Empiezan por no creer en estas cosas y terminan por no creer en la Presencia Real ni creer en nada.


El escándalo de los milagros




Por Carlos Esteban | 11 agosto, 2020


Oyendo a no pocos sacerdotes, teólogos y algún prelado, se diría que los milagros -el milagro literal, como fenómeno que desafía las leyes de la naturaleza- avergüenzan al sedicente ‘cristiano adulto’, que los considera poco más que símbolos y mitos propios de una experiencia de fe ‘infantil’.

“No podemos caer en el infantilismo de creer que Jesús hizo aparecer mágicamente pan o llovió pan del cielo”, puede leerse en la cuenta del párroco argentino Sebastián García en Twitter. “Eso aniña la grandeza de Jesús y aniña la fe. Dios pide que seamos nosotros los que nos hacemos cargo”.

No es un comentario muy original sobre la Multiplicación de los Panes y de los Peces, más bien al contrario: es prácticamente la versión, digamos, ‘oficial’ en la Iglesia hodierna.

“El verdadero milagro de la multiplicación de panes y peces no será tanto que caiga pan del cielo, cuánto que Jesús destraba corazones que se animan a compartir de lo que tienen y no de lo que sobra”, insiste García. “Hay entonces verdadero milagro no porque “aparece pan” sino porque se destraban corazones endurecidos que pasan de la lógica del acaparar para sí y, de lo suyo y no de lo que sobra, son capaces de poner en común”.

Cualquiera que lea sin ninguna idea preconcebida el relato evangélico tiene que hacer verdaderos malabarismos lógicos para negar el milagro. Se habla claramente de cinco panes y dos peces, de cinco mil hombres, de doce cestas con sobras. Si se pudiese conseguir ese ‘milagro’ meramente ‘compartiendo’ con cinco mil personas cinco panes y dos peces, la economía sería completamente innecesaria. Solo se puede llegar a una de estas dos conclusiones tras leer el relato evangélico: o quien lo cuenta miente (o exagera o ‘poetiza’ y, en cualquier caso, su narración no es fiable), o se trata de un milagro particularmente llamativo.

Pero, como decíamos, no es nada original esta interpretación ni se refiere solo a este milagro. Es el milagro en general lo que parece escandalizar a un sector de enorme peso en la Iglesia, una opinión especialmente dominante en estos días.

Hace no mucho nos hicimos eco de un texto publicado por José Manuel Vidal en su portal de información religiosa, Religión Digital, en el que decía querer “una Iglesia menos milagrera y más científica: es decir, más evangélica”. Pero cualquiera que lea el Evangelio sin prejuicio alguno tendrá que convenir que ciencia, lo que se dice ciencia, no hay mucha, mientras que los milagros abundan hasta abrumar. Hay curaciones sin cuento, paralíticos que andan, leprosos que quedan limpios, muertos que resucitan, ciegos que ven, tormentas que cesan de repente, voces del cielo y -en el Evangelio del pasado domingo- Jesús caminando sobre las aguas.

Es, en definitiva, imposible ‘purgar’ el Nuevo Testamento de milagros y que siga teniendo sentido. Para empezar porque toda nuestra fe depende de un milagro, la Resurrección del Hijo de Dios.

Y, sin embargo, consiguen acallarlos, bordear lo maravilloso, lo prodigioso, lo que atrae poderosamente a personas más ‘infantiles’ -más sencillas, con menos estudios de teólogos alemanes-y, en ocasiones, les llevan a reconocer: “En verdad este hombre es Hijo de Dios”.

¿A qué viene ese miedo a los milagros? ¿Es un temor a lo sobrenatural, un deseo de convertir la doctrina cristiana en una ideología ‘de tejas para abajo’, sin visión transcendente, la ambición de crear una ‘cielo en la tierra’ que ha sido el vano -y desastroso- intento de las ideologías?




https://infovaticana.com/2020/08/11/...-los-milagros/