Había una íntima solidaridad entre los intereses de los parroquianos y los de curas
y frailes. Una mala cosecha significaba un año duro para unos y para otros.
Una buena, tranquilidad y cierta holganza tanto para el pueblo como para el clero y
la frailería pueblerinos. Pero cuando diócesis, cabildos,
monasterios de clausura y conventos desposados con la dama pobreza confían sus remanentes dinerarios al juego del mercado de valores, inevitablemente sus intereses materiales dejan de ser solidarios con los de los precarios trabajadores y temporeros para encontrarse compartiendo preocupaciones con los potentados y caciques del gran mundo. Ahora ya no es espontáneo acompañar al paisano escrutando el cielo ante los nubarrones ni apremiarse a hacer rogativas para convocar la necesaria lluvia: ahora, si la bolsa sube, clero
y conventuales ganan… Empezó a ser corriente que
órdenes mendicantes tuvieran participaciones, incluso mayoritarias, de grandes empresas.
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