¿Será Dios o Mammón?




Por C. H. Douglas Institute


Homilía dada por el Diácono Jean-Nil Chabot el Domingo, 18 de Septiembre de 2016 (25º Domingo del Tiempo Ordinario) en la Parroquia de Saint Hedwig, Barry’s Bay, Ontario.



“No se puede servir a Dios y a Mammón”. Mateo 6:24.

Si alguien viene a rendir culto a Dios el Domingo y durante el resto de la semana Le olvida y se concentra en acumular el mayor número de dólares que pueda, incluso a expensas de los demás, entonces él no está sirviendo a Dios, sino a Mammón. En este caso, Mammón consiste en el amor al dinero.

Pero hay algo más que considerar aparte de eso. Por ejemplo, algunas recientes traducciones de la Biblia simplemente usan la palabra dinero en lugar de la de Mammón. Algo se pierde cuando la palabra original Mammón se deja a un lado, porque no es todo el dinero lo que constituye Mammón. Igual que otros inventos, el dinero ni es bueno ni malo en sí mismo, sino que se convierte en una cosa o la otra de acuerdo con las intenciones del que lo utiliza. Puede ser utilizado como un servidor para el bien común de la población, digamos, para la justicia social. Entonces, viene a ser dinero bueno, como así debería ser. Pero también puede ser usado egoístamente por gente que le rinde culto por la riqueza y lujo que les da o por el poder y control que les permite ejercer sobre las demás gentes. Entonces el dinero pierde su bondad y se convierte en dinero malo o Mammón.

El dinero es el instrumento social más eficiente inventado por el hombre. Los seres humanos necesitan intercambiar bienes y servicios entre ellos, y usar el dinero para ello lo hace mucho más fácil. Apenas podría haber algún progreso en este mundo sin él. El dinero funciona de una forma similar a como lo hace un sacramento. En el ámbito espiritual, el ámbito de la gracia, se nos enseñó que un sacramento es un signo que produce lo que significa. En el ámbito temporal, el ámbito físico, el dinero es también un signo que produce lo que significa. En la vida espiritual, un sacramento ha de depender de la fe del cristiano para producir eficientemente lo que significa. Igualmente, en el mundo temporal, el dinero, para ser eficiente, ha de depender de la creencia y confianza de que dará o proporcionará lo que significa. Esta es la razón por la que al dinero también se le llama crédito, de la palabra latina credere, “creer”. Si no creyéramos en él y no confiáramos en él, entonces el dinero no vendría a ser más que números sin valor, igual que el dinero falsificado.

El dinero es también un medio para la distribución de la riqueza. En su encíclica Laborem Exercens, el Papa San Juan Pablo habla acerca de dos herencias sociales: la primera, los recursos naturales, que el Creador destinó para todo el mundo; y en segundo lugar, los inventos que hacen al trabajo progresivamente más fácil y más productivo, beneficiando al conjunto de toda la sociedad.

Desafortunadamente, debido a la forma en que el dinero es creado y administrado actualmente, no es posible distribuir equitativamente los frutos de estas dos herencias comunes. Para poder realizar esa justicia, el actual sistema monetario debería someterse a una revisión completa.

El dinero es un signo que está destinado para un solo propósito: servir a la naturaleza social del hombre con vistas a su bien común. Si el dinero pasa a ser monopolizado por intereses privados, entonces no sirve ya más al bien común, sino que se convierte en el ídolo llamado Mammón, esto es, en dinero malo usado para controlar a la gente y a los gobiernos. Por tanto, Mammón tiende a convertirse en el instrumento de Satanás, el Príncipe de este mundo, cuya ambición es establecer una malvada y oculta dictadura mundial: un control encubierto que ya tenemos hoy día en cierta medida. Lo que digo no es algo que yo esté vistiendo o maquillando: escuchen lo que Pío XI tuvo que decir en su encíclica Quadragesimo Anno, publicada en 1931: allí escribió que este “Dominio es ejercido de la manera más tiránica por aquéllos que, teniendo en sus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan también de las finanzas y señorean sobre el crédito, y por esta razón administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad”. Nadie puede respirar contra su voluntad; estas palabras recuerdan aquellas otras que encontramos en el libro del Apocalipsis en donde se dice que “(…) de manera que nadie podía comprar o vender, si no llevaba marcado el nombre de la Bestia o la cifra que corresponde a su nombre”.

Cuanto más se incrementa la globalización y la tecnología, más necesario se hace este signo, al que llamamos dinero, para el bienestar de la sociedad; pero, también, más catastrófico vendrá a ser, si cae bajo el monopolio completo de la bestia mencionada en el Libro del Apocalipsis. Ha habido muchos estadios o fases de desarrollo en la historia del dinero; en el pasado reciente, sus diferentes valores estaban representados por números inscritos en papel o metal (tales como el oro, la plata, el níquel, el cobre); pero ahora el progreso ha introducido el dinero electrónico y el crédito, que es una abstracción virtual y que necesita solamente un número y una contraseña para hacerlo circular o cambiar de lugar. El dinero electrónico, como tal, no es una cosa mala. Las tarjetas de crédito, por ejemplo, están viniendo a ser cada vez más útiles para los establecimientos comerciales y están reemplazando rápidamente al dinero en efectivo. Sin embargo, pueden también ser usadas para proyectos malvados.

Supongamos que las naciones del mundo decidieran reagruparse bajo un gobierno mundial. Esto, en sí mismo, podría ser bueno o malo; pero sería desastroso si estuviera dominado por los poderes mammonizantes descritos por el Papa Pío XI en su encíclica. Así pues, supongamos que tal gobierno asumiera el poder de mandar sobre la Iglesia y emitiera decretos que contradijeran la ley divina; supongamos que todas las cuentas y tarjetas de crédito pasaran a estar concentradas bajo un solo dispensador o distribuidor, controlado por este gobierno mundial; supongamos que tal gobierno tuviera el poder de invalidar las tarjetas de crédito y las cuentas de aquéllos que desobedecieran sus malvadas leyes; entonces uno tendría que elegir entre negar a Dios o morirse de hambre.

Así pues, se puede ver cuán importante es conocer y saber acerca del dinero. ¿Habremos de ir a la deriva en la corriente dirigida por Satanás, el Príncipe de este mundo? ¿Habremos de permitirle que tome el control sobre el más eficaz de los inventos sociales del hombre para hacer de él ese ídolo al que llamamos Mammón? ¿Acaso no existe el peligro de que un día, como el Libro del Apocalipsis nos informa, no podamos “ya más ser capaces de vender o comprar” sin su marca o número? ¿No deberíamos hacer algo para prevenir la mammonización completa del dinero? Jesús tenía razón al decir que “los hijos de este mundo son más astutos en sus tratos con los demás que los hijos de la luz”, pero añadió que “el que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. Por tanto, ¿por qué no ser “fiel en lo poco” haciéndonos más juiciosos y entendidos acerca del dinero? Haciéndolo así contribuiremos al bien común y a la edificación de una sociedad que sitúe a la persona humana (en lugar de a Mammón) en el centro. (La intención universal del Papa para este mes.)

Actualmente, por lo que yo sé, no hay escuelas, universidades o colegios que ofrezcan específicamente cursos sobre el dinero; quizás la cuestión del dinero se enseña dentro del contexto de la economía, pero no se enseña la cuestión del dinero en sí misma. Ya que el dinero es el motor que mueve a la economía, ¿por qué no aprender lo que ello es en sí mismo? ¿Por qué no emprender una acción constructiva en esa dirección? ¿Por qué no establecer una escuela que enseñe la ciencia del dinero? De hecho, la idea de un proyecto de ese tipo ya existe: sería una escuela a la que simplemente se le llamara facultad, puesto que ofrecería un programa especializado y limitado; una facultad independiente, ya que no sería parte integrante de ninguna institución existente, aunque podría afiliarse ella misma con colegios o universidades. Enseñaría la historia del dinero (no podemos realmente conocer una cosa sin conocer su historia). Enseñaría la filosofía del dinero: los principios sobre los cuales debería fundarse un sistema monetario justo. Enseñaría las políticas que concordaran al sistema monetario con la enseñanza social de la Iglesia.

Todo lo necesario para tal proyecto lo puede proporcionar el pueblo de Barry’s Bay: un lugar, casas e incluso un colegio cristiano en donde los estudiantes de la Facultad podrían recibir cursos suplementarios. Más aún, hay un joven creyente profesor de universidad católica, que vive no muy lejos de aquí, que ha realizado investigaciones y escrito libros sobre el tema del dinero. Ahora está completando un trabajo sobre el dinero y la distribución de la riqueza. Está bien cualificado para enseñar ciencia monetaria y aspira a hacerlo cuando y donde la Providencia le abra una puerta para esa oportunidad. ¡Todo lo tenemos ya aquí! (Sé lo que algunos estaréis pensando: “Todo lo tenemos, ¡excepto el dinero!”. Bien, sí, el dinero es un problema para nosotros, pero no para el Señor: Él pudo incluso pescarlo del lago. Si alguien tiene alguna duda sobre esto, que simplemente consulte su Biblia: Mat. 17, 27. Hagámoslo lo mejor posible, y Dios hará el resto).

Finalmente, para añadir más credencial a mi homilía, permítaseme citar un pasaje apropiado de Sobre la Iglesia en el Mundo Actual, un documento del Vaticano II. Dice así: “Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar la mejor sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios”. Sin un sistema monetario bien ordenado hay muy poca posibilidad de que nuestro progreso temporal pueda contribuir a producir una sociedad bien ordenada, de gran interés para el reino de Dios. Así pues, cuando Dios en su bondad retire el control del dinero de manos del Príncipe de este mundo, lo entregará a continuación a Sus hijos; a aquéllos a los que se les habrá enseñado cómo puede ordenarse y regirse el sistema monetario para el bien de la humanidad y el crecimiento del reino de Cristo.


Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE