Lo que viene II: Cisma difuso y polimorfo.
Mucho se ha hablado en los últimos años de la posibilidad de un cisma vista la firme vocación del Papa Francisco por dividir la iglesia. Y se lo ha caracterizado como un cisma “de baja intensidad”, lo cual me parece acertado. No creo que si el tal cisma se produce veamos nuevamente las tesis de los cismáticos clavadas en la puerta de catedral alguna, ni a príncipes cristianos levantándose contra sus vecinos por adherir a la herejía. Esos son tiempos pasados, cuando la fe se vivía en serio, de un lado y del otro.Para tratar este tema viene bien recordar lo que predicaba el cardenal Newman sobre el trigo y la cizaña, los fieles y los infieles dentro de la iglesia:
"Todos los que están dentro del cuerpo de la Iglesia tienen los mismos derechos, todos están bautizados, todos son admitidos a la Santa Eucaristía, a todos se les enseña la Verdad, todos profesan la Verdad. Naturalmente, siempre ha habido quienes han proclamado doctrinas corruptas o se han dado abiertamente al vicio, y, naturalmente, era fácil reconocerlos y evitarlos. Pero son pocos. El gran cuerpo de la Iglesia cristiana profesa una sola y la misma fe, y todos parecen estar de acuerdo y unidos. Pero, entre estas personas aparentemente unánimes, sigue existiendo el inveterado conflicto, como desde el principio, entre el bien y el mal. Algunos son prudentes, otros necios. Quiénes pertenecen a un grupo y quiénes al otro, no se nos alcanza, y no se nos alcanzará hasta el día del Juicio. Tampoco están configurados en este momento uno a uno según un modelo acabado de bien y mal; cada uno varía con respecto al otro en el grado y modo de pertenecer a uno u otro grupo; pero de que existen dos partidos en la Iglesia no cabe la menor duda; hav dos partidos, por muy indefinidos y vagos que sean sus límites, formados por gentes que en cierto sentido, viven como amigos cercanos; es decir, que se nutren del mismo alimento espiritual y profesan el mismo credo.Y ¿por qué luchan? ¿En qué consiste el conflicto? Los apóstoles combatieron defendiendo la verdad del Evangelio frente a los que no la creían: sus sucesores inmediatos también lucharon, aunque dentro de la Iglesia, pero contra herejías abiertas a las que se podía hacer frente, desarmar y echar fuera. Sin embargo, más tarde, en nuestros días, ahora, esos dos grupos furtivos de la Iglesia, los elegidos y los de falso corazón, ¿por qué luchan? ¿sobre qué? (SP III, 15).
Vayamos a la situación actual. Una primera distinción para señalar es entre cisma y herejía. Se puede ser cismático sin ser hereje, como fue el caso de los Orientales; su separación fue solamente de la comunión con la sede romana. Y otra distinción que yo veo es que la comunión con el Sucesor de Pedro tiene una dimensión “jurídica” y una dimensión más profunda u “ontológica”, y es la comunión con el Depósito de la Fe apostólica que ocasionalmente un Sucesor de Pedro puede falsear, y este última es la comunión verdaderamente importante y cuyo rompimiento significaría el verdadero y propio cisma. Es así, por ejemplo, que la consagración de los cuatro obispos por parte de Mons. Lefebvre significó un cisma “jurídico” (fueron hechas sin mandato pontificio) pero no fue propiamente un cisma en tanto que el ánimo del consagrante y consagrados fue permanecer fieles a la fe católica y en comunión con ella. Quienes conocen mejor que yo de teología y de derecho podrán corregirme todo lo que sea necesario.
En la situación actual, veo difíciles, por inútiles, la proclamación de cismas jurídicos, a no ser que la situación se extremara. Veo más bien la existencia, desde hace ya un buen tiempo, de un cisma difuso y polimorfo. Es difuso porque está diseminado por todo el cuerpo de la iglesia y resulta difícil o imposible determinar sus contornos. Y es polimorfo porque adopta diferentes formas y modalidades, siendo acompañado en algunos casos por la herejía. Buena parte de las iglesias germanas —Alemania, Austria, Holanda y Bélgica— son, de hecho, cismáticas y heréticas, aunque no medie declaración alguna en ese sentido. Lo son en la práctica. Que muchos párrocos “bendigan” uniones homosexuales remedando el matrimonio, que lo hagan públicamente y que sus obispos lo permiten, implica una conducta cismática, pues hay una separación no jurídica pero sí ontológica de la fe católica.Y del otro lado, hay también una suerte de cisma jurídico aunque no ontológico. Y me refiero a los católicos que permanecemos en comunión con la Roma de siempre pero no estamos en comunión con su actual obispo cuando éste se aparta de la fe apostólica. Sabemos que la iglesia no es propiedad del Papa ni de los obispos, y por eso permanecemos en comunión con la iglesia de los Padres y de los santos. De este modo se justifica plenamente el decidido accionar de los fieles de San Rafael que han protestado pública y masivamente contra las decisiones del obispo Taussig. La iglesia no es de él, y tampoco del Papa Francisco. Como bien lo desarrolló el cardenal Newman, los fieles poseen un sensus fidei que en varias circunstancias de la historia salvó a la iglesia, pues su pastores lo habían perdido.Y en el medio está la gran masa de pastores y borregos que consideran que no hay que hacer demasiados cuestionamientos, que hay que cuidar los propios puestos, que hay que comer tutti frutti y recrearse con los amores de Leticia. Son los que niegan la evidencia o actúan de mala fe. O son timoratos. Pareciera, entonces, ocioso preguntarse acerca de la posibilidad de un cisma: el cisma ya está entre nosotros, difuminado por toda la iglesia, inasible y confuso, así como confusos serán los últimos tiempos.
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