Canuto Angelelli, obispo y mártir IV.
El coronel Osvaldo Pérez Battaglia, jefe del Batallón 141 de ingenieros del Ejército, fue designado interventor federal en La Rioja y de inmediato fueron detenidos dos sacerdotes. Angelelli viajó a Buenos Aires para gestionan su libertad ante el ministro del Interior. Al regresar, su valija fue violentada en el aeropuerto de La Rioja. También escribió que Pérez Battaglia lo trataba en forma grosera y lo llamaba “llorón”. Angelelli viajó a Córdoba para apelar ante el general Luciano Menéndez. Por su seguridad, pidió que lo acompañara el cardenal Primatesta. Angelelli expuso la situación de los detenidos políticos y sociales riojanos. Menendez, lo escuchó y le advirtió amenazante: “Tengan cuidado”.
Antes de regresar a La Rioja, el obispo previno a sus familiares cordobeses que algo terrible podía ocurrirle.
- ¿No tenés miedo? - le pregunto su sobrina Marilé Coseano.
- Un miedo tremendo. Pero no puedo esconder mi mensaje debajo de la cama.
El 18 de mayo la Comisión Ejecutiva puso los hechos en conocimiento de Videla, quien prometió intervenir. También Angelelli visitó a Videla en la Casa Rosada, en compañía de Primatesta y Zazpe. Según el relato de Angelelli a sus curas, Videla le sugirió que se fuera del país porque el no podía garantizada su seguridad en la jurisdicción de Menéndez. Ante un cuestionario judicial, cuando Angelelli y Zazpe ya habían muerto, Primatesta negó la existencia de la segunda reunión.
[...]
El párroco de El Chamical, Carlos de Dios Murias [otro de los nuevos mártires], dijo en una homilía que podrían acallar la voz del obispo pero no la de Jesús. Descendiente de una tradicional familia cordobesa venida a menos, hijo de un dirigente de la Union Cívica Radical, Murias llevaba poco tiempo en La Rioja. Había formado parte de Cristianos para la Liberación y participado en encuentros y retiros en el noviciado de la Fraternidad de los Hermanitos del Evangelio en Suriyaco, La Rioja. A otro sacerdote francés de la Fraternidad, Enrique de Solari, que trabajaba en Las Talas con un sindicato de campesinos, Angelelli le sugirió que se fuera por un tiempo de La Rioja, donde la policía y los terratenientes lo vigilaban.
Murias había colaborado con el obispo en el asesoramiento a los labradores para evitar el despojo de sus tierras históricas por parte de miembros de las Fuerzas Armadas. Un civil vinculado con la Fuerza Aérea le advirtió al marido de Cristina Murias: “Que el hermano de su señora se cuide”.
La noche del 18 de julio, quince días después del asesinato de los palotinos, dos desconocidos con credenciales de la policial, llegaron a la casa religiosa del Chamical donde vivía Murias y hablaron a solas con él y con el sacerdote Gabriel Longueville. Los cuatro se fueron en un auto oscuro y sin chapas. El 20 por la tarde los cadáveres de Morias y Longueville aparecieron sobre una vía en las afueras de Chamical, acribillados a balazos, las manos atadas, algodón y cinta adhesiva en la boca. Uno de ellos había sido mutilado. Junto a los cuerpos cubiertos por mantas del Ejército, que fueron quemadas en la morgue, había una amenazante lista con nombres de sacerdotes. Los familiares de Longueville acusaron por el crimen a Pérez Battaglia, al otro jefe del Regimiento, Jorge Pérez Malagamba y al segundo jefe de la base aérea de El Chamical, el comandante Luis Estrella, uno de los oficiales del grupo integrista que se había alzado junto con el brigadier Capellini en diciembre de 1975 para exigir que el Ejercito tomara el poder y que volvería a hacerlo en 1988 en apoyo del coronel Mohamed Ali Seineldín. Otro imputado fue el oficial de inteligencia de la base aérea, alférez Ángel Ricardo Pezzetta. quien había sido compañero de seminario de Murias y tenía dos hermanos sacerdotes. Pezzetta era quien ordenaba que se grabaran las homilías de Murias.
Pérez Battaglia no autorizo que se publicara el comunicado del obispo en el aviso fúnebre que mencionaba el asesinato. La policía accedió a comunicar la noticia por su red radial solo si la palabra “asesinados” era sustituida por “fallecimiento”, la misma que utilizó al intendente de Chamical en su decreto de duelo. Angelelli preparó varias casullas para los obispos que asistirían a las exequias, pero ninguno llegó.
Sus colaboradores recibieron información sobre un plan para matar al obispo, que incluía a Pérez Battaglia, Estrella y el brigadier Aguirre. Entre los complotados se mencionaba al ex interventor federal durante la anterior dictadura, el político conservador Eduardo Menem, cuyo hermano Amado y sus hijos estaban enfrentados con Angelelli. Nunca hubo una incriminación judicial contra ellos.
Angelelli le confesó sus temores a su amigo Hesayne, quien le aconsejó que se ocultara por un tiempo, quizás haciendo un viaje al exterior. Los vicarios zonales también le sugirieron que se alejara, pero Angelelli no los escucho.
- Sí me oculto o salgo de La Rioja, seguirán matando a mis ovejas -, contesto.
El 22 de julio, Videla volvió a recibir a los tres miembros de la Comisión Ejecutiva del Episcopado. El motivo declarado era entregarles la respuesta a 1a carta por el asesinato de los palotinos. Dijo que la Junta Militar comprendía el dolor de la iglesia y haría lo posible por evitar hechos similares. Parecía una burla después del asesinato de Murias y Longueville. Peor aún, Videla les leyó informes de inteligencia que atribuían el asesinato de a “un grupo izquierdista que quiere provocar disensiones entre la Iglesia y el gobierno”. Si los sacerdotes hablaron veinticinco minutos con sus captores, prepararon su equipaje y salieron de la casa en forma tranquila, debía ser porque los conocían, agregó. Primatesta aceptó había quienes querían “provocar un conflicto entre la Iglesia y el Estado en el que nadie ganaría nada”, pero dijo que entre los aspectos a considerar estaba el de los grupos derechistas que gozaban de algún favor pese a su acción contra la jerarquía. Aclaró que no vinculaba a esos grupos con los asesinatos y que la sangre de los sacerdotes podía servir para la pacificación, pero transmitió también el relato de quienes pedían por sus parientes presos o desaparecidos. Según el informe secreto de la Comisión Ejecutiva, Videla asintió pero sin asumir ningún compromiso. Zazpe se despidió en forma efusiva de Videla y le comunicó “palabras de aliento en su difícil misión”. Aramburu y Primatesta manifestaron su deseo de “servir a la Patria sirviendo a la Iglesia". Hasta entonces no habían sido términos contradictorios.
[…]
Angelelli era menos optimista. Reunido con sus sacerdotes dibujó una espiral que se cerraba y señaló el crentro: “Aquí estoy yo. Buscan un copete colorado. Ahora me toca a mí”.
Una mujer que trabajaba para los servicios de informaciones había hecho saber a1 presbítero Juan Gorosito que si Angelelli no dejaba La Rioja lo matarían. El periodista Plutarco Schaller estuvo secuestrado siete meses en La Rioja. Mientras lo torturaban, los capitanes Heriberto Goenaga y Marcó, le anunciaron que entre quienes se había decidido que muriera estaba el obispo.
Al salir del cementerio donde fueron sepultados sus sacerdotes, Angelelli musitó al oído del médico de Chamical César Abdala:
- EI próximo soy yo.
Se equivocaba. Era el turno del dirirgente laico de la Acción Católica Rural Wenceslao Pedernera. El 25 de julio un grupo de encapuchados lo asesinó ante su esposa e hijos en Sañogasta.
El 4 de agosto Angelelli terminó su informe para el Episcopado con la frase “poseo muchos otros datos, algunos muy delicados y comprometedores, que por prudencia no debo escribir”, y le pidió al sacerdote Arturo Pinto que controlara la camioneta en la que viajarían hasta La Rioja, porque de noche advirtieron movimientos extraños detrás de la casa parroquial y vieron alejarse un vehículo ron las luces apagadas.
Salieron de Chamical por el camino viejo para eludir la base de la Fuerza Aérea. A las tres de la tarde en el camino a La Rioja fueron perseguidos por un Peugeot 404 claro, que los pasó y los encerró. La camioneta que conducía Angelelli volcó. Segun Pinto “se produjo como una explosión. Y a partir de ese momento no recuerdo mas nada, hasta que fui trasladado a la ciudad Córdoba”. -
Inconsciente, Pinto decía: “Los papeles. Apúrese que nos alcanzan”. Según el testimonio del médico que lo atendió. Otro automovilista que venía detrás de ellos, se cruzó con un Peugeot 404 blanco que volvía desde el lugar del vuelco. A bordo iban cuatro hombres.
A un camionero que pasó por allí le llamo 1a atención que el cuerpo no mostrara magulladuras ni hematomas y aparentara “llamativa prolijidad”, que hacía difícil creer que hubiera sido despedido del vehículo. El espectáculo que encontró un sacerdote que llegó al lugar tampoco sugería un accidente. Policías y militares que empuñaban armas largas rodeaban el cadáver. Se lo veía “bien estirado”, como si lo hubieran “sacado del auto, liquidado y arrastrado hasta allí, porque tenía las manos hacia atrás. En un accidente uno se enrolla todo, se defiende”. La ropa del obispo estaba intacta, pero la autopsia constató fractura dc craneo con pérdida de masa encefálica”. La sobrina Marilé llegó a tocar la nuca de Angelelli. “Estaba destrozada”. El gran orificio en la nuca también fue descubierto por la monja que limpió et cadáver en la morgue del hospital de La Rioja. Dos oficiales de las Fuerzas Armadas y Seguridad la retiraron de su tarea. “Hermana, usted no ha visto nada”, le ordenaron.
Dos hermanos de Arturo Pinto eran oficiales de Gendarmería. Cuando uno de ellos vio la escena del crimen corrió al hospital donde estaba internado el sacerdote y no se movió de su lado hasta que se recuperó. Estaba convencido dc que intentarían rematarlo.“Sus hermanos se turnaban en la puerta de la habitación. Un día aparecieron dos personas dc civil, “muy sospechosas”, que querían entrevistar a Pinto, pero el hermano menor no les permitió pasar.
A la hora del vuelco, el ministro del Interior recibió a José Alberto Deheza, ministro de Defensa de Isabel, cuya libertad le reclamo. Mientras hablaban, Heuguindeguy atendió el teléfono. “Su cara se iluminó con una sonrisa”.
[…]
Años después, junto con De Navares, Hesayne y el laico Adolfo Pérez Esquivel presentó la denuncia judicial. El 19 de junio de 1986 el juez Aldo Morales sentenció que se trató de “un homicidio fríamente premeditado”. Dijo que el cuerpo de Angelelli fue arrastrado luego del vuelco. Lo colocaron a veinticinco metros del vehículo, boca arriba y con las manos extendidas. Había perdido el calzado y tenia raspados los talones. La persecución penal a los culpables se detuvo en 1987 por las leyes de punto final y de obediencia debida y se reinició en 2005, una vez que la Corte Suprema de Justicia las declaró nulas. Los restos fueron exhumado en 2009. Las costillas superiores tenían la marca del golpe con el volante y la calavera mostraba una gran rotura en la nuca. Los peritos de la Corte Suprema de Justicia descartaron la intervención de terceros pero el perito designado por la familia destaco que no había manchas de sangre dentro del vehículo y que el cuerpo no presentaba otras lesiones que los golpes en la cabeza que le causaron la muerte. […]
Un cuarto de siglo después el Episcopado argentino seguía sin asumir lo sucedido. […]
En 2008, cuando se cumplían treinta años del golpe militar, Bergoglio, quien necesitaba angelizar su comportamiento durante la dictadura para remover un obstáculo a su posible designación papal, pareció asumir el martirio de Angelilli. Pero lo hizo solo como recurso publicitario en su confrontación política con Nestor Kirchner. […] Bergoglio también pidió que se investigara la muerte de Angelelli, si bien dijo que no importaba como había muerto sino cómo había vivido.
Horacio Verbitsky, Historia política de la Iglesia Católica. Tomo IV: La mano izquierda de Dios, Sudamericana, Buenos Aires, 2010, pp. 100-109.
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