DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

Cristiano viejo… D. Marcelino Menéndez y Pelayo es, a la par que montañés, una montaña de cultura y de auténtica tolerancia. Joven erudito, infatigable estudioso de la Historia, de las Letras, de la Ciencia Hispana, D. Marcelino siempre peleó el “buen combate” del cristiano y del español enterizo que era él.

Quiso buscar en los Siglos de Oro la Tradición imperecedera de las Españas. Más culto que él, pocos. Más sabio que él, pocos. Más tolerante que él, pocos. Su tolerancia –como hombre cabal- la tenía para con las personas (Pérez Galdós, en los antípodas ideológicos, fue amigo suyo), pero no para con los errores.

A primeros de marzo, Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, quiso trasladar la estatua sedente del polígrafo cántabro saltándose el protocolo –sin informar al Patronato de la Institución. El clamor de las protestas de los que todavía al menos han oído hablar de D. Marcelino Menéndez y Pelayo llegó al Congreso de los Diputados. Al parecer, no se cometió semejante barbaridad –aunque ganas no le faltaron a los de siempre, esos políticos tribales y demás adláteres cavernarios que (como ya sabe el lector) tienen menos respeto por el pasado que las tribus de los cafres. D. Marcelino se quedó donde estaba desde principios del siglo XX y en agosto de 2007 Rosa Regás dimitió de su cargo al frente de la Biblioteca Nacional. Rosa Regás, desde ese día en que abandonó la Biblioteca Nacional, se dedicará a lo de siempre: emborronar páginas de papel para que en las pescaderías nunca falte envoltorio para un besugo (o merluza).

D. Marcelino Menéndez y Pelayo es un gran desconocido, pues además de faltar ediciones divulgativas de su obra, su producción es tan prolija y enjundiosa que sólo una minoría de estudiosos ha podido degustarla. Sus libros son como las montañas de su tierruca cantábrica: sólo para alpinistas que aspiren a las más altas cumbres, para desde ellas otear los más espectaculares paisajes de las Ciencias y las Letras hechas por los españoles.



El gran sabio denostó la interpretación de sus contemporáneos liberales –los que erróneamente veían en el Imperio los gérmenes de la decadencia española. El bravo montañés negó semejantes disparates y denunció que la introducción del enciclopedismo dieciochesco en España fue, en verdad, la enfermedad que mermó la salud íntima del pueblo español, primero en sus elites intelectuales y luego, más tarde, propagándose por doquier. En “Historia de las ideas estéticas en España” (1882) una idea destaca de entre todas: nuestra nación, a diferencia de lo que la propaganda falaz ha propalado, defendió con firmeza la noción de la libertad en el arte -defiende D. Marcelino. Y si es cierto que nuestro erudito se afincó en una postura nacional-católica, también hay que decir que D. Marcelino –en lo concerniente a Filosofía- siempre fue más abierto partidario de las doctrinas de Luis Vives que de la escolástica. Entre otras razones por pensar que el programa de libertad intelectual delineado por Vives era compatible con la doctrina católica.

Pero su vida y obra son un monumento a los dos amores que siempre tuvo: Dios y España. Menéndez y Pelayo dixit:

“El lento suicidio de un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento la sombra de sus progenitores y reniega de cuanto en la historia nos hizo grandes”.

“La Historia de España que nuestro vulgo aprende, o es una diatriba sacrílega contra la fe y la grandeza de nuestros mayores o es un empalagoso ditirambo en que los eternos lugares comunes de Pavía, San Quintín, Lepanto, etc., sirven para adormecer e infundirnos locas vanidades”.

Concéntrico Menéndez y Pelayo, orgullo de Cantabria y honra de España. Mente preclara cuya memoria no podrá ser jamás ultrajada por escritorzuelas incultas, caciques vesánicos o demás chusma apátrida y cosmopolita.

Loor a Menéndez y Pelayo.




Publicado por Maestro Gelimer

http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/