Revista ¿QUÉ PASA? núm 150, 11-Dic-1966
QUIEREN APLASTAR EL CATOLICISMO BAJO EL RÓTULO DE LA “IGLESIA UNIVERSAL”
Por A. Roig
La marea confusionista sigue en su apogeo. Puestas injustamente en la picota por el Consejo Permanente del Episcopado Francés las publicaciones de los católicos de fe íntegra, el progresismo imperante se ha lanzado con nuevos ímpetus por la pendiente destructora.
En estos días, y con renovado empuje, vuelven a las andadas en su propósito confusionista dictado desde aquellos sectores del marxismo infiltrado en la Iglesia.
La expresión de «Iglesia Católica» es orientada en el sentido de «universalista» y como un aglutinante del sincretismo «ecumenista» de poner en pie de igualdad espiritual a todas las religiones. Es el sedicente «post-concilio» inspirado por las logias.
En nombre de la fraternidad espiritualista universal, preconizan a una gran «Iglesia» compuesta por:
1º. La Iglesia del “Evangelio”, con sus autoridades, episcopado, Papa y Concilio.
2º La Sinagoga mosaica, con la Torah, el Talmud y su autoridad, el Gaon de Jerusalén.
3º La «Iglesia» de los Vedas y su autoridad, la Logia Agartha..., «que los Angeles inspiran»...
El Protestantismo, el Islam y el Budismo son aceptados —y encuadrados— como tres ramas de este triple tronco universal.
Es la puesta en marcha de lo que «Paris Match», al dictado de las sectas, en diciembre de 1957 y enero de 1958, se proponía, al presentar a Jesús, Moisés y Buda, como —en pie de igualdad— «los pastores del mundo que han hecho la humanidad».
Es el cumplimiento de las resoluciones de los Congresos Espiritualistas iniciados a partir de 1900 bajo pretexto de «Alianza Espiritual» de la humanidad, cuya vigente planificación se formuló en el Congreso Espiritualista Mundial celebrado en Bruselas del 10 al 13 de agosto de 1946, con la siguiente declaración:
«Por encima de las diversas religiones existe una Iglesia Universal compuesta por todos los creyentes dogmáticamente libres, que a su convicción de la existencia de un ser supremo o Providencia unen la que tienen en la inmortalidad del alma, y el deber del amor humano proclamado como el primero por todas las iglesias y religiones». Firman esta declaración Serge Brisy, por la Sociedad Teosófica Belga; Sadín, por la Iglesia Católica Liberal; el pastor protestante (modernista) Schyns; el rabino Berman; Renacle, por el Institut Humanist; Toussaint, por la Fraternidad Rosacruciana, etcétera, etcétera.
Años después, en 1961, se anuncia el Concilio Vaticano II, y las sectas infiltradas inician una maniobra a escala mundial, encaminada a que la opinión pública ignore su exacto significado.
Propugnan un federalismo religioso cuya inspiración ideológica se propone destruir, en el orden religioso, los dogmas católicos en el mismo espíritu de los fieles. Complicidades «inter-ecclesia» no han de faltar. Y sus consecuencias de índole política se harán sentir inmediatamente en el mundo occidental. Esta pretendida Iglesia Universal, «pluralista», «fraternal», «amante de la paz», «acorde con la mentalidad del hombre de hoy», es la suma de los designios de las citadas sectas o sociedades secretas en su propósito de que «las religiones tendrán que encontrar rápidamente una fórmula unificada» porque «sus divinidades son simples rostros distintos de un principio esencial».
En estos últimos tiempos (1966) se observa, desde Francia, que se hecho más intensa la acción de un sector de la Masonería, llamada «crística» o «cristiana», muy bien acomodada en su propósito de «aproximación a Roma», con múltiples tentativas (pese a ser profundo su odio a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana) durante el período conciliar. La corrupción doctrinal de una parte del clero responde al propósito de conseguir el «fin del espíritu romano, dogmático, juridicista, y su último bastión retrógrado-integrista». No se recatan de su confianza en que «el esfuerzo de un clero joven no tendrá nada en común con el oscurantismo clerical» (“Arcanes Solaires”, por J. Breyer, Edition de la Colombe, 1959, 1ª edición). Desgraciadamente, no les faltan colaboraciones insospechadas, con pretexto de «puesta al día».
Esta orientación «espiritualista» —de la que es un eco el pensamiento de Teilhard de Chardin— no tiene ni pretende otro contenido que la «universalidad» de un «humanismo» elevado a la altura de una «religión común». Es la antigua concepción gnóstica que diviniza a la humanidad como un ser único de existencia real. Es una pseudo «Cristiandad» desacralizada, del futuro, que reclama como objetivo propio y primer paso para sus propósitos, el pluralismo religiosos y la fe básica común de no creer en nada... En resumen, su primer paso es la reducción a los principios de simple religión natural, muy próximo al «Humanismo integral» de Jacques Maritain, y también a un «existencialismo» que «moraliza» las acciones del individuo, al margen de cualquier ortodoxia, y por lo tanto sin «sujeciones» ni «limitaciones internas».
Ello es campo propicio para que él germine el tono totalitario y revolucionario de Carlos Marx; Freud le otorga el método para la «liberación de los controles individuales» y la ruptura con la ética familiar; y Teilhard de Chardin (cuya «cristificación» de la materia está calando muy hondo en determinados sectores burgueses hace las veces de «profeta» cuya doctrina es sustituto, para tanto marxista que lo es sin saberlo, de la verdadera doctrina cristiana.
En los Seminarios, Noviciados e Institutos eclesiásticos, sus efectos son muchísimo más demoledores que el modernismo de últimos del pasado siglo y principios del siglo actual. Los resultados de todo ello los estamos viviendo en Francia muy de cerca. Opera un cambio de disposición anímica destruyendo los fundamentos cristianos de la sociedad, promueve el inconformismo (todo inconformismo es desilusión) y sobre la provocada desilusión hacia lo que represente espíritu católico de la sociedad, crea una nueva jerarquía axiológica que parece comenzar con un acto de contrición al revés: «Yo constructor; yo hacedor de la moral de mí mismo, en el vacío de una completa indeterminación ética, me dispongo a cualquier cosa».
De la mano de los seguidores —inconscientes muchos de ellos— de Marx, el evolucionismo de Teilhard de Chardin abre brecha en el camino hacia la incredulidad, y viene a coincidir con lo que muchas décadas anteriores ha sido dogma fundamental de los revolucionarios y de las sociedades secretas, aunque ahora opere en un campo de acción más activo y extremista, pues al indiferentismo liberal y anticlerical de antaño ha sucedido la amplia red y potente dispositivo de múltiples tentáculos que es el marxismo. Ahora (1966) éste se sienta tranquilamente en las sacristías, primer paso para apoderarse totalmente del templo. (…)
Entre tanto siguen las deserciones doctrinales. ¿Hasta cuándo?
Reims, 4 de noviembre de 1966. |
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