El problema de los consagrados
La crisis irresoluta y crónica del post-concilio es la descomposición de las congregaciones religiosas católicas. Si la efectividad de Trento y la re-sanación post-tridentina no se entienden sin la acción-misión-santificación de las órdenes y congregaciones religiosas, ya nuevas, ya renovadas, la grave crisis del catolicismo post-vaticanosegundo tiene su etiología en el desconcierto de la vida consagrada y, muy en particular, de las grandes congregaciones y órdenes religiosas.
Cincuenta años después de la 'revolución' que minó las estructuras eclesiales, aun no hay nadie en la Iglesia con consciencia (o valor) suficiente para clamar un 'j'accuse' y pedir rectificaciones firmes, o, simplemente, arrepentimiento y penitencia, reconocimiento de errores y propósitos claros de enmienda.
PP Franciscus, que, por edad y procedencia, está empapado de las formas del vaticanosecundismo, ha hablado hoy a los religiosos católicos, frailes y monjas, con un lenguaje que repite todos los tópicos mil veces oídos durante estos cincuenta años de decadencia y degeneración:
"Nuestros fundadores estuvieron movidos por el Espíritu y no tuvieron miedo de ensuciarse las manos con la vida cotidiana, con los problemas de la gente, recorriendo con valor las periferias geográficas y existenciales”(ver resumen aquí).
¿Qué quiere decir ese mensaje manidamente desafiante y revolucionarista? ¿Acaso no suena a empecinarse en las mismas tendencias, líneas, proyectos, 'opciones' y 'desafíos' que han sido el cáncer de las órdenes y congregaciones religiosas poseídas por ese enfebrecedor y delirante 'espíritu del concilio', el 'espíritu' que ha arruinado la vida religiosa católica hasta debilitarla de forma quasi irrecuperable, en muchos casos?
Lo más inquietante es sospechar que 'periferia' es la traducción francisquista del inmanentismo que se vuelca al mundo alejándose del centro, del eje que es Cristo Dios.
En tiempos de crisis profundas, la historia de la Iglesia enseña que el Espíritu no divaga en periferias, sino que llama y convoca a lo esencial perdido. El Espíritu no dispersa, ni revoluciona, ni chapotea en el cieno: Saca del barro, levanta del polvo, limpia y purifica el corazón para que nuestros ojos puedan ver a Dios.
+T.
EX ORBE: El problema de los consagrados
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