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Honores1Víctor
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Tema: Lo que viene I: La iglesia subterránea.

  1. #1
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    Lo que viene I: La iglesia subterránea.

    Hace exactamente dos años, me reuní con un grupo de buenos amigos. Allí nos preguntamos sobre cómo veíamos el futuro de la iglesia. Mi opinión en ese momento fue que el estado de descomposición de la fe promovido por el Papa Francisco y secundado por la enorme mayoría de los obispos, provocaría que muchos sacerdotes fueran exonerados de sus parroquias y labores pastorales y suspendidas sus licencias puesto que se resistirían a acatar la nueva doctrina pretendidamente católica. Esto provocaría la aparición de una suerte de “parroquias” o “comunidades” organizadas por los católicos laicos en torno a esos sacerdotes fieles, y desligadas del obispo, y serían ellas las que mantendrían la fe. La Iglesia oficial poseería los edificios, y la pompa y circunstancia, mientras que una iglesia subterránea y clandestina mantendría la fe de los apóstoles.


    Alguien del grupo me objetó con razón que la iglesia siempre se construye en torno a una jerarquía, y que no sería propio de la iglesia católica estar asentada solamente sobre sacerdotes y fieles, sin obispos. Y me pareció que tenía razón.

    Sin embargo, habiendo pasado apenas dos años esa conversación, creo que la razón la tenía yo. Y lo creo por las circunstancias que estamos viviendo y quien ha venido a expresar mi idea mucho mejor que yo es el arzobispo Viganò en su su conferencia del 26 de octubre. A la iglesia subterránea, que es ese resto fiel o pusillus grex, se superpone una jerarquía traidora y cismática.

    Esa iglesia pequeña y casi invisible, sufrida y hasta perseguida es donde ser conserva la verdadera fe y es la Esposa Inmaculada del Cordero. La otra, la iglesia de los obispos, de los templos y del tutti frutti es la que Meinvielle llamaba iglesia de la publicidad y que, al decir de Viganò, se ha sobrepuesto a la iglesia verdadera. Creo que hacia eso vamos, al menos en Argentina.

    Es posible que en otros países la situación sea distinta. Estados Unidos, por ejemplo, tiene un laicado tradicionalista y conservador mucho más fuerte, organizado y poderoso que el que poseen los países hispanos. En Europa el movimiento tradicionalista es también relativamente fuerte y numeroso. Lo que nos llevamos la peor parte somos los hispanos y, de entre ellos, los argentinos.

    La iglesia en nuestro país está perdida, al menos para las próximas décadas. Bergoglio se dedicó a destruirla con un plan sistemático. Y lo logró. Durante su pontificado colonizó el episcopado argentino con nuevos obispos, en una cantidad inusitada e injustificada —por ejemplo, diócesis pequeñas con obispos auxiliares—, y todos ellos poseedores de las mismas características: sin formación (generalmente apenas la básica del seminario o, en el peor de los casos, con alguna licenciatura en “teología pastoral” conseguida en la UCA), progresistas berretas, puramente pastoralistas, obsecuentes y sumisos a Bergoglio, ignorantes absolutos de la tradición litúrgica y teológica de la iglesia y, en general, vulgares y zafios. El paradigma es Mons. Chino Mañarro, a quien le dedicamos algunas entradas (aquí y aquí).

    Paralelamente, se dedicó a neutralizar de la peor forma y sin ahorrar humillaciones a los obispos que por un motivo u otro tenía en la mira, y que en general eran de tendencia conservadora: Zecca, Sarlinga y Martínez. Esperó ansioso la jubilación de otros como Aguer o Marino, y se aprovechó del ánimo vil y rastrero de otro, como el caso de Mons. Taussig, que pasará a ser uno de los pocos obispos argentinos que gozará de la damnatio memoriae de toda su diócesis.

    Justamente, lo ocurrido en los últimos meses con la nominación de Mons. Barba en San Luis y la previsible liquidación del pequeño seminario conservador de esa diócesis y el exterminio del seminario de San Rafael por parte de Mons. Taussig, siguiendo órdenes vaticanas, indican claramente que Bergoglio quiere tierra arrasada en su propio país. La situación de la iglesia argentina es irremontable, y lo será en las próximas tres décadas, por más bueno que sea el Papa que suceda a Francisco.

    Sin embargo, en Argentina hay muchos sacerdotes buenos, piadosos y católicos, y con verdadero celo por la salvación de las almas. Ya están siendo perseguidos por sus obispos; yo conozco a varios, aún cuando no me precio de frecuentar ambientes clericales, y su número aumentará con el paso del tiempo.

    Las medidas draconianas impuestas por el gobierno argentino en razón de la famosa pandemia y dócilmente aceptadas por los obispos, ha sacado a la luz a muchos de esos buenos curitas que se han resistido, por ejemplo, a dar la comunión en la mano o a dejar de celebrar la misa para sus fieles. Y como nos dice el Señor en el evangelio, “las ovejas conocen la voz del pastor”, y están siendo esas ovejas las dan cobijo a sus pastores aporreados por los báculos episcopales.

    Los datos que se están manejando en la mayor parte de las diócesis argentinas son escalofriantes: aún cuando los oficios religiosos ya están autorizados con un aforo limitado, lo cierto es que nadie va a misa. El cupo de treinta personas rara vez se alcanza, y los curas no saben ya qué imaginar para acercarle a sus fieles el número de sus cuentas bancarias para implorar una limosna. Y el motivo por el que la gente dejó de ir a misa no es el temor a la peste. Es que se tomaron en serio lo que los obispos se cansaron de decirle: no hay obligación de cumplir con el precepto, celebren Semana Santa en su casa, comulguen espiritualmente ya que es lo mismo que comulgar sacramentalmente y, si quieren recibir la comunión, lo deben hacer en la mano. La gente se acostumbró a “ir a misa” por televisión, a la hora que les conviene, y cómodamente sentados en su sofá.

    Y aquellos que no se conformaron con el abandono al que fueron arrojados, se buscaron sacerdotes que celebraran en secreto en casas de familia, que dieran la comunión en la boca y que continuaran administrando los sacramentos. Y otros, poblaron las capillas de la FSSPX. Yo estimo que esto no es más que el comienzo de un movimiento que se acelerará en los próximos meses: crecimiento de las comunidades tradicionalistas, mayor presión y persecución por parte de los obispos a los sacerdotes considerados críticos a la nueva iglesia francisquista y, consecuentemente, surgimiento de comunidades de fieles en torno a estos sacerdotes perseguidos que, fuera de toda jurisdicción episcopal, se preocupan de administrar los sacramentos y mantener viva la llama de la fe.

    Haciendo un ejercicio de imaginación, podríamos pensar que el sostén episcopal que falta a esta iglesia subterránea puede que sea dado por un grupo pequeñísimo de obispos que se animen a dar un paso análogo. Mons. Viganò ya lo dio, y quizás pronto deba darlo Mons. Schneider. Y, ¿quién dice?, por qué no lo darían otros obispos de los tantos que han sido humillados y depuestos por Bergoglio.

    Justo es decirlo: estoy describiendo un camino paralelo al que hizo Mons. Marcel Lefebvre a comienzos de los ’70. Y es necesario reconocer, como lo hace Mons. Viganò, que tenía razón. Lefebvre vio con décadas de anticipación lo que ocurriría, y se animó a decirlo y a actuar en consecuencia. Él, los sacerdotes y los fieles que lo siguieron fueron expuestos sistemáticamente al ludibrio público una y otra vez, de todos las maneras posibles, y hasta fueron vergonzosa e infamemente excomulgados por Juan Pablo II. Ahora vemos que tenían razón.

    http://caminante-wanderer.blogspot.com/2020/11/lo-que-viene-i-la-iglesia-profunda.html.
    ALACRAN dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Lo que viene I: La iglesia subterránea.

    Lo que viene II: Cisma difuso y polimorfo.

    Mucho se ha hablado en los últimos años de la posibilidad de un cisma vista la firme vocación del Papa Francisco por dividir la iglesia. Y se lo ha caracterizado como un cisma “de baja intensidad”, lo cual me parece acertado. No creo que si el tal cisma se produce veamos nuevamente las tesis de los cismáticos clavadas en la puerta de catedral alguna, ni a príncipes cristianos levantándose contra sus vecinos por adherir a la herejía. Esos son tiempos pasados, cuando la fe se vivía en serio, de un lado y del otro.Para tratar este tema viene bien recordar lo que predicaba el cardenal Newman sobre el trigo y la cizaña, los fieles y los infieles dentro de la iglesia:

    "Todos los que están dentro del cuerpo de la Iglesia tienen los mismos derechos, todos están bautizados, todos son admitidos a la Santa Eucaristía, a todos se les enseña la Verdad, todos profesan la Verdad. Naturalmente, siempre ha habido quienes han proclamado doctrinas corruptas o se han dado abiertamente al vicio, y, naturalmente, era fácil reconocerlos y evitarlos. Pero son pocos. El gran cuerpo de la Iglesia cristiana profesa una sola y la misma fe, y todos parecen estar de acuerdo y unidos. Pero, entre estas personas aparentemente unánimes, sigue existiendo el inveterado conflicto, como desde el principio, entre el bien y el mal. Algunos son prudentes, otros necios. Quiénes pertenecen a un grupo y quiénes al otro, no se nos alcanza, y no se nos alcanzará hasta el día del Juicio. Tampoco están configurados en este momento uno a uno según un modelo acabado de bien y mal; cada uno varía con respecto al otro en el grado y modo de pertenecer a uno u otro grupo; pero de que existen dos partidos en la Iglesia no cabe la menor duda; hav dos partidos, por muy indefinidos y vagos que sean sus límites, formados por gentes que en cierto sentido, viven como amigos cercanos; es decir, que se nutren del mismo alimento espiritual y profesan el mismo credo.Y ¿por qué luchan? ¿En qué consiste el conflicto? Los apóstoles combatieron defendiendo la verdad del Evangelio frente a los que no la creían: sus sucesores inmediatos también lucharon, aunque dentro de la Iglesia, pero contra herejías abiertas a las que se podía hacer frente, desarmar y echar fuera. Sin embargo, más tarde, en nuestros días, ahora, esos dos grupos furtivos de la Iglesia, los elegidos y los de falso corazón, ¿por qué luchan? ¿sobre qué? (SP III, 15).



    Vayamos a la situación actual. Una primera distinción para señalar es entre cisma y herejía. Se puede ser cismático sin ser hereje, como fue el caso de los Orientales; su separación fue solamente de la comunión con la sede romana. Y otra distinción que yo veo es que la comunión con el Sucesor de Pedro tiene una dimensión “jurídica” y una dimensión más profunda u “ontológica”, y es la comunión con el Depósito de la Fe apostólica que ocasionalmente un Sucesor de Pedro puede falsear, y este última es la comunión verdaderamente importante y cuyo rompimiento significaría el verdadero y propio cisma. Es así, por ejemplo, que la consagración de los cuatro obispos por parte de Mons. Lefebvre significó un cisma “jurídico” (fueron hechas sin mandato pontificio) pero no fue propiamente un cisma en tanto que el ánimo del consagrante y consagrados fue permanecer fieles a la fe católica y en comunión con ella. Quienes conocen mejor que yo de teología y de derecho podrán corregirme todo lo que sea necesario.

    En la situación actual, veo difíciles, por inútiles, la proclamación de cismas jurídicos, a no ser que la situación se extremara. Veo más bien la existencia, desde hace ya un buen tiempo, de un cisma difuso y polimorfo. Es difuso porque está diseminado por todo el cuerpo de la iglesia y resulta difícil o imposible determinar sus contornos. Y es polimorfo porque adopta diferentes formas y modalidades, siendo acompañado en algunos casos por la herejía. Buena parte de las iglesias germanas —Alemania, Austria, Holanda y Bélgica— son, de hecho, cismáticas y heréticas, aunque no medie declaración alguna en ese sentido. Lo son en la práctica. Que muchos párrocos “bendigan” uniones homosexuales remedando el matrimonio, que lo hagan públicamente y que sus obispos lo permiten, implica una conducta cismática, pues hay una separación no jurídica pero sí ontológica de la fe católica.Y del otro lado, hay también una suerte de cisma jurídico aunque no ontológico. Y me refiero a los católicos que permanecemos en comunión con la Roma de siempre pero no estamos en comunión con su actual obispo cuando éste se aparta de la fe apostólica. Sabemos que la iglesia no es propiedad del Papa ni de los obispos, y por eso permanecemos en comunión con la iglesia de los Padres y de los santos. De este modo se justifica plenamente el decidido accionar de los fieles de San Rafael que han protestado pública y masivamente contra las decisiones del obispo Taussig. La iglesia no es de él, y tampoco del Papa Francisco. Como bien lo desarrolló el cardenal Newman, los fieles poseen un sensus fidei que en varias circunstancias de la historia salvó a la iglesia, pues su pastores lo habían perdido.Y en el medio está la gran masa de pastores y borregos que consideran que no hay que hacer demasiados cuestionamientos, que hay que cuidar los propios puestos, que hay que comer tutti frutti y recrearse con los amores de Leticia. Son los que niegan la evidencia o actúan de mala fe. O son timoratos. Pareciera, entonces, ocioso preguntarse acerca de la posibilidad de un cisma: el cisma ya está entre nosotros, difuminado por toda la iglesia, inasible y confuso, así como confusos serán los últimos tiempos.

    http://caminante-wanderer.blogspot.com/2020/11/lo-que-viene-ii-cisma-difuso-y-polimorfo.html.

  3. #3
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    Re: Lo que viene I: La iglesia subterránea.

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    Lo que viene III: el próximo cónclave.

    Son pocos los que animan ya a negar que Bergoglio dejará a la iglesia, cuando su pontificado termine de terminar, en un estado de postración quizás único en toda su historia. Literalmente, y aprovechándose del envión recibido por el Vaticano II, se cargó dos mil años de teología y espiritualidad cristiana. Y no se da cuenta o, en todo caso, no le importa hacerlo. ¿Cómo será entonces esa iglesia post-Francisco? Es un tema en el que vale la pena detenerse a pensar, sabiendo que nos adentramos en el área de las especulaciones y fácilmente podemos equivocarnos.Para comenzar se impone una reserva. Quien obra en la iglesia es el Espíritu Santo, por lo que las previsiones que podamos hacer tienen siempre un valor muy relativo. Por ejemplo, al Papa lo eligen los cardenales que son asistidos por el Espíritu Santo; sin embargo, ellos son libres de aceptar o rechazar esa asistencia. Cualquier análisis, entonces, que pretenda dar alguna perspectiva sobre el futuro, deberá siempre enfrentarse a las incertidumbres de la acción del Paráclito y de la libertad de los hombres.La muerte de Francisco se acerca inexorablemente, como se acerca la todos nosotros. Y se acerca también la llegada de su sucesor luego de un cónclave al que todos temen.


    Nadie sabe qué saldrá de ese aquelarre escarlata y lo que podamos decir no son más que quinielas. Pero podemos hacer algún análisis de los datos que tenemos, incluyendo a los nuevos purpurados anunciados el último domingo de octubre de 2020. Hay 128 cardenales electores, más de los previstos por la ley canónica. De ellos, 16 fueron creados por Juan Pablo II, 39 por Benedicto XVI y 73 por Francisco. Estos datos dicen algo pero no dicen todo. Estaríamos tentados a dar por sentado que los cardenales que deben su púrpura a Bergoglio votarán en masa por el candidato que unja, con todas las sutilezas del caso, el Papa reinante antes de morir. Pero no necesariamente es así, y una prueba de ello es lo sucedido en el cónclave anterior: no todos los cardenales benedictinos votaron por Scola, el candidato de Ratzinger. Y esto señala la incertidumbre que encierran los resultados, pues por el secreto propio del cónclave no sabemos cómo se mueven allí las fuerzas.Sin embargo, podemos encontrar alguna pista mirando a reuniones semejantes como los concilios. Y lo que allí vemos es que la masa de obispos se mueve al compás que marca un apretado puñado de líderes. Es decir, las reuniones episcopales se caracterizan por estar compuestas de un número muy reducido de capitostes y una rebaño de borregos. Es cuestión de ver lo que ocurrió durante el concilio Vaticano I, tan bien relatado por O’Malley, o lo sucedido en el Vaticano II, mejor relatado por De Mattei: los obispos entendían poco los temas que se trataban, aplaudían lo que aplaudía la mayoría y votaban a los que más aplausos cosechaban. Y convengamos que esta suele ser la conducta de todas los cuerpos colegiados, desde los consejos académicos de una universidad a la cámara de diputados de la nación, pasando por las reuniones de consorcio de cualquier edificio de mala muerte. No he hecho, ni ganas que tengo de hacerlo, un análisis detallado de los cardenales nombrados por Bergoglio, pero aventuro alguna hipótesis. Como viejo zorro de la política y sabedor de la mecánica de los cuerpos colegiados, lo previsible es que se haya preocupado de llenar el sacro colegio de borregos, agregando de cuando en cuando algún líder que, llegado el momento, pueda ser elegido él mismo, o bien, ser un king maker. Y creo plausible esta maniobra por dos hechos fácilmente comprobables. El primero y más universalmente conocido, es que Francisco de ha caracterizado por armar un colegio cardenalicio que posee dos características principales: su mediocridad y su color. Sobre la primera de ellas, remito al artículo de Tosatti, cuya conclusión se puede sintetizar afirmando que los cardenales creados por Bergoglio son apéndices de sí mismo. Sobre la segunda, con la fácil y cuestionable excusa de que en púrpura debe estar representada toda la iglesia, se ha preocupado de hacer cardenal desde el obispo de Toga, una remota y perdida isla del Pacífico hasta, últimamente, al vicario apostólico de Brunei. No conozco a estos prelados y nada puedo decir de ellos, pero el sentido común indica que se trata de personas que pasaron sus vidas en ocupaciones y preocupaciones de una grey reducida y maltratada, y que difícilmente tengan las habilidades que sí tienen los peligrosos lobos vaticanos, a los cuales serán arrojados. Aventuro que con este tipo de cardenales, que son mayoría, ocurrirá lo que ocurrió en los concilios: serán fácilmente amedrentados, o comprados, por los king makers y votarán por quien se les indique.En cambio, Bergoglio se ha cuidado mucho de hacer cardenales a los titulares de sedes que tradicionalmente fueron ocupadas por la púrpura. Uno de los casos más clamorosos es el de París. Su arzobispo, Mons. Michel Aupetit, cuya nominación fue aplaudida incluso por la FSSPX, sigue sin ser cardenal aunque han pasado ya dos consistorios desde su elección. Y a Aupetit, claro, no le calentaría la cabeza ningún bergogliano en los corredores del cónclave. ¿Qué puede esperarse? Las posibilidades que salga electo algún cardenal cercano a la tradición son nulas. Nadie elegiría, por ejemplo, al cardenal Burke. Y no sé cuán bueno sería que eligieran al cardenal Sarah. A pesar de la campaña que se hizo para convertirlo en papabile en los últimos años, lo cierto es que el Su Eminencia ha dado muestras de tener miedo aún de su propia sombra.¿Debemos prepararnos para lo peor? Pareciera ser ese el caso. Sin embargo, hay dos factores que considerar. Primero, aunque Francisco elija cardenales a aquellos que le son vergonzosamente fieles, lo cierto es que las fidelidades terminan cuando desaparece su objeto. Como se ha dicho, Bergoglio no participará del próximo cónclave. La muerte disolverá la fidelidad mafiosa al porteño. Y por ese lado, nada está dicho. La segunda es que las instituciones, como los seres vivos, tienen una indestructible tendencia a la supervivencia, y cualquiera sabe que la iglesia, desde un punto de vista puramente humano, no aguantaría otro pontificado como el de Francisco. Más bien lo contrario. No sería raro que la elección se adecuara al movimiento pendular y, para compensar la devastación de los últimos años, se eligiera, por mera cuestión instintiva, a un moderado o conservador, versado en teología y con algún resto de fe católica. Emociones no nos faltarán.

    http://caminante-wanderer.blogspot.com/2020/11/lo-que-viene-iii-el-proximo-conclave.html.

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