón del Papa: "Tengan Uds. la seguridad que el Papapredicó para gente sencilla y piadosa y no para gente instruida" dijoel sacerdote.
Por lo que toca al “antisemita” Obispode Segni, el enviado del Cardenal dijo que la manera de pensar de Carlidefinitivamente no era la del Secretariado. Morris B. Abram, del Comité JudíoAmericano, fue al aeropuerto a recibir a Bea y calificó como alentadora laopinión de su Secretario.
Días después, parte de los miembros del Secretariado sereunieron en Roma para votar sobre las sugerencias hechas por los Obispos.Entre esas sugerencias, algunas habían nacido y habían sido enviadas del cuartopiso del Vaticano, bajo la firma del Obispo de Roma. Se ignora si ese Obispo enparticular fue ciertamente el que urgió el que fuese suprimida la negación dela "Culpabilidad del Deicidio"; pero la alternativaposibilidad de que la frase hubiera sido suprimida, aunque él hubiese indicadolo contrario, no tenía ya importancia ahora.
En el Secretariado, todos coinciden en que la votación sobreel Deicidio fue muy pareja, después de un largo día de debates. Eliminada lapalabra Deicidio, quedaba en pie la sugestión del Obispo de Roma, según la cualla cláusula que comienza "deplora y en verdad condena el odio y lapersecución contra los judíos", tendría una redacción mejor si seomitiesen las palabras "en verdad condena". Esta omisióndejaría el odio y la persecución de los judíos "todavía deplorada".Esta sugestión papal no ocasionó ningún debate, sino que fue fácil yprontamente votada. Era ya muy tarde, y nadie deseaba ya seguir discutiendosobre menudencias.
Esa reunión tuvo lugar del 9 al 15 de mayo, y durante esasemana el New York Times publicó una nueva historia, cada tercer día desde elVaticano. El 8 de mayo, el Secretariado volvió a negar que gente extrañahubiese puesto la mano en la Declaración judía. El día 11 de ese mismo mes, elPresidente de Líbano, Carlos Helou, árabe de raza y maronita católico dereligión, tuvo una audiencia con el Papa. El día 12 la oficina de prensa delVaticano anunció que la Declaración Judía permanecía invariable. Si esto erapara alentar a los judíos, parecía como si la prensa oficial declarasedemasiado.
El día 15 el Secretariado cerró sus reuniones y los Obispos se fueron cadaquien por su lado, unos tristes y otros satisfechos, pero todos con los labiossellados por el secreto. Algunos pocos se preguntaban extrañados si algo fuerade orden había sucedido y si, a pesar de las reglas del Concilio, un documentoconciliar había sido substancialmente cambiado fuera de las sesiones.
El "Times" siguió provocando mayorconfusión. El 20 de junio, Doty dejó entender entre líneas que la Declaraciónen favor de los judíos bien pudiera ser que fuese al fin del todo rechazada. Eldía 22 Doty publicó otro reportaje. Comentando este reportaje de Doty, una fuentecercana al Cardenal Bea dijo que: "estaba tan carente de toda base queno merecía siquiera el ser negado".
Para quienes habían hecho de las refutaciones un arte refinado, este mentís,era algo de lo que debían sentirse orgullosos, porque precisamente eraverdadero lo que trataba de ocultar completamente. Doty había escrito que laDeclaración estaba en estudio, cuando, en realidad, el estudio había sido yaterminado; el daño estaba ya hecho y existía en verdad lo que muchosconsideraban como una Declaración, substancialmente nueva, en relación a losjudíos.
En Génova, el Dr. Willem Visser'tHoof, cabeza del ConcilioMundial de las Iglesias, manifestó a dos sacerdotes americanos que si losrelatos de la prensa eran verdaderos, el movimiento ecuménico sería frenado.Sus opiniones no fueron un secreto para los Jerarcas de los Estados Unidos.
Por su parte, el Comité Judío Americano en manera alguna se mantuvo inactivo.El rabino Tanenbaum presionó con recortes periodísticos de airados editoresjudíos a Monseñor Higgins. Este Monseñor comunicó sus temores al CardenalCushing y el Prelado de Boston hizo una delicada indagación con el Obispo deRoma.
En Alemania, un grupo que trabaja en favor de la amistad judeo-cristiana mandóuna carta a los Obispos en la que se alegaba: "Hay ahora una crisis deconfianza vis-a-vis hacia laIglesia Católica". Para el "Times" nunca había habidouna crisis de confianza vis-a-vis en sus reportajes desde Roma. Pero sihubiera habido alguna vez, esta hubiera debido ocurrir el 10 de septiembre. Ensu historia bajo el encabezado "NUEVO ESQUEMA VATICANO DE LAEXONERACION DE LOS JUDÍOS, YA REVISADO, OMITE LA PALABRA DEICIDIO",Doty no quería que los lectores del "Times" pensasen que élhabía penetrado los secretos del Vaticano. Se contentaba en dar a entender quesu fuente de información, "era una infiltración autorizada por elVaticano".
Historias semejantes, publicadas en el "Times",predijeron algunos otros deslices del Concilio, antes de que estos hubieranocurrido. La mayoría de esas versiones del "Times" fueronsubstanciadas en libros y revistas publicadas más tarde, aunque algunas de esaspublicaciones hagan referencia a otras fuentes de informaciones especiales.
La intelectual revista mensual, "Commentary"del Comité Judío Americano había ya presentado el más frío reportaje sobre elConcilio y los judíos, bajo la firma de un seudónimo. F. E. Cartus. En una notamarginal el autor remite al lector a un libro de 281 páginas, titulado "ThePilgrim", escrito bajo el seudónimo de Michael Serafian, queconfirmaba plenamente las afirmaciones de Cartus.
Más adelante, en la revista "Harper's", Cartus, todavía conmayor dureza, expresó sus dudas acerca del nuevo texto relacionado con losjudíos. Para apoyar su opinión, reproduce pasajes del "Pilgrim"y hace mención a los reportazgos sobre el Concilio de la revista "Time",cuyo corresponsal en Roma se había destacado como escrupuloso autor de unnotable libro sobre el mismo Concilio.
Por ese tiempo, la revista "Time" y el "New YorkTimes" de Nueva York estaban satisfechos de tener dentro del Concilioun fiel informador. Sólo como una humorada periodística de las revelaciones delhombre infiltrado eran firmadas con el nombre de "Pushkin",cuando estas informaciones eran secretamente dejadas en las puertas de algúncorresponsal.
Pero los lectores no vieron aparecer nunca más el nombre dePushkin en las últimas sesiones del Concilio. La sotana había descubierto eldoble agente, que nunca más pudo volver a trabajar. Resultó que Pushkin era elMichael Serafian del libro, el F. E. Cartus de las revistas y un traductor delSecretariado por la Unidad Cristiana, que cultivaba una cálida amistad con elComité Judío Americano.
Por este tiempo Pushkin-Serafian-Cartus estaba viviendo en el Instituto Bíblico,en donde él era bien recibido desde su ordenación en 1954, aunque allí sunombre era el de R. P. Thimoty Fitzharris O'Boyle, S. J. Para los periodistaslos informes secretos del joven sacerdote y las fugas tácticas se ajustaban tanbien que el mismo autor no se resistía a adornarlos de vez en cuando con unlenguaje florido y creador. Una imprecisión o dos podrían ser atribuidas ahaberse agotado la información que él tenía. Se sabía que estaba escribiendo unlibro en el apartamento de una joven pareja. El libro fue terminado finalmente;pero también terminó o bajó en la mitad la amistad. El Padre Fitzharris O'Boylese dio cuenta que había llegado el momento de emprender una marcha forzadaantes de que su superior religioso pudiese averiguar cuidadosamente las razonesde esa crisis de su camadería. Salió de Roma entonces, seguro de que ya nopodía ser útil allí.
Aparte de su gusto por los seudónimos, por las hermosasmujeres, y por los relatos sobre lo no existente, y, tal vez, siendo un realgenio para hacer narraciones humorísticas, Fitzharris O'Boyle era eficientetrabajador en el puesto que tenía en el Secretariado del Cardenal Bea, muyvalioso para el Comité Judío Americano y todavía es considerado por muchos enlos círculos de Roma, como una especie de genuino salvador en la Diáspora(dispersión). Sin su intervención, la Declaración Judía pudo haber fracasadoantes, porque fue Fitzharris O'Boyle quien mejor ayudó a la prensa paradenunciar a los romanos que querían suprimirla. El hombre tiene muchas peticionesde sacerdotes.
En las primeras sesiones del Concilio, cuando la Declaraciónnecesitaba ayuda, Fitzharris D'Boyle estaba en Roma; pero en la Cuarta y últimasesión del Vaticano II, no había ayuda visible. Y las cosas iban sucediendo congran rapidez. El texto había al fin salido debilitado, como lo había predichoel "Times".
Entonces, el Papa emprendió su viaje para pronunciar su discurso a las NacionesUnidas en el que su "Jamais Plus la Guerre" fue un triunfo.
Después de esediscurso Pablo VI recibió con afecto al presidente del Comité Judío Americanoen una Iglesia del East Side. Este acontecimiento fue un buen augurio parala causa.
En seguida, en la misa del Yankee Stadium, el lector delPapa entonó el texto que comienza "Por miedo a los judíos". Yen la televisión esas palabras causaron ciertamente enorme sorpresa. En todaspartes se comentaban las alzas y las bajas de la Declaración en favor de losjudíos, y muchos de esos comentarios parecían preparar la eliminación final deldocumento.
El rabino Jay Kaufman, vice-presidente ejecutivo de Lichtenhabía advertido a sus oyentes su propia incertidumbre, "ya que el hadode la sección sobre los judíos se encuentra peloteado, como en un juego deBadmington clerical, entre una próxima declaración y una ciertarefutación". Shuster pudo escuchar esta opinión en el Comité JudíoAmericano. El pudo también oír a la oposición. No contento con una declaracióndebilitada, él pretendía de nuevo o alcanzar una total victoria o que no sehiciese ninguna declaración. Por ese entonces las últimas palabras de losÁrabes fueron respetuosamente presentadas en un memorándum de 28 páginas en elque se pedía a los Obispos salvar la fe del "comunismo y ateísmo y dela alianza con el Judaísmo comunista".
En Roma, se había señalado el 14 de octubre de 1965 para lavotación de los Obispos sobre la Declaración Judía, y tanto Lichten comoShuster veían, casi sin esperanza alguna, el mejorar en lo más mínimo esaDeclaración. Los sacerdotes habían introducido, con el texto repartido entretodos los Padres Conciliares de las modificaciones que los Obispos habíanpedido, una copia de las secretas respuestas del Secretariado. El "modi"producía, al leerlo, una sensación de desconsuelo.
En el antiguo texto, el origen judío del catolicismo estabaexpresado en un párrafo que principiaba: "En verdad, con un corazónagradecido". Dos obispos (pero, ¿cuáles dos?), sugirieron que laspalabras "con un corazón agradecido", fueron retiradas, porquetemían que esas palabras pudieran ser entendidas como si los católicosestuvieran obligados a dar gracias a los judíos de ahora. "La sugerenciafue aceptada", decidió el Secretariado. Las respuestas delSecretariado siguieron ese camino por más de 16 páginas. En todas ellas, sedieron pocas razones para explicar por qué se quitó el calor al antiguo texto,haciendo al texto más legal que humano.
Cuando Shuster y Lichten terminaron de leer el nuevo texto,llamaron por teléfono al Comité Judío Americano y a la B'nai B'rith de NuevaYork. Pero ninguna de estas dos organizaciones pudieron hacer nada. Fue Higginsel que primero trató de convencer a los dos desanimados "coyotes"para que recibiesen serenamente lo que ellos lograron conseguir.
Todavía por uno o dos días, el Obispo Leven de San Antonioles dio alguna esperanza. Pensaba él que el nuevo texto estaba tan debilitadoque los Obispos americanos se verían obligados a votar en bloque en contra deese texto. Si eso hubiera sucedido, tal táctica hubiera sumado algunoscentenares de votos negativos al bando de los conservadores y de los árabes yhabría dado la impresión que el Concilio se hallaba tan dividido en este punto,que el Papa no podría atreverse a promulgar nada.
Por eso se abandonó luego esa táctica de protesta en lavotación. Lichten no se daba todavía por vencido y envió telegramas a más de 25Obispos con la esperanza de que ellos pudiesen restaurar el texto vigoroso;pero de nuevo fue Higgins quien calmadamente le aconsejó que desistiera:"Mira, Joe, le dijo a Lichten el sacerdote, con ademanes de un abogadoespecializado en asuntos laborables, "yo comprendo tu descontento. Yotambién estoy descontento". En seguida se fue del mismo modo aconsolar a Shuster.
En su propio aposento, en donde Higgins pensaba que Lichteny Shuster por primera vez se habían reunido en Roma, el sacerdote les hablócomo si fuese un oficial que pretendía poner en orden a su regimiento. "SiUds. dos dan la impresión en Nueva York, les dijo, de que se podía haberalcanzado un mejor texto para la Declaración, están Uds. locos". "Ponedsobre la mesa vuestras cartas. Es sencillamente insensato pensar que poralgunas presiones aquí o por algunos artículos de prensa allá, en Nueva York,Uds. pueden hacer un milagro en el Concilio. No obtendréis lo que pretendéis yellos pensarán que habéis fracasado en vuestro intento".
Lichten recuerda todavía más: "Higgins dijo: 'debéisdaros cuenta del daño que se haría, Joe, si nosotros permitimos que estoscambios que se han hecho en el texto se conviertan en barreras para interceptarel camino que hemos emprendido hace ya tanto tiempo. Y esto puede suceder, sisu gente y la mía no responden a los aspectos positivos del nuevo texto'.Este fue el argumento sicológico decisivo para mí" dijo Lichten.
Shuster no estaba convencido, sin embargo, él recuerda bien la conversación deese día. "Tuve que romper mi cabeza y mi corazón, dijo, para pensar loque debíamos hacer. Pasé por una crisis, pero al fin fui convencido porHiggins. El que se hubiese omitido en el nuevo texto la palabra Deicidio, no loconsideré yo francamente como una catástrofe. Pero, el que se hubiese cambiadola palabra 'condena' por la palabra "deplora" esto esotra cosa. Cuando yo le piso un pie inadvertidamente, Ud. deplora lo que yo hehecho. Pero ¡una masacre! ¿es bastante deplorar una masacre?"
Un diferente punto de vista fue tomado por elAbad René Laurentin, miembro moderador del Concilio, el cual escribió a losObispos para hacerles un último llamamiento a su conciencia. Si no volviese ahaber antisemitismo en el mundo, nada le importaría a Laurentin la negación delcrimen del Deicidio, atribuido al pueblo judío, pero como la Historia nosobliga a ser pesimistas en esta materia, Laurentinpedía a los Obispos el que se supusiese, como una hipótesis, que el genocidiovolviese a repetirse. "Entonces, argüía Laurentin, el Concilio y laIglesia serán acusados de haber dejado sin extirpar la raíz emocional delantisemitismo, que es el tema del Deicidio".
El Obispo Leven había expresado su deseo de que la palabraDeicidio fuese suprimida en el vocabulario cristiano, cuando un año antes élhabía pedido el retorno al texto primitivo más explícito y enérgico. Ahora elSecretariado había suprimido en la nueva declaración la palabra Deicidio y detal manera había suprimido esta palabra Deicidio del vocabulario cristiano, queaun la proscripción de la palabra fue omitida. "Con dificultad puedeuno evitar la impresión, escribió Laurentin, "de que estos argumentos tienen algo de artificioso".
Antes de la votación en San Pedro, el Cardenal Bea hablódelante de toda la Asamblea de los Obispos. Dijo que su Secretariado habíarecibido "sus modi" con agradecido corazón y que las palabras,objetadas por los Obispos, habían sido las primeras en ser suprimidas. El habló sin entusiasmo, como quien se daperfectamente cuenta de que estaba pidiendo a los Obispos menos de lo que JulesIsaac y Juan XXIII hubieran deseado. Exactamente 250 Obispos votaron contra laDeclaración, mientras 1.763 la respaldaron. En los Estados Unidos y en Europa, horas después, la prensa hizo simplelo que en realidad era complejo, con encabezados como estos: "ElVaticano Perdona a los Judíos", "Los Judíos no sonCulpables", o "Los Judíos Exonerados en Roma".
Brillantes comentarios hicieron entonces los voceros delComité Judío Americano y de la B'nai B'rith, aunque en esos comentarios hay unanota de desencanto, porque el texto más vigoroso de la Declaración había sidodebilitado. Heschel, amigo de Bea, fue el más duro en sus comentarios y llamóla decisión de suprimir la palabra Deicidio: "un acto de pleitesía aSatanás".
Más adelante, ya con más calma, él simplemente se mostrabaconsternado. "Mi viejo amigo, dijo Heschel, el Padre jesuita GusWeigel pasó una de las últimas noches de su vida en este cuarto". "Yole pregunté ¿si él creía que fuese realmente ad majoren Dei gloriam elque no hubiere más sinagogas, ni comida de los "sederes", nioraciones en hebreo?". La pregunta fue meramente retórica y Weigelestá ya en su tumba.
Otros comentarios se hicieron, desde lo triunfal hasta losatírico. El Dr. William Wexler, de la confederación Mundial de OrganizacionesJudías, procuró ser más preciso: "El verdadero significado de laDeclaración del Concilio Ecuménico, nos los darán los resultados prácticos queesa Declaración tenga en aquellos a quienes está dirigida". HarryGolden de la "Carolina Israelita" pedía un Concilio EcuménicoJudío en Israel para hacer la declaración judía sobre los cristianos.
Con su innecesaria mordacidad en sus respuestas, elcomunista estaba reflejando una opinión popular en los Estados Unidos, según lacual se había concedido a los judíos una especie de perdón. Esa idea fueiniciada y sostenida por la prensa, aunque no tenía base alguna en la Declaración.Lo que, sin embargo, comprensiblemente consiguieron, fue abrir una disputa entorno del Concilio, que presentaba a los judíos como si hubiesen estado en elbanquillo de los acusados por cuatro años. Si los acusados no se sientencompletamente exonerados, cuando se pronunció el veredicto, es porque elproceso se prolongó por demasiado tiempo.
Esta demora era completamente comprensible, si se tenían encuenta las razones políticas, pero pocos fueron los que quisieron atribuirla amotivos religiosos. La actual cabeza de la Santa Sede, como el hombre cumbre dela Casa Blanca, está firmemente convencido de que debía buscarse una votaciónmayoritaria o unánime, cada vez que estaba a discusión un tema importante. Porel principio de la colegialidad, según el cual todos los Obispos ayudan algobierno de toda la Iglesia, cualquier tema importante dividía al ColegioEpiscopal en dos grupos: el progresista y el conservador. El papel del Papaconsistía en reconciliar a estas dos alas. Para remediar estas divisiones en elColegio Episcopal, el Papa tenía que acudir bien fuese a la persuasión o a laimposición que trastornaba el principio de contradicción. Cuando una faccióndecía que la Escritura sola era la fuente de la enseñanza de la Iglesia, laotra defendía que eran dos fuentes: la Escritura y la Tradición. Para poner unpuente entre las dos opiniones, la Declaración fue de nuevo redactada contoques personales de Paulo en las que se reafirman las dos fuentes de larevelación, no sin dejar de dar a entender que el otro punto de vista merecíaestudio. Cuando los oponentes de la Libertad Religiosa decían que esadeclaración podría oponerse a la antigua doctrina de que el catolicismo es laúnica y verdadera Iglesia, una solución parecida bajó, a la aula del Concilio,del cuarto piso del Vaticano. Ahora la Declaración sobre la libertad religiosacomienza con la doctrina de la única verdadera Iglesia, que, según elpensamiento de algunos conservadores satisfechos con esa Declaración,contradice el texto que sigue después de esa afirmación inicial.
La Declaración Judía tuvo mayores conflictos para tener elconsentimiento universal que Paulo VI pretendía. Aquellos que veían unadicotomía (división) en la Declaración, pudieron darse cuenta que esa divisióntambién existe en el Nuevo Testamento en el que todos, sin embargo están deacuerdo. Pero ¿hasta qué grado estaba complicada la Declaración con la políticade los Árabes?
En Israel, después de la votación, existe la impresión de que las masascristianas de los árabes eran más indiferentes en esta disputa de lo que losintérpretes conservadores de la Escritura hubieran querido. Los periódicos delMedio Oriente nos dan una evidencia considerable en este punto.
En movimientos políticos, la presión origina una contra-presión, másfrecuentemente de lo que los "coyotes" quisiesen admitir. Yuna de la hipótesis más ponderadas de la B'nai B'rith en gran parte y algunasde las intransigencias teológicas de los conservadores fueron originadas porlas intrigas de elementos judíos.
Había desde el principio temores de que las actividades subterráneas delJudaísmo llegasen a ser contraproducentes. Nahum Goldmann advirtió a los judíoscon oportunidad, "a no exigir esa Declaración con demasiadaintensidad". Muchos elementos judíos no lo hicieron así. Después de lavotación, cuando Fritz Becker, el hombre callado de la W.J.C., confesó que élhabía alguna vez entrevistado a Bea en su casa, dijo que no se había mencionadola Declaración. "El Cardenal y yo, dijo Becker, sencillamentehablamos acerca de las ventajas que tenía el no hablar de la Declaración".
Hay católicos, que estuvieron cerca del teatro de losacontecimientos en Roma, quienes piensan que la actividad judía fue dañosa.Higgins, el sacerdote de la acción social de Washington, no es uno de ellos. Sino hubiera sido por este trabajo subterráneo de los coyotes, opina él, laDeclaración hubiera fracasado.
Pero, el Cardenal Cushing, en su modo áspero de hablar, dijo que los únicos quepodían haber dado al traste con la Declaración Judía eran los "coyotes"judíos. El Padre Tom Stransky, vigoroso y joven Paulista, que conduce unautomóvil Lambretta para trabajar en el Secretariado, pensaba que una vez quela prensa entrase en el Concilio, sería imposible detener la presión de esosgrupos. Si el Concilio hubiera podido deliberar en secreto, sin insinuacionesni presiones extrañas, el Padre opina que la Declaración hubiera podido salirmás vigorosa.
El mismo Stransky teme que muchos católicos consideren laDeclaración, tal como fue votada, como si hubiese sido escrita exclusivamentepara los judíos. "Debe tenerse presente que esta Declaración estádirigida a los católicos, que es un asunto de la Iglesia Católica. Yo notemería decir que me sentiría ofendido, si yo fuese un judío y yo pensase queeste documento había sido redactado para los judíos".
Para los católicos, piensa él que el documento ha sidopromulgado para tener los mejores resultados. Fue el superior en elSecretariado de Stransky, el Cardenal Bea, quien más accedió a las peticionesde los conservadores. Bea, se dio cuenta aparentemente ya muy tarde de que hayalgunos católicos, más piadosos que instruidos, para quienes su desprecio a losjudíos es inseparable de su amor a Cristo. El que el Concilio hubiese declaradoque los judíos no mataron a Cristo habría sido un cambio demasiado brusco parala fe de esa gente sencilla. Esa gente está formada por los que pudiéramosllamar simples dogmáticos del catolicismo.
Pero había muchos Obispos en el Concilio, que si estabanlejos de ser simples, no dejaban de ser dogmáticos. Ellos sintieron la presiónjudía en Roma y se molestaron por esta causa. Ellos pensaron que los enemigosde Bea estaban en lo justo, cuando veían que los secretos del Concilioaparecían en los periódicos americanos. "Bea quiere entregar la Iglesiaa los judíos", decían, del viejo Cardenal, los que sembraban el odiocontra él, y algunos dogmáticos del Concilio consideraban el cargo como justo. "Nodigan que los judíos han tenido parte en obtener esta Declaración, dijo unsacerdote, porque de lo contrario toda la lucha con los dogmáticos volveráempezar".
El Padre Feliz Morlion de la Universidad Pro-Deo, que encabeza el grupo deestudio que trabaja en unión con el Comité Judío Americano, opinó que el textopromulgado fue el mejor. "El texto anterior tenía mas en cuenta lasensibilidad del pueblo judío, pero no producía la claridad necesaria en lamente de los cristianos". "En este sentido era menos efectivo para la causa del pueblo judío".
Morlion sabía perfectamente lo que los judíos habían hechopara obtener la Declaración y por qué los católicos habían aceptado esecompromiso. "Nosotros hubiéramos podido derrotar a los dogmáticos,insistió el Padre". "Ellos hubieran ciertamente perdido, peroel costo hubiera sido la división de la Iglesia".
Fundacion San Vicente Ferrer: COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO (2)
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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