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Sancti Spiritu del Monte (Prov. de Valencia)
Este monasterio fué el tercero que los franciscanos fundaron en España. En el término de Gilet, rodeado de elevadas montañas desde las que perfuma el pino, se alza la obra monacal que nos ocupa.
Fué fundado por la reina Doña María de Luna, esposa del rey Don Martín, y lo dotó de forma espléndida, a la par que le concedía notables privilegios. Luego los señores territoriales de Gilet, don Pedro Catalá y Jaumeta Poblet, le hicieron donación de una masía en el valle de Tolín. El Papa Pedro de Luna (Benedicto XIII) expidió la bula de fundación desde el castillo de Sorgia, Aviñón, en el mes de agosto de 1406.
La primitiva planta de este monasterio no debió ser de gran valor ni distinguirse por su mérito artístico, lo que tenía ya el precedente de otros monasterios de la misma comarca.
El primer vicario de esta fundación fue fray Vicente Maestre, al que asignó la reina Doña María 7.000 sueldos valencianos de renta anual. La misma reina ordenó que fuese amojonado el término del monasterio, cuyo perímetro alcanzaba a más de tres kilómetros.
A mediados del siglo XV los religiosos de Sancti Spiritu fueron acusados de inobservantes ante Eugenio IV, quien les privó de sus exenciones, sometiéndolos a la jurisdicción de los ministros provinciales. Este castigo lo hizo efectivo su sucesor, Nicolás V. A la par perdieron la renta real asignada por la fundadora. A petición de Fernando el Católico, dejaron los frailes este convento, año 1497, a las religiosas de la Trinidad, pero a los cuatro años volvieron a él para evitar la ruina de la institución.
El templo monacal está restaurado al estilo corintio en su única nave, que tiene coro alto sin cúpula ni crucero. El altar mayor, que lleva varios recuadros, es de estilo plateresco y corresponde al siglo XV; la nave es cuadrilonga, con bóveda de cañón, excepto en el presbiterio, que se forma de cortes de cúpula con recalados divisorios y pechinas al fondo. El templo está al sudeste del monasterio, entre la hospedería y los claustros. Tiene seis capillas laterales, altar mayor y trasagrario. El claustro, de estilo Renacimiento, lleva jardín y fuente central.
De las valiosas pinturas que adornaban este monasterio sólo se conservó una tabla de Pablo Mathei representando a la Virgen de la Divina Gracia. También se conservaba en este templo el cuerpo de San Benito Mártir.
En el siglo XVI fué reedificada la iglesia, fortificándose el monasterio contra posibles asaltos.
Los nuevos claustros comenzaron a ser edificados en 1679, y dos años después el refectorio y otras dependencias.
A fines del siglo XVI se instaló en este apartado monasterio el Colegio de misioneros apostólicos.
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Fresdelval (Prov. de Burgos)
A unos kilómetros de Burgos pone la mole de su blanca silueta lo que fué famoso monasterio de Fresdelval, fundación que, mediante la colaboración de los religiosos Jerónimos, hiciera don Gome Manrique el Viejo en el siglo XV. En ese recinto, sobre el que un día recayó la protección real, quiso tener su sepultura y la de su esposa el fundador. Como también lo hicieron otros nobles de la familia Padilla, cuyo escudo se veía en el monasterio junto con el de los Manrique.
De lo que este monasterio fué es testimonio el admirable claustro bajo, pieza única que se ha salvado de la destrucción que acabó con casi todo el edificio. Es de estilo ojival florido, con estribos cilindricos, preciosos ventanales con parteluces y rosas de seis lóbulos, apoyadas en ojivas treboladas. La armonía de este claustro se halla también en el patio del monasterio con su triple galería, con arcadas que están sostenidas por columnas de sencillos capiteles. La iglesia, de altos muros, presenta finas nervaduras. La bóveda se apoyó maravillosamente en ellas, como puede inferirse de la disposición de las partes que aún pueden contemplarse de este monasterio, en el que la incuria sólo dejó de él, aparte del claustro y patio aludidos, paredones derruidos, capiteles y columnas tirados, esculturas mutiladas, blasones destrozados.
A este monasterio llegó para pasar la Semana Santa de 1524 el emperador Carlos, y en él dió cumplimiento a la piadosa costumbre de indultar a un reo en la solemne adoración de la Cruz el Viernes Santo. Ese reo fué don Pedro Girón, hijo del conde de Ureña, capitán general que fuera de la Junta de las Comunidades.
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San Pedro de Dueñas (Prov. de León)
Es éste un monasterio de religiosas benedictinas, que fué fundado en la segunda mitad del siglo x por el conde Ansur. Fué enriquecido con importantes donaciones de Ramiro III, Fernando II y otros personajes reales. La Orden a que este monasterio pertenecía lo colocó bajo la dependencia del abad y monasterio de Sahagún.
La iglesia consta de tres naves, tres ábsides semicirculares, sin crucero, atrio en la parte norte y coro a los pies. Su estilo es románico y muestra semejanza con la de San Isidoro, de León, una de las iglesias de mayor mérito que existen. Tiene pilares de núcleo prismático, con columnas adosadas, que llevan capiteles de monstruos y de hojas; arcos de medio punto, sin molduras, en los que separan naves, y apuntados los transversales de la mayor. Sobre el crucero va la torre, que es de ladrillo, con grandes ventanas de arco de herradura en la primera zona y con huecos pareados y pequeñas columnas de piedra en la segunda.
En la capilla, un admirable retablo del siglo XVI, formado por tablas pintadas con escenas de la Pasión de Nuestro Señor. En el ábside de la nave menor, al lado de la Epístola, una soberbia escultura, el Cristo de Gregorio Hernández. En un altar dos imágenes en madera, Santa Ana y San Antón, que son de lo más perfecto que conserva la estatuaria de estas iglesias, tan pródigas en tesoros de arte. Ambas son debidas a Juan de Juni.
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Rueda (Prov. de Zaragoza)
Frente al pueblo de Escatrón, cerca de parajes donde el padre Ebro ve henchirse su caudal por conjuntas aportaciones, se halla situado el monasterio de Rueda, que con el de Veruela forma el dual artístico de mayor valía de todo Aragón.
Llamábase Rueda el lugar escogido en el siglo XII por los monjes cistercienses para la fundación de su comunidad, ya que habían abandonado su retiro de Junqueras, en donde se hallaban desde el año 1153. Por concesión del rey Alfonso II poseían ese territorio desde mucho tiempo antes, pero hasta los comienzos de la centuria décimotercera no se decidieron al establecimiento en las cercanías del río simbólico.
La primera piedra de este famoso monasterio de Rueda fué colocada en año 1226. Cuando hubo sido terminado, Rueda comenzó a superarse de dominio por los lugares de las cercanías.
En las admirables muestras que de ese monasterio quedaron sustraídas a la inconcebible dejación oficial se comprueba cómo sus constructores se superaron en pericia, arte y buen gusto, al armonizar el arte gótico con el bizantino. Las bóvedas, de depurada estilización, y la diferenciada proporción entre la nave central y las dos laterales demuestran con fuerza la influencia del nuevo estilo que, hasta ese momento constructivo, había inspirado a los artistas.
Nuevo influjo artístico que también dejó su impronta en dos sepulcros, prodigios de labra. Bajo un arco bizantino se muestra la estatua yacente de un abad, cuya cabeza se reclina sobre las manos de dos ángeles aposados en la almohada. En el frente cuatro escudos con las barras de Aragón y la rueda, símbolo del monasterio. Angeles, astrólogos y dos perros completan los motivos ornamentales.
Frente a este sepulcro, que se supone encierra los restos de un duque de Híjar, que, al enviudar, se hizo monje y llegó a regir el monasterio, se encuentra otro sepulcro de menos valor, pero también sumamente artístico, sobre el que se ve la estatua de una dama de bello rostro, cuyas manos se cruzan en beato ademán, y que está cubierta de amplio ropaje. A sus pies, dos perros y adornando el túmulo leones de no muy perfecto dibujo.
Dos piezas de una belleza pocas veces lograda son el claustro y la sala capitular. En ella está magistralmente desenvuelta la armonización de los estilos que generan este monasterio. Gótico y bizantino se enlazan con tal maestría que dan como fruto unas arcadas de columnas, capiteles y rosetones de perfecta ejecución. El refectorio lleva un pulpito admirable, y son primorosas las arcadas que se van sucediendo en diagonal de alado columnario.
Bajo el suelo de la iglesia, y en enterramientos distribuidos por ella, reposan varios de los abades de esta famosa fundación, que sirvió también de enterramiento de los reyes de Aragón. En ella estuvo el rey Felipe IV durante su viaje a Cataluña para reprimir una rebelión que tuvo foráneos instigadores.
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San Miguel del Fay (Prov. de Barcelona)
No todos los monasterios españoles han de ser ensalzados por su riqueza arquitectónica, por la estatuaria que en ellos dejó obras de suprema belleza; también pueden serlo por el prodigio de una naturaleza que enmarcó la quietud de su vida y les mostró elementos que contribuyeran al afinamiento de su sensibilidad. Entre estos últimos podemos colocar el de San Miguel del Fay, que fuera construido en el siglo X, y que tiene el campanario más bajo de España.
A seis kilómetros de San Felíu de Codinas, y no lejos de la ciudad de Barcelona, se halla el monasterio de San Miguel del Fay, en donde fijaron su apartamiento los monjes que quisieron llevar a la perfección su vida de humildad, con arreglo a las severas prescripciones de los fundadores del monacato. En marco de una grandiosidad primitiva, en la que no ha puesto su acción modificadora el hombre, está el monasterio. Por la agreste belleza que allí se prodiga, por las condiciones únicas de la edificación y la forma en que ha sido resuelta parte de ella, este monasterio es ejemplar único. En contraste con la generalidad de los monasterios, éste se acusa por su máxima sencillez, por la pequeñez de su conjunto, la carencia de detalles arquitectónicos.
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Porta Coeli (Prov. de Valencia)
Al aproximarse el viajero a este singular monasterio la frescura del aire, los efluvios que percibe, acentúan la grata impresión del camino, en el que también pone su recuerdo la Historia, ya que hay que cruzar ante el castillo de Montbuy, donde buscó refugio Borrell II luego de la derrota que le causaron los moros, y por la fortaleza de Moncada, en la que tantos sucesos tuvieron escenario. Entre los barrancos que rodean el monasterio resuenan extraños sonidos originados por gigantesca cascada de caudalosa corriente, que se deshace circunstancialmente en el roquedo para volver a conjuntar sus aguas y seguir poniendo su colosal penacho por la elevada montaña.
Muy próxima a la cascada hállase la iglesia, un tiempo monasterio, y que no presenta ninguno de esos atractivos que es obligado buscar en los cenobios. A este apartado lugar llegó un día, para compartir la vida con los monjes, don Guillermo Berenguer, hijo de Berenguer Ramón I, previa renunciación del condado de Ausona, que cedió a su hermano mayor.
Al monasterio se penetra por una puerta de igual sencillez que el resto de la construcción. Pero el viajero queda sorprendido ante las extrañas formas que la roca adapta ante ella. Como exteriorizaciones de gárgolas del Medievo se presentan esos peñascos, como anunciando el misterio. La extrañeza causada se continúa en el templo, que ha sido construído dentro de la montaña, por lo que tiene el más singular de los embovedados, la más consistente de las techumbres.
Varias columnas sostienen aquella bóveda natural, que parece que no ha de tardar en hundirse bajo el peso que sobre ella gravita. Alarde constructivo éste en una época en que los elementos empleados no habían alcanzado la perfección y el complemento de los tiempos modernos.
De su tesoro artístico conserva únicamente dos imágenes, una de la Virgen, de estilo gótico, y que está esculpida en alabastro, y otra de madera, un San Miguel, que luce armadura del siglo XVI.
El tercer obispo de Valencia, don Andrés de Albalat, adquirió de los sucesores de don Jimén Pérez de Arenós los terrenos de Lullen cedidos a Gil de Rada por Don Jaime I . En 1272 decidió ese prelado edificar allí un monasterio de la Orden de la Cartuja, con el nombre de Porta Coeli, en atención a la belleza de aquel paraje.
En sus comienzos las obras no tuvieron gran amplitud ni pretensiones artísticas. Iglesia de tosca piedra, arcos apuntados y techumbre de madera, patio cerrado delante de ella, con arcos también apuntados y celdas en derredor. En mayo de 1298, ya fallecidos Don Jaime I y el obispo fundador, el rey Jaime III tomó bajo su protección el monasterio, y a su amparo pudo desenvolverse éste. El monasterio amplió sus obras, las que adquieron gran impulso cuando doña Margarita de Lauria, hija del famoso almirante Roger de Lauria, se declaró protectora de Porta Coeli.
A fines del siglo XIV y comienzos del XV fueron intensificadas las obras, acreditándose los monjes de esa fundación por su piedad y sabiduría. En su recinto buscaron acogimiento personajes de prosapia y de fama, que deseaban terminar sus vidas en aquel artístico edificio, el que enmarcaba, pródiga, la naturaleza. También llegaron a él, para reiterar su aprecio y protección, personajes reales como Don Pedro IV, Don Martín, Alfonso V, Doña María de Castilla... Sobre la Cartuja de los famosos frescos recayeron los privilegios pontificios... Constante predilección regia y papal desde el siglo XV y que ya no perdió el monasterio hasta que fueron perseguidas las órdenes religiosas.
Grandes bellezas artísticas acumuló Porta Coeli, tanto en su arquitectura como en la profusión de cuadros y de mármoles que le embellecen; tanto en la riqueza de su joyero como en la de sus ropas litúrgicas; tanto en las tallas de varias generaciones de artistas como en los detalles decorativos de orden menor. Porta Coeli fué considerado con justeza como un pequeño museo en donde el artista encuentra infinitos motivos a su inspiración.
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En la síntesis que del espléndido acervo monacal ha sido hecha quedan testimonios de cómo los estilos arquitectónicos alcanzaron plenitud estética en esos monasterios que jalonan las rutas de España y aun se extienden hasta los lugares de menor frecuentación. Aun cuando no han sido incluidos los máximos exponentes arquitectónicos del monacato, Poblet, Montserrat, Guadalupe, los testimonios presentados poseen fuerza suficiente para capacitar al lector de cómo el Arte y la Historia, la Cultura y el Trabajo tuvieron en esos recintos ejemplar valoración.
También la poseen para valorar en todo su funesto resultado la conducta de unos gobernantes que con sus precipitadas determinaciones, con la lenidad con que actuaron, destruyeron un tesoro artístico de insuperables calidades y toleraron que incluso fueran utilizadas, para convertirlas en muelas maquileras, las piedras que sirvieron de sillares en esos monumentos que trazaron los monjes arquitectos en edades en que, según el poeta, la piedra hablaba, anticipándose en siglos a la fijación del lenguaje por obra de la Imprenta, esa máxima ideación.
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