El Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2113 nos enseña que




La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf. Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf. Gál 5, 20; Ef 5, 5).




A su vez, la historia nos enseña que en el verano de 1793, la Convención estableció el “culto a la diosa razón” y a la religión de la naturaleza. El cambio de Calendario había llegado casi un año antes, en otoño de 1792, y buscaba eliminar del mismo las referencias religiosas.




218 años después, en el invierno de 2011, como en una mueca blasfema al “rationabileobsequium” debido a la sacrosanta Trinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, hemos sabido de una aplaudida “racionalización del calendario laboral”, en la que se vislumbra como la primicia de un culto remozado que se ofrecerá a una nueva y perversa Tríada formada por la Razón, el Trabajo, el Dinero.




Ahora que cada uno se retrate. Se escuchan vanas apelaciones a unos “valores” supuestamente cristianos en la vida pública, pero precisamente en aquellos que vuelven a exclamar “nosotros no tenemos más rey que al César” (y ahora el Mercado es su Ley), excluyendo de la vida pública al mismo Cristo, que reclama una exigencia tan absoluta como ésta: Qui non est mecum, contra me est “El que no está conmigo está contra mí” (Mt 12, 30)...




Como ha recordado el Santo Padre Benedicto XVI, en la Bendición ‘Urbi et Orbi’ de 2011, Cristo Rey, Príncipe de la Paz, no puede, no quiere limitarse a reinar privadamente, únicamente en los corazones de los individuos; también Cristo ha de reinar públicamente, en las familias y en los pueblos:




“¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos los pueblos”. Benedicto XVI.

a celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de “dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 122, a. 4). Es por eso y a pesar de todo, que el Domingo es sagrado, y también a pesar de las presiones económicas, que el descanso dominical deba ser asegurado: “los cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales”(Catecismo 2187).




Tres son los agentes implicados en salvaguardar la sacralidad del Domingo, [1] los poderes públicos, [2] los patronos y [3] todos los fieles, cada cristiano. En este punto, cada uno tenemos nuestra personal responsabilidad, que no podemos delegar y que nos será exigida. Pues seremos juzgados por nuestras obras de caridad personal y también por nuestras obras de “caridad social”: «A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).




No se nos prometió que sería fácil... Releamos el Catecismo: “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf. Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf. Gál 5, 20; Ef 5, 5).




Veamos ahora en detalle que exige la “caridad social” de cada uno de nosotros, en este momento de la historia:




[1. Los poderes públicos]




“Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común. [...] A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino” (Catecismo 2187).




[2. Los patronos]




“Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados” (Catecismo 2187).




[3. Los fieles, cada cristiano]




a) “El domingo y las demás fiestas de precepto [...] los fieles se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo” (Catecismo 2193).




b) “Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor” (Catecismo 2187).




FUENTES




Catecismo de la Iglesia Católica, Día de gracia y de descanso (15 de agosto de 1997), nn. 2184-2188.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, El descanso festivo (2 de abril de 2004), nn. 258. 284-286.




CODA







JUAN PABLO II, Carta apostólica Dies Domini (31 de mayo de 1998), n. 66




[66]. Rige aún en nuestro contexto histórico la obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y la distensión que son necesarios a la dignidad de los hombres, con las correspondientes exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden ser satisfechas si no es salvaguardado por lo menos un día de descanso semanal en el que gozar juntos de la posibilidad de descansar y de hacer fiesta. Obviamente este derecho del trabajador al descanso presupone su derecho al trabajo y, mientras reflexionamos sobre esta problemática relativa a la concepción cristiana del domingo, recordamos con profunda solidaridad el malestar de tantos hombres y mujeres que, por falta de trabajo, se ven obligados en los días laborables a la inactividad.




BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (22 de febrero de 2007), n. 74




Sentido del descanso y del trabajo




74. Es particularmente urgente en nuestro tiempo recordar que el día del Señor es también el día de descanso del trabajo. Esperamos con gran interés que la sociedad civil lo reconozca también así, a fin de que sea posible liberarse de las actividades laborales sin sufrir por ello perjuicio alguno. En efecto, los cristianos, en cierta relación con el sentido del sábado en la tradición judía, han considerado el día del Señor también como el día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de esclavitud. Como he afirmado, «el trabajo reviste una importancia primaria para la realización del hombre y el desarrollo de la sociedad, y por eso es preciso que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no se deje dominar por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo de la vida».[209] En el día consagrado a Dios es donde el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral.[210]




[209] Homilía (19 marzo 2006): AAS 98 (2006), 324.

[210] Señala a este respecto el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 258: «El descanso abre al hombre, sujeto a la necesidad del trabajo, la perspectiva de una libertad más plena, la del Sábado eterno (cf. Hb 4,9-10). El descanso permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la Creación hasta la Redención, reconocerse a sí mismos como obra suya (cf. Ef2,10), y dar gracias por su vida y su subsistencia a Él, que de ellas es el Autor».




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Fuente.