El libre examen protestante y el espíritu del Concilio

No pocos han sido los que con perplejidad y asombro han visto como miembros destacados de la Jerarquía eclesiástica han expresado, mantenido y justificado opiniones personales contrarias a la Tradición y al Magisterio en cuestiones de moral en el reciente Sínodo sobre la familia. ¿Por qué lo han hecho? Sólo tenemos una respuesta: se han sentido “aliviados” del “peso” de la autoridad de la Tradición y Magisterio de la Iglesia. Ya para ellos la autoridad de la Iglesia ya no es luz en esa materia, sino opacidad que ya no alumbra, y por esta razón se han guiado por una nueva fuente de luz: su autonomía personal. La nueva autoridad ya no está en la Tradición y Magisterio sino en la propia persona. Lo importante es lo que “yo pienso”.


Si nos vamos al campo de la liturgia, ¿qué decir? ¿Dónde están las normas litúrgicas? ¿Dónde la autoridad de la Iglesia? Lo que se denomina liturgia creativa no es más que la consecuencia de la autonomía personal, que libre de la autoridad eclesiástica, se ha convertido en la nueva fuente de autoridad litúrgica.


Pero, ¿qué es el libre examen de nuestros hermanos protestantes? Creo que se puede resumir en el rechazo total a la autoridad. La palabra autoridad es para el protestante sinónimo de Papa, Roma, Iglesia católica, Dogma, Tradición, Magisterio. Ese rechazo les lleva a quedarse únicamente con la Sagrada Escritura, y ésta interpretada libremente, libre examen.


El libre examen protestante jamás podrá ser aceptado por la Iglesia de iure. Pero de facto podemos ver algunas similitudes. Cuando se rechaza la autoridad de la Tradición y del Magisterio en pro de opiniones personales ¿no se reflejan algunos rasgos del libre examen dentro de nuestra Iglesia?

¿Cómo ha sido posible que se contradiga la autoridad del Magisterio en favor de opiniones personales, y aún se justifiquen con vehemencia? De alguna forma el libre examen protestante ha entrado en la Iglesia católica, y ha sido de la mano de un verdadero y exitoso caballo de Troya: el espíritu del Concilio. Con matices, podemos decir que el libre examen es al protestantismo con el espíritu del Concilio al catolicismo. El “espíritu del Concilio” ha sido y es la panacea para todo tipo de atropellos, ya sea en cuestión litúrgica como en otros campos de la teología y de la fe.


Si se acepta esta opinión se puede entender mejor el rechazo a la liturgia tradicional y a la tradición en general. Pues para ese falso “espíritu del Concilio” no hay nada más opuesto que la Tradición. Pues nos encontramos ante dos actitudes opuestas: autonomía personal y autoridad.


La mentalidad de la autonomía personal ha arraigado fuertemente en la Iglesia, en todos los sectores y estratos, y, además, con el pleno convencimiento de que en eso consiste la verdadera reforma de la Iglesia. Se ha producido una verdadera fractura. Lo que se ha recibido de la Tradición, aunque bueno y respetable, ya no sirve para el mundo actual, ya no da cumplimiento a las necesidades de hoy. Por tanto, al rechazar lo recibido, hemos de pertrecharnos de nuevos contenidos que los obtenemos de nuestra autonomía personal. Libres del “peso” de la autoridad se sienten más ligeros con la propia opinión personal. Yo opino.


Difícil situación ésta, que ha creado una verdadera división dentro de la Iglesia trayendo consigo una verdadera confusión sobre lo que se ha de creer y cómo manifestarlo, llevando a muchos fieles a una situación de verdadero desamparo, angustia y hastío.

Pero la verdadera luz viene de la Tradición y del Magisterio, el verdadero camino nos lo marca el camino recorrido en los dos mil años de historia de la Iglesia. La Tradición sigue tan válida hoy como lo fue ayer, y perfectamente puede llenar las aspiraciones del hombre y mujer de hoy en día y dar perfecto cumplimiento a las necesidades del mundo actual.


La autoridad de la Tradición y del Magisterio nos libera del peligro de nuestra autonomía personal más prodiga en el beneficio y comodidad personal que en la búsqueda de la verdad de la salvación del alma.


Ave María gratia plena.


Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa





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