Deuda pública
JUAN MANUEL DE PRADA
LEO que el Parlamento ruso ha ratificado el acuerdo firmado entre los gobiernos de Moscú y La Habana, por el que se condona el 90 por ciento de la deuda que Cuba tenía contraída con Rusia. Es una medida inteligente que revitalizará el comercio entre estas dos naciones y que nos recuerda aquel Acuerdo de Londres por el que se decidió, allá a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, cancelar el 50 por ciento de la deuda pública de la potencia derrotada, amén de otros alivios adicionales que propiciarían el «milagro» económico alemán de los años posteriores. Resulta, en verdad, paradójico (por no decir diabólico) que la nación que resurgió de los escombros gracias a una condonación de su deuda sea ahora una de las principales valedoras del sistema usurario de deuda pública que atenaza y destruye a las naciones.
Hay una sabiduría muy profunda en aquella prohibición de la usura que hallamos en la ley mosaica, complementada además con la obligación de condonar la deuda, expirado el plazo de siete años. El capitalismo, como régimen económico que se funda en el préstamo a interés, ha logrado oscurecer esta sabiduría profunda; pero lo cierto es que las relaciones económicas sostenidas sobre la usura no pueden ser nunca relaciones amistosas; e, inevitablemente, acaban convirtiéndose en relaciones de depredación, que antaño se solventaban mediante guerras entre naciones y que hoy se saldan con el expolio de los pueblos, sometidos a exacciones cada vez más injustas y gravosas. De este expolio sabemos mucho los españoles, que en los últimos años hemos sido despojados de libras de nuestra propia carne (subidas de los impuestos, reducciones de los salarios, deterioro de los servicios públicos, etcétera) para satisfacer a ese Shylock insaciable llamado deuda pública, que en estos momentos ya ha alcanzado un montante similar a nuestro producto interior bruto; y cuyos intereses ascienden a una cantidad que ya se ha convertido en una de las principales partidas de los presupuestos generales del Estado. Nadie, sin embargo, se atreve a decir que tan mastodóntica deuda jamás será enjugada, porque no hará sino crecer, año tras año, de tal modo que el mero pago de sus intereses conducirá a España a la asfixia y el colapso económico. Y lo mismo que decimos de España podríamos decirlo de otras muchas naciones, oprimidas por deudas financieras que desbordan por completo su capacidad de pago. Aquí serían pertinentes muchas reflexiones sobre la impericia, irresponsabilidad o vileza de sucesivas generaciones de gobernantes que nos condujeron a tales niveles de endeudamiento; pero agua pasada no mueve molino. Mucho más perentorio se nos antoja inquirir las oscuras razones por las que el concierto de las naciones no llega a soluciones de condonación de deuda similares a las que citábamos al principio de este artículo. Se trataría, sencillamente, de cancelar cantidades que se sabe que nunca van a ser cobradas; y que, sin embargo, inflan hasta la hipertrofia las partidas presupuestarias destinadas al pago de intereses. ¿A quién beneficia el mantenimiento de estos niveles de endeudamiento que condenan a los pueblos a la ruina económica y moral?
Beneficia a los especuladores de los mercados financieros, guiados por el deseo de lucro y la ambición de poderío. Así se ha llegado a esa situación que ya avizorara Pío XI en Qudragesimo Anno, en la que los Estados, que «deberían ocupar el elevado puesto de rector y supremo árbitro», se hacen, por el contrario, «esclavos, entregados y vendidos a la pasión y a las ambiciones humanas». Y vendiendo, de paso, a sus pueblos, convertidos en los paganos de esta monstruosidad usuraria.
Histrico Opinin - ABC.es - lunes 7 de julio de 2014
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