Caaveiro o de la vida en las Fragas del Eume




Quisiera ser poeta por cantar
la niebla que se agarra a la maleza,
el sol, que sólo alumbra para ver
el frío suelo y húmedo que exhala
vapor...
vivos, perennes, recuerdos del pasado;

aún oigo a los monjes trabajando,
orando,
hablando
en los pasillos
los susurros
de Dios, del sol, la Tierra, del invierno...
aún escucho sus cantos resonando;
oíd, que toca el órgano divino:
el agua cuando fluye,
el pájaro que cantas las mañanas,
el viento que acaricia las ventanas
que se abren en las copas de los árboles;

aún oigo los rumores de sus pasos,
el roce de los hábitos,
silencio,
allá, en la lejanía se oye un carro,
las ruedas, paso lento, van golpeando...
silencio, tras silencio yo las oigo,
como oigo
los ecos
del canto del monasterio.

El monte permite que lo habiten
aquellas telas ásperas, las cruces,
las figuras silenciosas de los monjes
que en voz grave
alaban en sus cantos lo creado,
haciendo una simbiosis tan perfecta
que ya no habrá monte sin monasterio.

Quisiera ser poeta por cantar
lo que me cuenta el monte
al despertar...




Guillermo Pereira Sáez
Caaveiro, 2-III-2007