Fuente: Cruzado Español, Número 100 (Extraordinario), página 23.
En el XXV aniversario de una Encíclica
Por F. Tusquets
El día 19 de Marzo –festividad de San José– del año 1937, aquel gran Papa que se llamó Pío XI publicó la Encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo. No se trataba simplemente de una condenación, que había sido repetidamente decretada por Pontífices anteriores y por el propio Pío XI; el objeto que perseguía ahora el Papa, era enmarcar al comunismo dentro de la serie de revoluciones anticristianas que el mundo viene sufriendo desde hace varios siglos, destacando su malicia intrínseca y su enorme peligrosidad, señalando principalmente sus tácticas y proponiendo los remedios idóneos para combatirlo y vencerlo.
Pío XI, autor de numerosísimas y maravillosas Encíclicas, conoció a fondo al comunismo, desde un principio, ya que envió una misión pontificia a Rusia, con el fin caritativo de socorrer a las poblaciones hambrientas en los años que siguieron a la victoria de los bolcheviques. Contemporáneo de las persecuciones religiosas de Méjico y España, autor de las Encíclicas Quadragessimo Anno y Caritate Christi Compulsi, Pío XI comprendió el fondo y los fines verdaderos de la revolución comunista, y pudo darnos la magnífica Encíclica que nos ocupa, que es una verdadera síntesis –concreta y profunda– del problema de la sociedad de nuestro tiempo.
En dicha Encíclica encontramos, además del objeto principal perseguido, un cortísimo resumen de la ideología marxista por un lado, y un brevísimo compendio de la Doctrina Social Católica por otro. Es por ello, y para conmemorar su XXV aniversario, por lo que nos ha parecido oportuna la publicación de este comentario en el Número centenario de «Cruzado Español», recomendando, una vez más, la lectura de la Divini Redemptoris a todos aquellos lectores que quieran estudiar las Encíclicas políticas y sociales, pues, leyéndola, se harán una magnífica y rápida composición de lugar, sin mayores dificultades.
Nosotros, con este modesto trabajo, únicamente intentaremos resaltar unos pocos puntos importantes, tratando de llamar la atención sobre la trascendencia de la Encíclica que nos ocupa.
CLARIVIDENCIA, QUE RESULTÓ PROFÉTICA
En los tres cortos párrafos de su Introducción, nos sitúa el fenómeno comunista a la luz de nuestra Fe católica y en el marco de la Teología de la Historia.
Nótese que la Encíclica es de Marzo de 1937. El fascismo en pleno auge en Europa; las democracias liberales en decadencia; el fenómeno de los Frentes Populares, característico de una táctica comunista para el asalto al Poder; la Norteamérica de Roosevelt, como remedio en las hondas crisis económicas padecidas anteriormente y punto de acercamiento con el bolchevismo; Rusia, preparando las grandes purgas stalinianas; y España, enzarzada en su guerra de Cruzada, con medio país dominado por el comunismo.
Pío XI nos habla de la secular lucha entre el bien y el mal, y dice luego, textualmente:
«Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquélla en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.
Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana».
No fueron necesarios muchos años para demostrar la profética clarividencia de Pío XI. El comunismo se apoderó de los siguientes países: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Albania, Bulgaria, China, Corea del Norte, Vietnam septentrional, Cuba… Y, por desgracia, parece que la lista no ha terminado todavía. Véase la situación precomunista en una serie de países africanos y sudamericanos y en la propia Argelia, y piénsese en el bloque de países neutralistas y en muchos de aquéllos que están adquiriendo o han adquirido su flamante «independencia». Sin ninguna duda, la clarividencia profética del Papa de la Divini Redemptoris es indiscutible.
EVOLUCIONISMO
Al hacernos la síntesis del ideario comunista, Pío XI nos describe los principios del materialismo histórico y dialéctico de Marx, con estas palabras:
«… Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin clases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar alguno para la idea de Dios; no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigos del género humano».
¡Cuánto tema de meditación, para tantos llamados intelectuales católicos que, con su absurdo fetichismo cientifista, y por miedo a quedar anticuados, aceptan sin discusión la teoría evolucionista!
Y qué lección también para todos los «católicos progresistas», esclavos de su idea sobre la continua evolución en todos los órdenes, aberración con la que se llega a perder la noción de las verdades objetivas, y cuyo fruto es la negación de la tradición cristiana; llegándose al absurdo de rechazar las tesis perennes, usando el único argumento de la inoportunidad de las mismas en el tiempo. Dicho de otro modo, y usando de un ejemplo: cuando un tradicionalista expone todas las ventajas del sistema corporativo cristiano, el progresista sólo tiene una contestación, que, más o menos, es la siguiente: Sí, la teoría es ingeniosa, pero anticuada; todo ello no es posible en el mundo de hoy; los vientos soplan de otro cuadrante. Tal contestación es puramente marxista, pues con ella se admite el fatalismo histórico y se niegan la libertad humana y el sentido común.
¡Hasta este grado ha descendido el hombre de hoy, bestializado por no querer aceptar el Reinado Social de Jesucristo! Justo castigo del orgullo racionalista ha sido esta caída en el más grande de los absurdos. Colocados en esta postura, no nos extraña que se propugne un museo Picasso en la católica Barcelona.
ASTUCIAS DEL COMUNISMO
En la IV Parte de la Encíclica, el Papa nos señala los remedios, naturales y sobrenaturales, contra el comunismo. Uno de ellos consiste en prevenirse contra sus astucias; después de señalarnos la explotación que ellos hacen del deseo universal de paz, nos dice:
«De la misma manera, con diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan Asociaciones y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la penetración de sus ideas en medios sociales que, de otro modo, no le serían fácilmente accesibles; más todavía, procuran infiltrarse insensiblemente hasta en las mismas Asociaciones abiertamente católicas o religiosas».
Teniendo en cuenta las anteriores palabras de Pío XI, quizá no nos extrañará la fiebre evolucionista que, en materia de Teología, de moral, y de apostolado, se nota en muchos sectores católicos, y que, desgraciadamente, ha llegado a crear un ambiente antijerárquico y confusionista, siendo todo ello apoyado y alentado en revistas que blasonan de católicas.
Pero nos dice Pío XI, en el párrafo siguiente:
«Procurad, Venerables Hermanos, con sumo cuidado, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo en terreno alguno los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar, tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo comunista».
Este párrafo, escrito en 1937, se nos antoja perfectamente apto para 1962 y para aquéllos de nuestros compatriotas que, faltos de humilde sentido cristiano, propalan ideas marxistas entre los católicos y coadyuvan en las campañas antijerárquicas. Pero tengan en cuenta estos católicos progresistas que serían ellos los primeros en ser fusilados si el comunismo lograra triunfar, pues a la revolución le estorban los testigos inoportunos.
España tiene una antigua y luminosa civilización cristiana. Es principalmente por ello que, cuando una revolución triunfa en nuestro país, la explosión y la devastación del odio comunista es mayor que en otras partes. Y es falso el argumento de los simplistas, cuando achacan dicha devastación solamente a las acusadas diferencias de clases, y más todavía cuando intentan justificarla explotando la insidia de que la Iglesia es amiga de los ricos.
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