Al acceder la mujer al mercado de trabajo, se duplican los demandantes de empleo, con lo que el empresario está dispuesto a pagar menos por el mismo trabajo.
También influyen mucho la deslocalización y la automatización. Ahora el operario occidental no sólo compite con la mano de obra semiesclava de países del Tercer Mundo; también ha de competir con las máquinas que hacen su mismo trabajo a un coste irrisorio, tendente a cero. Lo mismo es aplicable a los trabajadores de "cuello blanco".
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