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Tema: Don Pelayo: El Rey de la España perdida

  1. #1
    Avatar de Lo ferrer
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    Don Pelayo: El Rey de la España perdida

    Don Pelayo: El Rey de la España perdida



    Fue guardia real en la corte de Don Rodrigo. Que su hermana entrara a formar parte del harén de Munuza fue determinante en su rebelión. Llevó sus tropas y su pequeña corte ambulante a las montañas cántabras. Tras 18 años de guerra logró consolidar un pequeño reino cristiano español.

    Aunque algunos micifuces y ciertas zapaquildas le nieguen hasta la existencia, lo cierto es que Don Pelayo vivió y fue rey y luchó en Covadonga y venció a los moros. Pero tampoco son ciertas las grandes batallas, la voluntad de lucha desde el principio, el poder de su ejército ni la extensión de su reino. Pelayo fue cristiano, godo, o hispanogodo, nació a finales del siglo VII, en fecha y lugar que desconocemos y murió en el año 737, tras comenzar la Reconquista de España a los invasores musulmanes.

    Porque para Pelayo no había la menor duda de que los musulmanes eran invasores y que le habían arrebatado su patria. Cómo y por qué llegó a ser nombrado rey y a fundar un reino más en el aire que en el suelo son cosas harto confusas en los detalles aunque clarísimas en el fondo.

    Era Pelayo espatario, una suerte de guardia real en la corte de Don Rodrigo, el último de los reyes godos. Su padre se llamaba probablemente Favila y su abuelo Pelayo, porque era costumbre hispanogoda heredar el nombre del abuelo y por eso mismo el hijo y sucesor de Pelayo fue Don Favila, al que mató un oso. En alguna crónica se da por muerto al padre de Don Pelayo a manos de Vitiza, antecesor y rival de Don Rodrigo en la lucha de clanes godos que acabó en la derrota del Guadalete. Es posible: el asesinato era una de las costumbres más asentadas entre los godos.

    También es casi seguro que Pelayo fuera uno de los combatientes más cercanos al derrotado Rodrigo en aquella batalla del 711 que marcó toda la historia posterior. Debía de ser del clan de Rodrigo o adoptado por éste y soldado de valor y autoridad indudables, porque no tuvo que disputar con nadie el trono de España, que en el año 718, cuando se alzó en armas, era una simple silla de montar.

    Pero esos siete años, desde la derrota en 711 hasta la rebelión en las montañas de Asturias, son muy oscuros. En principio, Pelayo fue, como otros godos e hispanorromanos notables, parte de la aparatosa espantada, desparrame sin orden ni concierto, de los cristianos ante los invasores moros.

    Sin capacidad para fortalecerse en Toledo o atrincherarse siquiera en las tierras altas de la Meseta, aquellas tropas fueron dando tumbos y rindiéndose, cada vez más al norte, hasta pasar los Pirineos o quedar contra el Cantábrico, en las montañas astures y cántabras.

    Pero también las tierras asturianas cayeron bajo control musulmán. Munuza se llamaba el gobernador de aquella comarca, que se estableció en lo que hoy es Gijón. En virtud de los acuerdos entre cristianos derrotados y musulmanes vencedores, Pelayo marchó a Córdoba como enviado o como rehén, mientras una hermana suya, con la que había hecho toda la retirada hasta el norte, quedaba en Asturias.

    La hermana de Pelayo, mientras éste vivía en Córdoba, pasó al harén de Munuza y este hecho fue uno de los determinantes en su rebelión. Probablemente, los musulmanes rompieron sus promesas de respetar la religión y costumbres de los cristianos en cuanto se vieron dueños de la situación y eso movió a los soldados más cualificados a declararse en guerra.

    La desigualdad entre los ocupantes y los rebeldes era tan grande que se comprende lo limitado del ejército de Pelayo, pero también debía de ser muy clara la disyuntiva de someterse totalmente o luchar a muerte para que un grupo suficientemente fuerte emprendiera tan desigual batalla.

    No había reivindicaciones, no había reformas por discutir y ni unos ni otros buscaron un pacto. Por ambas partes estaba clara la determinación de luchar. En los moros, para aniquilar a los cristianos rebeldes; y en los cristianos, para defenderse de los moros.

    Desde el principio de la guerra, y así lo cuentan los propios cronistas árabes, Pelayo fue rey. Es por tanto muy posible que su elección fuera clandestina y previa a la rebelión. Como la monarquía goda era electiva bastaría con la pertenencia de Pelayo a la familia del rey Rodrigo e, incluso, con su incostestada jefatura militar para alcanzar la corona.

    Como desde Recaredo los reyes godos y cristianos lo eran de toda España y como además no existía un territorio claro dominado por Pelayo y sus menguadas huestes, ostentar esa corona lo significaba todo y a la vez no significaba nada. Pelayo era rey de España, pero de la España perdida, con la excepción de los reductos, más humanos que geográficos, de las montañas astures. La España cristiana era más una reivindicación que una realidad, una empresa más que un negocio.

    Pelayo entronca su realeza de forma natural con la monarquía goda, pero, como dijo el historiador moro Ben Jaldún y repetía gustoso el cristianísimo Fray Justo Pérez de Urben, «con él comienza una dinastía nueva sobre un pueblo nuevo». La legitimidad, al margen del origen godo, hispanorromano o mixto, se forma en una lucha que es territorial y religiosa, de legitimidad y de fuerza.

    El objeto de la contienda está bien claro desde el principio: el antiguo territorio de la España visigoda, antes hispanorromana, donde se practicaba la religión de Cristo. En recobrar ese territorio para un orden político que ya no era ni podía ser godo, sino esencialmente cristiano, se entretendrán los habitantes de la Península Ibérica y sus islas anejas cerca de 800 años.

    Naturalmente, al principio, los nobles godos que vivían con cierta comodidad sometidos a los musulmanes consideraron disparatado el proyecto de Pelayo. Mucho más cuando el valí Ambasa encabezó un ejército para ayudar a Munuza y aplastar definitivamente a los cristianos.

    Los rebeldes, según el historiador musulmán Al Maqqari, que recoge testimonios de la famosa Crónica del Moro Rasis (Al Rasis), Ben Haz, y Ben Jaldún, llegaron a pasarlo muy mal: «No quedaba sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con 300 hombres. Los musulmanes no dejaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre, y no quedaron en su compañía más que 30 hombres y 10 mujeres». Pero fueran esas sus fuerzas o superiores, el hecho indiscutible es que Pelayo consiguió escapar.

    Ambasa consideró suficiente el castigo porque llevó sus tropas más allá de los Pirineos, donde tomó Narbona y sitió Tolosa, lugar en que encontró la muerte. Alqama, su sucesor, tuvo que hacer frente de nuevo a Pelayo, señal de que se había rehecho y reforzado. Que no se trataba de una simple rebelión más o menos militar sino de un movimiento de indudable calado político lo prueba que en la expedición iba el obispo toledano Don Oppas, del clan de Vitiza, sin duda para romper la unidad de godos y cristianos rebeldes.

    Pero no pudieron con Pelayo. Cabe los Picos de Europa, por donde se despeña el río Auseba, en las cercanías de una cueva consagrada a Santa María, tuvo lugar en 722 una de tantas emboscadas que sufrieron las tropas de Alqama y su recuerdo, símbolo de aquella campaña victoriosa, acabó por denominarse Covadonga. Qué duda cabe que responde a un hecho cierto, a uno de tantos, y que hubo otros con resultado opuesto. Pero es ética y estéticamente justo que en aquel lugar se recuerde la hazaña de Don Pelayo. ¿Donde mejor?

    Dotado de indudable talento militar y de prestigio político, Pelayo llevó sus tropas y su pequeña corte ambulante a las cercanas montañas cántabras y amplió así tanto sus lugares de ataque como de retirada. Durante más de 18 años soportó ataques de los musulmanes y los devolvió, con el balance final de la consolidación de un reino cristiano español en la coronilla de un riquísimo y poderoso califato musulmán, que hizo de Córdoba «luz de Europa», según la sabia monja germana Hroswitha. A la sombra de aquella hermosa luz, los sucesores de Pelayo consolidaron la dinastía asturiana, que fue, de hecho y de derecho, la monarquía cristiana de España.

    Pelayo creó, en efecto, una dinastía nueva para un pueblo nuevo, o mejor, un renuevo del viejo pueblo hispano. Legó un trono a caballo, un trámite entre precipicios, pero después de casi dos décadas de lucha contra un enemigo infinitamente superior nadie discutió su legitimidad.

    Cuando su hijo y heredero Don Favila murió despedazado por un oso, le sucedió el hijo de Pedro, duque de Cantabria, el noble más importante de los que le habían reconocido como rey. El hijo de Pedro estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo, y reinó con el nombre de Alfonso I El Católico. Reconquistó Galicia y la comarca de las Bardulias, que más tarde sería llamada Castilla. Pero eso ya no pudo verlo Don Pelayo, aunque sin duda lo soñó.



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  2. #2
    Avatar de Bruixot
    Bruixot está desconectado pro praemunio patria et gentis
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    Re: Don Pelayo: El Rey de la España perdida

    La historia de Pelayo y del supuesto origen de «Reconquista» no deja de tener más de leyenda que de otra cosa.

    Hay que tener en cuenta que las fuentes se basan en la Crónica Mozárabe, más tardía y escrita por mozárabes de Toledo. Luego viene a ser reforzado por las Crónicas de Alfonso III, que se basan en la Mozárabe y son un claro intento por crear una ideología de reconquista.

    Lo de Pelayo no debió pasar de una escaramuza más de otras tantas de las que habrían en los montes cántabros en ese tiempo.

  3. #3
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Realidad histórica de Covadonga

    La batalla de Covadonga, en especial su envergadura y su datación, han sido hasta nuestros días tema controvertido. Las más antiguas crónicas, tanto musulmanas como cristianas, no la mencionan, lo que ha llegado a hacer dudar de su realidad histórica. Otro motivo que indujo a considerarla como legendaria fue el contexto milagroso en que la sitúan las primeras crónicas que a ella se refieren.
    Luis VAZQUEZ DE PARGA nos dirá: “La mención más antigua de esta batalla, en la Crónica de Alfonso III, tiene un carácter épico-dramático que la hace destacar como algo incrustado en el cuerpo de la crónica, y fue, a su vez, retocado y perfilado en la redacción erudita de la misma” (Batalla de Covadonga, en Diccionario de historia de España)
    Por otra parte, LÉVI-PROVENÇAL, nos expone lo que para él era la interpretación islámica de la revuelta de Pelayo: “La versión árabe habla sólo de un número pequeñísimo de sublevados, aislados por completo y desprovistos de toda manera de procurarse víveres, hasta el punto de tener que alimentarse solamente con la miel de las abejas silvestres. Los musulmanes desdeñan incluso el atacarles, esperando verles morir de hambre” (Historia de la España musulmana IV)

    Sin embargo, toda la tradición medieval y los estudios históricos de la edad moderna consideraron la batalla de Covadonga no sólo como existente, sino como la resurrección del reino godo y el inicio de la Reconquista, ponderándola como una resonante victoria cristiana. En la actualidad queda claro que, desde un punto de vista militar, “sólo fue un pequeño incidente entre grupos poco numerosos” (A. UBIETO, en Historia de España).

    Por su parte, L.G. de VALDEAVELLANO afirma que el “fracaso de Covadonga no representó para los musulmanes sino un simple revés de la guerra de montaña, ocurrido en una comarca lejana y al que no concedieron ninguna importancia”; pero, a la vez, dice: “Los montañeses del Norte vieron asegurado en Covadonga su movimiento de resistencia, y Pelayo pudo considerarse el caudillo victorioso de unos astures independientes, establecerse en Cangas de Onís y poner los cimientos de un pequeño reino, reservado por el destino para iniciar la Reconquista” (Historia de España I).
    El propio LÉVI-PROVENÇAL nos dirá: “Con toda razón se concede hoy en la península ibérica un enorme valor representativo a esta batalla semilegendaria, y se ve en ella la primera manifestación del sentimiento nacional en la España cristiana” (Historia de la España musulmana IV).

    Sobre la datación tenemos tres versiones.
    - La tradicional, aún sostenida hace pocos años por historiadores como A. BALLESTEROS BERETTA asegura que “ocurrió en el verano de 718, sin que podamos precisar el mes” (La batalla de Covadonga, en Estudios sobre la monarquía asturiana).
    - Otra versión más antigua, hoy desechada, tenía aún cierta aceptación en los años veinte: “Pellicer, Mondéjar y, más de propósito, Masdeu, la colocan entre 755 y 756” (GARCIA VILLADA, Covadonga en la tradición y en la leyenda).
    Sin embargo, el propio BALLESTEROS la rebatió: “Los que siguieron a Pellicer, Noguera y Masdeu se fijaron en el pasaje del Albeldense que dice: regnante Juceph in Cordoba. Correspondería a la época de Jusuf el fihri y al año 754 la fecha de la batalla. Pero el mismo Albeldense manifiesta que Pelayo murió el año 775 de la era, o sea el 737 de Cristo. Hay una manifiesta contradicción con lo anterior; por tanto es preciso declarar que el Albeldense debió sufrir una equivocación en cuanto al nombre del emir árabe (íbid).
    - Por último está la tesis de SÁNCHEZ ALBORNOZ: “No lanzo, por tanto, sino como una aventurada conjetura la hipótesis de que tuviera lugar el 28 de mayo del 722 la victoria de Pelayo. Pero no vacilo en tener por seguro que en ese año realizaron los sarracenos una campaña de castigo contra los astures sublevados en 718. Los testimonios coincidentes de los “Razis” Ibn Hayyam, el “Fath al-Andalus”, Ibn Jaldun y Al-Maqqari, al fechar en el valiato de Ambasa la expedición contra Pelayo en conjunción con el de la crónica mozárabe de 754 que presenta a Ambasa luchando con los cristianos españoles, aseguran a lo menos que la batalla de Covadonga se dio entre agosto del 721 y diciembre del 725 o enero de 726, fechas de la llegada a España del citado valí y de su muerte” (Otra vez Guadalete y Covadonga, en Cuadernos de Historia de España, I-II).
    Autores como FONT RIUS o SOLDEVILA dudan aún entre la tesis tradicional y la de SÁNCHEZ ALBORNOZ: “La victoria de Covadonga, obtenida… hacia 718-725” (Historia de España I).
    Sin embargo, P. VILAR y con él VALDEAVELLANO o UBIETO, recogen íntegramente a SÁNCHEZ ALBORNOZ: “La victoria de Covadonga, sin duda en 722” (Historia de España).
    Última edición por Gothico; 16/01/2008 a las 20:41

  4. #4
    Avatar de Juan del Águila
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    Re: Don Pelayo: El Rey de la España perdida

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Muy buen artículo, aunque es una pena que mezcle los datos históricos que tenemos, pocos por desgracia, con esto:

    Que su hermana entrara a formar parte del harén de Munuza fue determinante en su rebelión.

    La hermana de Pelayo, mientras éste vivía en Córdoba, pasó al harén de Munuza y este hecho fue uno de los determinantes en su rebelión.
    Que como se ha estudiado muy probablemente es puro romancero.

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