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Tema: Monasterios españoles medievales más renombrados

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    Monasterios españoles medievales más renombrados

    MONASTERIOS ESPAÑOLES
    por
    Luis AGUIRRE PRADO

    (Colección TEMAS ESPAÑOLES, Núm. 132)

    LA REGLA

    El cartujo fray Juan de Madariaga indica que se entiende por Regla la forma, manera u orden de vivir bien y religiosamente "porque en las religiones no tiene más fuerza un vocablo que otro, sino es la que por costumbre y plática le dan los mismos religiosos".

    Reglas que rigen a los que conjuntos han de vivir en constante comunicación con la Divinidad. Monacato. Su origen lo sitúan algunos historiadores en los sethini, discípulos de Seth, hijo de Adán, quien buscaba el dominio de la carne mediante los ayunos, las vigilias, los trabajos...

    Otros lo determinan en los hijos de los Profetas, el más destacado Elias, que habitaban tiendas en las márgenes de los afluentes del Jordán y se alimentaban de hierbas silvestres. Finalmente, un tercer grupo de investigadores indica que los precursores fueron los egipcios, quienes, tomando como modelo a Daniel, se dedicaron a la vida recoleta, buscando la soledad y el ayuno. Allí, en el valle del Nilo, se destaca en el siglo II de nuestra Era Ptolomeo de Menfis, al que se estima como precursor directo de San Pacomio.

    Hildebrando, al referirse a los cenobitas, encierra las opiniones en tres grupos:

    El primero está formado por quienes derivan el origen de los judíos, ya se trate de esenios, de fariseos o de saduceos. En todos ellos el signo distintivo es la soledad de su residencia y la dedicación al cultivo de los campos o al pastoreo. Al segundo se adscriben los que, con Casiano, fundamentan el cenobitismo en el instituto apostólico en que los fieles vendían sus bienes y colocaban su importe a los pies de los apóstoles, distribuyendo los diáconos el total con arreglo a las necesidades de cada uno. Los del tercer grupo, con Baronio al frente, creen que los cenobitas proceden de la evolución de los eremitas.

    San Isidoro establece la distinción entre eremitas y anacoretas. Estos no tardaron en habitar en monasterios, siendo el trabajo manual el que completó las limosnas. El trabajo, que es característico de los primeros anacoretas, que no aguardan la llegada taumatúrgica de los panes y de los dátiles de la palmera. San Agustín alaba a los que se alimentan del trabajo de sus manos y dice que al monje que trabaja le tienta un solo demonio, en tanto que son legión los que atormentan al que rehuye el ejercicio. Por su trabajo y su oración los monjes fueron comparados con las abejas en parangón certero. Cera, que es el trabajo; miel, que son los salmos, la oración. Trabajo para allegar el sustento, pese a su parvedad; trabajo para que la carne no se rebelase y el espíritu alcanzara su perfección.

    Cultivo de la tierra, guarda de ganados, laboreo en la artesanía. Hildebrando nos detalla que los monjes tejían esportillas de junco y canastos de mimbres, escardaban los sembrados, conducían las aguas, sembraban, podaban, se dedicaban a la apicultura, tejían redes... Imperativo del trabajo proclamado por todas las reglas monásticas. Obligatoriedad aconsejada por los que, como San Macario Alejandrino y San Pacomio, son modelo de religiosos. Consejo que adviene con la fuerza paulina de la doctrina del que ruidosamente halló su camino de perfección: Quien no trabaje que no coma.

    Los monasterios basilios españoles debían estar situados fuera de las ciudades, a imitación de lo que hicieran los padres del desierto. De esta forma se huía de la conversación con los hombres del mundo.

    Distancia de tres millas para que la prescripción tuviera efectividad. Los monjes no debían perjudicar con sus cultivos a los labradores colindantes. Para seguridad de que no habrá ocasión de ese perjuicio, San Basilio aconseja que los religiosos labren en el recinto del monasterio, a no ser para arrancar malas hierbas, podar y vendimiar, los monjes; recoger los frutos, los novicios. Separación obligatoria entre religiosos y seglares.
    Razón de que los monasterios españoles tuviesen amplio recinto amurallado, con espaciosas habitaciones, pozos y huertas, ricas en fruta y con todos los productos necesarios para no tener que buscar nada en el exterior.

    Pero el trabajo no ha de hacer que sea olvidada la oración, sino que esfuerzo muscular y súplicas al Altísimo han de ir hermanados. San Basilio, recordando al Apóstol, nos dice que se debe orar y trabajar constantemente. A la mañana, dadas gracias y hecha pública la oración, los monjes impetraban la necesaria agilidad de manos para que, mediante la ayuda divina, la obra redundase en provecho del alma y del cuerpo. Obras de Dios cuando dedos y manos hacen labor material con el pensamiento y la intención puestos en Él.

    Las Constituciones de los monasterios basilios españoles ordenan que todos los hermanos concurran a los trabajos y labores de carácter general. Distribución de la tarea mediante módulo de eficacia.

    A diario era fijado el precio de la lana a laborar y se distribuía entre coristas y legos, estando ordenado que éstos trabajasen dos terceras partes de lo que cualquier oficial debiera trabajar, y aquéllos una cuarta parte menos que los legos.

    Ordenación del trabajo, que quedaba comprendida dentro de las ordenaciones disciplinarias. Disciplina y buen orden monástico. Regulación de cuantos extremos pudieran afluir a la relajación. San Pacomio ordena en sus Reglas que ningún monje ose comer fuera del orden disciplinario uvas o espigas no maduras o granadas. Que de nada de cuanto hay en los campos y en los manzanos comiese un monje apartado de los demás hermanos. Presentación común de los alimentos para que todos en unión los consumiesen.

    El abad era el único que quedaba exento de trabajar manualmente porque, según las Reglas de San Aureliano, era más conveniente que se dedicase al estudio, mediante el que, a diario, podía enseñar y amaestrar a los otros monjes.

    Organización modelo la de los antiguos monasterios, donde se desarrollaba en perfección la comunidad de pensamientos y de labores. En el recoleto apartamiento, la busca de luces para el alma, la práctica del bien, la superación de lo humano...

    San Fructuoso ordenó que en primavera y en verano comunicase el prepósito a los decanos, una vez dicha la oración de prima, cuál trabajo había que realizar. Los decanos lo participaban a los hermanos, y éstos, provistos de las herramientas, decían la oración en común. Terminada ésta marchaban rezando hacia el lugar de trabajo. A tercia volvían hacía la iglesia para la oración correspondiente. Después de rezada la nona, si las necesidades del trabajo lo exigían, se volvía a la labor hasta el oficio de duodécima. En otoño y en invierno se leía hasta tercia y se realizaba el trabajo hasta nona.

    Trabajo que no permite sino la completa dedicación, también de orden espiritual. San Fructuoso recomendaba que durante las horas de labor no se dijesen cuentos ni se dieran a risas o a juegos, sino que todos se entregaran a la oración mental. Uno de los hermanos, libre de ocupación y buen lector, debía leer durante las segundas tres horas de trabajo. El silencio como ideal en los monasterios. Las Constituciones benedictinas españolas lo tienen por insuperable. A este respecto son notables las de San Millán de la Cogolla, que indican las seña les por las cuales habían de entenderse entre sí los monjes.

    Los monjes no podían ostentar ropas lujosas ni calzado que recogiese excesivamente prieto el pie. Razones espirituales en el consejo de sobriedad, como en el que se refería a los olores delicados, para ellos proscritos. Los benedictinos, además de las dos túnicas obligatorias, debían tener dos cucullas (tocado que cubría la cabeza y nuca) y un escapulario para el trabajo (especie de casulla que llegaba hasta la cintura, con medias mangas para que los brazos quedasen libres).

    Los bienes de monasterio, tanto si eran fruto del trabajo como procedentes de donaciones, merecieron siempre el máximo cuidado. El mismo custodio de las herramientas guardaba en arcas los bienes que eran susceptibles de ser conservados en ellas. Bien provistos de bienes los monasterios españoles de las primeras centurias de la Edad Media, la Congregación vallisoletana dedicó gran parte de sus estatutos al gobierno, administración y garantía de bienes y haciendas. De la administración se encargaban depositarios y mayordomos. Las enajenaciones de bienes raíces debía autorizarlas el padre general previa consulta a los padres del Consejo.

    DOCTRINA DE SAN ISIDORO

    En la directriz de San Benito, la obra de San Isidoro, nuestro máximo sabio medieval, va impregnada de un gran espíritu de reforma. El que lanzó sus anatemas sobre la casta de los falsos monjes, los circunceliones, comprendía que la vida del que se recluía en un monasterio era lucha contra todos los pecados capitales. Se ha dicho que el monasterio de este santo era campamento de gimnasia espiritual, a la vez que casa de la oración y del trabajo. Y lo poético en acentuación al paso de las horas en la quietud monacal. La austeridad de vida peraltada en continuidad, pese a la riqueza que el monasterio pudiera encerrar. Porque cuanto adquiere un monje no lo adquiere para sí, sino para el monasterio.

    En la Regla de San Isidoro se ve latente su espíritu de reforma, la evolución de la legislación monástica. Su sistematización de tradiciones y de costumbres va destinada a que todos conozcan cuáles son sus obligaciones para la mejor disposición de vida. Llevando por guía a San Pacomio, él desarrolla sus prescripciones, en las que no puede frenar el torrente de su saber ni la grandeza de su estilo. Y, pese a su propósito de remansarse en lo rústico y plebeyo, su estilo se desborda en grandeza al regular la vida en el monasterio, al prescribir obligaciones a esos monjes que han de someterse a la convivencia y austeridad debida y no buscar la reclusión en una celda, porque esto les llevaría a la constante ociosidad, a la vanagloria y, acaso también, a caer en el vicio.

    El abad como ejemplo en el monasterio, que prescribe y norma reglas y conductas. En su vida debe ofrecer a los monjes el modelo a seguir y con su perfección observante demostrará que antes de ordenar cumple. Que siempre es eficaz el no ordenar cosa alguna que no haya sido practicada con anterioridad por el ordenador. Ha de emplear el abad el mayor tacto en sus subordinados, animando y exhortando a cada uno de ellos según su temperamento y necesidades. Ante todo, justicia escueta para con sus súbditos, desprendiéndose de todo prejuicio o incitación que pudiera valorar falsamente la acción o conducta sometida a su discriminación.

    Al frente de los religiosos operarios el prepósito, prior y procurador, quien distribuye el trabajo, ordena a siervos y familiares, administra los bienes del monasterio y ostenta la representación de los derechos a ellos referentes ante los Tribunales. A sus órdenes queda el celario o despensero de provisiones.

    Afianza San Isidoro el mandato de que el monje sea modesto en el vestir. No puede invocar su castidad aquel que adorna su carne y tiene un andar desenvuelto. Pero los hábitos no han de ser demasiado mezquinos "para que no engendren tristeza en el corazón ni sean incentivo a la soberbia".
    En su monasterio se tocaba a maitines a la medianoche. Rezos durante más de una hora, para volver al lecho hasta el amanecido, en que se volvía al coro. Durante el día la salmodia alternaba con el trabajo, A las nueve, a las doce, a las tres y a las seis el campanil anunciaba tercia, sexta, nona y vísperas. A poco de ponerse el sol, tañido de completas. Se perdonaban los monjes con el ósculo de paz, absolvía el superior y, luego de la despedida, marchaban cantando hacia el descanso. El resto de las horas del día lo pasaban en el trabajo, pues "el que llega al monasterio no va para hacer el vago y comer a costa de los otros, sino a trabajar rudamente".

    LA RUTA ESPIRITUAL

    La hermana agua influyendo en la determinación del monasterio. El agua que ha de fecundar bancales sobre los que el monje realizará el ideal de trabajo en beneficio de la comunidad. Imperativos de los preceptos del Códice: "Vivamos como si hubiéramos de morir esta misma noche. Trabajemos como si hubiéramos de vivir eternamente". Trabajo en alternativa con el goce de la lectura, que guía por rutas espirituales cuando no contrarresta el efecto de la oración. Señorío del espíritu.

    La Iglesia se supera de influjo con el Monacato y la cogulla monacal es en España signo de creación. La sociedad medieval recibe de los monjes dirección y enseñanza, aliento y estímulo. El monasterio coloniza, abre cauces al trabajo, conserva y difunde la cultura. Monjes blancos de San Bernardo y monjes negros de San Benito coinciden, creadores, en beneficio de los núcleos sociales que se forman en torno al monasterio o se encentan hacia la prosperidad al consejo de quienes bendicen y capacitan.

    Guerreros y monjes en actividades conjuntas de creación y de asentamiento. A veces, el monje se trueca en guerrero o se da a Ordenes en que la oración ha de "acompañarse con el grito de guerra". La ruta espiritual se abre entre chocar de hierros y resonar de la trompetería. El caudillo lleva en su cohorte religiosos que, apenas sosegadas las cabalgaduras, toman posesión de la tierra propicia y trazan los planos de los cenobios, de los monasterios.

    Desde la raya galaica el empenachado de torres, nuncio de la constitución y funcionamiento del monasterio. Colmada de nombres gloriosos, con eco en la Historia, la lista: Santo Tomás, en Avila; Oña, Fresdeval, San Quirce, San Pedro de Cardeña, San Pedro de Arlanza, Santo Domingo de Silos, en Burgos; Husillos y San Zoilo de Carrión, en Palencia; Escalada, Sahagún y Eslanza, en León; Santa María del Parral, en Segovia; San Juan del Duero, en Soria; Moreruela, en Zamora... Y tantos otros como van jalonando rutas terrestres y celestiales.

    El monje que trabaja en la huerta y tiene prescritas sus obligaciones para con los frutos y para con las plantas, labora igualmente en el scriptorium en recobro de la cultura y en su afianzamiento. Los períodos clásicos conservados por los calígrafos, iluminadores, miniaturistas. Superación científica y artística. Copistas de la sabiduría contenida en la Patrística; de la Historia, la Filosofía y la Poesía clásicas. Y de la nueva cultura creada mediante el acervo de Grecia y de Roma. Y del Oriente. Conservación en toda su pureza de esos legados formativos. El oro y el minio resaltando la valía de los textos. Ruta espiritual que prolonga el monasterio depositario de la cultura y del arte; del trabajo que exige pericia técnica y de aquel otro en que la inteligencia no precisa excesiva redituación.

    ARQUITECTURA Y LITURGIA

    La vida monástica genera toda una arquitectura que, con su variedad ornamental, quedará por los siglos como permanente oración que supla la circunstancialidad de las preces humanas. Naves majestuosas cuya penumbra acentúa la grandiosidad de la oración, por las que cruzan los monjes con abstracción de todo lo humano. Arcadas que se trenzan en finuras de la crucería, resaltando la levedad del columnario. Tracería de las dovelas, de las ménsulas, de los capiteles, de las girolas. Policromía de los vitrales... Por entre ellos, la voz plena de seguridades que nos reitera la nada de lo humano:

    "Toda carne es heno, toda su gloria como flor del campo. Se secó el heno y cayó la flor... Pero la palabra del Señor permanece eternamente..."
    A la excelsitud de la doctrina, la grandiosidad de los templos en donde esa doctrina ha de ser reiterada. La arquitectura unida a la liturgia en alabanza de la Divinidad. Desde el foco cosmopolita de Santiago de Compostela a las influencias mozárabes; desde la pureza del románico a la transición propagada por el Cister, los estilos conjuntan sus particularidades ornamentales, sus principios constructivos. De la grandiosidad de los monasterios medievales alzados en territorio español presentaremos algunos testimonios en este trabajo. Bastarán como indicativo de lo que fue el tesoro monacal español.


    Última edición por ALACRAN; 02/11/2020 a las 14:57
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Monasterios españoles medievales más renombrados

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    San Esteban de Rivas del Sil (Prov. de Orense)

    Provincia superada de tesoros artísticos es la de Orense, que cuenta con la maravilla de Osera, calificado de Escorial de Galicia; Santa Comba de Bande, de proporciones soberanas; San Pedro das Rocas, al que se le supone de tiempos de la dominación sueva en Galicia; San Rosendo de Celanova, de tanta pureza arquitectónica; Sobrado de Manzanero, en donde lo románico parece acrecer sus matices... Superando la belleza de estos monumentos, presenta la suya el monasterio de San Esteban de Rivas del Sil, levantado sobre abismáticas gargantas lamidas por las aguas del Sil, el río de las auríferas linfas.



    Supera de ascetismo el paraje en donde se halla este monasterio, que ha sido estimado como el más bello de toda la provincia y hasta el que llegaron un día los acentos de la Salve que ideara en el soberbio monasterio de Sobrado de los Monjes San Pedro de Mezonzo, actualmente ruinas grandiosas que esperan, como las San Esteban de Rivas del Sil, su completa reconstrucción.

    Los monjes de Santo Franquila, según el testimonio de Flórez, deseaban, antes del año 1000, repoblar el roquedo aledaño al río Sil. En las fuentes del Tambre, en altiplano de suaves colinas, hallaron el lugar apartado en donde habían de encerrar sus vidas. Allí surgió el monasterio al que hoy se llega con el convencimiento de pronta restauración. Tres soberbios ábsides del más puro estilo románico se muestran al viajero, como nuncio de las bellezas que a poco contemplará. Los ábsides ofrecen la particularidad de que Jos dos laterales son más elevados que el central.

    Da acceso al monasterio una preciosa portada. La espaciosa iglesia es de tres naves románicas. Tres claustros se ofrecen a la contemplación: El llamado grande, que responde al modelo renaciente adoptado en muchos monasterios y que solía componerse de dos pisos, el bajo con arcos de medio punto sobre columnas exentas y el alto con columnas, zapatas y dinteles de piedra. El pequeño presentaba magníficas columnas dóricas. Corresponde en matices y belleza el llamado de los Obispos, que es románico en el piso inferior y ojival en el superior. Sobresale en belleza la preciosa cornisa con crestería, y en todo él la armonía de las líneas se aduna al ascetismo del recinto por donde pasearon un día sus renunciaciones varios obispos que a lo recoleto del monasterio llegaron tras de abdicar su jerarquía: Ansurio y Bimarasio, de Orense; Gonzalo Osorio y Froalengo, de Coimbra; Servando, Vilinepo y Pelagio, de Iria; Alfonso, de Astorga, y Pedro, de sede desconocida.

    ***


    San Juan de Corias (Asturias)

    El día 3 de enero del año 1022, correspondiente a la era 1060, según el testamento de los condes fundadores, fue colocada la primera piedra del que fue monasterio de San Juan de Corias, entre los pueblos de Cangas y Tineo. El conde Piñolo Ximénez y su esposa, doña Aldonza Muñoz, fueron los fundadores en el reinado de Don Bermudo III. En 1043 ya tuvo su primer abad de la Orden de San Benito. Llamábase Arias y llegó con varios monjes procedentes del monasterio de Eslonza.



    El monasterio de San Juan de Corias, en el que se conservaba una de las bibliotecas más selectas de España y un tesoro de manuscritos, pertenecía a la arquitectura incluida en lo que se ha llamado período de esplendor del arte asturiano, que se expresa principalmente por sus bóvedas con arcos de refuerzo, los contrafuertes y pilares compuestos. Su claustro llevaba bellas arcadas de medio punto.

    Este monasterio, en donde estuvo enterrado el rey Don Bermudo, fue de los más ricos que tuvo la Orden, y desde el Duero al Océano se extendían las propiedades de sus monjes, así como las moradas de sus vasallos. Los fundadores les habían dejado numerosos siervos, esclavos y esclavas, los que gozaron de completa libertad en virtud de la cláusula Servos et monasteria.

    Los monarcas favorecieron constantemente a este monasterio, al que le enajenaron otros monasterios que fueron: San Miguel de Bárcena, fundado por el conde don Vela; Santa María de Miedes, fundado por don Ariaz Feliz; San Miguel de Cañero, erigido a devoción de don Sancho Ximénez; San Salvador de Zibuyo, edificado por Alvaro Bermúdez; San Juan de Vega, que lo fue por Rodrigo Alfonso; San Tirso de Cangas, debido a dos caballeros de los linajes de Tello y Trotinos; San Martín de Siloyo, en el Concejo de Navia; San Esteban de Mantares y San Acisclo de Mare Mortuo, fundados por Flagino y Todisla...

    ***


    La Oliva (Navarra)

    La majestuosa fábrica de este monasterio se alza cerca del pueblo de Carcastillo, en la Navarra ribereña. Colosal obra arquitectónica erigida por los monjes bernardos, los magnos arquitectos de la época. Este monumento, cuya armónica fachada presenta dos bellísimos rosetones colocados en forma original a escasa distancia del suelo, fue fundado por el rey de Navarra García Ramírez el Restaurador, el año 1134, siendo de los primeros monasterios españoles que se construyeron en vida de San Bernardo. La fundación se llevó a efecto donando el rey a don Bertrando, abad de Scala Dei la iglesia de La Oliva, en el pueblo de este nombre, y las villas de Encisa y Castelmunio, con sus tierras de labor y de pastos, casas y molinos. En laudes por su exaltación al Trono, la donación.



    Don Bertrando, acompañado de tres monjes, se trasladó a La Oliva, en donde admitió a otros once hermanos. Las obras fueron comenzadas por el ábside central. Treinta y cuatro años duraron las obras, las que fueron terminadas por el abad don Aznario de Falces, en el reinado de Sancho el Fuerte. La inauguración, que fue festejada con notables fiestas y gran entusiasmo, tuvo lugar en 13 de julio de 1198.

    Impresionante es la fachada de este monasterio. Abocinada y levemente apuntada, lleva doce archivoltas en degradación, que arrancan de otras tantas columnitas. El tímpano es sencillo y está adornado con un crismón. Por encima del pórtico se desarrolla la imposta, con canecillos y hojarasca, que es el único adorno de esta portada que sigue en todo el precepto bernardista de la sencillez. Los rosetones laterales, a cuya belleza ya hemos aludido, llevan arquillos entrecruzados, que arrancan de diminutos capiteles, con variedad de adornos.

    Por valiosas puertas con taracea en hierro y geométricos dibujos mudéjares se pasa al interior, en el que se presenta en todo su esplendor el gótico primario, con tales muestras de belleza que no admite superación de parte de otras manifestaciones del arte del Cister. Tres naves majestuosas retienen la atención por sus proporciones. Setenta y cuatro metros de longitud por 39 de crucero. La central, de gran altura, está iluminada por ajimeces de dos y de tres parteluces de gran sencillez. Las laterales son más bajas que la central y llevan ventanas abocinadas.

    Cinco ábsides con las correspondientes capillas ábrense a la nave del transepto, siendo planas las laterales y semicircular la del presbiterio. Se tiene por seguro que la construcción de este monumento comenzó por el ábside central, completamente románico, acusado principalmente por su bóveda esferoidea en cuarto de sección. Las otras bóvedas indican el estilo ojival en la iniciación del cambio del románico.

    El altar mayor fue reconstruido con arreglo al primitivo románico. Es de bronce policromado, con bellísimos esmaltes y numerosas figuritas que van en hornacinas semicirculares, que se distribuyen por el frontis y la retrotábula, fija sobre la mesa del altar, de idéntica forma a como se dispone en los típicos ejemplos del románico. Es notable el hecho de que este altar no lleva sagrario, conservándose el Santísimo en un estuche que está suspendido de una cadena que sostiene un ángel.

    El claustro puede calificarse de modelo de trazado y de construcción. Consta de cuatro galerías, cada una de las cuales lleva seis arcadas ojivales con finísimos parteluces y variadísimas rosas polilobuladas, que se apoyan en pequeños arcos trilobados, de gran esbeltez y elegancia, con caprichosa encajería.

    A una de las galerías se abre la sala capitular primitiva, que se conoce por "La Preciosa", que se estima como la joya del monumento, que en su exterior presenta cinco robustos arcos de medio punto con molduras de toro, que sirven de ingreso al central. Todos están apoyados en columnitas. El interior lo forman seis tramos completos y tres medios, que forman amplía bóveda de escasa altura, con nervios diagonales que apoyan en columnas adosadas a los muros y recaen al centro en cuatro columnas cuya delgadez contrasta con los grandes capitales, lo que resalta la atrevida concepción de la obra, el esplendor del estilo y la pericia de los constructores.

    ***


    Santa María la Real (Prov. de Logroño)

    Nájera gozó de la predilección del rey García VI, que en ella tuvo su corte y le otorgó privilegios. En su beneficio, dádivas y fundaciones, siendo la más notable de todas la del monasterio de Santa María la Real en 1052, en cuyo artístico recinto ordenó que fuera instalado el panteón en donde reposarían sus restos, en la nobilísima compañía de otros reyes y magnates.



    Reiteración del hecho taumatúrgico: Un día del año 1044 bajaba Don García de la ciudad, que estaba situada en la altura, cabe el Alcázar, y se dirigió hacia las arboledas que ponían bordura al río Najerilla. Vio cómo surgía una perdiz y lanzó en su captura el azor. Atravesaron las aves el río y con ellas el rey a caballo. Al llegar al monte descubrió una cueva que estaba cubierta de ramaje. Penetró en ella por creer que allí estaría la perdiz y divisó una admirable imagen de la Virgen con el Niño, la que se encontraba sobre tosco altar, ante el que había una basta jarra de azucenas. Al pie de la sagrada imagen perdiz y halcón se hallaban en amigable compañía.

    Decide Don García perpetuar hecho tan asombroso y sobre el propio terreno de la cueva mandó construir un monasterio, y también en memoria instituyó una Orden de caballería, que fue la primera que hubo en España, la Orden de la Terraza, que llevaba como divisa una jarra con azucenas. A los monjes de Cluny, entonces los arquitectos de mayor renombre, encargó el rey la construcción del monasterio. Con sumo interés vigila Don García los trabajos, avivando también a sus nobles que con él presencian cómo se va levantando la ingente fábrica, que es inaugurada oficialmente el día 12 de diciembre de 1052. Brillante concentración ese día de magnates, prelados, príncipes. El mismo conde de Barcelona, don Ramón Berenguer el nombrado, acude para compartir el gozo del rey, que un día habría de llegar al monasterio por él fundado cubierto de heridas para reposar por toda una eternidad. En Atapuerca el reto fatal.

    El interior de la iglesia, reedificada entre los años 1422 y 1457, presenta el gótico decadente en las tres naves y en la del crucero. Las bóvedas, de sencillez en la crucería, van apoyadas en diez pilares de diversos estilos. En la cabecera del templo, la parte más antigua de la obra, presenta esquinados con pequeñas columnas adosadas a estilo románico; en el crucero y centro de la nave mayor son de sección cuadrangular y las columnitas ojivales; al pie de la iglesia, los núcleos cilíndricos con molduras adosadas indican la decadencia del estilo.

    Un triforio de gran atractivo, con huecos triangulares curvilíneos, circunda parte del paramento interior. En los extremos del, transepto se abren dos balconajes platerescos.

    En la antigüedad existieron dos coros, alto y bajo. Este desapareció para ampliar la iglesia, quedando el alto, que es diputado como la joya del monasterio. En él existe una sillería de estilo gótico flamígero, con profusión de formas geométricas en los respaldos. Los capiteles y templetes, de delicioso dibujo; la ideal crestería, el encaje, en fin, del conjunto, forma fondo a las bandas, en donde va el escudo real. La silla abacial acrece riqueza y motivos estéticos, y en su testero se acusa la figura del rey Don García bajo un elevado cimborrio.

    El claustro presenta finos calados en sus ventanales. Verdadera obra de filigrana en la piedra, que asombra por la levedad de las proporciones y lo delicado de la ejecución. El interior es gótico, con bóvedas de crucería y floridas estatuas sobre repisas y bajo doseletes.

    Numerosos son los enterramientos de este monasterio. Al pie de la iglesia se halla el panteón real, recinto abovedado en el que se disponen en hilera los sarcófagos del rey fundador, de su hijo Don Sancho el de Peñalén, las de sus respectivas esposas, Doña Estefanía y Doña Clara Urraca, y las de otros personajes reales hasta el número de treinta. Y otros enterramientos existen en el presbiterio y en la histórica cueva origen de la fundación de este monasterio, en el que se personifica toda la grandeza de la ciudad que, con las muertes violentas de Don García y de su hijo Don Sancho, vio fenecer su hegemonía.


    ***


    Sigena (Prov. de Huesca)

    A unos diecisiete kilómetros de Sariñena se halla el monasterio de Sigena, el que fuera fundado por Doña Sancha, esposa del rey Alfonso II de Aragón. Cerrando plano con la iglesia, un conjunto de edificaciones de orden menor: Molinos, graneros, rústicas viviendas...



    Templo románico, con planta de cruz latina, al que da acceso portada que está formada por trece arcos abocinados, sustentados en igual número de columnas. Una vez en el templo, aviva la atención del visitante el románico panteón real, en el que reposan la reina Doña Sancha y sus hijos Don Pedro II y las infantas doña Dulce y doña Leonor. Un admirable retablo, obra de un discípulo de Pedro Aponte, y que fué mandado hacer por la priora doña María Ximénez de Urrea, completa el atractivo del templo, cuyo coro, de atrayente sencillez, tiene sillería gótica. Son notables las pinturas murales del presbiterio, no obstante algunas alteraciones por obra de reformas mal meditadas.

    El templo comunica directamente con el claustro, en el que se halla la Sala capitular, o Sala pintada, que presenta bellísimas pinturas murales y soberbios artesonados. Muy reducida capilla a ella adscrita nos presenta un artístico sepulcro de alabastro, atribuido a Forment. Otras capillas están dispuestas en el claustro, en donde se exhiben retablos de notable factura, siendo los de más valor el cuatrocentista de Luis Borrassá y el plateresco. El palacio prioral presenta el gran salón cuyo elogio ha sido hecho por el maestro Lampérez: "La armadura de la sala prioral de Sigena puede calificarse de francesa-mudéjar; francesa por la forma general (cañón de arco apuntado, con tirante), y mudéjar por algunos detalles de la ornamentación (estrellas, lazos, cordones, etc.). En una cornisa con canecillos sobresalen grandes zapatones terminados en cabezas de peces, talladas, que apean gruesos tirantes. Corresponden a estos sendos arcos o cañones apuntados, entre los cuales se tiende un artesonado muy poco profundo, ricamente ornamentado. Pertenece esta obra al tránsito del siglo XIII al XIV, pues en las pinturas están los escudos con las lises de doña Blanca de Aragón y las barras de doña María Ximénez de Urrea, monja y priora, respectivamente, del monasterio de Sigena en la citada época".

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    Última edición por ALACRAN; 02/11/2020 a las 18:25
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    Re: Monasterios españoles medievales más renombrados

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    Santa María de la Huerta (Prov. de Soria)

    Como una confirmación de que los monjes de nuestro Medievo fundaban sus magnas residencias en lugares propicios, la vegetación adensa sus componentes para enmarcar, con rumores del agua que hace posible la transición del paisaje, el monasterio de Santa María de la Huerta. Los restos de la gran cerca que aún persisten nos dicen que estamos ante una grandiosa posesión monacal, de aquellas que hicieron famoso un nombre y dejaron bien marcada una influencia.



    La construcción de este monasterio, en las tierras de Soria que Antonio Machado cantara nostálgico, data del siglo XII. Su iglesia muestra una gran nave central y dos laterales. En su capilla mayor se hallan los sepulcros de don Rodrigo Ximénez de Rada y de San Martín de la Finojosa, así como los pertenecientes a los primeros duques de Medinaceli. El coro tiene bella sillería de gran valor. Sobre el facistol, una imagen de la Virgen, que sabe de fragores guerreros, ya que acompañó al famoso don Rodrigo, el que cercano a ella yace, a la grande y decisiva batalla de las Navas de Tolosa.

    Dos patios rebosan de belleza: el de los Caballeros, del siglo XIII, en el que están enterrados varios nobles que protegieron el monasterio, y otro que pertenece a la decimoséptima centuria. El primero es un espléndido testimonio renacentista español.

    El primer abad de este monasterio fue Rodulfo, al que acompañaban varios monjes franceses de la Gascuña, región incorporada a Castilla por el matrimonio de Alfonso VIII con Doña Leonor. Desde la abadía de Cántabos, que sabe de su buen gobierno, pasa Rodulfo a regir Santa María, en donde su fama se aureola de santidad y sabiduría. Renunció al Obispado de Sigüenza para volver al monasterio de que era alma. Le sucedieron, hasta 1832, fecha infausta para la religiosidad y la cultura nacionales, 106 abades, que supieron de esplendores y acertaron a dar continuidad a la obra histórica realizada por sus compañeros de Orden. Ellos administraban los bienes que incrementaron las donaciones de Reyes y magnates, entre los que sobresalieron Alfonso el Batallador y Alfonso VIII.

    Poseyó este monasterio una magnífica biblioteca, para la que sirvió de base la de Ximénez de Rada, y que Lafuente hace ascender a 15.000 ejemplares. Biblioteca que fué desvalijada en el ladino aprovechamiento del gran error antimonacal del siglo pasado, siendo destrozados o vendidos al peso los incunables, los libros de coro, los manuscritos, los códigos...

    En la evocación del pasado, en el recuento de grandezas que fueron, ha de ocupar lugar preferente el monasterio de Santa María de la Huerta, hasta el que llegaron los reyes para sus capitulaciones y en el que fueron ultimados convenios de importancia.

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    Sahagún (Prov. de León)

    Monasterio de renombre justificado, ya que su poder y su influencia alcanzaron extensa e importante área. Matriz del Cluny en España, en él quedaron testimonios de arte que le situaron entre los monumentos señeros de un período arquitectónico pleno de aportaciones.



    Se ha estimado como de remoto origen a este monasterio, pues que ya sufriera depredaciones de los sarracenos en las centurias novena y décima. En esas épocas debió de ser basílica astur o mozárabe. La reedificación de su fábrica se atribuye a Guillelmus maconnerius.

    Iglesia de tres naves, con tres ábsides, crucero y cimborrio con aguja. Pilares compuestos para bóvedas de arista y de cañón, a la borgoñona. El crucero presenta abovedado de cañón en ladrillo. Preponderancia de este material en la obra. Se cree que las naves, así como los tramos segundos del crucero con crucerías cupuliformes, estuvieron techados también con ladrillo.

    El monasterio fué predilecto de reyes,que en él se albergaron y al que otorgaron cuantiosos beneficios. Prosperidad en progresión hasta el siglo XV. Sus dominios se extendían desde las costas del Cantábrico, en la antigua provincia de Liébana, hasta las orillas del Tajo, comprendiendo vastos territorios de las actuales provincias castellanoleonesas. Cuantiosas fueron sus rentas, calculadas en cinco millones de ducados, rentas repartidas en los prioratos y filiaciones, que dependían de él y que alcanzaban a 130.

    En el siglo XI abrazó la reforma cluniacense.

    Su auge lo alcanza con Alfonso VI, que le otorgó el fuero de la villa. Al amparo de este monarca se organizó un potente señorío de abadengo que tenía más de económico que de político. A las exenciones civiles y eclesiásticas que gozaba el monasterio se unían peligrosos privilegios, ya que creaban a favor del monasterio verdaderos monopolios, con reminiscencia feudal. No sólo se imponían a los vasallos tributos sobre su propiedad, sino que se les prohibía moler trigo, cocer pan, prensar uva, como no lo hicieran en molinos, hornos o lugares de la abadía.

    Los vasallos, que varias veces se rebelaron buscando su emancipación, no contaron con el apoyo real, pese a su tendencia de someterse al domino regio. Así Fernando III reprimió ya una rebelión y su hijo, Alfonso X el Sabio, otra, lo que hizo interviniendo él mismo personalmente.

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    Santo Domingo de Silos (Prov. de Burgos)

    En valle encantador donde parece que el sosiego buscó definitiva morada se alza el pueblo de Silos, en el que es joya preciada el monasterio de Santo Domingo de Silos, donde los benedictinos conservan la pureza de su liturgia. Monasterio de remotísima fecha, seguramente templo visigótico, su fama no ha tenido eclipse, y sus piedras no han sido desmontadas para aprovechar sus materiales, ni fueron catalogadas para su envío a otros países, como aconteció con otros monasterios famosos en nuestra historia.



    Cuando Santo Domingo llegó a Silos, desde su antiguo monasterio de San Millán de la Cogolla, sancionado por su virilidad al negar al rey los tesoros que en ese lugar se encerraban y que pertenecían a los bienes propios, halló un monasterio en ruinas, que era conocido con el nombre de San Sebastián de Silos. Se encargó de su restauración con el propósito de dar continuidad a la Orden benedictina y de situar en aquel lugar un centro influyente y ejemplar. Con la ayuda del rey de Castilla Fernando I se decidió a la empresa. El prodigio lo vió el siglo XI.

    La iglesia fué un admirable ejemplar del románico, la que no ha llegado en su prístina traza, porque su ruina, o acaso el afán de renovación que tantos atentados artísticos perpetró, obligó a levantar en el siglo XVIII el edificio actual, que carece de gran valor artístico, si se exceptúa la joya del claustro, reputado como el más artístico de cuantos fueran construidos en una época pictórica de logros.

    El claustro es todo Santo Domingo de Silos y sobre él se han mostrado unánimes los arqueólogos: Es la obra más bella producida por el estilo románico. Por los hallazgos de los años 1915 y 1917 se sabe que parte del mismo procede del siglo XI. Sobre la data y el estilo ha sido prolongada la controversia.

    Arquitectónicamente es obra de arte occidental, amoldándose su disposición a las normas clásicas de las abadías benedictinas: Al Norte, la iglesia; al Este, el capítulo; en las otras direcciones, las restantes y características dependencias monacales.

    El arte ornamental, que profusamente se extiende, es eminentemente oriental. Los constructores se inspiraron en los dibujos de los tejidos persas, en los marfiles árabes, en las pinturas de influencia bizantina. Impregnación de orientalismo con influjo de Córdoba, la amada de los Califas. Ramajes, animales fantásticos, monstruos... Maravilla de combinaciones en una serie magistral, que hace sospechar si los tracistas fueron árabes puros. Aunque otros investigadores, fijándose en los trenzados rúnicos de los ábacos, mantienen que fueron artistas cristianos los autores. Como quiera que sea, es innegable el influjo oriental.

    El cuadrilátero que forma el claustro mide treinta metros de lado y consta de sesenta arcos en cada una de sus plantas. Descansan los arcos en columnas dobles, y el decorado de los capiteles no se repite en ninguno de ellos. El orden de construcción puede ser seguido por los motivos decorativos utilizados y la forma en que han sido interpretados. El árbol de la vida y de la muerte, motivo reiterado en templos medievales, es tema general en los capiteles situados al Sur y al Oeste. Superación de los capiteles del claustro bajo que muestran más belleza que los de la galería superior, con ser éstos bellísimos.

    El artesonado de la galería inferior del claustro va decorado con curiosas escenas de la vida en la época en que fueron trazados, y el humorismo está latente en esa captación directa de momentos transformadores en la vida de los pueblos.

    Silos ofrece el encanto de un retorno hacia épocas lejanas en que se buscaba la armonía. La liturgia se observa en ese monasterio con todo esmero y las ceremonias religiosas se revisten de insospechado esplendor. Cantos conservados con toda su fuerza interpretativa, con la belleza original. Himnos antañones, melodías de los siglos X, XI y XII, con la entonación apropiada, con la unción de tiempos en que lo espiritual predominaba en unidad, sin los postizos y falseamientos originados en el trueque del verdadero pensamiento por obra de la soberbia.

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    San Víctorián (Prov. de Huesca)

    Se reputa a este monasterio como el primero de cuantos hubo en España. A siete kilómetros de Aínsa, y en las cercanías de Peña Montañesa, fué edificado este monasterio, conocido primeramente por Asanense. Se cree que su fundador fué Gesaleico, el año 506, opinión que rechazan los que atribuyen su paternidad al mismo San Victorián, cuando, forzado por su modestia, rehuyó los clamores de la fama conquistada con sus predicaciones en Italia y en Francia y buscó entre las roquedas del Pirineo un lugar en donde ocultarse y poder entregarse totalmente a la oración.



    Los árabes destruyeron el primitivo monasterio; pero, conquistado Aínsa por los montañeses y fundado el reino de Sobrarbe, Don Sancho el Mayor lo restauró en 1015, deseoso de que a él se reintegraran los monjes que habían huido a Santa Justa y Rufina con el cuerpo de San Victorián. Ramiro I terminó la obra que su padre había emprendido con tanta decisión y cariño e hizo del monasterio capilla real.

    En este monasterio se acumularon privilegios y donaciones de los reyes de Aragón y después de los monarcas que reinaron en toda España, distinguiéndose en su afecto Felipe III, Felipe V y Carlos III. El segundo de estos soberanos edificó el templo, que es de gran amplitud, con predominio del barroco. En los extremos del presbiterio se alzan las estatuas de ese rey y de su esposa, Isabel de Farnesio. En el crucero, al lado de la Epístola, un mausoleo guarda las cenizas de Iñigo Arista y del rey de Sobrarbe y Ribagorza, Don Gonzalo.

    A este monasterio unió a fines del siglo XI Sancho Ramírez el de San Pedro de Tabernas, nombre tal vez degenerado de Cavernas, que fué de los primeros de España. Las escrituras originales de San Pedro de Tabernas se conservaron en San Victorián. Entre ellas había una perteneciente al año 962 y que se refería a una donación hecha a ese monasterio por los reyes Don Sancho y Doña Urraca. En ella figuran tres hijos de esos reyes con los nombres de García, Ramiro y Gonzalo, que son distintos a los que los historiadores les atribuyen. No se ha aclarado a qué ha sido debido este trueque de los nominativos.

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    Santa María de Pedralbes (Barcelona)

    Monasterio de gran belleza fué éste que, protegido por fuerte muralla, se muestra en Barcelona. Su fundación es obra regia, según el testimonio de Bofarull, en su Historia de Cataluña: "La última esposa de Jaime II, Doña Elisenda de Moncada, fundó el monasterio en 1323. A la muerte de su esposo se encerró en el convento, llevándose en su compañía a catorce señoras catalanas y dotando de suficiente renta al establecimiento para mantener dignamente a las nobles religiosas y a doce sacerdotes y frailes franciscanos para la conservación del culto. Allí murió Doña Elisenda..., allí se guardan sus cenizas".



    Para albergar a la representación de la Orden de Santa Clara fué levantada la admirable fábrica; trazó los planos Abiell, uno de los grandes arquitectos de la época. Pedralbes, con dos conventos y una iglesia. Uno de los conventos, con clausura, estaba destinado a las religiosas; el otro, a los franciscanos. Además, y en forma separada, se dispusieron las habitaciones de los clérigos que completaban el conjunto religioso, todos los cuales estaban sometidos a la jurisdicción de la abadesa, que gozaba de grandes privilegios.

    Los claustros, de sobrias líneas, tienen parte inferior y parte superior, con columnas y arcos ojivales. En la primera capilla de la iglesia, por la parte de la Epístola, dos urnas retienen la atención del visitante. En ellas se hallan los restos de la condesa de Cardona y de doña Leonor de Pinós, ambas pertenecientes al siglo XIV. En esa misma iglesia, y como regalo de Santa Isabel, hay un breviario que está unido a una fuerte cadena de hierro y que va así dispuesto "para quien quisiera rezar y distraído no lo mudara de sitio".

    Extraordinario mérito tienen los decorados de la celda que perteneció a la abadesa, cuyo recuerdo permanece latente, sor Francisca de Portella, obra del pintor Ferrer Bassa, y cuyos muros están llenos de misterios, glorias, ángeles y santos. Las igualan en mérito las pinturas del coro que dejara Arnau Bassa en el año 1452.

    Los reyes y las familias más linajudas de Aragón y de Cataluña protegieron este monasterio, en el que la Regla sufrió una modificación, haciéndola más llevadera para la comunidad, compuesta por damas de nobleza probada. Las cuantiosas rentas, las grandes propiedades del monasterio dieron gran poderío a la abadesa. Las Crónicas de la abadía nos dicen que dentro de su recinto llegaron a contarse más de cuarenta esclavas dedicadas al servicio de las religiosas.

    A la muerte del príncipe de Viana (1461) comenzó a decaer el monasterio de Pedralbes. La guerra entre Don Juan II y Cataluña obligó a las religiosas a salir de sus claustros y cuando regresaron a ellos el estado de su hacienda era tan precario que para poder hacer frente a necesidades perentorias tuvieron que vender los objetos de plata.

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    San Millán de la Cogolla (Prov. de Logroño)

    A 15 kilómetros de Nájera y 35 de Logroño, en el valle de San Millán, en un pequeño declive, se halla un monasterio cuya traza exterior, sin el signo de grandiosidad que es característico en esta clase de construcciones, no da la sensación de belleza que encierra su interior. Este monasterio fué mandado construir por Sancho el Mayor para que en él estuviesen los restos mortales de San Millán, mártir muerto en olor de santidad en el año 564, durante el reinado de Atanagildo. San Millán, Patrón de la comarca, que en tiempos medievales tuvo tanta veneración que sólo Santiago le superaba.



    El rey Don Sancho sentía tanta devoción por él que ordenó fuese construido el monasterio y una preciosísima arca de donde procedían los valiosos relieves de marfil por los que fué nombrado ese lugar en todo el mundo.

    El cenotafio famoso, prodigio de arte, era un arca con tapas de dos vertientes, de vara y media de largo por cinco sexmas de alto, chapadas en oro con diversidad de labores. El marco lo constituían veintidós chapas de marfil esculpidas, representando diversos momentos de la vida del santo. De esas chapas sólo quedaban dieciocho, de ellas doce en España. De las que faltan se sabe que cuatro se hallan en el Museo de Artes Industriales de Leningrado; una en el Kaiserfrederik Museum, de Berlín; otra en el Metropolitan Museum, de Nueva York, y media en el Bargello, Museo Nacional de Florencia.

    El chapado de oro acentuaba su valía con labores de filigrana de un mérito extraordinario, que las hacía únicas en el mundo.

    Las tablas estaban divididas en tres series, por razón de su estilo, asunto y dimensiones. Principalmente se trata en ellas de la vida de Jesucristo y de la acción taumatúrgica del santo fundador. Las primeras de esas placas representan la curación de los ciegos y de los paralíticos por Nuestro Señor; la entrada de Jesús en Jerusalén sobre un asno y el cuadro de la Cena, el más importante de todos. Ha sido reputada esta Cena como la obra más lograda de su época, comienzos del siglo XI.

    Este dictado no lleva nada de hiperbólico, porque la reunión de los personajes que rodea a Jesús, la majestad con que Éste se halla modelado, la armonía del conjunto, la perfección del diseño, los elementos que entran en el exorno, son asombrosos. No puede concebirse obra de mayores perfecciones, ni un dominio de la técnica como el que demuestra el artista que dió a la posteridad tal prueba de maestría artística.

    En la reproducción de escenas de la vida del santo hay también verdaderos aciertos. Uno de los relieves representa a unos miserables prendiendo fuego al lecho del santo, en tanto éste se hallaba dormido; se incorpora aquél y los incendiarios caen muertos; otro relieve muestra a dos ladrones que le roban su cabalgadura, quedando en seguida ciegos, y recobrando la vista cuando devuelven el animal robado; un tercero nos presenta a San Millán distribuyendo vino a los enfermos para sanarlos.

    Curiosísima es la placa en donde se representa la destrucción de Cantabria. La puerta árabe, el almenado, las vestiduras y cotas, los mandobles, los jaeces, están reproducidos con estricto verismo.

    Realismo del artista que para su alarde iconográfico no tuvo modelos, sino que se inspiró en la vida del santo, según la versión de San Braulio. Felizmente, el mundo sabe a quiénes se debe el prodigio de estos marfiles únicos de San Millán. En dos placas, por cierto desaparecidas, estaban los nombres: Enelmiro, Magistro, et Rodolphe, filio, así como el del ayudante, Simoene, discípulo.

    Abonan la capacidad creadora de España estos marfiles, que enlazan perío dos de suma importancia y son capitales . en la historia política y religiosa de nuestra Patria.

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    San Pedro de Siresa (Prov. de Huesca)

    Se acumulan las bellezas del paisaje en el camino que de Hecho va a enlazar con Siresa, el pueblo laborioso que, desde hace mucho tiempo, se activa en una industria singular, la del besque o liga, que extraen del muérdago y de otras plantas.



    En este pueblo existe la iglesia de San Pedro de Ciresa, últimos restos de lo que fuera notabilísimo monasterio, al que ya se retiraran los obispos de Huesca cuando la invasión árabe en nuestro suelo, época en que comenzó a llamarse de Aragón. Durante los siglos IX y X acrecentó su fama, saliendo de él los monjes benitos en 835 para fundar en Ribagorza el monasterio de Nuestra Señora de Alahon, o de la O.

    En el Concilio jacetano celebrado en 1063, en el que fué fijada la sede oscense en la iglesia de Jaca, se unió y anexionó a ella el monasterio de San Pedro de Siresa, con todas sus pertenencias.

    Forma de cruz tiene el templo al que se da acceso mediante dos puertas. La de Occidente está formada por un arco embutido en el final del brazo largo de la Cruz. En el atrio están el lábaro y el escudo real de Sobrarbe con la inscripción: Fundata fuit per illustrissimos Reges Aragonum. En la puerta de la fachada meridional existe una lápida en mármol en la que están esculpidas las llaves y la tiara de San Pedro y la inscripción: Regia S. Petri de Siresa Ecclesia Collegiata, Regum Aragonum Capella Regia.

    Mide este templo 200 pies de largo por 54 de ancho, siendo de elevados techos y todo él de piedra labrada. Magníficos son los retablos del siglo XV que tiene esta iglesia. También es notable el ábside, que lleva sencillos ventanales y potentes contrafuertes.

    Don Sancho Ramírez concedió a esta iglesia el título de Capilla Real, y Don Alfonso el Batallador, que nació en este pueblo, agregó a este monasterio la iglesia de Santiago, de Zaragoza.

    Don Vidal de Canellas, obispo de Huesca y Jaca, visitó Siresa en 1252 y, al ver la situación de este monasterio, ordenó que en él hubiese trece clérigos para el culto, otorgándoles para su mantenimiento la mitad de las décimas labores que tenía desde La Foz hasta la cumbre de los Pirineos. Posteriormente fueron reducidos a nueve de estos sacerdotes, en tiempos del obispo don Guillermo Ponz (siglo XV).

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    Leyre (Navarra)

    La fábrica de este antiquísimo monasterio era nuncio de la grandeza de Navarra, de los tiempos en que ese reino extendía su influencia de Cataluña a Galicia, del Pirineo a la Tierra de Campos. Camino de Europa, Navarra, no solamente prepondera políticamente, sino que deja su influjo también en la arquitectura. Doble función la suya en este aspecto, pues que recoge elementos galicianos para influir a su vez con matices arábigo-españoles.



    Las típicas iglesias navarras suelen tener tres naves abovedadas de cañones paralelos, con crucero (aunque también las presenta sin él) y portadas con tímpanos y arcos esculpidos.

    San Salvador de Leyre pertenece al tipo arcaico, luego audazmente reformado por el Cister, el que derribó las sombrías naves primitivas sustituyéndolas con una única de catorce metros de luz.

    Este monasterio, cuya cripta fué panteón real, tiene origen remoto, siendo uno de los primeros levantados en nuestro suelo. Cuando Iñigo Arista se enfrentaba con los sarracenos, año 848, ya había en él cien religiosos de San Benito. San Eulogio, el máximo doctor, los vió entonando sus preces al pie del peñascal. En el templo románico primitivo estos monjes oraban por la victoria y enseñaban a las gentes.

    En este monasterio trocó Fortunio Garcés el ruido de la gloria por el silencio de la meditación, el brillo de la corona por la sencillez de la tonsura.

    Con Sancho el Mayor, el rey de los hechos hazañosos, culmina el esplendor de Leyre. Toda la gloria del monarca, acumulada en el monasterio. Famosos fueron sus abades, como famosas fueron las solemnidades con que se daba testimonio de la recepción de grandezas. Hacia Leyre caminaban en peregrinación constante quienes sabían lo que el monasterio significaba en la cultura y en el arte. Glorias que iniciaron su decaimiento en 1035, a la muerte de Sancho el Mayor.

    De Leyre marcharon los que fueron alma del cenobio, los monjes de Cluny y del Cister, y con el tiempo sólo quedó de tanto esplendor una hermosa portada, unas naves desiertas con sus muros desnudos y la cripta prerrománica, antiguo panteón de los reyes de Navarra.

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    San Pedro de la Espina (Prov. de Valladolid)

    Es éste uno de los monasterios más visitados de España^ y en el que con mayor devoción permanecen los fieles que llegan a él atraídos por la reliquia poseída desde siglos, una de las espinas de la Santa Corona, guardada con unción por los reyes de Francia en el famoso monasterio de San Dionís (1).


    Monasterio Castellano fundado por Doña Sancha, llamada la Reina, hermana de Alfonso el Emperador, de regreso de una peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, iniciada el año 1142. De vuelta a España, esta infanta visitó en Roma al Papa Inocencio II, el que le regaló un Lignum crucis y uno de los dedos del Príncipe de los Apóstoles. En Francia visitó la infanta al rey Luis el Joven, el que la acompañó a la abadía de San Dionisio, en donde le enseñó la corona de espinas del Salvador. Doña Sancha logró que una de estas espinas le fuese donada, la que colocó en una valiosa urna de oro, incrustada de topacios y otras piedras valiosas.

    Antes de regresar a España marchó a Claraval para tratar con San Bernardo la fundación de un monasterio en los estados que ella poseía. Aprobó el proyecto el santo y le envió a San Nibardo, su hermano menor, para que le ayudase al establecimiento de esa fundación.

    Si el origen de la Santa Espina ha sido puesto en duda, en cambio existe unanimidad en atribuir la fundación del monasterio a la infanta. Para su edificación cedió un palacio de su propiedad, situado en un ameno paraje entre los reinos de Castilla y de León, en el Obispado de Palencia, y no lejos de Valladolid. Los planos fueron trazados por San Nibardo, que era notable arquitecto, imitando el estilo del de Claraval. Y sobre lo que en tiempos remotos fuera lugar de recreo de procónsules romanos se levantó el monasterio. De regreso a Francia San Nibardo, envió a la nueva fundación al abad Balduino con varios monjes, los que integraron la nueva comunidad.

    Al monasterio le llamaron de San Pedro, en memoria de la reliquia traída de Roma por Doña Sancha, pero más adelante le fue cambiado el nombre por el de Santa María, siguiendo la costumbre de la Orden Cisterciense de dar a sus monasterios la advocación de la Virgen, de la que San Bernardo era tan devoto. Pero, teniendo presente que en el monasterio se adoraba la Santa Espina, se le dió el título de Santa María de San Pedro de Santa Espina.

    Este monasterio fué dotado por su fundadora con grandes riquezas, a las que contribuyó también el emperador. De esas regias mercedes hablaba la inscripción de la valiosa tapicería guardada en el monasterio. Inscripción latina, cuyo texto castellano decía así: "Pide: edifica, enriquece, ampara, abre—Sancha: Bernardo por Nibaldo—Alfonso corona de espinas Pedro."

    Fué ésta una de las abadías cirtercienses más notable, e iglesia y convento presentaban gran belleza y admirable disposición. El altar de la iglesia estaba adornado de pedestales, columnas, capiteles y figuras de alabastro. Sus vitrales, de elegante disposición, facilitaban abundante luz a la capilla mayor, reflejando en los dorados retablos. Sus claustros eran amplios y bien ornamentados; su biblioteca encerraba riquísimos volúmenes y valiosos manuscritos; en su sacristía se guardaban riquísimos ornamentos de brocado y artísticos vasos sagrados de oro y plata; su relicario abundaba en custodias y urnas de plata.

    En el catálogo de sus abades, que abarca desde 1143, con San Balduino, hasta 1608, con fray Luis Bernaldo de Quirós, figuran nombres preclaros, demostrativos de la importancia que ese cargo tenía y del prestigio que rodeaba a ese monasterio, cuya traza, disposición, adorno y riqueza causaron el asombro del rey Felipe II.

    (1) Este origen de la Santa Espina ha sido refutado recientemente, sosteniéndose que mucho antes de que Doña Sancha naciera ya se encontraba en España esa reliquia, por la que juraban decir verdad los testigos y litigantes de aquellos lugares castellanos próximos.


    ***

    El Puig (Prov. de Valencia)

    Se ha calificado al Puig de Covadonga valenciana, pues que en él tuvo origen por dos veces la reconquista valenciana, una en tiempos del Cid; otra, en los de Jaime I de Aragón. El Caballero castellano se hizo fuerte en las colinas del Puig, para caer como férreo alcotán sobre la llanura. Siguiendo la táctica del Cid, Don Jaime se detuvo un día en el Puig, donde sentó sus reales, edificó un castillo y construyó una calzada hasta el mar para recibir la ayuda de sus galeras. Y desde el Puig parten sus huestes en la lucha con Ben Zeyan hasta acabar con su poderío y dominio sobre Valencia.



    No habían transcurrido dos años desde la victoriosa entrada de Don Jaime en Valencia cuando, en agosto de 1240, fundó en el Puig un monasterio, que confió a la Orden de la Merced, acabada de fundar por San Pedro Nolasco, quien con sus mercedarios había acompañado al rey en las operaciones de la conquista.

    Y el hecho taumatúrgico tiene realidad en las tierras levantinas: San Pedro tuvo la visión de cielos en los que refulgían cegadores los astros, los que con sus movibles parpadeos le anunciaban el lugar en que los monjes basilios enterraron bajo una campana, en los campos del Puig, la Virgen para sustraerla a la saña de los sarracenos. Dió cuenta al rey y a sus monjes de aquella visión, y acudieron todos al lugar por él determinado, en donde, soterrada, se hallaba la imagen de Nuestra Señora, conservada en integridad durante siglos. Allí mismo fué edificada una iglesia y un monasterio para los religiosos a quienes se les encomendaba su custodia y culto.

    A los pies de esa imagen, tallada en granito por un monje del Medievo, colocó Don Jaime las llaves de la ciudad de Valencia y a la imagen la proclamó Patrona de sus conquistas y de Valencia.

    La magna mole del monasterio, flanqueado por cuatro ingentes torreones, sirvió de enterramiento a los héroes de la reconquista y de relicario a las joyas del rey. Las reliquias de los santos tuvieron su exposición en él y en la riquísima biblioteca fué conservada la ciencia, con el cariño propio de aquellas épocas creadoras.

    Adornaban el monasterio retablos góticos y tablas bizantinas, que desaparecieron un día; como le aconteció a los incunables y libros renacentistas, a los brocados y tisúes, a las valiosas ropas conventuales, a las joyas prodigio de arte medieval y renacentista. Fué el mismo desbarajuste que despojó a la mayoría de los monasterios españoles por obra de disposiciones inconcebibles, de lenidades que permitieron el despojo o participaron en él.

    Entre las joyas, reliquias y objetos valiosos que se conservaron en el monasterio del Puig figuraban: La cruz que surmontaba el pendón real de Don Jaime, de alabastro con remates y pomos de plata dorada; la cruz abacial del monasterio; el copón o arquilla del Sacramento con que dió San Pedro Nolasco la comunión al ejército cristiano en la decisiva batalla del Puig; los ex votos de los reyes Jaime II y Alfonso V; los autógrafos de San Pedro Nolasco, San Vicente Ferrer y Santa Teresa de Jesús; el cuerpo momificado de fray Gilaberto Jofré, el preconizador de métodos racionales para acabar con el trato inhumano dado a los dementes, a quien se debe el primer manicomio que hubo en Europa.

    El monasterio primitivo fué reconstruido en 1590. Del antiguo monasterio persistió la iglesia primitiva y dos muros extendidos a sus costados. La iglesia sufrió una restauración en su traza primitiva. Sus arcadas, capiteles, sus capillas y sus sepulcros pregonan la grandeza de la obra. El camarín lleva una cúpula bellamente pintada por Camarón, a quien, con Vergara, se debe también el decorado del resto de la pieza.

    En el barroco altar mayor se muestra la imagen de la Virgen, encerrada en relicario de plata. Este retablo sustituyó en 1608 al que regaló el Papa Luna, Benedicto XIII, del que únicamente se conserva una tabla. Son de extraordinario mérito los sepulcros de don Bernardo Guillén de Entenza, el vencedor del rey Zenyán, y de sus descendientes, en quienes estuvo vinculado el señorío del Puig por donación real.


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    Última edición por ALACRAN; 02/11/2020 a las 18:38
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    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Monasterios españoles medievales más renombrados

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    Santo Toribio (Prov. de Santander)

    Persistente tradición se conserva en tierras de Liébana, allí en donde se halla "uno de los recintos de aquel alcázar soberano que la Providencia labró en España para asilo de su libertad, de su independencia y de su gloria". Allá donde los caminos serpean y lo selvático del ámbito fuerza al viandante a exclamar con el Arcipreste: "De nieve e de granizo no hobo do me esconder". Tradición antañona del Lignus Crucis, adscrita al monasterio de Santo Toribio, adonde a diario llegan los devotos para adorar el trozo mayor de la Vera Cruz en que nos redimió el Salvador. El trozo del glorioso madero traído por Santo Toribio, obispo de Astorga, y depositado por él en la catedral de la capital de la Maragatería. Aunque otros creen que este Santo Toribio no fué el obispo nombrado, sino otro Santo Toribio, presbítero de Turieno, pueblecito cercano, y acaso obispo de Palencia. Pero tiene mayoría la opinión de los que fijan el acontecimiento en el obispo astorgano.


    Singular la vida de este santo, patricio de la primitiva Astorga, que de joven, a imitación de San Francisco, se vió arrastrado por la riada humana y que un día, cuando allega a él la orfandad, se contempla sólo en la inmensidad de su palacio, en donde recuerda la condición impuesta por Jesucristo al joven rico que pretendía ser su seguidor. Con un pobre rebujo sale Toribio por la puerta de su ciudad que se abría a la Via Aquitania.

    Toribio, que se siente predestinado, boga por los mares, cruza tierras extrañas y merece que el Patriarca de Jerusalén, Juvenal, le haga depositario de las valiosas reliquias de la Pasión que poseía. El sacerdote español cumple como buen cristiano la delicada misión que le ha sido confiada. Entre esas reliquias figura, como asevera el historiador Flórez, un "gran trozo de la Cruz en que Cristo murió por nuestro remedio, que era de largo tres palmos y medio al través dos palmos más, y que era el brazo izquierdo de la Santa Cruz que la reina Elena dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones".

    Cuando llega a España Santo Toribio esta reliquia no tarda en quedar depositada en la catedral de Astorga, de la que llega a ser su prelado este español insigne, que conjuraba las aguas y en cuyo honor y sin ajeno impulso volteaban las campanas.

    Ante el embate agareno la quietud de aquellas tierras se altera un día, Astorga peligra, y entonces los cristianos recogen sus reliquias y trasladan el cuerpo de su santo, el amado obispo Toribio, a Liébana, en la majestuosa belleza de las Peñas de Europa. Para relicario de prenda de tan subido valor como la que llevan escogen el monasterio de San Martín de Liébana, que se engrandece con los religiosos y fieles que en él se recluyen temerosos.

    Santo Toribio de Liébana albergó a numerosos monjes, que en él estuvieron hasta que el vendaval del siglo XIX ahuyentó a los hermanos que hacían honor al lema "Cruce et Aratro". Abandonado por los benedictinos luego de diez siglos de habitarlo los de su Orden, el obispo de León, a cuya jurisdicción pertenecía, erigió en parroquia la iglesia monacal, procurando que no cayese en total abandono el monasterio de vestigios románicos, que tan famoso fuera en otro tiempo.

    Como santuario, su actividad se inicia el 16 de abril, festividad de Santo Toribio, para terminar el 5 de octubre, en los albores de las clásicas veladas. Durante ese tiempo se celebran todos los viernes solemnes cultos con gran concurrencia de fieles que asisten a la procesión y adoración de la sagrada reliquia.

    La reliquia fué salvada de la destrucción en el período rojo por un campesino que enterró la auténtica, sustituyéndola por otra semejante. Liberado Santander presentó la verdadera, y, al verificarse la función de desagravio, surgió el prodigio, así certificado por un cronista: "Sin una vacilación, ese día se organizó la comitiva bajo la lluvia. Y una vez más se operó el milagro: fué al pisar la comitiva el umbral de la iglesia cuando, instantáneamente, cesó la lluvia, mientras se alejaban las nubes y el sol lucía espléndido en el cielo azul, engalanando el marco en que se desenvolvía la procesión camino del monasterio".

    Por estrecho sendero se llega desde Cabezón de Liébana a Piasca, que fué fundado antes del siglo X. El monasterio de Piasca fué dúplice y en él hacían vida religiosa comunidades de uno y otro sexo. Dependía del monasterio de Sahagún, que, como hemos indicado anteriormente, poseía jurisdicción sobre numerosos cenobios. Se cree que la iglesia actual de Piasca no es la primitiva, la que consagró el obispo Recaredo en 930, aunque sí fueron utilizados materiales a ella pertenecientes. Aún muestra la iglesia actual dos soberbios pórticos, en las que parece apuntar ya la ojiva, de bello diseño. Uno de ellos lleva un tríptico de gran valor. La cornisa del edificio aparece labrada con canes variados, admirablemente trazados. El interior recuerda la forma de las mezquitas.

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    Obarra (Prov. de Huesca)

    Cerca del límite de la provincia de Huesca se hallan los restos del que fue monasterio de Obarra. En lugar sosegado y plácido fué levantado este monasterio, que se remonta a los primeros tiempos de la vida eremita en nuestra nación. Se tiene noticia cierta de su existencia a partir del siglo IX; pero, sin atenernos a la prueba documental, podemos aceptar la tradición que lo supone existente mucho tiempo antes.



    La ermita, a cuyo amparo crecería, sin duda, el cenobio, es de máxima sencillez. Su ábside lleva los arcos característicos del románico, finas saeteras, por donde se ilumina el interior. Se completa la fábrica con el clásico tejado de dos vertientes, formado con losas escalonadas.

    El monasterio lleva también el signo de la sencillez. La iglesia tiene tres naves, más elevada la central, con ventanales bajo la cornisa. Cada nave lleva el correspondiente ábside, con arquitos profundos. En la iglesia existen diversas sepulturas de monjes, lado de la Epístola, así como la que guardó un día los restos de doña Toda y de su esposo, el conde Bernardo, hijo de Wandregisilo. El retablo, obra del siglo XV, está pintado sobre tabla.

    Coinciden las opiniones en atribuir el origen de esta pieza arquitectónica al siglo XI. De su avatar nos informa el historiador aragonés Jiménez Soler, que nos dice: "Obarra tuvo, por nuestra suerte, la desgracia de volverse pobre muy pronto; en el siglo XI, ya el rey Sancho Ramírez lo anexionó al monasterio de San Victorián, y la centralización surtió sus efectos; el principio centralizador de que yendo todo a una sola mano ésta lo reparte más equitativamente y hace que los más ricos den a los más pobres se invierte siempre: son los pobres los que dan lo suyo a los ricos, por ser éstos los que tienen influencia, y Obarra entregó sus rentas y sus bienes, se convirtió en hijuela de San Victorián, y en su fábrica no se echó ya una pellada de yeso; así lo vemos hoy como en el siglo XI; más no bendigamos por eso la centralización; nos ha conservado Obarra petrificado, pero no lo hubiera dejado nacer”.

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    San Jerónimo de la Murtra (Prov. de Barcelona)

    La fundación de este monasterio se debe al barcelonés Bertrán Nicolau, que era un ciudadano inmensamente rico y muy dado a ejercitarse en obras de caridad. Al efecto solicitó de Benedicto XIII (Pedro de Luna) el permiso para fundar un nuevo monasterio de jerónimos. La bula correspondiente fué firmada en Aviñón el 6 de agosto de 1413. El lugar elegido para construirlo fué una casa heredad de la parroquia de San Pedro de Ribas, y se llamó San Jerónimo de Monte Olívete. Para que se hiciesen cargo de él envió a dos legos el prior de San Jerónimo de Monte Olivete, y el de Cotalba mandó, a su vez a cinco frailes presbíteros. La comunidad tomó posesión el día 20 de noviembre de 1413. El fundador asignó a esta comunidad catorce mil libras catalanas para constituir una renta.



    Resultó malsano ese paraje elegido, y entonces fué vendido el monasterio y las tierras, siendo adquirida una masía, la de la Murtra, a la que pasaron el 12 de noviembre de 1414, llamando a aquel edificio Nuestra Señora del Valle de Belén. El monasterio así establecido fué siendo ampliado, perdiendo la masía su carácter primitivo y acentuándose en el cenobio. El rey Don Juan II mandó edificar el refectorio y los Reyes Católicos sufragaron el coste del ala meridional del claustro, en donde se pueden ver cinco escudos de estos reyes, sin el cuartel de Granada, ya que aún no había sido conquistada esta ciudad. Las sillas del coro de la iglesia fueron costeadas por Carlos el Emperador, que allí pasó varias temporadas.

    Las guerras de los siglos XVIII y XIX ocasionaron graves perjuicios al monasterio, y el Gobierno de 1823 expropió a la comunidad, que tuvo que salir de él, en tanto que el edificio, con todas sus dependencias, fué vendido a varios particulares.

    Destacan de este monasterio la torre del homenaje, el airoso campanario, el caserío, al que rodean centenarios Robles y algarrobos. El portal de entrada al claustro es de elegantes líneas y el conjunto pleno de austeridad. El claustro, sin duda la pieza más artística y mejor conservada, tiene tres alas y en él resplandece en toda su pureza el gótico del siglo XV. Sobresalen por su esbeltez los arcos y es notable la pureza del abovedado. El surtidor de piedra del claustro es obra de depurado gusto. Tiene ocho caras con gradería y en su estructura evidencia el influjo de las normas de ornamentación orientales.

    Las claves y nervaduras de las bóvedas están trazadas en piedra policromada y las ménsulas son cabezas esculpidas con todo detalle. En esta pétrea iconografía puede distinguirse a Fernando el de Antequera, Benedicto XIII, Juan II, los Reyes Católicos, Cisneros.

    Los vanos que recogen las nervaduras de las bóvedas rematan en la figura de un ángel que tiene en sus manos una especie de apellido, sin duda perteneciente a algún bienhechor del monasterio. El refectorio lleva tres bóvedas de bellas líneas.

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    Yuste (Prov. de Cáceres)

    El renunciamiento a las glorias terrenas tuvo efectividad entre los muros de este monasterio, que en el siglo XV labraron ios eremitas Pedro Brañes y Domingo Castellanos, en la falda de la Sierra Tormantos, sobre un terreno que en 1402 les donó un piadoso vecino de Cuacos llamado Sancho Martín. A poco se les agregaron otros ermitaños, entre ellos Juan de Robledillos, Andrés de Plasencia y Juan de Toledo.



    Del primitivo trazado sólo persistieron dos claustros, en lastimoso estado de ruina, gótico y pequeño el más antiguo; plateresco el moderno, con dos pisos de galerías, de los que quedan las elegantes arquerías del inferior y algunas columnas del superior. El refectorio llevaba asientos corridos de fábrica y zócalo de azulejos mudéjares.

    Adosada al claustro viejo, la iglesia conventual. Templo gótico con imafronte desprovisto de ornato y portada de medio punto moldurado sobre pilastras. Interior de una sola nave, cubierta con bóveda de crucería estrellada. La sillería del coro, que en parte fué trasladada a la inmediata iglesia de Cuacos, era una preciosa talla en nogal, de estilo gótico correspondiente al siglo XV, obra parecida a la existente en la catedral de Plasencia, por lo que se ha supuesto que sea del mismo artista Maestre Rodrigo. Obra de valiosa ejecución era el retablo del altar mayor, que fué llevado a la iglesia de Casatejada. Fué realizada esta obra por encargo del rey Felipe II, que deseaba honrar la memoria de su padre. Es de talla policromada y dorada, que se divide en tres cuerpos con columnas corintias, sobre las que se dispone un valioso entablamento que corona un frontis dividido con imágenes y el escudo imperial. En el centro lleva una excelente copia de La Gloria, del Tiziano.

    Adosada a la iglesia por el costado opuesto al monasterio se halla la Casa del Emperador, de modestas proporciones y sin adornos ni pinturas; sus blanqueadas paredes hablan de la austeridad del que quiso conocer también el gozo del renunciamiento.

    El deseo expresado con el mayor laconismo a los Jerónimos de Yuste: "Deseo retirarme entre vosotros a acabar la vida: y por esso querría que me labraçedes unos aposentos en San Jerónimo de Yuste, y por lo que fuere menester acudiréis al secretario Juan Vázquez de Molina, que él procurará dineros, para lo cual os embio el modelo de la obra..."

    Y a las cinco de la tarde del 3 de febrero de 1557 una litera se detenía ante la puerta de la iglesia de Yuste y de ella descendía un caballero prematuramente envejecido, cuyas piernas se resistían a mantenerle en la antigua gallardía que viera toda Europa. En silla de brazos le transportaron hasta las gradas del altar mayor el conde de Oropesa y su fidelísimo don Luis de Quijada. Carlos I de España y V de Alemania acababa de decir adiós al mundo.

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    Casbas (Prov. de Huesca)

    En el conjunto de monasterios que un día jalonaran las tierras de España figura el de Casbas en tierras aragonesas, donde la naturaleza en su grandeza moldeó en superación los caracteres. No obstante su poca nombradla, este monasterio merece ser sacado del olvido, aunque sea en la forma somera que exige la escasa literatura a él referente.



    Luego de contemplar en San Miguel de Falces su soberbio templo, que conjunta detalles del románico de la decadencia con otros del ojival que comienza a dominar en la construcción, puede el viajero trasladarse a Casbas, a sólo unos kilómetros de distancia.

    El monasterio de Casbas fué fundado el año 1173 por doña Oria, condesa de Pallás. Ante el monasterio ancha plaza. Da acceso al recinto sagrado una portada bizantina, con arcos escalonados, con pintorescas ornamentaciones. En lugar principal el signo del Lábaro.

    El coro, construido en fecha posterior a la del monasterio, ha desfigurado la traza del interior. Sobresale el ábside, del más puro estilo románico. El claustro es de estilo gótico, y entre el resto de la obra sobresale la torre del homenaje

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    El Parral (Prov. de Segovia)

    En época en que Segovia era predominante, gobierno del príncipe don Enrique, luego desdichado monarca depuesto simbólicamente entre befa y escándalo, fué erigido el real monasterio de Santa María del Parral, que venía a continuar la pura tradición del arte gótico. Se atribuye tradicionalmente este monasterio al funesto valido de ese personaje real, don Juan de Pacheco, segundo marqués de Villena. Un desafío que puso en peligro su vida dió ocasión a su promesa de levantar un templo en honor de la Virgen, en el lugar en donde ya existía una ermita llamada de Santa María del Parral, nombre luego aplicado al monasterio.



    La Historia determina que, reunidos en 23 de enero de 1447 los señores don Fortún Velázquez, deán; don Luis Martínez, arcediano de Sepúlveda; don Alonso García, arcediano de Cuéllar; don Gonzalo Gómez, chantre, y otros prebendados de Segovia, entre los que figuraba don Fernando López de Villaescusa, capellán mayor de Don Enrique y tesorero de dicha catedral, este capellán presentó una carta de Don Enrique, fechada en Olmedo dos días antes, en la que rogaba al Cabildo que atendiese a lo que propondría López de Villaescusa: Que el marqués de Villena deseaba establecer en Segovia un monasterio de Jerónimos, y que le parecía ser lugar idóneo a la fundación el lugar ocupado por la ermita de Santa María del Parral. Por esto indicaba al Cabildo, de quien era la propiedad indicada y sus huertas aledañas, que hiciese cesión de esta propiedad a los fines propuestos.

    No puso obstáculo el Cabildo a la petición, y en 10 de diciembre hizo entrega de los bienes solicitados a don Rodrigo de Sevilla, quien dió poderes al general de la Orden de los Jerónimos, que era el prior de San Bartolomé de Lupiana.

    A expensas de Don Enrique se hizo la fundación, para lo que señaló 20.000 maravedíes de juro en rentas de la ciudad. Cuando subió al Trono siguió protegiendo al monasterio, al que hizo donación de varias reliquias, entre ellas la espada de Santo Tomás de Aquino, que los dominicos de Tolosa habían extraído del sepulcro de este santo, y la entregaron al rey Don Juan II, con destino a una iglesia de su reino.

    El primer prior de este monasterio fue fray Pedro de Mesa, y su mandato sobre los cuatrocientos setenta y nueve religiosos que en él había comenzó el 2 de abril de 1448. El último lo fué fray Julián Durán, elegido en 27 de junio de 1834, y que cesó dos años después al consumarse el atropello de la exclaustración, liminar de una serie de despojos en los que España perdió inmensos tesoros artísticos y bibliográficos.

    Todo es admirable en El Parral. Desde la monumental fachada, el visitante contempla acumulado el arte, de tal forma que se ve precisado a declarar que la joya de una ciudad saturada de arte, la obra de más perfección, es El Parral. Este se atribuye al maestro segoviano Juan Gallego, quien se cree que también dirigió los primeros trabajos. La construcción duró bastante tiempo y la obra no estuvo totalmente acabada hasta el reinado de Carlos I. Esta es la causa de que en esa joya se vean unidas facetas del arte gótico y del plateresco. Entre los maestros que continuaron los trabajos figuraron Bonifacio Gilás y Juan de Ruesga.

    Gran belleza la del imafronte. En las estatuas se ve patente el influjo del estilo ojival. El pórtico destaca por la delicadeza de sus líneas y en el decorado floral se ha alcanzado perfección en la variedad. El claustro es de estilo gótico. El patio interior muestra espaciosas galerías y bellas arcadas. El refectorio presenta un magno artesonado. A la galería de la izquierda da la capilla-panteón, en la que se dispusieron al eterno descanso próceres segovianos. Entre esas sepulturas figuró la del historiador Diego de Colmenares, el de la acerada pluma.



    Espaciosa es la nave de la iglesia, la que presenta airosas arcadas de estilo gótico. Bóveda de crucería, esbeltas columnas y sobrios capiteles. En las juntas de los arcos del crucero lindas hornacinas con imágenes. Es muy notable el púlpito, de elegante talla con esculturas. En el lateral izquierdo del templo existen varias capillas con bellísimos pórticos. En el brazo izquierdo del crucero se muestra la soberbia portada de la sacristía, pieza que por sí sola merece el viaje al Parral. Dos columnas, bellamente ornamentadas, se prolongan hasta la altura del arco. Lleva éste esculturas bajo labrados doseles; la arcada está limitada por calado festón. Sobre el arco, otro cuerpo que nos ofrece un prolijo trabajo ornamental, en donde las esculturas, los cálices y hojas se muestran bellamente tallados en mármol. A la derecha de esta puerta, uno de los bellos sepulcros del Parral, el de doña Beatriz de Pacheco, hija del marqués de Villena. Bellísima estatua yacente la de esta dama, con soberbio túmulo de tres cuerpos y en los recuadros artísticas esculturas.

    Este monumento, en donde todo es bello, acrece interés y belleza en la capilla mayor. Muestra excepcional del arte plateresco es la capilla que, por los años 1468 al 70, construyeron los maestros Juan y Bonifacio Gilás. Las estatuas de los apóstoles son obra de Sebastián de Almonacid, de fines del siglo XV. De este artista es también la imagen de la Virgen que se halla en el parteluz de la puerta de acceso al templo. El retablo, de policroma talla, está colmado de imágenes, en cuya parte central va una ad mirable talla del Crucificado. En la parte superior otra no menos bella imagen de la Virgen, obra de 1528, que se debe al artista abulense Juan Rodríguez, como todo el retablo de que es autor. Consta en los documentos que hacen referencia a este magnífico retablo que en la ejecución del mismo ayudaron al maestro Juan Rodríguez el pintor Francisco González y los tallistas Blas Hernández y Jerónimo Pellicer. Formando monumental tríptico con este retablo se hallan, a ambos costados de la capilla mayor, los magistrales sepulcros del segundo marqués de Villena y de su esposa, doña María de Portocarrero. Son de idéntico estilo que el retablo, por lo que se supone que unos mismos artistas intervinieron en su ejecución. La concepción, lo complicado del adorno, la profusión de esculturas, lo perfecto de las estatuas orantes, la armonía del conjunto, hacen de estos sepulcros dos joyas que asombran a quienes las contemplan.

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    Última edición por ALACRAN; 02/11/2020 a las 18:47
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    Re: Monasterios españoles medievales más renombrados

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    Sancti Spiritu del Monte (Prov. de Valencia)

    Este monasterio fué el tercero que los franciscanos fundaron en España. En el término de Gilet, rodeado de elevadas montañas desde las que perfuma el pino, se alza la obra monacal que nos ocupa.



    Fué fundado por la reina Doña María de Luna, esposa del rey Don Martín, y lo dotó de forma espléndida, a la par que le concedía notables privilegios. Luego los señores territoriales de Gilet, don Pedro Catalá y Jaumeta Poblet, le hicieron donación de una masía en el valle de Tolín. El Papa Pedro de Luna (Benedicto XIII) expidió la bula de fundación desde el castillo de Sorgia, Aviñón, en el mes de agosto de 1406.

    La primitiva planta de este monasterio no debió ser de gran valor ni distinguirse por su mérito artístico, lo que tenía ya el precedente de otros monasterios de la misma comarca.

    El primer vicario de esta fundación fue fray Vicente Maestre, al que asignó la reina Doña María 7.000 sueldos valencianos de renta anual. La misma reina ordenó que fuese amojonado el término del monasterio, cuyo perímetro alcanzaba a más de tres kilómetros.

    A mediados del siglo XV los religiosos de Sancti Spiritu fueron acusados de inobservantes ante Eugenio IV, quien les privó de sus exenciones, sometiéndolos a la jurisdicción de los ministros provinciales. Este castigo lo hizo efectivo su sucesor, Nicolás V. A la par perdieron la renta real asignada por la fundadora. A petición de Fernando el Católico, dejaron los frailes este convento, año 1497, a las religiosas de la Trinidad, pero a los cuatro años volvieron a él para evitar la ruina de la institución.

    El templo monacal está restaurado al estilo corintio en su única nave, que tiene coro alto sin cúpula ni crucero. El altar mayor, que lleva varios recuadros, es de estilo plateresco y corresponde al siglo XV; la nave es cuadrilonga, con bóveda de cañón, excepto en el presbiterio, que se forma de cortes de cúpula con recalados divisorios y pechinas al fondo. El templo está al sudeste del monasterio, entre la hospedería y los claustros. Tiene seis capillas laterales, altar mayor y trasagrario. El claustro, de estilo Renacimiento, lleva jardín y fuente central.

    De las valiosas pinturas que adornaban este monasterio sólo se conservó una tabla de Pablo Mathei representando a la Virgen de la Divina Gracia. También se conservaba en este templo el cuerpo de San Benito Mártir.

    En el siglo XVI fué reedificada la iglesia, fortificándose el monasterio contra posibles asaltos.

    Los nuevos claustros comenzaron a ser edificados en 1679, y dos años después el refectorio y otras dependencias.
    A fines del siglo XVI se instaló en este apartado monasterio el Colegio de misioneros apostólicos.

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    Fresdelval (Prov. de Burgos)

    A unos kilómetros de Burgos pone la mole de su blanca silueta lo que fué famoso monasterio de Fresdelval, fundación que, mediante la colaboración de los religiosos Jerónimos, hiciera don Gome Manrique el Viejo en el siglo XV. En ese recinto, sobre el que un día recayó la protección real, quiso tener su sepultura y la de su esposa el fundador. Como también lo hicieron otros nobles de la familia Padilla, cuyo escudo se veía en el monasterio junto con el de los Manrique.



    De lo que este monasterio fué es testimonio el admirable claustro bajo, pieza única que se ha salvado de la destrucción que acabó con casi todo el edificio. Es de estilo ojival florido, con estribos cilindricos, preciosos ventanales con parteluces y rosas de seis lóbulos, apoyadas en ojivas treboladas. La armonía de este claustro se halla también en el patio del monasterio con su triple galería, con arcadas que están sostenidas por columnas de sencillos capiteles. La iglesia, de altos muros, presenta finas nervaduras. La bóveda se apoyó maravillosamente en ellas, como puede inferirse de la disposición de las partes que aún pueden contemplarse de este monasterio, en el que la incuria sólo dejó de él, aparte del claustro y patio aludidos, paredones derruidos, capiteles y columnas tirados, esculturas mutiladas, blasones destrozados.

    A este monasterio llegó para pasar la Semana Santa de 1524 el emperador Carlos, y en él dió cumplimiento a la piadosa costumbre de indultar a un reo en la solemne adoración de la Cruz el Viernes Santo. Ese reo fué don Pedro Girón, hijo del conde de Ureña, capitán general que fuera de la Junta de las Comunidades.

    ***


    San Pedro de Dueñas (Prov. de León)

    Es éste un monasterio de religiosas benedictinas, que fué fundado en la segunda mitad del siglo x por el conde Ansur. Fué enriquecido con importantes donaciones de Ramiro III, Fernando II y otros personajes reales. La Orden a que este monasterio pertenecía lo colocó bajo la dependencia del abad y monasterio de Sahagún.



    La iglesia consta de tres naves, tres ábsides semicirculares, sin crucero, atrio en la parte norte y coro a los pies. Su estilo es románico y muestra semejanza con la de San Isidoro, de León, una de las iglesias de mayor mérito que existen. Tiene pilares de núcleo prismático, con columnas adosadas, que llevan capiteles de monstruos y de hojas; arcos de medio punto, sin molduras, en los que separan naves, y apuntados los transversales de la mayor. Sobre el crucero va la torre, que es de ladrillo, con grandes ventanas de arco de herradura en la primera zona y con huecos pareados y pequeñas columnas de piedra en la segunda.

    En la capilla, un admirable retablo del siglo XVI, formado por tablas pintadas con escenas de la Pasión de Nuestro Señor. En el ábside de la nave menor, al lado de la Epístola, una soberbia escultura, el Cristo de Gregorio Hernández. En un altar dos imágenes en madera, Santa Ana y San Antón, que son de lo más perfecto que conserva la estatuaria de estas iglesias, tan pródigas en tesoros de arte. Ambas son debidas a Juan de Juni.

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    Rueda (Prov. de Zaragoza)

    Frente al pueblo de Escatrón, cerca de parajes donde el padre Ebro ve henchirse su caudal por conjuntas aportaciones, se halla situado el monasterio de Rueda, que con el de Veruela forma el dual artístico de mayor valía de todo Aragón.



    Llamábase Rueda el lugar escogido en el siglo XII por los monjes cistercienses para la fundación de su comunidad, ya que habían abandonado su retiro de Junqueras, en donde se hallaban desde el año 1153. Por concesión del rey Alfonso II poseían ese territorio desde mucho tiempo antes, pero hasta los comienzos de la centuria décimotercera no se decidieron al establecimiento en las cercanías del río simbólico.

    La primera piedra de este famoso monasterio de Rueda fué colocada en año 1226. Cuando hubo sido terminado, Rueda comenzó a superarse de dominio por los lugares de las cercanías.

    En las admirables muestras que de ese monasterio quedaron sustraídas a la inconcebible dejación oficial se comprueba cómo sus constructores se superaron en pericia, arte y buen gusto, al armonizar el arte gótico con el bizantino. Las bóvedas, de depurada estilización, y la diferenciada proporción entre la nave central y las dos laterales demuestran con fuerza la influencia del nuevo estilo que, hasta ese momento constructivo, había inspirado a los artistas.

    Nuevo influjo artístico que también dejó su impronta en dos sepulcros, prodigios de labra. Bajo un arco bizantino se muestra la estatua yacente de un abad, cuya cabeza se reclina sobre las manos de dos ángeles aposados en la almohada. En el frente cuatro escudos con las barras de Aragón y la rueda, símbolo del monasterio. Angeles, astrólogos y dos perros completan los motivos ornamentales.

    Frente a este sepulcro, que se supone encierra los restos de un duque de Híjar, que, al enviudar, se hizo monje y llegó a regir el monasterio, se encuentra otro sepulcro de menos valor, pero también sumamente artístico, sobre el que se ve la estatua de una dama de bello rostro, cuyas manos se cruzan en beato ademán, y que está cubierta de amplio ropaje. A sus pies, dos perros y adornando el túmulo leones de no muy perfecto dibujo.

    Dos piezas de una belleza pocas veces lograda son el claustro y la sala capitular. En ella está magistralmente desenvuelta la armonización de los estilos que generan este monasterio. Gótico y bizantino se enlazan con tal maestría que dan como fruto unas arcadas de columnas, capiteles y rosetones de perfecta ejecución. El refectorio lleva un pulpito admirable, y son primorosas las arcadas que se van sucediendo en diagonal de alado columnario.

    Bajo el suelo de la iglesia, y en enterramientos distribuidos por ella, reposan varios de los abades de esta famosa fundación, que sirvió también de enterramiento de los reyes de Aragón. En ella estuvo el rey Felipe IV durante su viaje a Cataluña para reprimir una rebelión que tuvo foráneos instigadores.

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    San Miguel del Fay (Prov. de Barcelona)

    No todos los monasterios españoles han de ser ensalzados por su riqueza arquitectónica, por la estatuaria que en ellos dejó obras de suprema belleza; también pueden serlo por el prodigio de una naturaleza que enmarcó la quietud de su vida y les mostró elementos que contribuyeran al afinamiento de su sensibilidad. Entre estos últimos podemos colocar el de San Miguel del Fay, que fuera construido en el siglo X, y que tiene el campanario más bajo de España.



    A seis kilómetros de San Felíu de Codinas, y no lejos de la ciudad de Barcelona, se halla el monasterio de San Miguel del Fay, en donde fijaron su apartamiento los monjes que quisieron llevar a la perfección su vida de humildad, con arreglo a las severas prescripciones de los fundadores del monacato. En marco de una grandiosidad primitiva, en la que no ha puesto su acción modificadora el hombre, está el monasterio. Por la agreste belleza que allí se prodiga, por las condiciones únicas de la edificación y la forma en que ha sido resuelta parte de ella, este monasterio es ejemplar único. En contraste con la generalidad de los monasterios, éste se acusa por su máxima sencillez, por la pequeñez de su conjunto, la carencia de detalles arquitectónicos.

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    Porta Coeli (Prov. de Valencia)

    Al aproximarse el viajero a este singular monasterio la frescura del aire, los efluvios que percibe, acentúan la grata impresión del camino, en el que también pone su recuerdo la Historia, ya que hay que cruzar ante el castillo de Montbuy, donde buscó refugio Borrell II luego de la derrota que le causaron los moros, y por la fortaleza de Moncada, en la que tantos sucesos tuvieron escenario. Entre los barrancos que rodean el monasterio resuenan extraños sonidos originados por gigantesca cascada de caudalosa corriente, que se deshace circunstancialmente en el roquedo para volver a conjuntar sus aguas y seguir poniendo su colosal penacho por la elevada montaña.



    Muy próxima a la cascada hállase la iglesia, un tiempo monasterio, y que no presenta ninguno de esos atractivos que es obligado buscar en los cenobios. A este apartado lugar llegó un día, para compartir la vida con los monjes, don Guillermo Berenguer, hijo de Berenguer Ramón I, previa renunciación del condado de Ausona, que cedió a su hermano mayor.

    Al monasterio se penetra por una puerta de igual sencillez que el resto de la construcción. Pero el viajero queda sorprendido ante las extrañas formas que la roca adapta ante ella. Como exteriorizaciones de gárgolas del Medievo se presentan esos peñascos, como anunciando el misterio. La extrañeza causada se continúa en el templo, que ha sido construído dentro de la montaña, por lo que tiene el más singular de los embovedados, la más consistente de las techumbres.

    Varias columnas sostienen aquella bóveda natural, que parece que no ha de tardar en hundirse bajo el peso que sobre ella gravita. Alarde constructivo éste en una época en que los elementos empleados no habían alcanzado la perfección y el complemento de los tiempos modernos.

    De su tesoro artístico conserva únicamente dos imágenes, una de la Virgen, de estilo gótico, y que está esculpida en alabastro, y otra de madera, un San Miguel, que luce armadura del siglo XVI.

    El tercer obispo de Valencia, don Andrés de Albalat, adquirió de los sucesores de don Jimén Pérez de Arenós los terrenos de Lullen cedidos a Gil de Rada por Don Jaime I . En 1272 decidió ese prelado edificar allí un monasterio de la Orden de la Cartuja, con el nombre de Porta Coeli, en atención a la belleza de aquel paraje.

    En sus comienzos las obras no tuvieron gran amplitud ni pretensiones artísticas. Iglesia de tosca piedra, arcos apuntados y techumbre de madera, patio cerrado delante de ella, con arcos también apuntados y celdas en derredor. En mayo de 1298, ya fallecidos Don Jaime I y el obispo fundador, el rey Jaime III tomó bajo su protección el monasterio, y a su amparo pudo desenvolverse éste. El monasterio amplió sus obras, las que adquieron gran impulso cuando doña Margarita de Lauria, hija del famoso almirante Roger de Lauria, se declaró protectora de Porta Coeli.

    A fines del siglo XIV y comienzos del XV fueron intensificadas las obras, acreditándose los monjes de esa fundación por su piedad y sabiduría. En su recinto buscaron acogimiento personajes de prosapia y de fama, que deseaban terminar sus vidas en aquel artístico edificio, el que enmarcaba, pródiga, la naturaleza. También llegaron a él, para reiterar su aprecio y protección, personajes reales como Don Pedro IV, Don Martín, Alfonso V, Doña María de Castilla... Sobre la Cartuja de los famosos frescos recayeron los privilegios pontificios... Constante predilección regia y papal desde el siglo XV y que ya no perdió el monasterio hasta que fueron perseguidas las órdenes religiosas.

    Grandes bellezas artísticas acumuló Porta Coeli, tanto en su arquitectura como en la profusión de cuadros y de mármoles que le embellecen; tanto en la riqueza de su joyero como en la de sus ropas litúrgicas; tanto en las tallas de varias generaciones de artistas como en los detalles decorativos de orden menor. Porta Coeli fué considerado con justeza como un pequeño museo en donde el artista encuentra infinitos motivos a su inspiración.

    ***


    En la síntesis que del espléndido acervo monacal ha sido hecha quedan testimonios de cómo los estilos arquitectónicos alcanzaron plenitud estética en esos monasterios que jalonan las rutas de España y aun se extienden hasta los lugares de menor frecuentación. Aun cuando no han sido incluidos los máximos exponentes arquitectónicos del monacato, Poblet, Montserrat, Guadalupe, los testimonios presentados poseen fuerza suficiente para capacitar al lector de cómo el Arte y la Historia, la Cultura y el Trabajo tuvieron en esos recintos ejemplar valoración.

    También la poseen para valorar en todo su funesto resultado la conducta de unos gobernantes que con sus precipitadas determinaciones, con la lenidad con que actuaron, destruyeron un tesoro artístico de insuperables calidades y toleraron que incluso fueran utilizadas, para convertirlas en muelas maquileras, las piedras que sirvieron de sillares en esos monumentos que trazaron los monjes arquitectos en edades en que, según el poeta, la piedra hablaba, anticipándose en siglos a la fijación del lenguaje por obra de la Imprenta, esa máxima ideación.

    Última edición por ALACRAN; 02/11/2020 a las 18:56
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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