La misa banderiza

Publicado el 8 Abril, 2008 Autor Pedro Rizo |


Una revista religiosa, supuestamente católica por sus créditos editoriales, publicó semanas pasadas un reportaje oponiéndose al “retorno” de Roma a la misa en latín, con fieles y sacerdote vueltos al altar. El reportaje no ahorró palabras contra la vieja misa presentándola como vestigio del nacional-catolicismo… Leyendo el trabajito parece que el Santo Padre, Benedicto XVI, más quiso resucitar a Franco que restaurar la liturgia secular.
Su lectura me subraya una vez más que el progresismo del último medio siglo dejó a la barca de Pedro tan tísica de fe que parece un cayuco cargado de enfermos desorientados. Por eso ilusiona – como el ciego sueña que ve − que el Papa se disponga a superar ese descarado modernismo que Pío X describe en su encíclica Pascendi − cuya lectura recomiendo − como fuertemente infiltrado en la Iglesia, ya entonces, para debilitarla. Más nos esperanzaría, por tanto, un renuevo firme de la doctrina y el apostolado perdidos que esta pacata reposición de la Antigua Misa.
El reportaje que cito, al que no daré publicidad, sugiere cuatro razones para condenarla. La primera, que la misa antigua es «un retroceso» a según cuales «épocas oscuras (?) de la historia». Como si el culto a Dios, al que se supone inmutable, debiera pasar por la historia adaptándose a la moda y sacrificándole símbolos que en Trento se cuidaron con tanto esmero y por fuerza de leyes inderogables. La segunda, tachar a la Misa de antes del Segundo Concilio Vaticano como pesadísimo boato ceremonial, de interminable celebración y alejada de los fieles. La tercera, sugerir que quienes preferimos esa misa desobedecemos al Papa.
Seguidamente atenderemos las cuatro quejas del reportaje excluyendo la primera, ya contestada.
“Misa larga e insoportable”.- Para la Misa de antes del CVII media hora era tiempo suficiente para incluirle un sermón de unos diez minutos. Esa Misa ordinaria es la que se decía aproximadamente cincuenta domingos del año más el gran resto de los días laborables. Las solemnes eran para casos debidamente señalados. A propósito, el Misal antiguo no permitía las concelebraciones que hoy proliferan por cualquier motivo; había que obtener un permiso especial. La oposición del oscurantista pasado ante-conciliar a esas concelebraciones se apoyaba en varias razones, entre ellas: Fomentaban la depreciación del altar y del Sacrificio, al tiempo que reafirmaban la idea de de mesa para un banquete.
Se autorizó la misa antigua, pero cambiada pues no se puede utilizar otro misal que el de 1964, que suprimió las quejas de la Iglesia ante la persecución antigua y actual de los judíos. Todavía el mes pasado S.S. Benedicto XVI sumó un nuevo favor a los concedidos a Jules Isaac por Juan XXIII. Aun así, nos felicitamos de que su liturgia sea visible y preservada del olvido. Porque la misa de Trento es ciertamente hermosa, incomparable testimonio de Sacramento y Sacrificio, ofrenda que el mismo Cristo eleva al Padre. El Misal que codificara San Pío V hace de la Misa algo principal para nuestra humana condición, mezcla de tierra y eternidad. Prueben ustedes a oírla donde la dispongan acompañándose, si les es posible, de un misal bilingüe de antes de 1964.
“Opuesta a la disciplina apostólica”.- La obediencia no es a un hombre, sea papa, obispo o comandante del Ejército. La obediencia se reclama por lo que cada cual representa en su papel. Si se obedece, es porque a través de sus cargos se sirve a principios superiores. Estos son los que dan excelencia a las personas, y no al revés. La fe católica es una ofrenda a Dios que en última instancia está representado en cada supuesto. Si con la obediencia favorecemos la destrucción de los valores en que se justifica será necesario replantearse su débito. Porque no nos sometemos al Papa sino a la Tradición que le da la Sede; ni al capitán o caudillo, sino a la patria, su historia y antepasados. Esto es también, en esencia, el fundamento de la Infalibilidad Papal. Cuando muramos y nos presentemos ante Dios ni Juan, ni Pablo, ni Juan Pablo nos habrán asegurado su reino por obedecerles a ellos sino por que ellos cumplieron sus deberes. De la misma manera que no obedecemos al mayordomo o al ama de llaves, o al administrador de nadie, si no guarda el tesoro encomendado. Obedecerle entonces, sería complicidad con su error o delito; en todo caso, indiferencia vomitiva.
Así que, fíjense que va a ser que no, que los supuestos “retrógrados” que proponen para Dios que el culto oficial de la Iglesia retorne a sus mejores expresiones no están en contra de su jerarquía sino a favor de la Iglesia. Más cierto será al revés: Gran parte de la jerarquía es la que está en contra de la fe, de la Tradición que la enseñó y de los fieles que fuimos guardados en ella.
Jansenismo.- La cuarta observación del citado artículo se detiene en la supuesta inclinación jansenista de quienes defienden la Misa antigua. El jansenismo fue, y es, una herejía de la que los españoles nos libramos sin dificultad. Expliquémonos. Los jansenistas aparecieron en Francia en la primera mitad del s.XVII y deben su nombre a la doctrina de Cornelio Jansen, bien intencionado pero manchado de calvinismo. En España hubo apenas algún brote por nuestra geografía cercana a los Pirineos y tan propensa al afrancesamiento. El jansenismo simpatizaba con la exageración ascética y el extremo de las prácticas piadosas. Todavía hoy podemos encontrar alguna caricatura de jansenismo en fieles rapados como antonianos, más adustos y tiesos que un palo, que por su engreimiento de santidad y ciencia miran por encima del hombro, que piensan que el gesto de enfado certifica inalcanzables niveles de dignidad. Vidas atormentadas por el rechazo de que en este mundo pueda haber muchos dones a gozar con el agrado de Dios, como enseña San Pablo y el propio Jesús. Si bien el jansenismo fue condenado por los papas Inocencio X y Clemente XI nunca dejó de reproducirse en gentes que se buscan a sí mismas dentro de la marginalidad. Puede que algunos, pocos, fieles de la Misa antigua se inclinen por estos desvíos pero no son representativos. Nada más lo serían de que en situaciones extremas es fácil protegerse, equivocadamente, en un extremismo pasajero.
Metido en tema susceptible de apasionamientos diré que me siento católico entre los fieles que van con pura conciencia a la Nueva Misa, la de Pablo VI. Ninguno falta a Dios por asistir a esa misa. Si acaso, su falta, muy grave, se el descuido en su formación. Sobre todo son las autoridades eclesiales las que deberían vigilar y derogar, por el bien de sus propias almas − las de esas autoridades, digo −, una misa demasiado colonizada de fe protestante. «Me honran con sus labios mientras que su corazón está lejos de mi.» (Is 29, 13) Del Nuevo Ordinario es una evidencia simple que las celebraciones más honestas no resisten comparación con las del Misal antiguo, en latín. Obsérvese que éste tiene la virtud de que, aún celebrando mal, el sacerdote se guía y se obliga a transmitir lo que el misal quiere significar. Es una realidad que con el antiguo ritual, cismáticos y herejes se convertían y que con las nuevas misas, el católico, aun ‘sabiéndose’ dentro de la Iglesia (?) pone en progresivo deterioro la fe católica. Lo prueba que muchos protestantes no encuentren reparo en asistir a ellas. ¿Por qué, si no, se impuso la comunión en la mano, de pie y contestando “Amén” al sacerdote que presenta la Hostia? Pues para facilitar la comunión de un protestante sin que renuncie a su increencia sobre la Eucaristía. Lo que para él es sólo un pedazo de pan, para nosotros es el cuerpo de Cristo. No respondiendo “Amén” no será el protestante el que cometa sacrilegio sino la Iglesia. ¿O es que no cometían sacrilegio los del Mau-Mau cuando arrasaban sagrarios?
Repito mi opinión de que no por defenderla de su destrucción o por exaltarla como merece puede entenderse a la Misa como el todo de la religión católica. La Misa, siempre la antigua, la que celebraba San Ambrosio y San Agustín, la de Isabel y Fernando, la de miles de soldados antes de ir a la muerte, es el culto sagrado perfecto. Pero ella sola no es “la religión católica”. Religión Católica es conocer el Credo y creerlo; respetar los Mandamientos y estudiar su aplicación; cumplir con los deberes de estado, muchas veces abandonados en erradas desviaciones de beatería, que no es lo mismo que vida piadosa. Religión católica es conocer a Jesucristo, sentirle y gustarle interiormente como experiencia de gracia inmerecida.
«Quien guarde mi doctrina vivirá eternamente.» (Lc 8, 46-59) Estas palabras de Jesús son el antígeno delator de la anomalía que vivimos. Lo remachamos, lo aseguramos con la fuerza de los hechos, con la luz de la evidencia. Los dos ordinarios, el de Trento y de antes de Trento, que fue proscrito − sería cínico negarlo −, y el del Vaticano II, responden a dos iglesias opuestas. Esto es, la de los kler y la de los villanos, la cristiana frente a la marxista, la de la Verdad frente a la del kaos. Más todavía la del ecumenismo, siempre suplicado, contra el irenismo siempre condenado; la católica, en cuanto acepción del término, diametralmente opuesta al pluralismo. Por tanto, la del apostolado misionero contra la de la tolerancia apóstata; la eterna frente a la modernista; la tradicional, odiada por la revolucionaria; la de los mártires y la de los fariseos. Testigo vivo del atropello que significó la imposición de la Misa Nueva, afirmo que ésta, aun con la mejor intención de su celebrante, diluye nuestra fe y, con ello, al Dios-hombre que nos la enseñó.

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