Teología del murciélago
Fray Gerundio
Deslumbrados y entretenidos con los fastos de este último domingo, ha pasado casi desapercibido otro nuevo alfilerazo papal a ese tipo de cristianos que no le gustan, que no le agradan, que le molestan y para los que no guarda la más mínima palabra de cariño, comprensión o misericordia. De nuevo sale a relucir el crimen del cristiano triste, como si fuera el título de una recién estrenada novela de Dostoievsky.
Una vez más, en sus habituales sermones-lanzallamas, el Papa se queja de los que estorban a la alegría del Resucitado y no quieren para nada salir de su tristeza. Y en otro de sus habituales piropos contra estos cristianos, aparece en esta ocasión el de cristiano murciélago, que pasa a engrosar el vocabulario cariñoso –a base de motes insultantes y descorteses en proporciones adecuadas-, que poco a poco va siendo utilizado contra este tipo de cristianos. Ni que decir tiene quiénes son estos nuevos imputados: los que insisten en que la Iglesia que se nos está vendiendo es distinta de la Iglesia de Siempre, los que no se conforman con los destrozos que se está haciendo con la doctrina, los que insisten en el papel del Papado como Institución y no como Promoción Personal… en definitiva los de siempre, entre los que afortunadamente me encuentro. Por lo visto, molestan. Molestamos.
En tres ocasiones en el último año he tenido que referirme aquí a esta fijación y fobia del Pontífice por los susodichos y sambenitados cristianos: Cuaresma sin Pascua, Nuevo varapalo a los cristianos tristes y ¡¡Y dale con los cristianos tristes…!!, y ahora tengo que volver sobre ella. Me parece ya algo más que fobia, y estoy pensando en que quizá pueda ser alguna aversión o fijación pseudo-freudiana, si aplicamos los métodos modernos que tanto suelen aplicarnos a nosotros.
Así que el murciélago, que sale por la noche, porque no quiere ver la luz del día; que revolotea en la oscuridad, porque no ve nada… es el mejor ejemplo de esos cristianos que tienen cara de funeral ante la alegría del Señor:
“Esta es una enfermedad de los cristianos. Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero está allá; Jesús ha resucitado, está allá’. Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría. Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida parece un funeral continuo. Prefieren la tristeza y no la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría, sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor”.Claro que habría que especificar eso de que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor. Parece difícil de entender, pero ya con más de un año de experiencia sé lo que quiere decir.
Los de cara de funeral, son los preocupados. Los que tienen desazón, inquietud y pesadumbre ante ante el estado de la Iglesia y de la fe cristiana.
Los de la alegría constante son los que no se preocupan de nada, porque todo es maravilloso, Jesús nos salva, Jesús te ama, Jesús es tu amigo… (al más puro estilo neocatecúm, episcopiguay, focolareado, y siempre juvenil, festivo y de celebración de finde…). Si hubieran sido contemporáneos de Noé construyendo un Arca, o de Jeremías advirtiendo de peligros inminentes, se habrían mofado de ellos. Realmente a estos personajes bíblicos les habría venido al pelo cualquiera de los apodos que Francisco, con genial creatividad, ha construido especialmente para la ocasión.
La teología del murciélago prestará un gran servicio a la Iglesia. Deja a las claras esa peligrosa oscuridad de los que –como los apóstoles cuando se les apareció Jesús-, no quieren ver la luz. Yo propongo (como contraposición), la Teología de la hiena, que se mueve con soltura durante el día y que no hace otra cosa que reir y parlotear sin saber el porqué. Las hienas ríen y ríen sin parar a mandíbula batiente, mientras miran a su alrededor. La teología de la hiena es la teología triunfalista de los cristianos que se sienten en-can-ta-dos y que ven en cualquier aviso de peligro una verdadera ofensa y una auténtica provocación. No admiten ese tipo de señales de tráfico eclesial que advierte de un inminente peligro, o desplome de terrenos, o niños saliendo de la escuela. No hay peligrosidad alguna, porque todo va de maravilla.
Creo que la Virgen de Fátima podría ser la Patrona de todos estos cristianos murciélagos. Ella advirtió de los peligros que se nos podrían venir encima. No nos pintó un panorama excesivamente triunfal o de jolgorio. Más bien puso las cosas un tanto tiznadas en sus descripciones a los pastorcillos. Claro que la Virgen de Fátima, en 1917 aún no había conocido el esplendor de la Iglesia que iba a llegar a partir de la mitad del siglo XX y mucho menos aún sospechaba el encanto de esta Iglesia de los primeros decenios del XXI, con tantos papas canonizados y con monjas abortistas doctoras de la Iglesia o monjas panolis estrellas de televisión. O tantas otras cosas que no voy a repetir aquí…
Los cristianos funerarios, con cara de pepinillos en vinagre, murciélagos, pelagianos y papagayos… podrán encomendarse a la Virgen de Fátima que recomendó vivamente que cuantos más Rosarios se rezaran, sería mejor. Para Ella no consistía solamente en pasar cuentas. Su secreto no se publicó a su debido tiempo porque podía alterar el ambientillo festivo-eclesial y darle vuelos a los cristianos murciélagos.
Virgen María de Fátima, ruega por nosotros.
Teología del murciélago | Tradición Digital
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