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San Esteban de Rivas del Sil (Prov. de Orense)
Provincia superada de tesoros artísticos es la de Orense, que cuenta con la maravilla de Osera, calificado de Escorial de Galicia; Santa Comba de Bande, de proporciones soberanas; San Pedro das Rocas, al que se le supone de tiempos de la dominación sueva en Galicia; San Rosendo de Celanova, de tanta pureza arquitectónica; Sobrado de Manzanero, en donde lo románico parece acrecer sus matices... Superando la belleza de estos monumentos, presenta la suya el monasterio de San Esteban de Rivas del Sil, levantado sobre abismáticas gargantas lamidas por las aguas del Sil, el río de las auríferas linfas.
Supera de ascetismo el paraje en donde se halla este monasterio, que ha sido estimado como el más bello de toda la provincia y hasta el que llegaron un día los acentos de la Salve que ideara en el soberbio monasterio de Sobrado de los Monjes San Pedro de Mezonzo, actualmente ruinas grandiosas que esperan, como las San Esteban de Rivas del Sil, su completa reconstrucción.
Los monjes de Santo Franquila, según el testimonio de Flórez, deseaban, antes del año 1000, repoblar el roquedo aledaño al río Sil. En las fuentes del Tambre, en altiplano de suaves colinas, hallaron el lugar apartado en donde habían de encerrar sus vidas. Allí surgió el monasterio al que hoy se llega con el convencimiento de pronta restauración. Tres soberbios ábsides del más puro estilo románico se muestran al viajero, como nuncio de las bellezas que a poco contemplará. Los ábsides ofrecen la particularidad de que Jos dos laterales son más elevados que el central.
Da acceso al monasterio una preciosa portada. La espaciosa iglesia es de tres naves románicas. Tres claustros se ofrecen a la contemplación: El llamado grande, que responde al modelo renaciente adoptado en muchos monasterios y que solía componerse de dos pisos, el bajo con arcos de medio punto sobre columnas exentas y el alto con columnas, zapatas y dinteles de piedra. El pequeño presentaba magníficas columnas dóricas. Corresponde en matices y belleza el llamado de los Obispos, que es románico en el piso inferior y ojival en el superior. Sobresale en belleza la preciosa cornisa con crestería, y en todo él la armonía de las líneas se aduna al ascetismo del recinto por donde pasearon un día sus renunciaciones varios obispos que a lo recoleto del monasterio llegaron tras de abdicar su jerarquía: Ansurio y Bimarasio, de Orense; Gonzalo Osorio y Froalengo, de Coimbra; Servando, Vilinepo y Pelagio, de Iria; Alfonso, de Astorga, y Pedro, de sede desconocida.
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San Juan de Corias (Asturias)
El día 3 de enero del año 1022, correspondiente a la era 1060, según el testamento de los condes fundadores, fue colocada la primera piedra del que fue monasterio de San Juan de Corias, entre los pueblos de Cangas y Tineo. El conde Piñolo Ximénez y su esposa, doña Aldonza Muñoz, fueron los fundadores en el reinado de Don Bermudo III. En 1043 ya tuvo su primer abad de la Orden de San Benito. Llamábase Arias y llegó con varios monjes procedentes del monasterio de Eslonza.
El monasterio de San Juan de Corias, en el que se conservaba una de las bibliotecas más selectas de España y un tesoro de manuscritos, pertenecía a la arquitectura incluida en lo que se ha llamado período de esplendor del arte asturiano, que se expresa principalmente por sus bóvedas con arcos de refuerzo, los contrafuertes y pilares compuestos. Su claustro llevaba bellas arcadas de medio punto.
Este monasterio, en donde estuvo enterrado el rey Don Bermudo, fue de los más ricos que tuvo la Orden, y desde el Duero al Océano se extendían las propiedades de sus monjes, así como las moradas de sus vasallos. Los fundadores les habían dejado numerosos siervos, esclavos y esclavas, los que gozaron de completa libertad en virtud de la cláusula Servos et monasteria.
Los monarcas favorecieron constantemente a este monasterio, al que le enajenaron otros monasterios que fueron: San Miguel de Bárcena, fundado por el conde don Vela; Santa María de Miedes, fundado por don Ariaz Feliz; San Miguel de Cañero, erigido a devoción de don Sancho Ximénez; San Salvador de Zibuyo, edificado por Alvaro Bermúdez; San Juan de Vega, que lo fue por Rodrigo Alfonso; San Tirso de Cangas, debido a dos caballeros de los linajes de Tello y Trotinos; San Martín de Siloyo, en el Concejo de Navia; San Esteban de Mantares y San Acisclo de Mare Mortuo, fundados por Flagino y Todisla...
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La Oliva (Navarra)
La majestuosa fábrica de este monasterio se alza cerca del pueblo de Carcastillo, en la Navarra ribereña. Colosal obra arquitectónica erigida por los monjes bernardos, los magnos arquitectos de la época. Este monumento, cuya armónica fachada presenta dos bellísimos rosetones colocados en forma original a escasa distancia del suelo, fue fundado por el rey de Navarra García Ramírez el Restaurador, el año 1134, siendo de los primeros monasterios españoles que se construyeron en vida de San Bernardo. La fundación se llevó a efecto donando el rey a don Bertrando, abad de Scala Dei la iglesia de La Oliva, en el pueblo de este nombre, y las villas de Encisa y Castelmunio, con sus tierras de labor y de pastos, casas y molinos. En laudes por su exaltación al Trono, la donación.
Don Bertrando, acompañado de tres monjes, se trasladó a La Oliva, en donde admitió a otros once hermanos. Las obras fueron comenzadas por el ábside central. Treinta y cuatro años duraron las obras, las que fueron terminadas por el abad don Aznario de Falces, en el reinado de Sancho el Fuerte. La inauguración, que fue festejada con notables fiestas y gran entusiasmo, tuvo lugar en 13 de julio de 1198.
Impresionante es la fachada de este monasterio. Abocinada y levemente apuntada, lleva doce archivoltas en degradación, que arrancan de otras tantas columnitas. El tímpano es sencillo y está adornado con un crismón. Por encima del pórtico se desarrolla la imposta, con canecillos y hojarasca, que es el único adorno de esta portada que sigue en todo el precepto bernardista de la sencillez. Los rosetones laterales, a cuya belleza ya hemos aludido, llevan arquillos entrecruzados, que arrancan de diminutos capiteles, con variedad de adornos.
Por valiosas puertas con taracea en hierro y geométricos dibujos mudéjares se pasa al interior, en el que se presenta en todo su esplendor el gótico primario, con tales muestras de belleza que no admite superación de parte de otras manifestaciones del arte del Cister. Tres naves majestuosas retienen la atención por sus proporciones. Setenta y cuatro metros de longitud por 39 de crucero. La central, de gran altura, está iluminada por ajimeces de dos y de tres parteluces de gran sencillez. Las laterales son más bajas que la central y llevan ventanas abocinadas.
Cinco ábsides con las correspondientes capillas ábrense a la nave del transepto, siendo planas las laterales y semicircular la del presbiterio. Se tiene por seguro que la construcción de este monumento comenzó por el ábside central, completamente románico, acusado principalmente por su bóveda esferoidea en cuarto de sección. Las otras bóvedas indican el estilo ojival en la iniciación del cambio del románico.
El altar mayor fue reconstruido con arreglo al primitivo románico. Es de bronce policromado, con bellísimos esmaltes y numerosas figuritas que van en hornacinas semicirculares, que se distribuyen por el frontis y la retrotábula, fija sobre la mesa del altar, de idéntica forma a como se dispone en los típicos ejemplos del románico. Es notable el hecho de que este altar no lleva sagrario, conservándose el Santísimo en un estuche que está suspendido de una cadena que sostiene un ángel.
El claustro puede calificarse de modelo de trazado y de construcción. Consta de cuatro galerías, cada una de las cuales lleva seis arcadas ojivales con finísimos parteluces y variadísimas rosas polilobuladas, que se apoyan en pequeños arcos trilobados, de gran esbeltez y elegancia, con caprichosa encajería.
A una de las galerías se abre la sala capitular primitiva, que se conoce por "La Preciosa", que se estima como la joya del monumento, que en su exterior presenta cinco robustos arcos de medio punto con molduras de toro, que sirven de ingreso al central. Todos están apoyados en columnitas. El interior lo forman seis tramos completos y tres medios, que forman amplía bóveda de escasa altura, con nervios diagonales que apoyan en columnas adosadas a los muros y recaen al centro en cuatro columnas cuya delgadez contrasta con los grandes capitales, lo que resalta la atrevida concepción de la obra, el esplendor del estilo y la pericia de los constructores.
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Santa María la Real (Prov. de Logroño)
Nájera gozó de la predilección del rey García VI, que en ella tuvo su corte y le otorgó privilegios. En su beneficio, dádivas y fundaciones, siendo la más notable de todas la del monasterio de Santa María la Real en 1052, en cuyo artístico recinto ordenó que fuera instalado el panteón en donde reposarían sus restos, en la nobilísima compañía de otros reyes y magnates.
Reiteración del hecho taumatúrgico: Un día del año 1044 bajaba Don García de la ciudad, que estaba situada en la altura, cabe el Alcázar, y se dirigió hacia las arboledas que ponían bordura al río Najerilla. Vio cómo surgía una perdiz y lanzó en su captura el azor. Atravesaron las aves el río y con ellas el rey a caballo. Al llegar al monte descubrió una cueva que estaba cubierta de ramaje. Penetró en ella por creer que allí estaría la perdiz y divisó una admirable imagen de la Virgen con el Niño, la que se encontraba sobre tosco altar, ante el que había una basta jarra de azucenas. Al pie de la sagrada imagen perdiz y halcón se hallaban en amigable compañía.
Decide Don García perpetuar hecho tan asombroso y sobre el propio terreno de la cueva mandó construir un monasterio, y también en memoria instituyó una Orden de caballería, que fue la primera que hubo en España, la Orden de la Terraza, que llevaba como divisa una jarra con azucenas. A los monjes de Cluny, entonces los arquitectos de mayor renombre, encargó el rey la construcción del monasterio. Con sumo interés vigila Don García los trabajos, avivando también a sus nobles que con él presencian cómo se va levantando la ingente fábrica, que es inaugurada oficialmente el día 12 de diciembre de 1052. Brillante concentración ese día de magnates, prelados, príncipes. El mismo conde de Barcelona, don Ramón Berenguer el nombrado, acude para compartir el gozo del rey, que un día habría de llegar al monasterio por él fundado cubierto de heridas para reposar por toda una eternidad. En Atapuerca el reto fatal.
El interior de la iglesia, reedificada entre los años 1422 y 1457, presenta el gótico decadente en las tres naves y en la del crucero. Las bóvedas, de sencillez en la crucería, van apoyadas en diez pilares de diversos estilos. En la cabecera del templo, la parte más antigua de la obra, presenta esquinados con pequeñas columnas adosadas a estilo románico; en el crucero y centro de la nave mayor son de sección cuadrangular y las columnitas ojivales; al pie de la iglesia, los núcleos cilíndricos con molduras adosadas indican la decadencia del estilo.
Un triforio de gran atractivo, con huecos triangulares curvilíneos, circunda parte del paramento interior. En los extremos del, transepto se abren dos balconajes platerescos.
En la antigüedad existieron dos coros, alto y bajo. Este desapareció para ampliar la iglesia, quedando el alto, que es diputado como la joya del monasterio. En él existe una sillería de estilo gótico flamígero, con profusión de formas geométricas en los respaldos. Los capiteles y templetes, de delicioso dibujo; la ideal crestería, el encaje, en fin, del conjunto, forma fondo a las bandas, en donde va el escudo real. La silla abacial acrece riqueza y motivos estéticos, y en su testero se acusa la figura del rey Don García bajo un elevado cimborrio.
El claustro presenta finos calados en sus ventanales. Verdadera obra de filigrana en la piedra, que asombra por la levedad de las proporciones y lo delicado de la ejecución. El interior es gótico, con bóvedas de crucería y floridas estatuas sobre repisas y bajo doseletes.
Numerosos son los enterramientos de este monasterio. Al pie de la iglesia se halla el panteón real, recinto abovedado en el que se disponen en hilera los sarcófagos del rey fundador, de su hijo Don Sancho el de Peñalén, las de sus respectivas esposas, Doña Estefanía y Doña Clara Urraca, y las de otros personajes reales hasta el número de treinta. Y otros enterramientos existen en el presbiterio y en la histórica cueva origen de la fundación de este monasterio, en el que se personifica toda la grandeza de la ciudad que, con las muertes violentas de Don García y de su hijo Don Sancho, vio fenecer su hegemonía.
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Sigena (Prov. de Huesca)
A unos diecisiete kilómetros de Sariñena se halla el monasterio de Sigena, el que fuera fundado por Doña Sancha, esposa del rey Alfonso II de Aragón. Cerrando plano con la iglesia, un conjunto de edificaciones de orden menor: Molinos, graneros, rústicas viviendas...
Templo románico, con planta de cruz latina, al que da acceso portada que está formada por trece arcos abocinados, sustentados en igual número de columnas. Una vez en el templo, aviva la atención del visitante el románico panteón real, en el que reposan la reina Doña Sancha y sus hijos Don Pedro II y las infantas doña Dulce y doña Leonor. Un admirable retablo, obra de un discípulo de Pedro Aponte, y que fué mandado hacer por la priora doña María Ximénez de Urrea, completa el atractivo del templo, cuyo coro, de atrayente sencillez, tiene sillería gótica. Son notables las pinturas murales del presbiterio, no obstante algunas alteraciones por obra de reformas mal meditadas.
El templo comunica directamente con el claustro, en el que se halla la Sala capitular, o Sala pintada, que presenta bellísimas pinturas murales y soberbios artesonados. Muy reducida capilla a ella adscrita nos presenta un artístico sepulcro de alabastro, atribuido a Forment. Otras capillas están dispuestas en el claustro, en donde se exhiben retablos de notable factura, siendo los de más valor el cuatrocentista de Luis Borrassá y el plateresco. El palacio prioral presenta el gran salón cuyo elogio ha sido hecho por el maestro Lampérez: "La armadura de la sala prioral de Sigena puede calificarse de francesa-mudéjar; francesa por la forma general (cañón de arco apuntado, con tirante), y mudéjar por algunos detalles de la ornamentación (estrellas, lazos, cordones, etc.). En una cornisa con canecillos sobresalen grandes zapatones terminados en cabezas de peces, talladas, que apean gruesos tirantes. Corresponden a estos sendos arcos o cañones apuntados, entre los cuales se tiende un artesonado muy poco profundo, ricamente ornamentado. Pertenece esta obra al tránsito del siglo XIII al XIV, pues en las pinturas están los escudos con las lises de doña Blanca de Aragón y las barras de doña María Ximénez de Urrea, monja y priora, respectivamente, del monasterio de Sigena en la citada época".
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