«Pietro Parolin, el probable sucesor de S.S Francisco I» por Sandro Magister para SETTIMO CIELO, artículo traducido.
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El discurso que el Papa dirige siempre al inicio de cada año al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede ha revelado, el 8 de enero, una huella inconfundible: la del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin.
Ha sido el discurso característico de un gran profesional de la diplomacia, en el que estaban totalmente ausentes esas recriminaciones tercermundistas que tanto le gustan a Jorge Mario Bergoglio. Señal que el “desquite” de Parolin, que le ha llevado a reconquistar el pleno control de la curia vaticana, ha hecho mella incluso en Francisco.
Al inicio del pontificado las cosas no estaban así. Francisco había formado a su alrededor un gran consejo de ocho cardenales, entre los que no estaba el secretario de Estado; de hecho, la reforma de la curia sobre la que se fabulaba tenía como objetivo precisamente su oficina, que desde los tiempos de Pablo VI concentraba muchísimo poder; demasiado, según dicen muchos en la curia.
Y, de hecho, los primeros pasos de la reforma se movieron precisamente en esta dirección. En marzo de 2014, un año después de su elección, Bergoglio creó una novísima secretaría para la economía a la que le asignó el control futuro de todos los patrimonios del conjunto de oficinas vaticanas, incluidas las conspicuas sumas, que nunca han aparecido en los balances públicos de la Santa Sede, administradas por la omnipotente oficina de la secretaría de Estado, a la que obedecía también el APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica), la caja fuerte de los bienes muebles e inmuebles del Vaticano.
El cardenal George Pell, australiano, puesto por Francisco a la cabeza del nuevo organismo, no se anduvo con sutilezas. Mostró públicamente el total del dinero no contabilizado que estaba en posesión de la secretaría de Estado y de otras oficinas vaticanas, 1.4 mil millones de dólares, reivindicó el control de dicho importe y dio por inminente la absorción del APSA en la propia secretaría.
Pero nada de todo esto sucedió. Silenciosamente, los centros de poder puestos bajo asedio por Pell resistieron y, después, contraatacaron, mientras el Papa escuchaba y atendía cada vez más a estos que al cardenal australiano. Con Parolin, al que Francisco había incluido en el grupo de ocho cardenales del gran consejo, moviendo los hilos de la contraofensiva.
Los resultados están hoy a la vista de todos.
Pell está retirado desde hace meses en Australia, involucrado en un proceso en el que parece ser más víctima que culpable, sin que el Papa haya nombrado su sucesor a la cabeza de la secretaría para la economía.
Y desde el mes de junio pasado ha quedado vacante, también, el segundo cargo clave, el de revisor general de cuentas, tras haber expulsado de forma brutal a su primer y último titular, Libero Milone, acusado de investigar donde no debía.
El cardenal prefecto del APSA, Domenico Calcagno, ha ocupado el cargo de ambos, con el pleno apoyo de Bergoglio, que lo tiene a menudo como comensal en el refectorio de la Casa Santa Marta.
Y Parolin tiene más poder que nunca, gracias también a la predilección del Papa Francisco por eclesiásticos que, como él, pertenecen al cuerpo diplomático.
De hecho, hay otros dos cardenales clave de este pontificado que proceden de la diplomacia: Lorenzo Baldisseri, nombrado por Bergoglio secretario del sínodo de los obispos, y Beniamino Stella, puesto por el Papa a la cabeza de la congregación para el clero. No tienen ninguna competencia específica, pero son ejecutores muy obedientes de la voluntad de Francisco para pilotar las cosas en la dirección prefijada: desde la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, a los sacerdotes casados.
En la secretaría de Estado es el “sustituto” Angelo Giovanni Becciu, otro diplomático de carrera, el que hace de ejecutor de los deseos papales y de cortador de cabezas, como ha hecho, por ejemplo, con Milone y los Caballeros de Malta.
En este último caso, Parolin incluso se involucró en primera persona para expulsar al Gran Maestro. Pero es raro que él se exponga. Deja que el trabajo sucio lo hagan otros. Él vuela alto. Tan alto que parece que, ahora, es el único candidato a la sucesión de Francisco, con posibilidades serias de ser elegido Papa.
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