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Tema: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

  1. #1
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    El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Como prometí en su día, a propósito de la huelga del gremio de los taxistas contra la multinacionales Uber y Cabify, vamos a recopilar en este hilo el conjunto de artículos que el legitimista catalán Francesc Tusquets i Padrosa publicó en Cruzado Español, en los que recoge las bases y fundamentos generales de la Doctrina Social de la Iglesia para una congruente restauración del orden socio-político católico tradicional español.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 1-2, 1 y 15 de Abril de 1958, páginas 11 – 12.



    ¿ES LIBRE EL HOMBRE DE HOY?

    Por F. Tusquets


    Si en una tertulia de intelectuales, o desde el sillón de una Academia, cualquier persona se atreviese a afirmar que el hombre de hoy es menos libre que el del siglo XVIII o el de la Edad Media, no sabemos lo que ocurriría; es posible que a dicha persona la internaran en un sanatorio. A pesar de ello, creemos que la humanidad ha sido objeto de un inmenso fraude; desde hace siglo y medio sus dirigentes le están hablando de libertad; pero la verdad es que cada día el hombre es menos libre: a éste y al otro lado del telón de acero. Con uno y otro régimen, ya se llame éste comunismo o democracia popular, democracia liberal o capitalismo; los Estados y los grupos que los manejan, limitan de hecho cada vez más el campo de acción del individuo.

    Nuestro Papa Pío XII, en su Radiomensaje de la víspera de Navidad de 1951, decía que el orden cristiano es orden de libertad, y, quejándose del hecho doloroso de que hoy ya no se estima o no se posee la verdadera libertad, seguía con el párrafo que copiamos a continuación:

    «Los que, por ejemplo, en el campo económico y social pretenden hacer a la sociedad responsable de todo, aun de la dirección y de la seguridad de su existencia; o los que esperan hoy su único alimento espiritual diario cada vez menos de sí mismos –es decir, de sus propias convicciones y conocimientos– y cada vez más de la prensa, de la radio, el cine, la televisión, que se lo ofrecen ya preparado, ¿cómo podrán concebir la verdadera libertad?, ¿cómo podrán estimarla y desearla, si ya no tiene ella lugar alguno en su vida?

    No son más que simples ruedas de los diversos organismos sociales: ya no son hombres libres capaces de asumir y de aceptar una parte de responsabilidad en las cosas públicas».

    Nótese que el Padre Santo pronuncia las anteriores palabras en un Mensaje de Navidad, y en su Tercera Parte, que tiene por título: «La aportación de la Iglesia a la causa de la paz»; trata en ella claramente de los dos bandos en que actualmente se halla dividido el mundo, fustigando la postura ideológica de ambos. E, inmediatamente después de hablar de «una sociedad que ha quedado reducida a puro automatismo», nos dice, refiriéndose concretamente al mundo occidental, lo siguiente:

    «Tal es la demasiado difundida debilidad de un mundo que gusta llamarse con énfasis “el mundo libre”. O se engaña o no se conoce a sí mismo: no se asienta su fuerza en la verdadera libertad. Es un nuevo peligro que amenaza a la paz y que hay que denunciar a la luz del orden social cristiano. De ahí proviene también, en no pocos hombres autorizados del llamado “mundo libre”, una aversión contra la Iglesia, contra esta importuna amonestadora de algo que no se tiene, pero que se pretende tener, y que, por una rara inversión de ideas, se le niega injustamente precisamente a Ella: hablamos de la estima y del respeto de la genuina libertad».

    Una persona de cultura media, que dialogue, lea periódicos y revistas, y se halle sumergida o conozca el ambiente intelectual de nuestros días, si medita las Cartas y Alocuciones del Papa, y concretamente el Radiomensaje del cual hemos copiado los fragmentos anteriores, creemos que, forzosamente, ha de acusar un choque, pues las palabras del Sumo Pontífice difieren radicalmente de lo que el mundo de hoy nos sirve como manjar intelectual cotidiano. Para un católico, el análisis de esta tremenda diferencia de clima, entre lo que nos dice el Papa por un lado, y el mundo por otro, le tiene que llevar a muchas reflexiones y a algunas conclusiones sobre la psicología del hombre actual, y sobre la dirección ideológica del mundo contemporáneo.

    La Reforma, el Enciclopedismo, la Revolución Francesa y el marxismo han tratado de modelar a la sociedad, dándole unas características que, repetidas con monotonía, y casi en serie, hacen que no sea nada difícil describir al hombre contemporáneo. Respirando constantemente el ambiente actual y alimentándose de las ideas que se le presentan masiva y machaconamente por medios de difusión potentes y modernos, los hombres de hoy se masifican y parecen fabricados en serie; el igualitarismo ideológico-espiritual de nuestros días ha logrado que las diferencias de costumbres, ideas y reacciones entre los hombres de distintos países y clases, sean mínimas. En los países más civilizados y en las zonas más industrializadas, la receptividad es mayor; los países agrícolas y atrasados se libran todavía en parte de dicha masificación.

    El hombre de hoy es incapaz para la meditación, o no tiene tiempo para ella; odia la soledad y desconoce la paz y el sosiego. Siente horror hacia lo que él llama el aburrimiento. Necesita aturdirse con el bullicio, la muchedumbre, el ruido y la diversión. Carece de imaginación. De aquí la enorme difusión del cine y el crecimiento hipertrófico de los grandes espectáculos deportivos, encargándose el primero de suplir su fuerza mental por medio de imágenes, y el segundo de diluir su personalidad en el alud multitudinario. También el hombre-tipo de hoy tiene una gran capacidad receptiva por lo que a la propaganda se refiere; es verdad que la publicidad es un arte y una técnica con directores inteligentes que se sirven de ambas; pero ella encuentra campo abonado en la masificación, uniformidad y poca personalidad del hombre de hoy.

    El hombre-masa parece incapaz de pensar por su cuenta; y por ello digiere con facilidad asombrosa la cultura prefabricada, que cotidianamente le es servida por la prensa, la radio, las revistas, los noticiarios, los Digests, los espectáculos, e incluso los libros.

    Entre las capas más elevadas y selectas del hombre de hoy, o sea, entre los que en medio del aborregamiento general tienen, a pesar de todo, inquietudes espirituales, nos encontramos a los desconcertados y llenos de contradicciones; pues si, por un lado existe el orgullo individual y el orgullo social de sentirse miembro de un mundo y una sociedad donde parece que la técnica va a acabar con todos los problemas y luchas de antaño, por otro lado se presienten o se intuyen fuerzas catastróficas desbocadas que escapan a nuestro control. De ahí la desazón de los mejores de entre los hombres-masa.

    Otras consideraciones nos sugieren los textos de Su Santidad que hemos reproducido al principio. A nuestro modesto entender, el segundo de ellos, en que nos habla del “mundo libre”, dice, en una forma que deja poco lugar a dudas, exactamente lo contrario de lo que la cultura prefabricada nos presenta todos los días a través de la prensa, por medio de sus corresponsales y comentaristas de política internacional, que se esfuerzan en demostrarnos que el telón de acero es como un abismo que divide claramente a los buenos de los malos, y tratan de explicar los avances de los marxistas achacándolos a equivocaciones o vacilaciones “incomprensibles” de los dirigentes de los países libres.

    Es realmente absurdo querer justificar con “equivocaciones” las Conferencias de Yalta y Teherán; la entrada de las tropas rusas en Berlín, Praga, Viena y Budapest; la entrega al comunismo de la China, con sus seiscientos millones de habitantes; la orden dada al General Mac Arthur, para impedir que derrotara a los comunistas de Corea del Norte; las simpatías y ayudas de las potencias occidentales al extraño Mariscal Tito; la entrega al comunismo de la Indochina septentrional, con sus tres millones de católicos; el papel ridículo de los ejércitos anglo-franceses frente a la crisis de Suez; la falta de ayuda a los patriotas húngaros sublevados; el despertar rápido y desmesurado de los países norteafricanos; y todo el espíritu de indefensión, impotencia y complejo de inferioridad de Occidente con respecto a Rusia.

    Son demasiadas coincidencias y demasiadas equivocaciones. No pueden satisfacernos las explicaciones que se nos dan. No es posible que los dirigentes occidentales tengan tan poca talla, y en cambio los del bloque soviético sean siempre tan hábiles y tan inteligentes. Y, repetimos, la explicación que tratan de darnos no es válida, pues un error puede admitirse, pero una cadena y una serie de errores constituyen un plan. Un plan de subversión anticristiana, inteligentemente trazado y desarrollado; un plan minucioso pero elástico, que entiende lo que es un retroceso táctico, para lograr luego un avance mayor. Es decir, la Revolución sabe, cuando le conviene, vestirse con piel de cordero, para engañar a la reacción cristiana; la Historia de Occidente, y concretamente la de nuestro país en el siglo XIX, es rica en estos episodios. Los planes necesitan sus directores, sus instrumentos y sus ejecutores (sean o no conscientes de su misión); de todo ello lógicamente se sirve y dispone la Revolución. La dirección de todo ello estará a cargo de muchas o pocas personas; las directrices y consignas emanadas de allí (por medio de los instrumentos varios y distintos de que disponen), llegan a quienes tienen que obedecerlas, a éste y al otro lado del telón de acero, influyendo poderosamente en lo político, en lo económico, en lo social, y en lo filosófico.

    Las ideas motrices de este plan de subversión, son profundamente anticristianas; existe odio declarado o encubierto hacia la Iglesia de Cristo. Es falsa también la teoría del materialismo histórico; esta tendencia, tan cómoda y tan “realista”, que quiere explicárnoslo todo en función de intereses económicos, extensión de mercados, lucha de clases, disputa por las materias primas; todo ello existe, no cabe duda, pero no es suficiente ni mucho menos para interpretarnos la Historia. Es secundario.

    No caben dudas sobre el papel que desarrolla en el mundo el Enemigo de Dios, el cual, orgullosamente poseído por el odio hacia Él, trata de estorbar sus divinos designios, e intenta monstruosamente frustrar la obra de la Redención. Esta lucha multisecular entre el Bien y el Mal, no sólo repercute, sino que informa profunda y primariamente toda la Historia de la humanidad.

    Sabemos que cuando algún comentarista del mundo occidental, teniendo la osadía de independizarse de la cultura prefabricada, expone estas interpretaciones, se encuentra rodeado del vacío o del desprecio. Si algún docto varón, de los que son leídos y escuchados por el hombre-masa, se digna hablar de él, será para motejarle de visionario, de anticuado, de infeliz o de imbécil. Y lo curioso es que muchos de estos señores que motejan, son o se llaman católicos. Suponemos que estos cultos comentaristas no habrán leído, por ejemplo, ni la Encíclica «Humanum genus» de León XIII, ni la «Ubi arcano Dei» de Pío XI; y tienen que ignorar también forzosamente las numerosas Alocuciones del actual Pontífice, hablando de «fuerzas del mal» y del «poder de las tinieblas». Tenemos a la vista un Discurso pronunciado por nuestro Papa Pío XII, dirigido a la Acción Católica Italiana, en 12 de Octubre de 1952, y no podemos resistir la tentación de reproducir un bello fragmento de él. Felicita en él a los hombres de la Acción Católica Italiana, por haber construido un templo en Roma dedicado a San León Magno, el gran Pontífice que, en el año 452, saliendo fuera de la ciudad, detuvo al ejército de Atila, salvando a Roma. Dice así:

    «¡Amados hijos, hombres de Acción Católica! Cuando hemos sabido que el nuevo templo debía ser dedicado a San León I, salvador de Roma y de Italia del ímpetu de los bárbaros, se Nos ha ocurrido en el pensamiento de que tal vez con ello habíais querido referiros a las circunstancias presentes. Hoy día, no sólo la Urbe e Italia, sino el Mundo entero, están amenazados.

    ¡Oh, no os preguntéis cuál es el enemigo ni qué prendas viste! El enemigo se halla en todas partes y en medio de todos; sabe ser violento y taimado. En estos últimos siglos ha procurado obrar la disgregación intelectual, moral, social de la unidad en el organismo misterioso de Cristo. Ha querido la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces la autoridad sin la libertad. Es un “enemigo” que se ha ido concretando cada vez más, con una despreocupación que deja aún atónito: Cristo, sí; Iglesia, no. Después, Dios sí; Cristo, no. Finalmente, el grito impío: Dios ha muerto; y también: Dios jamás ha existido. Y he aquí la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre fundamentos que Nos no vacilamos en señalar como los principales responsables de la amenaza que pesa ahora sobre la humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios. El enemigo se ha esforzado y se esfuerza para que Cristo sea un extraño en la Universidad, en la escuela, en la familia, en la administración de la justicia, en la actividad legislativa, en la Asamblea de las naciones, allí donde se determina la paz o la guerra.

    Él está corrompiendo el mundo con una prensa y unos espectáculos que matan el pudor en los jóvenes y en las muchachas, y destruyen el amor entre los esposos; inculca un nacionalismo que conduce a la guerra.

    Vosotros veis, amados hijos, que no es Atila quien avanza hacia las puertas de Roma…».

    Al tratar del enemigo, el Papa no se refiere únicamente al comunismo, puesto que alude a su labor de «estos últimos siglos». Y al trazar la gradación de «Cristo, sí; Iglesia, no», hasta llegar a «Dios ha muerto», nos va recordando (a nuestro entender) la Reforma, el Enciclopedismo y liberalismo, y, por fin, el marxismo-materialismo. Y al hablar de eso, dice que el enemigo se ha ido concretando en esas varias formas. Otra vez vemos un enorme contraste entre lo que dice el Sumo Pontífice y lo que nos dicen los directores del mundo a través de todos los medios de difusión.

    Para defendernos de la poderosa fuerza de penetración y arrastre que tiene la cultura dirigida anticristiana, y no perder lo que nos queda de hombres y de cristianos, no hay más que una solución: la de estudiar los problemas que plantea el mundo de hoy, a la luz del Vaticano, escuchando y aplicando en cada caso las enseñanzas del Vicario de Cristo. Es él el único camino para no perdernos en medio de la confusión de este pobre mundo enloquecido de hoy.

  3. #3
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 17, 1 de Diciembre de 1958.



    LA IGLESIA Y EL CORPORATIVISMO

    Por F. Tusquets


    Estudiando la Doctrina Social de la Iglesia, contenida en las Encíclicas y Alocuciones de los últimos Papas, vemos cómo, empezando por León XIII y siguiendo por Pío XI y Pío XII, se inicia, se forma y se pone al día, todo un cuerpo de doctrina completo que nos permite saber perfectamente y en lo fundamental en qué consiste el orden social cristiano. Ahora bien, si después de leer y meditar sobre las Encíclicas y Alocuciones de los tres Papas citados, vemos lo que dicen muchos comentaristas católicos sobre temas sociales, nos encontramos muchas veces sumidos en extrañeza y confusión, y nos parece que los segundos, en vez de desarrollar concreta y técnicamente los principios formulados en los Documentos Pontificios, lo que hacen generalmente es andarse por las ramas, cogiendo aspectos accesorios, y tratando de acomodarlos a las modas sociales en vigor en el mundo, llegando a desvirtuar las Encíclicas, e incluso, inconscientemente, a hacerle el juego a la Revolución.

    Las Encíclicas sociales de los Romanos Pontífices no se limitan a defender los derechos de los obreros; eso constituye sólo una parte, integrada en un conjunto total y armónico. Los Papas se refieren al ordenamiento económico-social de toda la sociedad, abarcando el problema en su totalidad y en todos sus aspectos. Las Encíclicas «Rerum Novarum» y «Quadragessimo Anno» estudian la situación social de nuestro tiempo, haciendo la crítica y señalando sus defectos. Y nos dan las soluciones en todos los terrenos: en el religioso; en el moral; en el de la empresa; en el de los derechos y obligaciones de patronos y obreros; en el de las relaciones entre ambos; a la misión de las corporaciones u organizaciones profesionales; al papel que le incumbe al Estado en todo ello, etc., etc. Las soluciones que nos dan los Papas forman, en sus aspectos religioso, moral, político, económico y social, un todo indivisible, porque no se logrará la paz social ni se instaurará un orden social cristiano si sólo tratamos de solucionar un aspecto concreto de las relaciones entre patronos y obreros y el clima que respira la sociedad sigue siendo materialista; tampoco se logrará la paz social encumbrando en los puestos de mando a una tecnocracia bien preparada si el ambiente que respira el mundo sigue siendo anticristiano.

    Todo ello creemos que es muy claro para cualquier católico. Pero si, sentado esto, nos fijamos en la parte humana y en las soluciones concretas que en dicho terreno nos da la Doctrina Social de la Iglesia, vemos (a poco que leamos y comparemos) que la médula del régimen cristiano la constituyen las organizaciones profesionales, o sea, que el orden social cristiano es el corporativismo. Ya León XIII, en su Encíclica «Humanum genus» (anterior a la «Rerum Novarum»), nos hace unos elogios de los antiguos gremios y corporaciones. En su primera Encíclica social, «Rerum Novarum», desarrolla aquella idea con toda amplitud y nos presenta al corporativismo como solución cristiana del problema social. Cuarenta años más tarde, Pío XI, en su Encíclica «Quadragessimo Anno», confirma y ratifica la Encíclica de León XIII, estudia los cambios acaecidos en lo económico y social durante el transcurso de aquel período de tiempo, e insiste de nuevo con gran amplitud en el estudio del corporativismo como solución. Y el mismo Pío XI, en los últimos años de su pontificado (en 1937), en su Encíclica menos conocida «Divini Redemptoris», insiste de nuevo sobre el corporativismo, diciendo:

    «Nos hemos enseñando que los medios de salvar el mundo actual de la ruina en que el liberalismo amoral nos ha sumergido, no consisten ni en la lucha de clases, ni en el terror; mucho menos todavía en el abuso autocrático del poder del Estado; sino en la instauración de un orden económico inspirado por la justicia social y los sentimientos de la caridad cristiana. Nos hemos enseñado cómo una sana prosperidad debe basarse sobre los verdaderos principios de un corporativismo sano que respete la jerarquía social necesaria, y cómo todas las corporaciones deben organizarse en una armoniosa unidad, inspirándose en el bien común de la sociedad».

    Ahora bien, para algunos cristianos interesados en el problema social (influidos, quizás, por las ideas liberales o marxistas), parece como si la palabra corporativismo fuera sinónima de fascismo, y sintiendo el horror hacia el sambenito que representa la segunda palabra hoy en día, no dándose cuenta de lo absurdo de tal confusión, derivan toda su energía e inquietud hacia el aspecto meramente obrerista, desgajado de aquel todo, armónico e indivisible, que es la Doctrina Social Cristiana, y puestos ya en ese terreno, y aceptando además la consigna de «pas d´ennemis à gauche», derivan hacia el marxismo, tratando de hacer equilibrios y de conciliar lo inconciliable, aumentando el confusionismo y haciendo el juego a los enemigos de la Iglesia. No tendremos que esforzarnos mucho para refutar el slogan revolucionario que trata de confundir el corporativismo con el fascismo; en primer lugar, el primero es anterior en muchos siglos al segundo; en segundo lugar, hay que advertir que el corporativismo cristiano es libre y se organiza desde abajo, no teniendo, por tanto, nada que ver ni con fascismos ni con tecnocracias sinárquicas, pues ambos vienen impuestos de arriba abajo y son instrumentos de un dirigismo tiránico y antinatural. Por último, diremos que, al corporativismo tradicional de la Doctrina Social de la Iglesia, no le cuadra más que un adjetivo, y éste es el de cristiano. En suma, la pretendida objeción confusionaria no tiene ninguna consistencia para cualquier católico medianamente formado.

    Pero, después de considerar todo lo que antecede, resulta sumamente sorprendente constatar la conspiración del silencio que, con tan rara unanimidad, se da entre las derechas liberales y los «católicos sociales», siempre por lo que al corporativismo se refiere. No dicen sobre ello ni una sola palabra. Hablan mucho de justicia social, de egoísmo de los empresarios, de igualdad social, de nivelación de clases, pero absolutamente nada del armazón del orden social cristiano que es el corporativismo, y dentro del cual se logra la verdadera justicia social.

    Sospechamos que sea debido en parte a este fenómeno, el hecho de que los Papas insistan una y otra vez, y de una forma clarísima, en llamarnos repetidamente la atención sobre el corporativismo como solución cristiana a los problemas sociales de nuestro tiempo. Pues León XIII, repetimos, inicia el tema en la «Humanum genus» y lo desarrolla en la «Rerum Novarum». Pío XI lo confirma y actualiza en la «Quadragessimo Anno», y nos lo vuelve a recordar en la «Divini Redemptoris». Y nuestro llorado y recientemente fallecido Pío XII insiste en favor del corporativismo en trece ocasiones en el transcurso de once años (según puede comprobarse consultando cualquier Anuario de los que recogen las Alocuciones papales), y que son las siguientes: Alocución, 11 Marzo 1945. Carta, 10 Julio 1946. Carta, 19 Julio 1947. Alocución, 7 Mayo 1949. Mensaje Radiofónico, 4 Septiembre 1949. Alocución, 11 Septiembre 1949. Alocución, 3 Junio 1950. Alocución, 6 Abril 1951. Alocución, 31 Enero 1952. Carta, 5 Julio 1952. Mensaje Radiofónico, 14 Septiembre 1952. Mensaje de Navidad, 24 Diciembre 1955. Y Mensaje de Navidad, 24 Diciembre 1956.

    Quisiéramos reproducir únicamente el fragmento de la de 31 de Enero de 1952, en la que S. S. Pío XII, dirigiéndose a los miembros de la Unión Cristiana de Jefes de Empresa italianos, les decía así:

    «Ni podríamos ignorar las alteraciones con las cuales se daban de lado las palabras de alta sabiduría de Nuestro glorioso Predecesor Pío XI, dando el peso y la importancia de un programa social de la Iglesia, en nuestro tiempo, a una observación completamente accesoria en torno a las eventuales modificaciones jurídicas en las relacione entre los trabajadores sujetos al contrato de trabajo y la otra parte contrayente, y pasando, por el contrario, más o menos bajo silencio, la parte principal de la Encíclica «Quadragessimo Anno», que contiene, en realidad, aquel programa, es decir, la idea del orden corporativo profesional de toda la economía».

    Creemos enormemente significativas las palabras del Papa citadas. Porque, quizá, el Mundo de hoy, llegado a un grado tan bajo gracias a la labor de varios siglos de Revolución anticristiana, se siente más atraído por el confusionismo y por los juegos de palabras, que por la luz de la Verdad que emana siempre de las palabras de los Vicarios de Cristo en la Tierra. Por ello, nuestra revista, en su Número de 1.º de Noviembre pasado, destacaba en un recuadro las palabras de S. S. Pío XII en su Mensaje por un mundo mejor, de 10 de Febrero de 1952:

    «No es éste el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevas metas y objetivos. Unos y otros, ya conocidos y determinados en su esencia, porque han sido enseñados por Cristo, aclarados por la elaboración secular de la Iglesia, y adaptados a las circunstancias de hoy por los últimos Sumos Pontífices, esperan sólo una cosa: su realización concreta».

  4. #4
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 20, 15 de Enero de 1959, página 7.



    PÍO XII Y LA CUESTIÓN SOCIAL

    Por F. Tusquets


    En el Número 17 de «Cruzado Español» publicábamos un artículo titulado «La Iglesia y el Corporativismo», y en él, después de hablar de las Encíclicas de León XIII y Pío XI, decíamos que el Papa Pío XII, desde 1945 a 1956, o sea, en el transcurso de 11 años, había hablado 13 veces en favor del corporativismo. Enumerábamos las trece citas por orden cronológico, pero sólo dábamos el texto de una de ellas. Nuestro propósito es publicar y comentar las doce restantes. Lo intentaremos con la ayuda de Dios en Números próximos. En el presente trabajo comentaremos otra de las citas que, por su interés, creemos merece capítulo aparte.

    Se trata de un Discurso de S. S. a los Congresistas de la «Unión Internacional de Asociaciones Patronales Católicas». Discurso pronunciado en francés ante 400 Delegados de dichas Asociaciones, reunidos en su IX Conferencia Internacional, el 7 de Mayo de 1949; unos cuatro años después de terminada la Segunda Gran Guerra, con media Europa en proceso de bolchevización, y la otra media «democrática y libre» balanceándose alegremente entre Gobiernos socialistas y democristianos. Del telón de acero para allá, la organización económico-social caminaba hacia la abolición de la iniciativa individual por la vía estatista-colectivista; y del telón para acá, también se iba (aunque más despacio) a la abolición de la iniciativa privada, por medio de las nacionalizaciones y de la tendencia concentracionaria y trustificadora de la economía.

    Empieza su Discurso el Papa diciéndoles que a menudo recibe a obreros y a representantes de asociaciones cristianas, que le van con sus preocupaciones; les da la bienvenida y les alaba su celo por hacer penetrar la Doctrina Social Cristiana dentro de la economía. Dice que los intereses de patronos y obreros no son divergentes; la oposición entre ambos es sólo aparente. Hay una comunidad de intereses entre jefes de empresa y obreros, que no son antagonistas inconciliables, sino cooperadores en una obra común, ya que viven, a fin de cuentas, del beneficio neto y global de la economía nacional. Y Pío XII, apuntando hacia la solución cristiana del corporativismo, dice que, ya que el interés es común, habría que traducirse en una expresión común, atribuyendo a los obreros una justa parte de responsabilidad en la constitución y desenvolvimiento de la economía nacional. Se refiere a las penurias de capital y a los recientes ensayos de socialización, y apremia «cuando es todavía tiempo» a poner las cosas en su punto con plena conciencia de la responsabilidad común.

    Y, puesto el Papa en este terreno, sus palabras son tan claras, y la importancia de lo que dice es tan capital, que, no sabiendo cómo resumir lo que sigue, vamos a transcribirlo literalmente, rogando al lector que lo lea despacio y lo medite. Dice S. S. Pío XII:

    «De esta comunidad de intereses y responsabilidades en la obra de la economía nacional, Nuestro inolvidable Predecesor Pío XI sugirió la fórmula concreta y oportuna, cuando en su Encíclica «Quadragessimo Anno» recomendaba la «organización profesional» en las diversas ramas de la producción. Nada, en efecto, le parecía más a propósito, para vencer el liberalismo económico, que el establecimiento, para la economía social, de un estatuto de derecho público fundado precisamente sobre la comunidad de responsabilidades entre todos los que toman parte en la producción. Este punto de la Encíclica fue objeto de encontradas protestas. Los unos veían en esto una concesión a las corrientes políticas modernas, y los otros una vuelta a la Edad Media. Hubiera sido incomparablemente más cuerdo deponer los viejos prejuicios inconsistentes, y ponerse de buena fe y de buena voluntad a la realización de la cosa misma y de sus múltiple aplicaciones prácticas».

    Encontramos a Pío XII en la misma línea que Pío XI y León XIII. Ello es naturalísimo, pese a lo que algunos pretendían insinuar. La Iglesia es siempre la misma, y la Verdad es una. Pío XII nos señala el camino del corporativismo, y se lamenta que desde la derecha y desde la izquierda el mundo no quiera aceptarlo. El Papa, en aquel momento, se duele de que se hayan dejado perder oportunidades para adoptar la solución cristiana, y, en vez de ello, Occidente caminara por el camino de la estatificación y nacionalización de empresas. (Recuerde el lector que, en los años inmediatos a la terminación de la guerra, se abatió sobre la Europa occidental la ola de las nacionalizaciones, impulsada conjuntamente por socialistas y demócrata-cristianos).

    Sobre este punto de la nacionalización de empresas, y de los derechos de la iniciativa privada, se pronuncia a continuación Pío XII en los párrafos que siguen:

    «No es cosa dudosa que la Iglesia también, dentro de ciertos límites justos, admite la estatificación y juzga “que se pueden legítimamente reservar a los poderes públicos ciertas categorías de bienes, aquéllos que presentan tanta potencia que no se podría, sin poner en peligro el bien común, abandonarlos en manos de particulares” (Quadragessimo Anno). Pero, hacer de esta estatificación una regla normal de la organización pública de la economía, sería trastornar el orden de las cosas. La misión del derecho público es, en efecto, servir al derecho privado, no el absorberlo. La economía –no de otra manera que las demás ramas de la actividad humana– no es por su naturaleza una institución del Estado; es, por el contrario, el producto viviente de la libre iniciativa de los individuos y de las agrupaciones libremente constituidas».

    Sólo para evitar la tiranía de un pequeño grupo de personas, puede el Estado nacionalizar unos bienes o servicios, que no pueden entrar, por sus características especiales, en el juego de la libre competencia individual; o aquellos otros que, por su carácter vital, dieran a sus poseedores un poder peligroso para la misma existencia e independencia del Estado. Fuera de estos casos, verdaderamente excepcionales, y que pueden variar de un país a otro, no le es lícito al Estado inmiscuirse en el terreno de la iniciativa privada, según la Doctrina Social de la Iglesia.

    Pío XII hace estas advertencias en 1949, en plena época de nacionalizaciones; posteriormente ha habido, por parte de los Gobiernos occidentales, un cierto cambio de tendencia, consistente en apoyar la formación o el crecimiento de empresas poderosas, que ahogan a las medianas o pequeñas; puede que este cambio se haya producido para no asustar a las clases conservadoras; pero, mucho es de temer que, en uno y otro caso, el resultado sea el mismo, o sea, la socialización progresiva de la sociedad, con la pérdida prácticamente de las libertades que la Iglesia y el derecho natural reconocen al hombre.

    Y decimos eso, porque de las Encíclicas y Alocuciones de nuestros Papas se desprende precisamente lo contrario, o sea, crear el máximo número posible de propietarios o empresarios, de hombres que no dependan de otros, que tengan medios propios e independientes para cubrir sus necesidades familiares, y que les queden todavía remanentes para, con su capital ahorrado, poder capitalizar nuevas fuentes de riqueza.

    A ello se refiere Pío XII hacia el final del Discurso que comentamos, cuando, después de negar que toda empresa entre por su naturaleza en la esfera del derecho público, dice lo que sigue:

    «El propietario de los medios de producción, cualquiera que él sea –propietario particular, asociación de obreros, o fundación– debe, siempre dentro de los límites del derecho público de la economía, permanecer dueño de sus decisiones económicas. Se comprende que el beneficio que él percibe sea más elevado que el de sus colaboradores. Pero de aquí se sigue que la prosperidad material de todos los miembros del pueblo, que es el fin de la economía social, le impone, a él más que a los otros, la obligación de contribuir por el ahorro al acrecentamiento del capital nacional. Como es preciso, por otra parte, no perder de vista que es sumamente ventajoso para una sana economía social que este acrecentamiento del capital provenga de fuentes lo más numerosas posibles, es, por consiguiente, muy deseable que los obreros puedan también ellos participar con el fruto de su ahorro en la constitución del capital nacional».

    La Doctrina Social de la Iglesia defiende la libre iniciativa, propugna el acceso a la propiedad y la desproletarización, señala el corporativismo como sistema donde estos ideales pueden encauzarse, y deja al Estado en su verdadero papel tutelar y supletivo.

    Por contra, el marxismo pretende la proletarización y el estatismo a ultranza, para permitir la tiranía anticristiana de unas fuerzas revolucionarias minoritarias; a ello va por varios caminos: unos más rápidos y brutales (en Oriente), y otros más sutiles, más indirectos, y más lentos (en Occidente).

    Termina su Discurso el Papa diciendo que sólo la Doctrina Social de la Iglesia puede proporcionar los elementos esenciales para la solución del problema social. Que el concretar y aplicar esta doctrina no puede ser obra de un día, sino que su realización pide cordura, clarividencia, sentido común y buena voluntad.

    «Esto requiere (dice) un desinterés total, que sólo puede inspirarlo una auténtica virtud cristiana sostenida por la ayuda y la gracia de Dios».

    He ahí varios puntos concretos de la Doctrina de la Iglesia sobre la verdadera solución del problema social.

    En próximos Números, Dios mediante, glosaremos otros aspectos importantísimos de las enseñanzas pontificias sobre dicha cuestión.


    .
    Última edición por Martin Ant; 22/06/2019 a las 16:37

  5. #5
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 30, 15 de Junio de 1959.



    REFLEXIONES ACERCA DE UN ARTÍCULO DEL P. LLANOS

    Por F. Tusquets


    La revista mensual «El Ciervo», en su Número 74, publica una serie de trabajos sobre la pobreza; empieza, en su primera página, con uno titulado «Ocho respuestas sobre pobreza», firmado por José M.ª de Llanos, S. J. El artículo, que, como su nombre indica, consiste simplemente en ocho preguntas con sus correspondientes respuestas, propugna, en resumen, la obligatoriedad material de la pobreza, diciendo que hay que limitar las ganancias hasta llegar a la renta per capita que le tocaría a cada español de éstas, justamente repartida la nacional entre todos. Y el rico debe (según el articulista) reducir su tren de vida a pobreza, y proporcionar trabajo con los bienes sobrantes en «exclusivo» beneficio de los trabajadores. Dice que, o se confía en Dios, o se confía en el dinero, terminando literalmente como sigue:

    «Y el que posee es que confía (a no ser que su propiedad esté tan comprometida en producir trabajo que propiamente no sea suya, ya esté en manos de los trabajadores). ¿La riqueza, pues? ¿Por qué ha de ser todavía personal?, ¿no están para poseerla colectividades como son las empresas, los municipios, etc.? Aquella pequeña comunidad de Jerusalén “todo lo tenía en común”. ¿Por qué la riqueza del futuro no ha de ser voluntariamente comunitaria? (no estatal, se entiende)».

    El artículo está impregnado de una tendencia colectivista, aunque se nos haga la salvedad última. No entendemos lo que, en definitiva, propugna prácticamente el P. Llanos. ¿Las empresas cooperativas obreras? ¿La gran sociedad anónima? ¿Unos colectivismos provinciales, comarcales, municipales, sindicales? Confesamos que no acabamos de verlo claro. Una cosa clara hay en el artículo que comentamos, y es la negación de la empresa personal o familiar, así como también, y sin duda alguna, la de la propiedad privada.

    Creemos sinceramente que la Doctrina de la Iglesia es completamente distinta a la que se desprende del artículo del P. Llanos. La Iglesia siempre ha defendido el derecho a la propiedad privada y a la empresa personal.

    León XIII, en su Encíclica «Quod apostolici muneris» contra las sectas socialistas, en 1878 (doce años antes de la «Rerum Novarum»), refuta la idea socialista de que la propiedad es una invención humana y que, por tanto, se pueden violar impunemente los derechos de los ricos, diciendo que la Iglesia, apoyada en los preceptos de la ley divina y natural, acepta el derecho de propiedad, y termina textualmente:

    «… la Iglesia reconoce, mucho más sabia y útilmente, la desigualdad que existe entre los hombres, naturalmente desemejantes por las fuerzas del cuerpo y del espíritu, y que esta desigualdad existe hasta en la posesión de los bienes».

    El mismo Papa León XIII, en su gran Encíclica «Rerum Novarum», en la que se señalan los deberes de justicia y caridad, y se estudian las normas prácticas para proteger y asegurar a los obreros, se reconocen solemne y explícitamente los derechos de la propiedad privada conforme a la naturaleza, se refutan los errores contra dicho principio, y se afirma que la propiedad familiar es indispensable a la vida doméstica, defendiéndose el derecho a la herencia y a la seguridad futura de los hijos por medio de ella.

    Cuarenta años más tarde (en 1931), aquel gran Papa que fue Pío XI promulga la Encíclica «Quadragessimo Anno», que es una confirmación y una prolongación de la «Rerum Novarum». Proclama en ella los derechos y deberes del capital y del trabajo, siempre sobre el principio del derecho a la propiedad privada, propiedad que quiere ver extendida lo más ampliamente posible a todos los sectores, pues se propugna la desaparición del proletariado por medio del acceso a la propiedad.

    El mismo Pontífice, en 1937, en su Encíclica contra el comunismo, «Divini Redemptoris», resumiendo lo desarrollado por León XIII y por él mismo en su anterior Encíclica citada, «insistiendo de nuevo sobre la doctrina secular de la Iglesia acerca del carácter individual y social de la propiedad privada», condena a continuación la lucha de clases, y, reiterando lo dicho por él y por León XIII sobre el corporativismo, termina el párrafo diciendo:

    «Hemos demostrado cómo debe restaurarse la verdadera prosperidad según los principios de un sano corporativismo que respete la debida jerarquía social, y cómo todas las corporaciones deben unirse en unidad armónica, inspirándose en el bien común de la sociedad».

    Nuestro llorado Pontífice Pío XII, en sus innumerables Alocuciones, habló muchas veces de estos temas; quisiéramos señalar lo dicho en dos Mensajes Radiofónicos, en los que resalta la conveniencia de la difusión de la propiedad y demuestra cómo ella es la garantía de la libertad. Decía Su Santidad en su Mensaje «Con sempre», el 24 de Diciembre de 1942:

    «Dios, bendiciendo a nuestros primeros padres, les dijo “Creced, multiplicaos y llenad la Tierra y sometedla”. Y al primer jefe de familia le dijo en seguida: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”. La dignidad de la persona humana supone, pues, normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la Tierra; a ese derecho corresponde la obligación fundamental de conceder una propiedad privada, en tanto que sea posible, a todos. Las normas jurídicas positivas que regulan la propiedad privada, pueden cambiar y restringir más o menos el uso; pero si ellas quieren contribuir a la pacificación de la comunidad, deberán impedir que el obrero, padre o futuro padre de familia, sea condenado a una dependencia, a una servidumbre económica, inconciliable con los derechos de su persona».

    Y en su Mensaje Radiofónico «Oggi al compiersi», de 1.º de Septiembre de 1944:

    «Si, pues, es verdad que la Iglesia ha reconocido siempre “el derecho natural de propiedad y de transmisión hereditaria de los bienes propios (Encíclica Quadragessimo Anno), no es menos cierto que dicha propiedad privada es, de un modo especial, el fruto natural del trabajo, el producto de una intensa actividad del hombre, que la adquiere gracias a su enérgica voluntad de asegurar y de desarrollar por sus esfuerzos su existencia personal y la de su familia, de crearse para sí mismo y para los suyos un dominio de justa libertad, no solamente en materia económica, sino en materia política, cultural, religiosa».

    La propiedad privada es, pues, una condición y una garantía de la libertad personal. Podríamos prolongar enormemente las citas. Ahora bien, delante de una doctrina de derecho natural, tan clara y concreta, tan reiterada, como es la Doctrina Social de la Iglesia, no comprendemos cómo el P. Llanos, personalidad relevante dentro del campo social católico, puede decir lo que dice, o insinuar lo que insinúa. Máxime, teniendo en cuenta lo que dice S. S. Pío XII en su Mensaje «Por un Mundo mejor», donde afirma que el Magisterio de la Iglesia, sobre todo en las enseñanzas de los últimos Pontífices, ya se ha pronunciado sobre la solución de los diversos problemas planteados. Se trata, pues, de un pleito ya fallado. No vemos, pues, la necesidad de plantearse a estas alturas preguntas sobre principios, cuando lo que hay que hacer (como dice Pío XII) es actuar de acuerdo con aquéllos.

  6. #6
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 44, 15 de Enero de 1960, página 3.



    DICTADURA ECONÓMICA DEL GRAN CAPITALISMO

    Por F. Tusquets


    Es un tópico universalmente aceptado la creencia de que la Revolución Francesa fue un triunfo de la clase media burguesa sobre la nobleza latifundista, y que tal hecho fue el principio de un orden más justo, más humano y progresivo, que es el que hasta ahora hemos venido disfrutando. Ello no es exacto; y, sin pretender defender a aquella clase de nobles propietarios, por haber perdido la mayoría de ellos el sentido cristiano y patriótico, intentaremos analizar en qué consistió el aspecto económico de la Revolución y cuáles han sido sus consecuencias.

    A nuestro modesto entender, aquella Revolución, como casi todas las revoluciones, llevó aparejada, en lo económico, un cambio del equipo dominante, pues marcó el comienzo de la decadencia de los propietarios y el inicio del gobierno de los grandes financieros. Para lograr este objetivo, éstos se valieron de dos instrumentos maravillosos, que fueron manejados hábilmente y de una forma progresiva: nos referimos a las Sociedades Anónimas y a los Bancos.

    Destruyendo previamente las cristianas, sabias y humanas corporaciones profesionales antiguas, y manejando hábilmente los dos instrumentos citados, los elementos dirigentes de la Finanza Internacional han logrado paulatinamente (y la evolución sigue todavía) crear una trustificación capitalista, prácticamente un monopolio de todas las materias primas importantes y de las diversas fuentes de energía, lo que ha puesto en sus manos un poder fabuloso, con el que manejan a los políticos, y se están convirtiendo en dueños del mundo.

    El petróleo, el carbón, la energía eléctrica, la sidero-metalurgia, la minería, la navegación, los grandes transportes, los trusts alimenticios, las cadenas de grandes almacenes; todo ello, en forma de grandes Anónimas, trustificado, relacionado y dirigido por pequeñísimas minorías trabadas con los grandes Bancos. Éste es el esquema del panorama económico en el mundo occidental de hoy [1].

    Se nos puede argüir que las Anónimas se rigen por el democrático sistema de votaciones y mayorías, y que las acciones están en muchas manos. Es verdad, pero estas grandes Compañías suelen radicar en las grandes capitales –Nueva York, Londres, París–, y la mayoría de las accione están repartidas por todo el ámbito de los respectivos países. Cuando se celebra una Junta General de accionistas, son muy contados los que pueden asistir personalmente a ella, y en cambio son muchas las facilidades que se dan para poder delegar la representación, delegación que casi siempre ostentan los Bancos en que los accionistas pequeños tienen depositados sus títulos. Resultado: que los accionistas cobran una pequeña prima de asistencia, pero delegan su representación en el Banco que les custodia las acciones; por tanto, las Juntas Generales se cuecen entre pocas personas: los consejeros, los delegados de los Bancos, y una minoría insignificante de accionistas, que escuchan, éstos, unos discursos monótonos, y salen llevando en la mano una Memoria muy bien impresa, repleta de datos, gráficos y estadísticas. Con algunas honrosas excepciones, esto es lo que suele ocurrir casi siempre.

    Las grandes Anónimas, trustificadas, convenidas, y poderosísimas, ponen dificultades al funcionamiento de las medianas y pequeñas empresas de su respectivo ramo económico, hasta inutilizarlas o arruinarlas, empleando dos medios eficacísimos: a) Valiéndose de su influencia en los organismos económicos de los Estados, les ponen toda clase de trabas en su fundación o en su desarrollo, y procuran les sean denegados los permisos para renovar sus utillajes o adquirir sus materias primas; b) Les hacen una competencia de precios desleal, ofreciendo al mercado los mismos artículos a bajo precio, hasta absorberlas o arruinarlas.

    Otro sistema, más suave y más lento, es quitarles la clientela, manejando masivamente la publicidad y propaganda –arma eficacísima en los países industrializados del Occidente, donde la uniformidad gris de las masas las hace hipersensibles a la publicidad–.

    Su Santidad el Papa Pío XI, en su memorable Encíclica «Quadragessimo Anno», publicada en 1931, cuando la evolución supercapitalista de que estamos hablando no había llegado a los extremos de hoy en día, dice, refiriéndose a este problema de concentración de dinero y de poder, en la Tercera Parte de la misma y bajo el subtítulo «A la libre competencia sucedió la dictadura económica», lo siguiente:

    «Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.

    Estos potentados son extraordinariamente poderosos, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad».

    A nuestro modesto parecer, las palabras de Pío XI que acabamos de reproducir iluminan con claridad meridiana a los que quieran ver y entender; y nos parece que las Encíclicas sociales de nuestros Papas no son estudiadas suficientemente por los católicos, ni siquiera por aquellos centros sociales que, contando con medios suficientes, podrían propagarlas y difundirlas. Además, creemos que si los católicos nos fijáramos en qué consiste el capitalismo financiero moderno en su fondo, en su origen, y en sus mandos, no nos asombrarían, al producirse, en política internacional, hechos al parecer incomprensibles, como todos los que se han producido últimamente, y que siempre marcan un avance de la Revolución –fortalecimiento de la URSS, caída de media Europa en sus manos, bolchevización de la China, guerra de Corea, pérdida de la Indochina del Norte, indefensión de los patriotas húngaros, conflicto de Suez, independencia de África del Norte, problema de Argelia, crecimiento de Nasser, sucesos de Irak, indefensión moral y de derrota en Occidente, etc., etc.–.

    Tampoco nos extrañaría que el Ministro soviético Mikoyan fuera objeto de repulsa por la clase media norteamericana, mientras los grandes financieros le agasajaban con un suculento banquete en el Waldorf-Astoria, de Nueva York.


    * * *


    La Doctrina Social de la Iglesia propugna la defensa de la clase media, el respeto, la difusión y el acceso a la propiedad privada, la desproletarización, la defensa de los agricultores y artesanos –a los que Pío XII, pide, no se dejen proletarizar–. Rechaza, por injustos, antinaturales y anticristianos, lo mismo al marxismo que al supercapitalismo. Pues bien; la Revolución anticristiana, que es la contra-Iglesia, ha logrado que el mundo se halle dividido, casi mitad y mitad, en marxista y supercapitalista, que son dos modalidades aparentemente antagónicas, pero que, en última instancia, están convenidas, porque ambas son hijas de la misma Revolución. El fin preparatorio que se persigue, es el de la proletarización, el agrisamiento, el envenenamiento y el aborregamiento progresivo de las masas humanas, haciéndolas cada día más dócil instrumento suyo.

    En Occidente, y gracias al sistema sinárquico y supercapitalista que lo gobierna, se está logrando la concentración de dinero y poder en muy pocas manos, destruyendo a la mediana y pequeña empresa, y vaciando de sentido el derecho de propiedad, la cual, agobiada por leyes socializantes y atacada por el Fisco y la demagogia, queda sólo como un arcaico recuerdo honorífico; con ello, se va consiguiendo que el hombre, al vivir al día, sin poder ahorrar, con la pérdida de la libertad económica, pierda también de hecho la libertad política.

    Nuestro Santo Padre Pío XII decía, en su Mensaje Radiofónico «Oggi al compiersi», el 1.º de Septiembre de 1944:

    «Si es, pues, verdad que la Iglesia ha reconocido siempre “el derecho natural de propiedad y de transmisión hereditaria de los bienes propios” (Encíclica Quadragessimo Anno), no es menos cierto que esa propiedad privada es, de una manera especial, el producto de una intensa actividad del hombre, que la adquiere gracias a su enérgica voluntad de asegurar y desarrollar por sus esfuerzos su existencia personal y la de su familia, de crear para sí y para los suyos un dominio de justa libertad, no sólo en materia económica, sino también en materia política, cultural, religiosa».

    Los dirigentes de la Revolución vienen desarrollando una guerra total contra la sociedad cristiana, de la que, en el presente trabajo, hemos fijado algunos de sus aspectos en el orden económico. Para evitar que se hunda la civilización cristiana, y triunfen, por tanto, sus enemigos –aunque sólo sea temporalmente–, ¿no debemos los católicos exponer con claridad sus maniobras, combatirlas en todos los terrenos, y estar siempre atentos a la voz de los Papas?






    [1]
    Véase el libro de Henry Coston «Les financiers qui mènent le monde», traducido al castellano por Ediciones Samaran, de Madrid, con este título: «Con dinero rueda el mundo».

  7. #7
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 46, 15 de Febrero de 1960, página 5.



    TENDENCIAS MARXISTAS

    Por F. Tusquets


    Leíamos recientemente en una popular revista deportiva [1], una entrevista con un conocido y joven economista, en la cual se resaltaba la gran importancia social y económica del fútbol como espectáculo de masas. Decía a continuación el interviuado que, por contra, un hombre, solo en una habitación, tocando la guitarra, carecía de valor social y económico.

    Ahora bien, preguntamos nosotros… ¿Es que un hombre debe renunciar a su personalidad, para fundirse con la masa, convirtiéndose en un número?

    Y también: ¿Es que los hombres deben someterse a las exigencias de la producción, o, por el contrario, es la producción la que tiene que estar al servicio del hombre? ¿Es lícito, invocando el aumento de la productividad, perjudicar a la empresa pequeña y caminar hacia la trustificación y el monopolio? ¿Es que el ideal del aumento continuo de la producción, como primer postulado del mundo actual, no es un absurdo principio marxista, si no se subordina a los sagrados derechos del individuo y de la familia?

    Si las empresas medianas y pequeñas resultasen aniquiladas a causa de la tendencia concentracionaria y monopolista que se respira en Occidente, un sinnúmero de pequeños empresarios libres pasarían a la condición de simples empleados o asalariados de las grandes empresas financieras. ¿No sería ello un paso importante hacia la proletarización total y hacia la pérdida de la libertad? ¿Es que las docenas de pequeños comerciantes de comestibles, que hace pocos meses, en un barrio de París, asaltaron al supermercado que acababa de inaugurarse, no obraban instintivamente, defendiéndose?

    Al pequeño empresario, convertido en proletario a causa de la tendencia del mundo actual, le resulta indiferente que, en su país, exista un solo empresario, el Estado (sistema comunista), o bien que existan sólo unos pocos empresarios supercapitalistas (tendencia occidental). En uno y otro caso, y para el pobre ex-empresario, el resultado será siempre el mismo: la pérdida de su libertad.

    En cuanto a obreros y empleados, en un régimen cristiano, trabajan por cuenta de un empresario, que es una persona, que puede tener, y de hecho tiene muchas veces, unos sentimientos y un corazón; en cambio, si el asalariado depende de una empresa gigante y anónima, cuando tiene un problema o es objeto de una injusticia, choca contra un muro de burocracia glacial, pues desconoce quién o quiénes son sus verdaderos patronos.

    Se nos puede objetar que no es posible ir contra la marcha del tiempo y contra el sentido de la Historia. Al que así hable (y no decimos piense, puesto que el que así habla demuestra que no piensa), hemos de decirle que es marxista (aunque él no lo sepa), y que, además, desconoce la Doctrina Social de la Iglesia, la cual, al defender al individuo y a la familia contra los abusos del capitalismo, defiende la verdadera justicia social, y, en definitiva, a la libertad. Cuando a una persona se le expone la Doctrina Social de la Iglesia, con el aditamento de la organización corporativa correspondiente, si ella, como único argumento, nos contesta que todo ello resulta hoy anticuado, dicha persona será también marxista, pues sabido es que el «slogan» de la revolución ininterrumpida y de la irreversibilidad de la marcha de la Historia, constituyen el único dogma en una doctrina como la marxista, que, aparte de éste, no reconoce ningún dogma.

    Tanto en lo filosófico como en lo económico-social, todo parece conspirar (a uno y otro lado del telón de acero), contra el Derecho Natural y el Orden Social Cristiano. ¿Es que se puede pensar en serio que Occidente, con el camino que lleva, pueda oponerse al Comunismo?

    Los Papas se han referido muchas veces al problema de la tiranía que resulta de los abusos del capitalismo. Pío XI alude claramente a ello en un conocido párrafo de su Encíclica «Quadragessimo Anno», repetido varias veces en nuestra Revista. También Pío XII, en su maravilloso Mensaje «Oggi al compiersi», de 1.º de Septiembre de 1944, se enfrenta con este tema cuando dice:

    «Vemos, de hecho, el ejército cada vez mayor de los trabajadores chocando con esas acumulaciones exageradas de riquezas que, bajo la capa del anonimato, logran desertar de su cometido social y colocan al obrero casi fuera de la posibilidad de constituirse una propiedad efectiva.

    Vemos a la pequeña y mediana propiedad desvanecerse y su vida languidecer, reducida como está a una lucha defensiva cada vez más dura y sin esperanza. Vemos, por una parte, a las potencias financieras dominar toda la economía privada y pública, a menudo incluso la actividad cívica, y, por otra parte, a la masa innumerable de aquéllos que, al no sentir directa o indirectamente en seguridad su propia vida, y desinteresados de los verdaderos y altos valores espirituales, renuncian a las aspiraciones hacia una libertad digna de tal nombre, lanzándose con la cabeza baja al servicio de no importa qué partido político, esclavos de quien les prometa el pan cotidiano con la garantía, por lo que valga, de su tranquilidad. Y la experiencia ha demostrado a la clase de tiranías, incluso en nuestra época, que la humanidad es capaz de someterse en tales condiciones».

    El Papa, defensor nato del Derecho Natural, condena los abusos del super-capitalismo y defiende el derecho de todos a la propiedad privada. También en el mismo Mensaje nos habla de la técnica, y nos la coloca en el justo lugar que le corresponde:

    «Es un error el pretender que el progreso técnico condena todo este régimen, y que nos lleva en su corriente irresistible toda la actividad hacia las empresas y organizaciones gigantescas, ante las cuales todo sistema social fundado sobre la propiedad privada de los individuos debe hundirse ineluctablemente. ¡No! El progreso técnico no determina, como una ley fatal y necesaria, la vida económica. Es bien cierto que, demasiado a menudo, él se ha plegado dócilmente ante las exigencias de los cálculos egoístas, ávidos de aumentar, indefinidamente, los capitales. ¿Por qué no se plegaría, pues, también, ante la necesidad de mantener y asegurar la propiedad privada de todos, piedra angular del orden social? De cualquier forma, no es el progreso técnico, en tanto que hecho social, quien debe ser preferido al bien general: él debe, al contrario, estarle ordenado y subordinado».

    Contra la filosofía marxista, triunfante en una buena parte del mundo, y en camino de ello en el resto de él, únicamente se puede oponer el programa cristiano íntegro y total: en lo religioso, en lo moral, en lo filosófico, en lo político, y en lo económico-social.






    [1]
    «Barça», 19 Noviembre 1959. Cf. «Cruzado Español», Núm. 41, pág. 12.

  8. #8
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 86, 15 de Octubre de 1961, página 11.



    EL COMUNISMO ES MÁS LÓGICO

    Por F. Tusquets


    Aquella gran conmoción que fue la Revolución Francesa, trastornó todo el orden tradicional cristiano –ya debilitado en los siglos anteriores– y sentó unos nuevos principios que, con la casi excepción de la Iglesia Católica, han sido paulatinamente aceptados por todo el mundo en el transcurso de los últimos ciento cincuenta años.

    Hoy, la inmensa mayoría de gobernantes, dirigentes y pensadores, fundamentan sus ideas y actuaciones en los principios de la Revolución Francesa, aunque exteriormente, o en las aplicaciones prácticas de aquellos principios, se nos presentan divididos, más o menos, en dos grandes grupos. El primero, al que podemos llamar capitalista o liberal, que predomina en los países occidentales; y el segundo, marxista o comunista, que tiraniza a los pueblos situados más allá del telón de acero.

    Vemos a estos dos bandos –aparentemente enemigos– desplegados, vigilándose y aprestándose a la lucha, no ya sólo en forma de una guerra real, sino en todos los terrenos. Si ello es así, el final de tan singular combate habrá de entrañar, humanamente hablando, la victoria para el campo comunista.

    Además de que la Historia de este siglo, y muy especialmente la de estos últimos años, nos lo va demostrando, creemos existe una razón de sentido común que abona la anterior afirmación. A nuestro entender, muy sencilla. Liberalismo y comunismo, son hijos ambos de la Revolución; pero los liberales sólo quieren aceptar las primeras consecuencias de los principios revolucionarios, y, asustados de las últimas, intentan, en un equilibrio confuso e imposible, quedarse a mitad del camino; en cambio, los comunistas, maximalistas y mucho más lógicos, aceptan todas las consecuencias de la Revolución, a la que quieren servir hasta llegar al final.

    Los liberales, haciendo una gran ofensa a Dios Nuestro Señor, equiparan la Religión verdadera a las religiones falsas, proclamando la igualdad de derechos entre todas ellas. Los comunistas llegan hasta el fin, persiguen a los católicos e intentan destruir a la Iglesia.

    Los liberales, bajo la engañosa bandera de la libertad del individuo, atacan el orden tradicional cristiano, en la institución de la familia, y destruyendo las corporaciones gremiales y los derechos de las regiones naturales e históricas; cuando aquellas sociedades intermedias eran, precisamente, las garantías de la verdadera libertad. Como sustitutivo, nos dieron los partidos políticos, las mayorías inorgánicas, y el régimen parlamentario. Los comunistas continúan el camino, acabando con los restos de aquella falsa libertad, proclamando los derechos de «la sociedad» como superiores a los del individuo, al que dejan convertido en un número, en un engranaje ciego, en un esclavo.

    Los liberales, bajo palabras tan altisonantes como progreso y desamortización, robaron las propiedades de la Iglesia, para enriquecer a una pequeña minoría de amigos, y luego atacaron la institución del mayorazgo; con cuyas medidas, lo que lograron, en realidad, fue herir de muerte a la institución de la propiedad en su misma esencia. Los comunistas, mucho más lógicos y consecuentes, llegan hasta la abolición pura y simple de la propiedad, implantan el colectivismo, y acaban con la libertad económica, cuya garantía era la propiedad individual y familiar.

    Los liberales, proclamando la libertad de contratación, destruyeron las corporaciones gremiales, abriendo el camino al supercapitalismo financiero, para que pudiera ahogar poco a poco a la pequeña y mediana empresa, que quedó sin defensa frente a la usura y a la competencia ilimitada.

    Los comunistas, rematan el trabajo empezado por los liberales, suprimiendo los restos agonizantes de empresa privada, y sometiendo a todo el pueblo a la única empresa estatal, verdadero Leviatán, al cual todos los hombres tienen que servir como esclavos.

    Los liberales, favoreciendo la industrialización sin tasa ni medida, y despreciando los intereses de la clase media rural, han provocado la despoblación del campo y la enorme aglomeración en las grandes ciudades, creando, de una parte, el proletariado industrial, y de otra, estos ciudadanos de segunda clase que son los campesinos de casi todos los países de Occidente.

    Los comunistas, mucho más expeditivos, acaban con los restos de la clase media campesina, creando las granjas colectivas y fusilando en masa a los «kulaks» o pequeños propietarios rurales, por no saber adaptarse al «sentido de la Historia»; en cuanto a las grandes ciudades, resuelven el problema de la vivienda obligando a que varias familias compartan el mismo piso.

    Los liberales, incitaron a la mujer a lograr su «emancipación» económica, social y política. Los comunistas la equiparan con el hombre, obligándola también a trabajar como una esclava, y acaban en este aspecto la labor empezada por los liberales.

    El liberalismo abrió el camino para que el marxismo pudiera llevar hasta el fin la destrucción de las estructuras cristianas. Hoy, a los liberales les ha pasado ya su hora; fueron magníficos operarios de la Revolución en su primera fase, pero, superada ya ésta, es natural que los marxistas les cojan la antorcha de la mano para seguir hasta la meta final en esta trágica carrera de relevos, cuyo resultado final –si Dios no lo remedia– no puede ser otro que la implantación de la más colosal de las tiranías que haya conocido el hombre.

    Durante la primera mitad del presente siglo –estando el mundo dominado por las potencias liberales–, ha habido dos guerras mundiales: la de 1914-18 y la de 1939-45. ¿A quién han aprovechado estas guerras, y cuáles han sido sus resultados? Veamos. Resultado de la primera: nacimiento de la Rusia soviética. Resultado de la segunda: bolchevización de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Albania, Rumanía y Bulgaria.

    Si hacemos un balance de los dieciséis años transcurridos desde el final de la última guerra hasta hoy, vemos que el comunismo se ha adueñado de Corea del Norte, China (seiscientos millones de habitantes), Indochina del Norte y Cuba. En el momento de escribir estas líneas, el comunismo se está apoderando de Laos y Vietnam del Sur. Durante estos años se ha formado un fuerte grupo de países «neutralistas», a expensas de territorios de influencia occidental. Han alcanzado la independencia un sinnúmero de países africanos y asiáticos, que se van deslizando hacia el comunismo, el cual amenaza también con arrastrar a su campo a la América hispana. Y todo ello ha venido ocurriendo con la aprobación, o por lo menos con la más absoluta inercia, de las potencias occidentales.

    La Historia de estos últimos años no es más que un continuo retroceso de Occidente, y un continuo avance del comunismo. Y es que Occidente, con su escepticismo, con su confusionismo y su materialismo, está prácticamente indefenso frente al comunismo, que cuenta con legiones de fanáticos.

    Si los cristianos aceptan el laicismo, y si los hombres rechazan todo lo que sea sobrenatural (tesis del liberalismo), se produce en la persona un desequilibrio formidable que conduce a la más tremenda de las confusiones. El hombre, en tales circunstancias, divorciado de su esencia más íntima, queda imposibilitado de razonar, incluso en el sentido más estricto de la palabra.

    Ello nos explica, quizá, la actual contradicción de Occidente, que quisiera vencer al marxismo aceptando sus ideas y empleando su lenguaje. Sí; Occidente quiere derrotar al comunismo dando la primacía a lo económico, sin darse cuenta de que ésta es la idea fundamental del marxismo. Jesucristo nos manda en el Evangelio que busquemos primero Su Reino, y que todo lo demás se nos dará por añadidura. Pero los Occidentales, al poner la añadidura como fin principal, no hacen más que darles la razón a los comunistas.

    Es el mismo tipo de lógica de tantos «católicos» de hoy, que, mientras siguen ciegamente las consignas de cualquier cura progresista, no vacilan, en cambio, de poner en duda ciertas enseñanzas pontificias, alegando que el Papa, al decir esto o aquello, no habla «ex cátedra». Y es que la razón, cuando no está iluminada por la Fe, corre peligro de dejar de ser razón. Ésta es la causa de la derrota de Occidente.

    Al comunismo no se le puede vencer oponiéndole la ideología liberal. Al odio, sólo le puede vencer el Amor. A las tinieblas, la Luz. A la mentira y a la confusión, la única Verdad.

    Occidente rechaza la soberanía social de Jesucristo, y por eso está a punto de sumergirse en la barbarie. Es ya hora de que nos desengañemos de una vez.

  9. #9
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 97, 1 de Abril de 1962, páginas 1 – 2.



    INVITACIÓN A UNA EXPERIENCIA

    Por F. Tusquets


    Las Encíclicas de los Sumos Pontífices constituyen la máxima y más solemne expresión del Magisterio Ordinario de la Iglesia. Es por medio de ellas por las que la Iglesia nos enseña, nos previene de los peligros, y nos marca el camino a seguir. Es falso lo que dicen los progresistas y liberales, de que cuando los Papas se dirigen al mundo católico no hablan «ex cátedra», y que, por lo tanto, expresan unas opiniones personales suyas, que nosotros, los católicos, podemos considerar, pero sin obligación de asentir ni obedecer. Esta falsedad, además de ser una verdadera insidia diabólica, no resiste al más elemental razonamiento, pues los Sumos Pontífices se reservan la máxima solemnidad para las grandes definiciones dogmáticas, ejerciendo con ella el llamado Magisterio Extraordinario; pero en el uso de su Magisterio Ordinario se valen principalmente de las Encíclicas. Muy clara ha quedado esta cuestión desde que Pío XII lo proclamó así en la Encíclica Humani Generis, explicando que, respecto al Magisterio Ordinario, se podían aplicar aquellas palabras del Divino Maestro cuando dijo a sus Apóstoles: «El que a vosotros escucha, a Mí me escucha».

    El mundo ideológico de hoy es un verdadero caos de confusión que desemboca en el absurdo; no hay más que pasar revista a los movimientos filosóficos y artísticos de este siglo, y ver la dirección que lleva la política. Y ello es natural que así sea, ya que el hombre moderno, en su orgullo racionalista, ha querido prescindir de lo sobrenatural, y al amputarse voluntariamente de lo más noble de su ser, de lo más íntimo de su espíritu, ha quedado desequilibrado, grotescamente mutilado, y entonces la locura y lo absurdo son sus consecuencias lógicas y naturales.

    En contraste con lo anteriormente expuesto, cuando nos adentramos por primera vez en la lectura y meditación de las Encíclicas pontificias –después de mucho tiempo de habernos alimentado de lo que nos da el mundo actual–, tenemos la exacta sensación que debe experimentar aquél que, habiendo vivido en un manicomio, sale por fin de él y empieza a tratar a personas cabales, o mejor dicho, la de aquél que, habiendo vivido en un ambiente malsano, sale por fin a respirar el aire puro de las montañas. Y es que el hombre tiende a Dios, que es la Verdad Suprema; y Dios ha querido que el depósito de la Verdad lo tenga su Iglesia, que es nuestra Madre y Maestra, y cuya cabeza visible es el Papa, representante de Cristo en la Tierra, asistido por el Espíritu Santo, porque Dios no puede consentir que su Vicario se equivoque.

    Invitamos a los lectores de Cruzado Español a que estudien las Encíclicas y vean prácticamente lo verdadero de las anteriores afirmaciones; y desafiamos a liberales y progresistas a que nos muestren alguna contradicción entre las Encíclicas pontificias.

    La comprobación de la concordancia y unidad entre las Encíclicas –religiosas, políticas y sociales– que hemos estudiado en las células de Cruzado Español, desde el Syllabus de Pío IX hasta la Mater et Magistra de Juan XXIII, es, posiblemente, una de las experiencias más maravillosas que puede realizarse hoy, en fulminante contraste con la locura, la obscuridad y el desquiciamiento de la cultura actual.

    A título indiciario, citaremos unas pocas Encíclicas importantes promulgadas durante los últimos cien años, para que el lector pueda comprobar, estudiándolas, su unidad y concordia.

    Entre las que podríamos calificar de religiosas, mencionaremos tres. En la Humanum Genus de León XIII se condena una vez más la «masonería», estudiando su fondo, su ideología, su manera de actuar, y su enorme peligrosidad. En la Pascendi, San Pío X, a principios del siglo actual, condena la «herejía modernista», por la que el enemigo se infiltra dentro de la Iglesia, intentando corroerla y destruirla desde dentro. Más recientemente, Pío XII, en la Humani Generis, nos señala la existencia de otros errores, más sutiles e inconcretos, que, sin atacar, quizá, ningún dogma de una manera explícita, tratan de negarles importancia, creando una laxitud y un confusionismo que constituyen el actual «progresismo».

    Entre las que se designan como políticas, hay que tener presente, en primer lugar, al Syllabus de Pío IX, donde este Papa recopila las condenaciones del «liberalismo», o sea, de toda la doctrina hija de la Revolución Francesa. Durante la última parte del pasado siglo, León XIII promulgó, entre otras, dos importantísimas Encíclicas en las que sentó los principios políticos cristianos: en la Immortale Dei estudia principalmente el origen del poder, y en la Libertas nos da el concepto cristiano de la libertad. Ya dentro de este siglo, San Pío X, en Notre Charge Apostolique, al condenar el movimiento francés de «Le Sillon», nos pone en guardia contra la «democracia cristiana revolucionaria», hija espiritual de aquel movimiento. En época reciente, en 1944, Pío XII, en la Benignitas et Humanitas, nos señala cuáles son las características de una democracia, para que pueda llamarse auténticamente cristiana.

    En cuanto a las sociales, mencionaremos la Rerum Novarum de León XIII, donde queda planteado todo el problema social, dándole soluciones cristianas. A los cuarenta años, en 1931, Pío XI promulga la Quadragessimo Anno, donde recoge lo dicho por León XIII, y desarrolla además otros aspectos, como el «corporativismo» y «el peligro del supercapitalismo». Pío XII, sin publicar ninguna Encíclica general sobre el problema social, durante los diecinueve años de su Pontificado aprovechó todas las ocasiones para ir desarrollando sus enseñanzas, entre ellas, y de una manera especial, el «corporativismo». Por último, nuestro Papa actual, Juan XXIII, gloriosamente reinante, en su reciente Encíclica Mater et Magistra hace suyo y ratifica todo lo establecido por sus Predecesores, y explana las bases cristianas sobre la «cooperación social».

    En las religiosas, vemos concordancia entre la Pascendi y la Humani Generis. Entre las políticas, es de notar que tanto las condenatorias –Syllabus y Notre Charge Apostolique– como las definidoras –Immortale Dei, Libertas y Benignitas et Humanitas–, están todas en la misma línea.

    Sobre las sociales, casi es superfluo afirmarlo, pues es clarísimo que las posteriores son ratificación, continuación y desarrollo de las anteriores.

    Por otra parte, no hay duda sobre la concordancia entre las políticas y sociales, pues ambas siguen la línea inmutable de la Iglesia, sin que en ellas haya una sola «adaptación» ni al «derecho nuevo» del liberalismo, ni al «materialismo dialéctico» del marxismo, contra lo que juzgan muchos «católicos modernos», en el sentido de que la Iglesia tiene que reconciliarse con las ideas que imperan en el mundo de hoy.

    Y una Encíclica maravillosa, que parece que hayamos olvidado: la Divini Redemptoris de Pío XI; Encíclica en que se desenmascara la verdadera naturaleza del «comunismo», se condena su táctica, y se dan a los católicos las consignas para defenderse contra el mismo. Dicha Encíclica, difícil de clasificar, pues es religiosa, política y social, aparte de tener hoy día «una enorme y dramática actualidad», viene a ser algo así como un broche, que está conectado y concorde con todas las demás Encíclicas enunciadas, remachando la perfecta unidad entre todas; es de notar que en ella se insiste también sobre el «corporativismo».

    A propósito del «corporativismo», diremos parece que sobre él haya caído una verdadera conspiración del silencio, totalmente injusta e inexplicable, si tenemos en cuenta que, según se desprende del estudio de las Encíclicas sociales y políticas mencionadas en los párrafos anteriores, el «corporativismo» es la estructura sobre la que se pueden aplicar las ideas políticas y sociales que defiende la Iglesia Católica. No existe ninguna duda, y en ello concuerdan perfectamente los Papas citados, entre los cuales Pío XII, en el espacio de diez años, insistió trece veces sobre dicha cuestión. Y se comprende que así sea, si tenemos en cuenta que el «corporativismo» es el sistema más concorde con el derecho natural, del cual la Iglesia es la defensora. Además, es el único sistema con el que los pequeños y los medianos pueden defenderse del supercapitalismo y del colectivismo; lográndose con él el equilibrio entre propiedad privada y justicia social por un lado, y el de autoridad y libertad por otro. También las corporaciones constituyen –junto con las regiones, municipios, familias y otras sociedades de derecho natural– aquellas entidades infrasoberanas que son los amortiguadores colocados entre el individuo y el Estado, y merced a las cuales el individuo no se encuentra desamparado frente al Estado, y éste puede cumplir mejor su alta función, sin absorber la propia de las demás, lográndose una armoniosa, cristiana y natural descentralización.

    Para terminar este bosquejo panorámico que hemos querido trazar, insistiremos sobre la unidad y concordancia perfectas entre las enseñanzas de los Papas. Sirva de ejemplo lo que ocurrió a propósito de la Alocución de Pío XII, antes citada, sobre la democracia –Benignitas et Humanitas–. Dicha Alocución, pronunciada por el Papa a fines de 1944, cuando las tropas aliadas avanzaban contra Alemania, dio lugar a que algunos «católicos izquierdistas» propalaran la especie de que la Iglesia había abandonado los principios políticos de León XIII y la doctrina corporativista de Pío XI, para «adaptarse». ¡Infeliz superchería! Basta estudiar las Encíclicas citadas, y leer desapasionadamente la Alocución de Pío XII, para darse cuenta en seguida de que la Benignitas et Humanitas se apoya precisamente en aquellos principios que los detractores afirmaban hallarse en desuso.

    Y ello es que no puede ser de otro modo. Porque Dios, autor de la naturaleza y de los hombres, y, por lo tanto, del derecho natural, es, Él mismo, la única Verdad. Y Dios no puede contradecirse. Y la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, es la continuadora en el mundo del Magisterio que ejercitó Nuestro Redentor durante su vida terrena. La Iglesia no puede, por tanto, equivocarse.

  10. #10
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 100 (Extraordinario), página 23.



    En el XXV aniversario de una Encíclica

    Por F. Tusquets


    El día 19 de Marzo –festividad de San José– del año 1937, aquel gran Papa que se llamó Pío XI publicó la Encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo. No se trataba simplemente de una condenación, que había sido repetidamente decretada por Pontífices anteriores y por el propio Pío XI; el objeto que perseguía ahora el Papa, era enmarcar al comunismo dentro de la serie de revoluciones anticristianas que el mundo viene sufriendo desde hace varios siglos, destacando su malicia intrínseca y su enorme peligrosidad, señalando principalmente sus tácticas y proponiendo los remedios idóneos para combatirlo y vencerlo.

    Pío XI, autor de numerosísimas y maravillosas Encíclicas, conoció a fondo al comunismo, desde un principio, ya que envió una misión pontificia a Rusia, con el fin caritativo de socorrer a las poblaciones hambrientas en los años que siguieron a la victoria de los bolcheviques. Contemporáneo de las persecuciones religiosas de Méjico y España, autor de las Encíclicas Quadragessimo Anno y Caritate Christi Compulsi, Pío XI comprendió el fondo y los fines verdaderos de la revolución comunista, y pudo darnos la magnífica Encíclica que nos ocupa, que es una verdadera síntesis –concreta y profunda– del problema de la sociedad de nuestro tiempo.

    En dicha Encíclica encontramos, además del objeto principal perseguido, un cortísimo resumen de la ideología marxista por un lado, y un brevísimo compendio de la Doctrina Social Católica por otro. Es por ello, y para conmemorar su XXV aniversario, por lo que nos ha parecido oportuna la publicación de este comentario en el Número centenario de «Cruzado Español», recomendando, una vez más, la lectura de la Divini Redemptoris a todos aquellos lectores que quieran estudiar las Encíclicas políticas y sociales, pues, leyéndola, se harán una magnífica y rápida composición de lugar, sin mayores dificultades.

    Nosotros, con este modesto trabajo, únicamente intentaremos resaltar unos pocos puntos importantes, tratando de llamar la atención sobre la trascendencia de la Encíclica que nos ocupa.


    CLARIVIDENCIA, QUE RESULTÓ PROFÉTICA

    En los tres cortos párrafos de su Introducción, nos sitúa el fenómeno comunista a la luz de nuestra Fe católica y en el marco de la Teología de la Historia.

    Nótese que la Encíclica es de Marzo de 1937. El fascismo en pleno auge en Europa; las democracias liberales en decadencia; el fenómeno de los Frentes Populares, característico de una táctica comunista para el asalto al Poder; la Norteamérica de Roosevelt, como remedio en las hondas crisis económicas padecidas anteriormente y punto de acercamiento con el bolchevismo; Rusia, preparando las grandes purgas stalinianas; y España, enzarzada en su guerra de Cruzada, con medio país dominado por el comunismo.

    Pío XI nos habla de la secular lucha entre el bien y el mal, y dice luego, textualmente:

    «Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquélla en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.

    Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana».

    No fueron necesarios muchos años para demostrar la profética clarividencia de Pío XI. El comunismo se apoderó de los siguientes países: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Albania, Bulgaria, China, Corea del Norte, Vietnam septentrional, Cuba… Y, por desgracia, parece que la lista no ha terminado todavía. Véase la situación precomunista en una serie de países africanos y sudamericanos y en la propia Argelia, y piénsese en el bloque de países neutralistas y en muchos de aquéllos que están adquiriendo o han adquirido su flamante «independencia». Sin ninguna duda, la clarividencia profética del Papa de la Divini Redemptoris es indiscutible.


    EVOLUCIONISMO

    Al hacernos la síntesis del ideario comunista, Pío XI nos describe los principios del materialismo histórico y dialéctico de Marx, con estas palabras:

    «… Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin clases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar alguno para la idea de Dios; no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigos del género humano».

    ¡Cuánto tema de meditación, para tantos llamados intelectuales católicos que, con su absurdo fetichismo cientifista, y por miedo a quedar anticuados, aceptan sin discusión la teoría evolucionista!

    Y qué lección también para todos los «católicos progresistas», esclavos de su idea sobre la continua evolución en todos los órdenes, aberración con la que se llega a perder la noción de las verdades objetivas, y cuyo fruto es la negación de la tradición cristiana; llegándose al absurdo de rechazar las tesis perennes, usando el único argumento de la inoportunidad de las mismas en el tiempo. Dicho de otro modo, y usando de un ejemplo: cuando un tradicionalista expone todas las ventajas del sistema corporativo cristiano, el progresista sólo tiene una contestación, que, más o menos, es la siguiente: Sí, la teoría es ingeniosa, pero anticuada; todo ello no es posible en el mundo de hoy; los vientos soplan de otro cuadrante. Tal contestación es puramente marxista, pues con ella se admite el fatalismo histórico y se niegan la libertad humana y el sentido común.

    ¡Hasta este grado ha descendido el hombre de hoy, bestializado por no querer aceptar el Reinado Social de Jesucristo! Justo castigo del orgullo racionalista ha sido esta caída en el más grande de los absurdos. Colocados en esta postura, no nos extraña que se propugne un museo Picasso en la católica Barcelona.


    ASTUCIAS DEL COMUNISMO

    En la IV Parte de la Encíclica, el Papa nos señala los remedios, naturales y sobrenaturales, contra el comunismo. Uno de ellos consiste en prevenirse contra sus astucias; después de señalarnos la explotación que ellos hacen del deseo universal de paz, nos dice:

    «De la misma manera, con diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan Asociaciones y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la penetración de sus ideas en medios sociales que, de otro modo, no le serían fácilmente accesibles; más todavía, procuran infiltrarse insensiblemente hasta en las mismas Asociaciones abiertamente católicas o religiosas».

    Teniendo en cuenta las anteriores palabras de Pío XI, quizá no nos extrañará la fiebre evolucionista que, en materia de Teología, de moral, y de apostolado, se nota en muchos sectores católicos, y que, desgraciadamente, ha llegado a crear un ambiente antijerárquico y confusionista, siendo todo ello apoyado y alentado en revistas que blasonan de católicas.

    Pero nos dice Pío XI, en el párrafo siguiente:

    «Procurad, Venerables Hermanos, con sumo cuidado, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo en terreno alguno los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar, tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo comunista».

    Este párrafo, escrito en 1937, se nos antoja perfectamente apto para 1962 y para aquéllos de nuestros compatriotas que, faltos de humilde sentido cristiano, propalan ideas marxistas entre los católicos y coadyuvan en las campañas antijerárquicas. Pero tengan en cuenta estos católicos progresistas que serían ellos los primeros en ser fusilados si el comunismo lograra triunfar, pues a la revolución le estorban los testigos inoportunos.

    España tiene una antigua y luminosa civilización cristiana. Es principalmente por ello que, cuando una revolución triunfa en nuestro país, la explosión y la devastación del odio comunista es mayor que en otras partes. Y es falso el argumento de los simplistas, cuando achacan dicha devastación solamente a las acusadas diferencias de clases, y más todavía cuando intentan justificarla explotando la insidia de que la Iglesia es amiga de los ricos.

  11. #11
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 116-117, 15 de Enero de 1963, páginas 6 y 19 – 20.



    PERENNIDAD DEL IDEAL CORPORATIVISTA

    Por F. Tusquets


    El corporativismo es la estructura adecuada en un régimen social cristiano. Ello no sólo nos lo demuestra la Historia, sino que nos lo dicen los Papas de nuestro tiempo, concretamente León XIII, Pío XII y Juan XXIII.

    LEÓN XIII.– León XIII, el gran Papa que gobernó a la Iglesia durante las últimas décadas del pasado siglo, y que se ha inmortalizado por sus magistrales Encíclicas, recomienda y alaba la solución corporativista en varias ocasiones. En la Encíclica Humanun Genus, contra la masonería y el naturalismo (Abril de 1884); una Alocución de 16 de Octubre de 1887; y, sobre todo, en la Encíclica Rerum Novarum (1891), que es la primera gran Encíclica social de la Iglesia, donde, después de denunciar los estragos causados por la Revolución, creando la injusticia social de nuestros días, propone los remedios pertinentes para acabar con aquellos males, y, entre dichos remedios, ocupa un lugar destacado la reconstrucción de las estructuras corporativistas cristianas, destrozadas por el liberalismo.

    PÍO XI.– Pío XI, el Papa de Cristo Rey y de las misiones, el Papa de la Acción Católica y del Pacto de Letrán, nos legó también grandes y fecundas Encíclicas. Entre ellas, como es sabido, la Quadragessimo Anno (1931), segunda gran Encíclica social, publicada al cumplirse el cuarenta aniversario de la Rerum Novarum. En ella, Pío XI, identificándose con cuanto establecía su Predecesor, continúa y desarrolla las doctrinas contenidas en esta última citada Encíclica, estudiando la evolución del mundo desde 1891 hasta 1931, destacando, como nota característica de dicho período, el amenazador crecimiento del supercapitalismo financiero. En la Quadragessimo Anno se da una tan grande importancia al corporativismo, que de ella se decía que era la Encíclica del corporativismo.

    En 19 de Marzo de 1937 publica la Encíclica Divini Redemptoris, por la que pone al mundo en guardia contra la enorme peligrosidad del comunismo; en la citada Encíclica –que años más tarde resultó profética–, Pío XI nos presenta una vez más al corporativismo como medio de «salvar al mundo actual de la ruina en que el liberalismo amoral nos ha sumergido».

    AUGE Y OCASO DEL IDEAL DEL CORPORATIVISMO.– Debido a las enseñanzas de León XIII y Pío XI por una parte, y a la reacción que se produjo contra tantos años de tiranía liberal por otra, empezaron a surgir pensadores católicos, seglares y religiosos, que se dedicaron a estudiar los problemas sociales a la luz de las enseñanzas de la Iglesia, creándose un sano movimiento de retorno a los ideales cristianos y a las estructuras tradicionales, que fue creciendo y concretándose desde fines del pasado siglo hasta 1939. Desde el Marqués de La Tour du Pin, en Francia, y nuestro Vázquez de Mella, en España, hasta el historiador católico inglés Hilaire Belloc, pasando por los innumerables tratadistas franceses, belgas, alemanes, españoles, etc., fueron una verdadera multitud los que se colocaron en esta postura. Todos ellos coincidieron en propugnar la solución corporativista. Y en España, una agrupación tan numerosa y popular como el Carlismo, tenía entonces plena conciencia de que el corporativismo era la esencia de la organización cristiana y social, que aquella Comunión defendía.

    Pero al estallar en 1939 la Segunda Guerra Mundial, que terminó en 1945 con la victoria del comunismo y de la democracia liberal, cayó como una pesada losa sobre el movimiento corporativista; parecía como si el hablar de corporativismo fuera sinónimo de fascismo; y con este adjetivo –fascista–, la Revolución colgaba infamante sambenito a todo lo que a ella no le agradaba.

    Sin embargo, la verdad no puede ser acallada, y, después de 1945, a pesar del hostil ambiente, el ideal corporativista ha vuelto a renacer en unos cuantos grupos beneméritos que en diversos países se han ido poniendo en marcha, constituyendo una honrosa y valiente excepción a la regla general de conspiración del silencio.

    Pero, además, y por encima de dichos grupos, para nosotros, católicos, ha habido una notabilísima excepción, que, de forma continuada y contundente, ha roto el silencio en favor del corporativismo, después de la Segunda Guerra Mundial. Dicha excepción ha sido el Papa Pío XII.

    PÍO XII.– El gran Papa Pío XII aprovechó todas las ocasiones oportunas para desarrollar y señalar las aplicaciones concretas de la Doctrina Social Católica, con aquella exquisita categoría intelectual que iluminaba sus palabras y sus escritos. Por lo que se refiere al corporativismo, en el transcurso de once años –desde 1945 a 1956–, habló en su favor nada menos que trece veces, batiendo con ello un verdadero «récord» de tenacidad.

    Trece veces, repartidas entre Alocuciones, Cartas, Mensajes Radiofónicos y Mensajes de Navidad; dirigiéndose unas veces a todo el mundo, otras a un país determinado, otras a unas Semanas Sociales, a un grupo de patronos, a un grupo de obreros [1]. En una de aquellas ocasiones, dirigiéndose a jefes de empresa italianos, en 31 de Mayo de 1952, y comentándoles la Encíclica Quadragessimo Anno, se quejaba de que, al estudiar dicha Encíclica, se diera demasiada importancia a puntos accesorios de ella, y se pasase «más o menos bajo silencio la parte principal de la Encíclica, la que contiene la idea del orden corporativo profesional de toda la economía», como lamentándose de que se perdiera el tiempo en sutilezas, en vez de enfocar seriamente el estudio de la solución práctica, que es el corporativismo.

    Amonestación autorizadísima y oportuna que, desgraciadamente, no han sabido recoger algunos centros de estudios sociales católicos, los cuales –quizá temerosos de que se les tache injustamente de «fascistas»– se empeñan en ignorar el valor que tiene el corporativismo dentro de nuestro cuerpo de Doctrina Social. Máxime si tenemos en cuenta que quien pronunció dichas palabras era un Papa; y, sintiendo con la Iglesia y apoyándose en el sentido común, no existe duda alguna de que los mejores intérpretes de las Encíclicas papales son los mismos Papas.

    JUAN XXIII.– Nuestro querido Papa actual, gloriosamente reinante, Su Santidad Juan XXIII, a quien Dios ha elegido como Vicario Suyo para regir la Iglesia en momentos tan turbulentos y trascendentales como los que nos ha tocado vivir, nos dio, en el mes de Mayo de 1961, la última de las grandes Encíclicas sociales: la Mater et Magistra.

    Así como la Quadragessimo Anno se apoyaba en la Rerum Novarum, la Mater et Magistra se apoya en ambas y en el Mensaje de Pío XII de Mayo de 1941. Ello es perfectamente lógico y natural, si tenemos en cuenta que la Verdad es una, y que la Doctrina Social de la Iglesia, contenida en las tres grandes Encíclicas y en los escritos de Pío XII, forma un todo indivisible. Juan XXIII dedica una gran parte de su Encíclica a ratificar y comentar los tres citados Documentos de sus Predecesores.

    Todo ello es tan natural que parece superfluo el solo hecho de consignarlo. Mas lo hacemos porque, al publicarse la Mater et Magistra, no sólo circularon traducciones no completamente exactas, sino que, por entidades aparentemente solventes y seguras, se hicieron comentarios lamentables que sembraron el confusionismo, dando una visión equivocada al gran público, la masa, la cual, desgraciadamente, no suele dedicarse a estudiar a fondo y con detención las Encíclicas pontificias.

    Los católicos tocados de liberalismo sienten una verdadera aversión hacia la cristianísima doctrina del corporativismo; ello impulsó a algunos, en nuestro país, a hacer unos comentarios tendenciosos, afirmando que la Mater et Magistra, al no hacer referencia expresa al orden corporativo, había dado lugar a que algunos autores afirmasen que dicha doctrina debía considerarse como «enterrada», y también que la «revolución cristiana» exigía un orden social distinto del de la Edad Media.

    Saliendo al paso de semejantes comentarios, Daniel Boira, en el Número 97 de Cruzado Español, rebatía aquellas afirmaciones confusionistas, citando el fragmento de la Mater et Magistra donde concretamente se habla del corporativismo, el cual dice así:

    «Con la finalidad de contrarrestar esta tendencia (la dictadura económica del liberalismo), el Sumo Pontífice (Pío XI) dio estas fundamentales normas: el orden económico deberá reintegrarse al orden moral, y los intereses, tanto de los particulares como de las sociedades, habrán de atemperarse, sobre todo, al bien común. Esto, conforme a las enseñanzas de Nuestro Predecesor, sin duda alguna exige: primero, la ordenada reorganización de la convivencia, constituyendo sociedades menores de carácter económico y profesional, no impuestas por los poderes del Estado, sino libres; segundo, que los magistrados públicos… etc.».


    CONSIDERACIONES FINALES

    La Verdad no puede cambiar, y la Iglesia, que es su depositaria, no puede equivocarse.

    La Rerum Novarum de León XIII, la Quadragessimo Anno de Pío XI, el Mensaje de Pío XII antes citado, y la Mater et Magistra de Juan XIII, forman una armoniosa unidad indestructible.

    Los Papa citados denuncian la injusticia social de nuestro tiempo, hija del liberalismo, al proclamar el derecho del más fuerte o del más desaprensivo, al considerarlo todo como una mercancía sujeta a la oferta y la demanda, ignorando la dignidad humana, que proviene de nuestra filiación divina, y excluyendo toda intervención de la Religión y de la moral en el juego de las fuerzas económicas.

    Para lograr el triunfo de esta brutal ley de la selva, la Revolución liberal tuvo que destruir los obstáculos que a ella se oponían, porque organizaban y templaban las relaciones económicas entre los hombres, a la par que defendían a los medianos contra la voraz codicia de los grandes. Por ello, la Revolución hizo saltar a pedazos la antigua, tradicional y cristiana organización corporativa de la sociedad. Paralelamente, proclamó las ideas laicistas y empezó sus ataques contra la Iglesia, maestra de la Verdad y defensora del derecho natural.

    Con ello, la Revolución anticristiana crea la moderna esclavitud: el proletariado, el hombre desarraigado, la masa. Y conviene destacar la diferencia que existe entre pueblo y masa: En las naciones cristianas, existía una jerarquía y un pueblo; pero el pueblo no era masa, porque estaba enraizado en la historia de su país, y se sentía defendido por las corporaciones, que eran su sostén y su escudo; el pueblo cristiano creía en Dios, estaba identificado con su patria, y, en el caso de las familias más pobres, éstas tenían, por lo menos, su parte en las propiedades comunales de los antiguos municipios o de sus gremios respectivos.

    La Revolución, con la brutal supresión de los gremios, con la desamortización de las propiedades comunales, con su centralismo creciente, y con sus leyes sectarias, dejaron a la inmensa mayoría del pueblo convertido en masa; inermes y sin defensa frente al poder colosal del Estado y de los monopolios financieros.

    Ante tan formidable cúmulo de desgracias, la Doctrina Social de nuestros Papas señala en sus Encíclicas los remedios pertinentes: el retorno a Cristo; el imperio de la justicia y la caridad; la sujeción al bien común. Y nos dan, ya en el terreno puramente humano, dos soluciones prácticas, tendentes a desproletarizar la masa, devolviéndole su categoría humana: El acceso a la propiedad, y la reorganización de las corporaciones. Todos los remedios que nos señalan los Papas, incluyendo, desde luego, los dos antes citados, son los únicos que pueden restaurar en el mundo un orden humano, atajar la injusticia social, y devolver al hombre su dignidad.

    A los católicos que defendemos esta postura –que es la de la Iglesia–, pueden los liberales, los izquierdistas y los progresistas, ponernos una objeción. Pueden decirnos que los resultados obtenidos por la Revolución no han sido tan malos, ya que el nivel de vida ha aumentado mucho. Es cierto –respondemos– que el nivel de vida ha aumentado, pero ello ha sido debido a los fabulosos adelantos de la ciencia y de la técnica. Es verdad que, en general, el hombre de hoy come y viste mejor que hace cuarenta años; es verdad que han aumentado el confort y las diversiones; se han generalizado la radio y la televisión; el parque de vehículos a motor ha aumentado astronómicamente. Todo ello y otras muchas cosas son verdad, y Su Santidad Juan XXIII así lo reconoce en la Mater et Magistra al hacer el balance del mundo de hoy.

    Pero, aun dejando aparte la enorme inseguridad que, a pesar de todo este confort, se «disfruta», debemos preguntarnos si la libertad, la dignidad y la independencia del hombre de hoy no están en franca regresión: es decir, si la proletarización y la masificación continúan. Un examen sereno de la cuestión y la opinión de los Papas, nos darán una respuesta afirmativa, y nos obligarán a reconocer que la libertad ha perdido terreno en todo el mundo; que ello es así más allá del telón de acero, no creemos que lector alguno pueda dudarlo; en cuanto a la parte de acá de dicho telón, podríamos preguntárselo, por ejemplo, a los patriotas franceses disconformes con el General De Gaulle que están en las cárceles, en los campos de concentración, o en el exilio. Y siendo verdad, como dice Pío XII, que la propiedad privada es la garantía de la libertad individual y familiar, y viendo, por una parte, cómo los pequeños empresarios van engrosando el ejército de los asalariados, al ser arruinadas sus empresas por los grandes trusts y monopolios, y cómo, por otra parte, la propiedad rústica e inmobiliaria va perdiendo su efectividad para convertirse en algo honorífico, y viendo también cómo (sobre todo en las zonas de secano) se van despoblando las aldeas, emigrando los labradores modestos, y abandonándose los cultivos, para marchar a la ciudad, a engrosar el proletariado industrial; viendo todo ello, y no creyendo en el fatalismo histórico que predican los marxistas, no tenemos más alternativa que la de creer que la Revolución sigue andando su camino, del que la meta no es otra que la proletarización y masificación de la humanidad. Que se llegue a la esclavitud con privaciones e incomodidades, o que se llegue a ella con un confort más o menos precario, no puede tener para nosotros, los cristianos, excesiva importancia; para nuestro sentido común tampoco, pues no creemos que prisionero alguno se considere feliz por el hecho de que las rejas de su calabozo sean de oro.

    Muy embrutecido tiene que estar el mundo para no darse cuenta de ello. Pero la Iglesia, nuestra madre, única defensora del derecho natural y de nuestra libertad, nos dice que el remedio de los males que nos aquejan está en la difusión de la propiedad privada y en la organización corporativa. Son las dos condiciones para detener la masificación y para solucionar la injusticia social. Todo ello –no se olvide–, con una reforma de las costumbres y bajo el reinado de paz y de amor de Jesucristo.









    [1]
    Alocución de 11 de Marzo de 1945; Carta de 10 de Julio de 1946; Carta de 19 de Julio de 1947; Alocución de 7 de Mayo de 1949; Mensaje Radiofónico de 4 de Septiembre de 1949; Alocución de 11 de Septiembre de 1949; Alocución de 3 de Junio de 1950; Alocución de 6 de Abril de 1951; Alocución de 31 de Enero de 1952; Carta de 5 de Julio de 1952; Mensaje Radiofónico de 14 de Septiembre de 1952; Mensaje de Navidad de 24 de Diciembre de 1955; y Mensaje de Navidad de 24 de Diciembre de 1956.

    [2] Véase Cruzado Español, Número 97: «La Encíclica Mater et Magistra y ciertos sofismas “progresistas”», por Daniel Boira.

  12. #12
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 135, 1 de Noviembre de 1963, páginas 1 – 2.



    LIBERTAD O ESCLAVITUD

    Por F. Tusquets


    El mundo descristianizado de hoy cree orgullosamente en el progreso ininterrumpido de la humanidad, y no sólo en cuanto se refiere al orden material y técnico, sino también en el espiritual. Los hombres se ufanan tanto de la libertad como de la fraternidad que entre ellos impera, que –dicen– caracteriza a nuestros tiempos. Todo ello, en nuestra modesta opinión, es un craso error.

    La mayoría de los manuales de Historia nos pintan a la Edad Media como una época oscurantista, cruel y tiránica, sin asomo de libertad en lo político y sin fraternidad en lo social y en lo económico. Estas ideas han sido también vulgarizadas a través de la literatura, del cine y de todos los poderosos medio de difusión de que dispone actualmente la máquina de la cultura prefabricada del mundo de hoy.

    Actualmente, lo auténticamente cristiano disfruta de mala crítica en el mundo, el cual únicamente ensalza los valores izquierdistas o los del progresismo «católico». Algunos críticos históricos modernos, con más sentido de justicia y menos sectarismo, han reivindicado, en parte, la Edad Media; pero para ello disponemos todavía de mejores elementos: los buenos escritores católicos, y, sobre todo, las Encíclicas de nuestros Papas, que son siempre, para nosotros, las que, en todos los aspectos, nos dicen la última y definitiva palabra.

    El gran Papa, de inmortal memoria, León XIII, en su maravillosa Encíclica Immortale Dei, donde se exponen las ideas fundamentales que en política sustenta la Iglesia, dice, refiriéndose a la Edad Media, lo siguiente:

    «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época, la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en todas las clases y relaciones de la sociedad. La Religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde, y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo el Estado, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos beneficios, y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer».

    El ilustre Obispo de Vich, nuestro Torras y Bages, escribió, en los albores del presente siglo, su conocida obra «La Tradició catalana». En su Capitulo XX --«La libertad civil es propia del cristianismo»–, al comentar las Encíclicas del Papa León XIII, refuta la absurda y cínica pretensión de los liberales, que se atribuyen los beneficios de la libertad y de la fraternidad, resucitándolos de los antiguos pueblos, puesto que estos principios –según los liberales– fueron ahogados por el cristianismo. Dice Torras y Bages que, sólo contando con la credulidad inverosímil de la gente, de la masa, fue posible tamaño cinismo. Es evidente que Grecia y Roma se ahogaban en la esclavitud, así como todos los demás países donde no había penetrado el cristianismo. Fue posteriormente, a partir de la Redención por Cristo del género humano, cuando las ideas de libertad y de fraternidad empezaron a circular por el mundo, puesto que éstas nacieron del concepto cristiano sobre el valor de la persona humana, hasta entonces desconocido, y lo demuestra el que siguen siendo ignorados, libertad y fraternidad, en aquellos países en que todavía no ha fructificado el cristianismo: China, India, etc. Añadiendo textualmente el Obispo de Vich:

    «El amor de la Iglesia a la libertad se pone ya de manifiesto en la constitución de las naciones que salieron de la descomposición del Imperio Romano; la intervención del pueblo en el poder legislativo es evidente; ya nuestro San Isidoro dijo: “Lex est constitutio populi, secundum quam majores natu, simul cum plebibus, aliquid sanxerunt”, y la Iglesia incluye esta significativa definición en su Código de Decretales; en la Edad Media, las libertades populares en las naciones cristianas, guiadas por la Iglesia, llegan, puede decirse, a su cénit, y sólo cuando el Magisterio público de la Iglesia es rechazado por las naciones, éstas se encuentran de nuevo oprimidas por los modernos césares».

    En esta misma línea encontramos al escritor católico inglés Hilaire Belloc, cuando dice que el mundo antiguo, anterior a Jesucristo, se basaba en la esclavitud, y que fue el cristianismo quien hizo al hombre libre; pero como, desde hace siglos, el cristianismo ha ido perdiendo influencia en el mundo, éste, al descristianizarse, forzosamente ha de volver a la esclavitud.

    Durante el transcurso de más de ciento cincuenta años, el liberalismo se nos viene presentando como autor, como padre del progreso y de la libertad. Un siglo y medio predicando tópicos; mas la verdad es que la libertad, en estos últimos tiempos, pierde terreno día a día.

    El símbolo de la caballerosidad en las guerras antiguas podríamos encontrarlo en el cuadro de Velázquez titulado «La rendición de Breda». El símbolo de la caballerosidad en las actuales guerras son las «fosas de Katyn» y el Tribunal de Nuremberg.

    El «colonialismo» antiguo iba siempre acompañado de los misioneros predicando el Mensaje evangélico, y produjo las Leyes de Indias, la Universidad de Méjico y el desarrollo de las riquezas. El colonialismo de hoy produce el aplastamiento de Hungría bajo el terror de los tanques de Kruschev.

    El poder civil de la Edad Media estaba generalmente subordinado a las enseñanzas y autoridad de la Santa Madre Iglesia. Los conflictos entre los reyes eran muchas veces dirimidos por el arbitraje de los Papas, a los que toda la Cristiandad reconocía su alta autoridad, por ser entonces general creencia que el poder viene de Dios. Hoy, en cambio, nos dicen que el poder viene de la mayoría; pero tenemos a medio mundo sufriendo bajo la brutalidad comunista, y vemos cómo han resucitado aquellos batallones de esclavos que en el antiguo Egipto construían las pirámides, si bien ahora es trabajando en las minas de Siberia…

    La Iglesia, con su influjo, fue paulatinamente suprimiendo, primero la esclavitud, y luego la servidumbre de la gleba, y se crearon sabias instituciones, como los gremios y las cofradías, que salvaguardaban la independencia de los pequeños frente a los abusos de los grandes. Hoy, por el contrario, en los países occidentales, la trustificación supercapitalista y el dirigismo tecnocrático están acabando con la libertad.

    León XIII, en otra Encíclica, Libertas, afirma que la democracia liberal nos lleva hacia la esclavitud, con estas palabras:

    «En cuanto a la vida pública, el poder de mandar queda separado de su verdadero origen natural, del cual recibe toda la eficacia realizadora del bien común; y la ley, reguladora de lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, queda abandonada al capricho de una mayoría numérica, verdadero plano inclinado que lleva a la tiranía».

    El liberalismo, y su hijo el marxismo, nos llevan a la tiranía y a la más degradante esclavitud, porque son enemigos de la Verdad. La Sagrada Escritura dice que la Verdad nos hará libres. Sólo la Doctrina de la Iglesia de Jesucristo posee la Verdad, y, por lo tanto, sólo Ella nos puede dar la paz y la libertad.

  13. #13
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 147, 1 de Mayo de 1964, páginas 7 – 8.



    ¿CUÁL ES EL MUNDO MEJOR?

    Por F. Tusquets


    Desde hace algún tiempo se publica en Madrid la revista «Cuadernos para el diálogo», en que firman sus trabajos y artículos nombres muy conocidos en el mundo «intelectual» de nuestro país. Claramente se advierte, con sólo hojearla, la relación de dicha revista con otras más antiguas y difundidas; pero, al revés de lo que parece debería ser por su título, se nos antoja que la línea directriz que en ella se sigue y se defiende es mucho más homogénea y circunscrita de lo que el referido título quiere indicar.

    No entra ni por asomo entre nuestras aficiones la de terciar en discusiones, ni siquiera en pseudo-diálogos. Pero lo grave del caso es que, en el Número 5-6 de la referida publicación –correspondiente a Febrero-Marzo de este año–, se nombra a nuestra revista, Cruzado Español, con un espíritu muy poco propenso al «diálogo» y con ciertos prejuicios, o por lo menos sin verdaderas ganas de penetrar y querer comprender lo que se nos critica.

    Nos referimos al artículo titulado «Ultras y cristianos», firmado por Antonio L. Marzal, del que algo más de su segunda mitad nos está dedicado. No pretendemos refutar, ni siquiera dialogar, sobre unas cuantas citas que allí se hacen de Cruzado Español; quede ello para otra ocasión, o para otras personas, o simplemente para el buen criterio de cualquier lector curioso que quiera cotejar lo que allí se dice con lo que se dice en nuestra revista, a la luz de la Doctrina de la Iglesia. El objetivo del presente artículo es más modesto, o si se quiere, más concreto, por referirse a un solo punto de lo dicho por Antonio L. Marzal: el que se refiere al lema que campea bajo el título de nuestra revista: «Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos», pretendiendo que Cruzado Español, en su espíritu y contenido, no responde a lo que Su Santidad Pío XII quería expresar al formular aquella exhortación (que Cruzado Español, repetimos, ha escogido como lema).

    Desde hace muchos años, sentimos una gran devoción por la figura del Papa Pío XII, lo que nos ha movido a leer y estudiar con fruición una buena parte de sus Encíclicas y Discursos, cotejándolos y enmarcándolos dentro del cuadro general de las perennes enseñanzas pontificias; al hacerlo así, debemos confesar que no sólo nos ha guiado la búsqueda de la maravillosa luz de la verdad que emana de la Doctrina de la Iglesia, sino también el placer que hemos encontrado saboreando el estilo literario de aquel Papa admirable que se llamó Pío XII.

    O sea, que, aun cuando no en la medida que fuera de desear, pero sí en parte al menos, conocemos las ideas religiosas, políticas y sociales de Pío XII y de la mayoría de los Papas de los últimos cien años –desde Pío IX hasta Pablo VI–, en un mínimo suficiente por lo menos para constatar, con una alegría que vivifica nuestra Fe, cómo en el transcurso de un siglo, cuando han hablado distintos Papas sobre un tema determinado, han seguido y siguen la línea inmutable de la Verdad, que no se equivoca ni puede equivocarse. Ello nos ha dado el hábito de situar siempre, a todas las Encíclicas y Alocuciones pontificias que vamos conociendo, en el marco riguroso de la doctrina pontificia, siguiendo, con ello, modestamente, el ejemplo de los Papas, los cuales suelen citar con muchísima frecuencia a «Nuestro glorioso Predecesor, X. X., de santa memoria…». Es una sencilla regla de interpretación, que muy de corazón nos atrevemos a recomendar a nuestros oponentes de «Cuadernos para el diálogo» y a todos los católicos en general.

    Lo que le ha dado pena y «derecho a molestarse» al Sr. Marzal, según confiesa en su artículo, ha sido el comprobar la disociación que, a su juicio, existe entre lo que decía Pío XII y el «ambiente» de nuestra revista, a propósito de la frase de Su Santidad que constituye nuestro lema. Procedamos, pues, a intentar un análisis de todo ello.

    Vamos a reproducir lo que dice el articulista de «Cuadernos para el diálogo», en lo que hace concreta referencia al asunto que nos ocupa, y en donde el Sr. Marzal centra con claridad su opinión, completamente distinta de la nuestra.

    Dice así, en el párrafo segundo, hablando de Cruzado Español:

    «Bajo su título, otra vez la misma impresión de antes. Una frase llena de esperanza, la que dijo Pío XII en 1952: “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos (por errata, dice «comienzos» en vez de «cimientos»). Pero luego resulta que ese mundo mejor va por otros caminos del que lleva la Iglesia de hoy. ¿Será que aquí se hace la guerra –en este caso, la Cruzada– por su cuenta?».

    Y, después del tercer párrafo, en que cita varias cosas del Número de Cruzado Español de 1.º de Diciembre de 1963, vuelve sobre el tema, y termina como sigue:

    «No sé. A uno le da pena todo esto. Una enorme pena. No digo que Cruzado Español no quiere un mundo mejor. Pero, por favor, que no digan que es el mundo mejor de que hablaba Pío XII. Es otro tipo de mundo. Así queda todo más claro».

    En nuestra opinión, para salir de dudas, creemos que lo mejor será repasar lo que dijo el Papa en aquel Mensaje. Vamos a ello.

    El Mensaje «Por un mundo mejor» de Pío XII, es una exhortación dirigida a los fieles de Roma y al mundo en 10 de Febrero de 1952. Pío XII subió al Pontificado en vísperas de la Segunda Guerra Mundial (1939); hizo desesperados esfuerzos para impedir la conflagración; una vez estallado el conflicto, se esforzó en humanizarlo o dulcificarlo en lo posible; terció en cuantas ocasiones pudo, dando la interpretación cristiana a las sonoras frases que ambos bandos beligerantes esgrimían, tanto si ellas procedían de un bando –primeros años de la guerra– como del otro –últimos años de ella–; aclaró magistralmente en qué consistía una paz justa, cuando llegó el final de la contienda. Siguió ejerciendo su magisterio incansable, al señalar posteriormente los enormes fallos de la «paz» que quedó implantada. Y aprovechó todas las ocasiones que se le presentaron, durante los diecinueve años que duró su Pontificado, para enseñarnos en qué consiste la Doctrina de la Iglesia: en lo religioso y sobrenatural, en lo filosófico, en lo político, en lo social, en lo económico, en lo referente a la técnica y al progreso… Fueron diecinueve años, durante los cuales la boca de Pío XII habló a los Obispos, a los sacerdotes, a los gobernantes, a los financieros, a los empresarios, a los agricultores, a los obreros, a los científicos, a los profesionales, a los técnicos. ¡Qué derroche de luz en medio de las tinieblas! ¡Cuánta resonancia la de las palabras de Cristo, Jefe de la Iglesia, por boca de Su Vicario en la Tierra! ¡Cómo desgranaba y aplicaba, adaptada al momento, la doctrina de sus Predecesores! ¡Cómo desarrolló las ideas sociales de León XIII y Pío XI! ¡Cómo nos aclaró el significado de la palabra «democracia» en Septiembre de 1944! ¡Cuánta doctrina, cuánta sabiduría, cuánta luz, cuánta maravilla, cuánta santidad, Dios mío!

    Pío XII, aquel Santo Padre que Dios designó para gobernar Su Iglesia durante aquellos años tremendos, lanzó un vibrante alerta al mundo en Febrero de 1952, tratando de despertar a los católicos, alistándoles en la sin igual empresa de cristianizar al mundo, sacudiendo su modorra y su somnolencia. Ello fue el Mensaje que nos ocupa. En él indicaba la vuelta a Cristo, «como remedio de la crisis total que agita al mundo». Da un grito de alerta, ya que no puede permanecer mudo e inerte «ante un mundo que inconscientemente prosigue por aquellos caminos que conducen al abismo almas y cuerpos, buenos y malos, civilizaciones y pueblos». Invoca a la Virgen de Lourdes, cuyas apariciones –dice– fueron la respuesta de Dios y de su Madre «a la rebelión de los hombres», ya que la llamada a lo sobrenatural es el primer paso en una progresiva renovación religiosa. Habla de la «interminable pero no decreciente crisis que hace temblar a las mentes conscientes de la realidad». Llama a todos los fieles, para que hagan cuanto puedan, como ayuda a la obra salvadora de Dios, «para venir en socorro de un mundo, que hoy se halla camino de la ruina». Y Pío XII dice a continuación:

    «La persistencia de una situación general, que no dudamos en calificar de explosiva a cada instante, y cuyo origen tiene que buscarse en la tibieza religiosa de tantos, en el bajo tono moral de la vida pública y privada, en la sistemática obra de intoxicación de las almas sencillas, a las que se les propina el veneno después de haberles narcotizado –digámoslo así– el sentido de la verdadera libertad, no puede dejar a los buenos inmóviles en el mismo surco, contemplando con los brazos cruzados un porvenir arrollador».

    Alude después al Año Santo celebrado recientemente como primer paso «hacia la completa restauración del espíritu evangélico, que, además de arrancar millones de almas de la ruina eterna, es el único que puede asegurar la convivencia pacífica y la fecunda colaboración de los pueblos». Nótese bien: restauración del espíritu evangélico, lo cual, de por sí y situado en el marco de toda la exhortación que comentamos, es evidente que no tiene nada que ver con el falso ecumenismo, tal como quieren entenderlo algunos progresistas, ya que más que ecumenismo sería un verdadero «irenismo», renuncia a la lucha y a la resistencia, todo ello condenado en la «Humani Generis», del propio Pío XII.

    «Ha llegado la hora –dice el Papa–; despertemos, porque está próxima nuestra salvación». Y añade a continuación la frase que es nuestro lema: «Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos, que se ha de transformar de selvático en humano, de humano en divino, es decir, según el corazón de Dios». Y el párrafo sigue todavía con acentos vibrantes y bellísimos; pero nótese que el Papa no dice que hay que «hacer», sino que dice que hay que «rehacer», luego quiere decir que ya fue, que luego dejó de ser, y que lo que nos toca es «rehacerlo». Sigue el Papa diciendo que a él, a quien Dios ha colocado como Pastor de la grey cristiana, le corresponde el papel de heraldo de un mundo mejor. Hay que dar comienzo a un despertar que aliste a todos «en el frente de la renovación total de la vida cristiana, en la línea de la defensa de los valores morales, en la realización de la justicia social, en la reconstrucción del orden cristiano…». Nótese, una vez más, que el Papa habla de renovación, y sobre todo de la «reconstrucción del orden cristiano»; luego dicho orden existió más o menos alguna vez, y luego fue destruido, y ahora se trata de reconstruirle. ¿Sería muy aventurado afirmar que el orden social cristiano existió –más o menos perfecto– durante la Edad Media, y fue destruido por la Revolución? Si Pío XII no quería decir esto –lo que está en la línea de León XIII y Pío XI–, agradeceríamos otra explicación más lógica, dentro del más cristiano de los diálogos.

    Se dirige a la urbe romana, para que los hombres que hoy la pueblan sean promotores de la salvación común, «en un tiempo en que fuerzas opuestas se disputan el mundo». ¿Cuáles son esas fuerzas?

    «Éste no es el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevos ideales y metas. Los unos y los otros, ya conocidos y comprobados en su sustancia, porque han sido enseñados por el mismo Cristo, iluminados por la secular elaboración de la Iglesia, adaptados a las inmediatas circunstancias por los últimos Romanos Pontífices, tan sólo esperan una cosa: la realización concreta».

    Se pregunta de qué serviría investigar las vías de Dios, si luego se elige el camino de la perdición. Y añade: «¿De qué serviría saber y decir que Dios es Padre y que los hombres son hermanos, cuando se temiese toda intervención de Aquél en la vida privada y pública?». Nos parecen ver en estas palabras no sólo una afirmación de la constante acción providencial de Dios, sino también, y de una manera clara, una condenación del laicismo, del neutralismo, y de todas las tesis liberales contrarias a la proclamación del Reinado Social de Jesucristo.

    Alude a continuación a las voluntades resueltas a «rehuir la inmolación», y añade luego: «no es con esa incoherencia e inercia como la Iglesia transformó en sus comienzos la faz del mundo, y se extendió rápidamente, y perduró bienhechora en el correr de los siglos…». Los primeros cristianos, que tenían caridad, porque tenían Fe –no es posible aquélla sin ésta–, estaban dispuestos al martirio cuando la ocasión lo exigía. Fue después de tres siglos de lucha y de persecución sangrienta cuando la Iglesia se impuso en el mundo. Las armas de los cristianos, las armas de que Dios se vale, no son las que recomiendan los «progresistas» de hoy. No creemos que Pío XII nos invite, en este Mensaje, a ciertas «aperturas» –muy en boga hoy día–. Para lograr el triunfo del Cristianismo, Pío XII nos llama a la lucha.

    Y, aludiendo quizá a aquéllos que dan por sentado el triunfo de los enemigos, y sólo aspiran al pacto con ellos, para luego volver a empezar, y renuncian por ahora al combate y al enfrentamiento con ellos, creemos que Pío XII aclara la cuestión con estas palabras:

    «Quede bien claro, amados hijos, que, en la raíz de los males actuales y de sus funestas consecuencias, no está, como en los tiempos precristianos o en las regiones aún paganas, la invencible ignorancia sobre los destinos eternos del hombre y sobre los verdaderos caminos para conseguirlos; sino el letargo del espíritu, la anemia de la voluntad, la frialdad de los corazones. Los hombres, inficionados por semejante peste, intentan, como justificación, el rodearse con las tinieblas antiguas, y buscan una disculpa en nuevos y viejos errores. Necesario es, por lo tanto, actuar sobre sus voluntades».

    Y termina la exhortación con una llamada, especialmente dirigida a los fieles romanos, llena de belleza y vibrante de espiritualidad.

    Estamos de acuerdo con el Señor Marzal, nuestro detractor desde «Cuadernos para el diálogo», en que Pío XII pronuncia una frase de esperanza con las palabras de nuestro lema y con todo el Mensaje que comentamos. De acuerdo. Porque todos sus gritos de alarma, y todos los profundos males que señala en él, son –creemos– necesarios para obligarnos a la lucha; y ningún Papa nos animaría a la lucha si en ella no existiese la esperanza en la victoria; como ningún jefe podrá ordenar sabiamente una guerra, sin tratar, por lo menos, de conocer al enemigo. ¿Dónde está la discrepancia entre el Mensaje de Pío XII y la línea de Cruzado Español?

    Esperamos la respuesta. De no recibirla, tendremos que creer que el Señor Marzal no leyó con suficiente detenimiento la exhortación de Pío XII «Por un mundo mejor», o no conoce perfectamente la doctrina de este Papa, que es la misma de todos los Papas. Si ello fuera así, lo sentiríamos sinceramente, porque tenemos dos cosas que agradecer al articulista de «Cuadernos para el diálogo»: La primera, es la buena fe que nos concede cuando dice: «No digo que Cruzado Español no quiera un mundo mejor». La segunda, la de habernos obligado –aun cuando sea para rebatirle– a releer el maravilloso Mensaje de Su Santidad Pío XII.

  14. #14
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 148-149, Junio de 1964, páginas 7 – 8.



    EL OCASO DE LA LIBERTAD

    Por F. Tusquets


    Una de las cosas que resultan evidentes dentro de la Doctrina Social Católica, es la defensa de la propiedad privada y de la libre iniciativa en el campo económico, sin otras limitaciones que el bien común, y quedando para el Estado la función arbitral y supletiva.

    Nos remitimos a los textos de la «Rerum Novarum» de León XIII, la «Quadragessimo Anno» de Pío XI, la «Mater et Magistra» de Juan XXIII, y a las numerosísimas Alocuciones y Cartas de Pío XII sobre temas sociales y económicos. En todos los documentos citados quedan claramente fijadas las ideas que hemos enunciado. Únicamente queremos reproducir un corto párrafo de la «Mater et Magistra», donde S. S. Juan XXIII, citando a su Predecesor Pío XII, declara que la propiedad privada es la garantía de la libertad personal. Dice así:

    «Hacemos, pues, Nuestras, en esta materia, las observaciones de Nuestro Predecesor Pío XII: “Cuando la Iglesia defiende el principio de la propiedad privada, va tras un alto fin ético-social. De ningún modo pretende sostener pura y simplemente el presente estado de cosas, como si viera en él la expresión de la voluntad divina; ni proteger por principio al rico y al plutócrata contra el pobre e indigente… Más bien se preocupa la Iglesia de hacer que la institución de la propiedad privada sea tal como debe ser, conforme al designio de la Divina Sabiduría y a lo dispuesto por la Naturaleza” (Pío XII, Radiomensaje de 1.º de Septiembre de 1944); es decir, que sea garantía de la libertad esencial de la persona, y al mismo tiempo un elemento insustituible del orden de la sociedad».

    Desgraciadamente, la dirección que imprimen al mundo aquéllos que, directa o indirectamente, lo gobiernan, no es la misma que se señala en los documentos pontificios. Casi nos atreveríamos a decir que es precisamente la contraria. Al mundo se le está impulsando en un sentido socialista (sea o no marxista).

    Ello creemos que es evidentísimo por lo que a los países comunistas se refiere. Pero también lo creemos cierto si la afirmación la referimos a los países occidentales, a poco que se medite serenamente sobre ello; en nuestra opinión, la sola diferencia entre unos y otros estriba únicamente en los medios escogidos para dar aquel impulso, y en la velocidad o fuerza que se imprime en él; diferencia de táctica, de oportunidad, de madurez, de adaptación a las características especiales de cada país, etc.

    En los países occidentales –llamados libres–, el impulso hacia la socialización se da sin proclamarlo, de una forma más o menos vergonzante, incluso, a veces, negando que ello sea así; y casi siempre, encubriendo o queriendo explicar las medidas adoptadas, para seguir el rumbo socialista, con una bella fraseología técnica que trata de justificarlas y de convencer a los pueblos que son víctimas de ellas.

    O sea, que en los países allende el telón de acero, se camina más rápida y brutalmente hacia el socialismo y hacia la pérdida de la libertad siguiendo los métodos comunistas. En los países occidentales se va también hacia el socialismo y la consiguiente pérdida de libertad, pero por caminos más lentos, más indirectos, y, sobre todo, más sutiles.

    Quisiéramos apuntar brevemente tres aspectos (distintos, pero convergentes) de lo que acabamos de decir.


    ASPECTO AGRARIO

    El agricultor cultivador directo de sus tierras es un ente esencialmente antimarxista por la misma naturaleza de las cosas. Cuando en un país triunfa el comunismo, el gobierno procede muy pronto, y en medio de una gran propaganda, a hacer una «reforma agraria», expoliando a los latifundistas y haciendo el reparto de tierras entre los campesinos pobres. Al poco tiempo, se multiplican las intervenciones estatales de toda clase, y se suele forzar a los campesinos a cierto cooperativismo, siempre de tipo socialista. Y luego, indefectiblemente y por medios coercitivos y brutales, se impone la colectivización de la tierra; de manera que los precarios beneficiarios de la primera expropiación resultan, a su vez, expoliados.

    En Occidente, en cambio, funciona otra clase de mecanismo. Amparándose en la «productividad», se proclama el slogan de la reestructuración de las empresas agrarias, diciendo que muchas fincas pequeñas no resultan rentables, al no permitir sus medios modestos la adquisición del utillaje necesario para que los productos resulten a precios «competitivos». Claro que ello suele ir acompañado de un complicado montaje del mercado de los productos del campo, que comprime los precios percibidos por el agricultor, sin abaratar los precios que por los mismos productos paga el consumidor de las ciudades. Y ello se completa con una desigualdad de trato en lo que a la adquisición de crédito se refiere, dejando para el agricultor el papel de cenicienta. Todo ello no hace más que favorecer el éxodo rural, la despoblación del campo, y el aumento del proletariado en las grandes ciudades. Es curioso meditar cómo, a la postre de este proceso, si en algunos de estos países occidentales triunfara el comunismo, el gobierno que se implantara tendría que vencer muy pocas resistencias para proceder a la colectivización agraria.


    CONTROL DE LAS PRIMERAS MATERIAS

    En Occidente, las empresas estatales y unas pocas empresas «privadas» (de tipo supercapitalista financiero) se reparten el monopolio de las primeras materias básicas y esenciales; con lo que –prácticamente– todas las empresas grandes, medianas o pequeñas (pero auténticamente privadas) dependen de las primeras para su subsistencia, pasando a ser, en realidad, sus servidoras o auxiliares. Muchos patronos de pequeñas industrias o negocios creen todavía ser libres, cuando en realidad no son ya dueños de determinar sus actos, y son impotentes para salirse del plano limitado que aún les tolera o concede la gran empresa de la cual directamente dependen.

    Todo ello agraviado y rematado por el papel preponderante que día a día adquieren los bancos, verdaderos árbitros de la situación, los cuales están íntimamente ligados a aquellas pocas empresas supercapitalistas que controlan de hecho las primeras materias. Ante tal panorama (que está en pleno auge), cabe preguntarse si realmente es fundamental la diferencia que todavía separa a Oriente de Occidente en materia económica.


    PLANIFICACIÓN TECNOCRÁTICA

    Muchos observadores comentan el hecho de que en los países comunistas los técnicos vayan ocupando cada día más los puestos de mando, habiendo nacido allí una nueva aristocracia o clase dirigente. Creemos que la observación es cierta. Pero nosotros quisiéramos llamar la atención del lector sobre el hecho, también cierto, de que en Occidente los tecnócratas van también sustituyendo a los políticos en los puestos de mando.

    Lo curioso del caso es que esa coincidencia no creemos que sirva para dar marcha atrás al proceso comunista en Oriente; pero sí que nos tememos que sirva para acelerar la socialización en Occidente.


    * * *


    Estos extraños, pero evidentes, paralelismos que hemos analizado, ¿podrían acaso iluminarnos sobre las debilidades políticas de Occidente, y sus ininterrumpidos retrocesos frente al continuo avance del comunismo en el mundo?

    Creemos que la respuesta a la anterior pregunta sería muy compleja; ya que seguramente nos obligaría a superar el plano económico, e incluso el político, si es que pretendiéramos buscar una solución cabal y completa del problema. Pero, constatando la realidad del proceso continuo hacia la socialización que impera en el mundo, no podemos sustraernos al recuerdo de unas palabras pronunciadas por S. S. Pío XII, durante el Mensaje dirigido al Katholikentag de Viena, en 14 de Septiembre de 1952, cuando, hablando de la cuestión social, el Papa, después de desear la superación de la lucha de la clases, insiste en la necesidad de «la protección del individuo y de la familia frente a la corriente que amenaza arrastrar a una socialización total, en cuyo extremo se haría pavorosa realidad la imagen terrorífica del Leviatán. La Iglesia sostendrá esta lucha hasta el fin, pues aquí se trata de cuestiones últimas, de la dignidad humana y de la salvación del alma».

    La socialización, el moderno Leviatán, el monstruo devorador de la libertad humana… Mucha trascendencia es la que da al fenómeno el Papa Pío XII. Y no es de extrañar, para un católico. Ya que, si los hombres nos alejamos de Dios, será cuestión de irnos haciendo a la idea de la esclavitud. Pues, sin Cristo, no hay libertad. Y el caso es que estas verdades, por ser eternas, tienen vigencia en Oriente y en Occidente.

  15. #15
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 161-162, Diciembre de 1964, páginas 11 – 12.



    Algunas consideraciones sobre la XXIII Semana Social

    Por F. Tusquets


    En el pasado mes de Junio se celebró en Barcelona la XXIII Semana Social de España, con éxito y brillantez en cuanto se refiere a su aspecto externo –organización, asistencia, actos inaugurales y de clausura, locales donde tuvieron lugar los actos, etc.–. Se pronunciaron varias conferencias, y se desarrollaron las lecciones correspondientes a cargo de personalidades dedicadas a las disciplinas y temas tratados, despertando mucho interés todo ello, a juzgar por las numerosas intervenciones de los semanistas asistentes que tomaron parte en los diálogos.

    En cuanto al fondo ideológico y al ambiente, acaso nuestro juicio no pueda ser tan elogioso. Vamos a tratar de comentar lo ocurrido en alguna lección, y a hacer alguna consideración sobre el conjunto, contrastándolo siempre con la Doctrina Social Católica y con el Mensaje dirigido por S. S. Pablo VI a la Semana a través de Su Emcia. el Cardenal Secretario de Estado.

    El proceso de la socialización en la doctrina pontificia: Bajo este título se desarrolló una importante lección, a cargo del Rvdo. Casimiro Martí, profesor del Instituto Católico de Estudios Sociales de Barcelona. El profesor hizo un resumen histórico de las actitudes pontificias en relación con los problemas sociales (y políticos), desde Pío IX hasta Juan XXIII. Según él, Pío IX no supo ser consciente de los cambios sociales y políticos acaecidos en su época; es decir, no se adaptó, ni se abrió al mundo resultante de la Revolución Francesa. Con su sucesor, León XIII, la Iglesia empezó a tomar contacto con el mundo moderno; como ejemplo de tal afirmación, el Rvdo. Martí citó la cuestión del «Ralliement». En cuanto a los Papas posteriores, ya dentro de nuestro siglo XX, el conferenciante dijo que Pío XI, en la «Quadragessimo Anno», remarcó la solución corporativa; solución que su sucesor, Pío XII, empezó a poner en cuarentena, para ser ya completamente olvidada en la «Mater et Magistra» de Juan XXIII, bajo cuyo Pontificado la Iglesia se abre decisivamente al mundo moderno.

    En nuestra opinión, la lección, cuyo resumen hemos dado en el párrafo anterior, contiene varias lamentables confusiones. En primer lugar, puede inducir a pensar que hay una contradicción entre Pío IX («Syllabus») y León XIII («Ralliement»), cuando ello no es así, ya que el primero condenó unas ideas erróneas, mientras que el segundo dio unas normas de actuación a los católicos franceses buscando el bien común delante de una situación de hecho. Es decir, el viejo problema de la tesis y la hipótesis, que no admite confusión. La Iglesia sustenta unas ideas (tesis); a veces, como mal menor, permite unas actuaciones (hipótesis); pero los católicos no podemos renunciar nunca al ideal completo, aunque en aras del bien común tengamos que plegarnos a una situación de hipótesis. No existe, pues, contradicción entre los dos Papas; basta leer las Encíclicas de León XIII «Immortale Dei» y «Libertas» para ver cómo ellas son la solución positiva cristiana opuesta a las ideas revolucionarias condenadas en el «Syllabus» de Pío IX.

    Otra inexactitud en la lección que estamos comentando es la referencia al corporativismo. Afirmó el profesor que en la «Mater et Magistra» no se menciona ya para nada al corporativismo, y jugó al equívoco invocando una frase de Pío XII, en la que este Papa se lamenta precisamente del olvido en que se tiene a tal doctrina. Ambas ideas no resisten el más ligero examen.

    En cuanto a la Encíclica de Juan XXIIII, hay que señalar que este Papa, no sólo hace suya la Doctrina Social de sus Predecesores León XIII, Pío XI y Pío XII, entre los que el corporativismo es fundamental, sino que lo cita claramente, aunque no emplee precisamente la misma palabra.

    Y por lo que se refiere a Pío XII, rogamos al Reverendo Casimiro Martí quiera leer la Alocución de 11 de Marzo de 1945, las Cartas de 10 de Julio de 1946 y 19 de Julio de 1947, la Alocución de 7 de Marzo de 1949, el Mensaje Radiofónico de 4 de Septiembre de 1949, las Alocuciones de 11 de Septiembre de 1949, 3 de Junio de 1950, 6 de Abril de 1951 y 31 de Enero de 1952, la Carta del 5 de Julio de 1952, el Mensaje Radiofónico de 14 de Septiembre de 1952, y los Mensajes de Navidad de 1955 y 1956. O sea, que, si hemos hecho bien la cuenta, son trece las ocasiones que aprovecha Pío XII, a lo largo de su Pontificado, para dejar bien sentada y sin lugar a dudas la importancia del corporativismo como pieza fundamental de la Doctrina Social Católica. ¿A qué será debido el hecho, sorprendente, de que tantos sociólogos católicos modernos sientan como una especie de aversión a una doctrina tan lógica y tan conforme al derecho natural como es el corporativismo cristiano, defendido por los Papas? No lo sabemos; pero lo cierto es que dicho sentimiento se exteriorizó en la Semana Social por parte de conferenciantes y semanistas; afortunadamente, el Doctor García Moralejo, Obispo Auxiliar de Valencia, con mucha caridad y una gran simpatía, puso las cosas en su lugar, afirmando que el corporativismo es doctrina de la Iglesia, y que está implícitamente en la «Mater et Magistra», Encíclica donde Juan XXIII pone su acento en la necesidad que tenemos los cristianos de orientar el mundo de hoy, que sigue unos rumbos que no son fatales ni deterministas, ya que pueden ser influenciados por los cristianos haciendo uso de nuestra libertad.

    Socialización, estatificación y persona humana: Otra lección importante fue la que, bajo el título del epígrafe, desarrolló Don José María Vilaseca Marcet, Abogado del Estado y miembro de la Asociación Católica de Dirigentes. El tema se prestaba a hacer una defensa de la dignidad de la persona humana frente al poder del Estado o de fuerzas anónimas, en línea con lo que vienen repitiendo los últimos Papas –en especial, Pío XI, Pío XII y Pablo VI–. No es que el conferenciante no lo hiciera; pero prefirió trazar el esquema de lo que debería ser un Estado moderno. Sin pretender rebajar el tono docto y elevado de su disertación, quisiéramos, no obstante, llamar la atención sobre algunas de sus afirmaciones.

    Dijo que la misión de las asociaciones o cuerpos intermedios debía ser de tipo consultivo y de asesoramiento para el poder público, y, principalmente, para aplicar y hacer cumplir las normas emanadas del Gobierno; niega a dichos cuerpos la facultad de intervenir en la Cámara legislativa, la cual –dijo– debe estar constituida por partidos políticos (cuerpos intermedios ideológicos). Esta línea, de corte liberal, fue curiosamente matizada por el profesor de la lección, al afirmar que los distintos partidos políticos tendrían que disentir únicamente en cuestiones de matiz, pero no en lo esencial. A nosotros –que somos antiliberales–, se nos ocurre preguntar al conferenciante a cargo de quién estaría la misión de señalar las directrices fundamentales que deberían ser acatadas por los diferentes partidos. ¿Sería a cargo de la fuerza determinista de la Historia, o correspondería a alguna organización tecnocrática más o menos sinárquica? Si no fuera así, pedimos al conferenciante nos dé la solución dentro del marco neoliberal y ligeramente tecnocrático de su lección.

    Otras lecciones.– En una de ellas –«Socialización y educación»–, tanto por parte de su profesor, Don Ramón Fuster Rabé, como por algunos semanistas que le apoyaron, el clima de izquierdismo moderado fue ampliamente desbordado, atacando el derecho de la Iglesia y de los padres de familia en materia de educación, haciendo demagogia sobre la educación clasista, y defendiendo una especie de socialismo estatal de la enseñanza; todo ello, en total y absoluta contradicción con todas las Encíclicas y documentos de la Iglesia sobre dicho tema.

    Un semanista llegó a afirmar que Rusia había sabido resolver el problema de la educación clasista. Ciertamente no faltaron semanistas que defendieron con valentía la doctrina de la Iglesia y la enseñanza a cargo de las Órdenes Religiosas, invocando documentos pontificios; lástima que no hubieran hecho lo propio cuando lo que se atacaba en la sala eran otros puntos de doctrina. El Obispo Auxiliar de Valencia tuvo que llamar la atención al conferenciante y pedirle que cambiara algunos párrafos, si quería que su trabajo se incluyera en el volumen que se editará para recoger los trabajos de la Semana Social.

    En otra lección –«Trascendencia sobrenatural de la socialización»–, se hizo por parte de algunos la apología de las doctrinas del Padre Teilhard de Chardin, sin que se tuviera en cuenta las graves advertencias de la Sagrada Congregación del Santo Oficio sobre las ideas filosóficas y teológicas contenidas en las obras del referido Padre.

    En las lecciones citadas, y en otras varias, dominó siempre, con más o menos intensidad, un sonido monocorde, procedente siempre de la izquierda: no sólo por mostrar esta tendencia casi todos los profesores disertantes, sino también por la presión que en tal sentido ejercía sobre la sala una gran masa de asistentes.

    Consideración final.– Cualquier católico medianamente versado en Doctrina Social pontificia que, después de haber leído la maravillosa carta que Su Santidad Pablo VI envió a la Semana a través de su Secretaría de Estado, y hubiera asistido a varias sesiones de tal Semana, se hubiera quedado atónito al comprobar la disociación de ideas y clima existente entre ambas cosas.

    En vez de profundizar en la que nos parece idea central de la Carta vaticana –el peligro de la tecnificación, el peligro de una sociedad de masas, el hombre de hoy indefenso ante el poder del Estado absorbente y de fuerzas anónimas–, creemos que demasiados semanistas prefirieron gastar su pólvora en fácil demagogia, en aburridas estadísticas, en piruetas liberales, o proclamando –como hicieron el Reverendo Martí y el Señor Vilaseca– la necesidad del pluralismo religioso.

    Y, a propósito de ese pluralismo religioso, y sólo para contrastar la disociación que hemos apuntado en cuanto a «clima», queremos citar el penúltimo párrafo de la Carta de Su Santidad a la Semana Social. En él, el Papa Pablo VI, a través de su Secretario de Estado, menciona unas palabras de su Predecesor Pío XI, en la Encíclica «Quadragessimo Anno». Son las siguientes:

    «Todas las instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la colaboración social, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que une a los miembros entre sí… La verdadera unión de todos en aras del bien común se alcanza cuando todas las partes de la sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran familia e hijos del mismo Padre celestial».

    Desde luego, ya suponemos que la Carta del Papa fue conocida y hecha pública cuando todos los profesores de la Semana tenían sus temas listos y preparados. Pero es evidente que la Carta, en su contenido y en su espíritu, refleja exactamente la Doctrina Social Católica, como no podía ser de otro modo; algo muy distinto diríamos del contenido y espíritu de las lecciones, sin que sea atenuante de ello el hecho de haber recibido la Carta en el último momento, ya que la mayoría de los profesores disertantes, por sus cargos y estudios, deberían estar mucho más identificados con aquel espíritu. Es esto lo que queremos hacer constar en este artículo, invocando únicamente nuestra condición de católicos españoles, con muchos defectos, por supuesto; pero, eso sí, con un verdadero afán de sentir con la Iglesia.

  16. #16
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Cruzado Español, Número 166, 15 de Febrero de 1965, última página.



    Liberalización del comunismo

    Por F. Tusquets


    En el Número 12 de «Cuadernos para el diálogo», correspondiente al mes de Septiembre del pasado 1964, aparece un artículo de Carlos M. Brú y R. Giannelli, titulado «Togliatti y el partido comunista».

    Empieza el artículo señalando el hecho de que en pocos meses hayan dejado de existir los dos líderes comunistas más destacados de la Europa occidental –Thorez y Togliatti–, y traza un breve contraste entre las circunstancias y características de cada uno de ellos.

    Pone a continuación de relieve las conocidas cualidades de cultura e inteligencia de Palmiro Togliatti, que, valiéndose de ellas, pudo tener una gestión destacada en la política interna italiana y en los rumbos generales de la actuación comunista mundial. Después de hablar del partido comunista italiano, de su ascenso electoral en 1963, y de su fuerza –ocho millones de votos, dos millones de miembros–, dice:

    «Partido enraizado, a lo largo de veinte años, en la vida corporativa y administrativa del país –sobre todo, en las esferas municipal y regional–; partido influyente en la programación económica y la organización sindical e incluso patronal; partido extendido a anchos y prestigiosos círculos intelectuales, científicos y artísticos –es de pensar que no todos simplemente «vendidos al oro de Moscú»–, y partido integrado hoy, a través de su participación dialéctica parlamentaria, en la vida y el desarrollo de la democracia italiana».

    Guste o no reconocerlo, parece innegable que esa participación democrática ha integrado las masas comunistas italianas en la vida de su país.

    Debido a lo cual –dice el articulista–, y por la parte que en ello tuvo Togliatti, resultaron naturales las atenciones del Gobierno Moro con la familia y correligionarios del recién fallecido. Ejemplares y reveladoras de auténtico espíritu cristiano fueron las oraciones de Su Santidad Pablo VI por Segni y Togliatti –ambos enfermos–. Y añade textualmente:

    «¡Qué lejos de estas actitudes, y, al tiempo, qué lejos de la conciencia actual, qué ahistóricos, me parecen los comentarios con sus farisaicas alusiones al “postrer perdón para el descarriado” y con sus enconados anatemas, no ya sólo contra el difunto y su obra, sino contra las mismas instituciones democráticas en que aquélla ha podido desarrollarse!».

    Se duele luego en el artículo del reproche que «ABC» hace a la democracia cristiana italiana, por no haber puesto fuera de la ley al comunismo de aquel país. Ya que en los regímenes parlamentarios europeos, lo más «fuera de la ley» vendría a ser la supresión, de golpe y porrazo, de un movimiento de opinión que engloba a una cuarta parte de los ciudadanos. No tiene que temer «ABC» la amenaza de una subversión comunista actualmente en Italia; si este peligro existió, fue en 1943, a la caída del régimen fascista, y precisamente a causa de haber estado el comunismo demasiado tiempo fuera de la ley. Pero, después de veinte años de democracia, el comunismo italiano está ya domesticado; la prueba de ello es que Togliatti pudo estrechar sus relaciones con los jerarcas comunistas de los demás países europeos, iniciando el concepto del «policentrismo socialista».

    Y termina así el artículo:

    «Policentrismo, esto es, autonomía y diversidad de los partidos y de los regímenes comunistas nacionales; integración de las masas obreras en la estructura democrática italiana, son, en lo exterior una, y en lo interior otra, dos notas características de la última etapa del político italiano fallecido. No destacar esos aspectos de entre los de su obra sería incurrir, por parte nuestra, no ya en una injusticia, sino, peor, en falta de realismo político.

    Si, según estupenda frase del español Emilio Romero, “el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza”, debemos estimar, en cuanto valga, toda iniciativa que, procedente de uno y otro campo, favorezca ese doble y reconfortante diagnóstico».


    * * *


    Creemos haber resumido o extractado lo más esencial del artículo. A continuación, nos proponemos responder a algunas de las cosas que en él se dicen. ¿O es que no consiste en esto el diálogo?

    En primer lugar –vaya por delante–, nos parece muy bien que Su Santidad Pablo VI elevara sus oraciones por los dos políticos enfermos en aquel momento: Segni y Togliatti; es una obra de misericordia, que Dios nos manda a todos, el rezar por los vivos y por los muertos. La obligación de la caridad, alcanza para con todas las personas; no así para con sus obras o para con sus ideas, las cuales pueden y deben ser combatidas si son contrarias a la Ley de Dios.

    Estamos conformes con los articulistas sobre la fuerza del partido comunista italiano y su extensión a círculos selectos de artistas, científicos, intelectuales e incluso –añadimos nosotros– de financieros; y en que no todos están vendidos al oro de Moscú. Nosotros diríamos todavía más: que es posible que a algunos de ellos les cueste buenas sumas de dinero el hecho de ser comunistas.

    En cuanto a que el crecimiento del partido comunista italiano se deba a la persecución durante el periodo fascista, confesamos que ya no lo vemos tan claro; la prueba es que en el artículo se confiesa el gran crecimiento que ha tenido en 1963 –después de dieciocho años de domesticación democrática y de aprovechamiento de la libertad de actuación de que han venido disfrutando–. Nosotros –ingenuos y simplistas– creemos que no debe existir la libertad para el mal, y que el error no tiene derecho a nada.

    Hay algunos que afirman constituye una equivocación combatir al comunismo con disposiciones gubernativas, propugnando como única solución el cambio de las estructuras. Si dicho cambio se hace en un sentido social cristiano, podríamos estar conformes con la segunda parte, pero sin excluir la primera; ahora, si el cambio de estructuras se hace en sentido marxista, o socialista-tecnocrático, mucho nos tememos que, a la larga, realmente no sería necesario combatir al comunismo, porque ya lo habrían instaurado los «anticomunistas». Es como aquellos «católicos progresistas», que, buscando la unión con los protestantes, quisieran olvidar los dogmas de la Iglesia Católica, introduciendo una especie de libertad de pensamiento dentro del catolicismo.

    Hablar de integración de los comunistas dentro de la estructura democrática de un país occidental, es desconocer profundamente lo más elemental de la doctrina marxista y comunista: la relatividad de las verdades con sus continuos cambios, y el arma de la acción y el oportunismo. Todos los teóricos del comunismo coinciden en ello. De aquí, los cambios que están siempre dispuestos a hacer, aunque sea un retroceso táctico, o adoptando posturas pacifistas, pero siempre con el objetivo preciso de hacer triunfar la Revolución.

    Termina el artículo dando como bueno todo lo que favorezca el doble diagnóstico de «el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza». De que el mundo liberal se socialice, no tenemos ninguna duda; ahora, que el mundo socialista se liberalice, ya no lo vemos tan claro. Pero, aun admitiendo como cierto el doble diagnóstico, no vemos la razón de alegrarse por ningún lado, pues «Cuadernos para el diálogo» es una revista que se nos presenta como católica, y sus redactores son hombres cultos, y les suponemos enterados de las Encíclicas pontificias en lo que atañe al socialismo y al comunismo. Quisiéramos, por tanto, recordarles que Su Santidad Pío XI, en la «Quadragessimo Anno», afirma que el socialismo, aun en su versión moderada, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica, porque su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.

    Y en lo referente al doble diagnóstico, o sea, a los vasos comunicantes liberalismo-socialismo, el mismo Pío XI añade poco después, ponderando los gravísimos peligros de que «el padre de este socialismo educador es el liberalismo; y su heredero, el bolchevismo».

    Son definitivas las palabras del Papa.

    En cuanto a artículos como el que hemos comentado, y que nos presentan con tanta «objetividad» un comunismo tan humano, corren el riesgo de contribuir a aflojar las defensas anticomunistas, narcotizando a sus lectores. Puede que sus autores no sean conscientes de tal resultado. Nosotros, por nuestra parte, quisiéramos terminar dirigiéndoles unas preguntas, que hacemos extensivas al lector, como puntos de meditación.

    ¿Es que el comunismo se liberaliza, o es que el liberalismo se bolcheviza? ¿No será que ambos, liberalismo y comunismo, tienen un mismo origen anticristiano? Y, ¿el punto de convergencia hacia donde ambos se dirigen, no será la tecnocracia, denunciada como un peligro por Pío XII y Pablo VI?

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