PARA EL DÍA DE JALOGÜÍN Y PARA TODOS LOS DÍAS...



PROPONEMOS VESTIR A LOS NIÑOS DE PELAYOS

Cuando se pierde el norte, todo lo que se proponga termina llevando al sur.

La Conferencia Episcopal Española copia una idea de la Conferencia Episcopal Británica (¿será que están en plena newmanmanía?). Nuestra Conferencia se lanza ahora a animar a los cristianos para que, en Jalogüín, nuestros niños españoles se disfracen de San Jorge, San Francisco o Santo Domingo. Esta propuesta, lejos de ser recibida como ellos podrían pensar, ha sido el hazmerreír de la progresía, que todavía está haciendo chistes con esta proposición absurda. Y, lo que es peor, aprovechando para blasfemar de Dios y ofenderlo en sus santos.

Esta propuesta de la Conferencia Episcopal me sacude cabalmente cuando, ayer mismo, releyéndome "El terror de 1824" de Pérez Galdós, leí que los dos hijos pequeños de Don Benigno Cordero (el liberal desterrado en la novela) eran vestidos por su madre, Doña Robustiana Toros de Guisando, de frailecillos.

Parece que, precisamente, en la primera mitad del siglo XIX era costumbre disfrazar a los niños. Galdós insinúa que en el Trienio Negro (la historiografía liberal lo llama "Trienio Constitucional": 1820-1823), era de buen tono entre el negrerío* liberalazo disfrazar a los niños de Milicianos Nacionales. Así los había tenido su madre a aquellos dos rapaces, hasta que -una vez llegada la Restauración de Fernando VII tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis- cae en el acuerdo de vestirlos de religiosos, según cuenta Galdós:

"En aquel tiempo las familias discurrían el modo de congraciarse con el bando dominante, y uno de los sistemas más eficaces durante el trienio había sido vestir a los niños de milicianos nacionales. Cambiadas radicalmente las cosas, doña Robustiana, que quería estar en paz con la situación, siguió la general moda vistiendo a los borregos de frailes. Los domingos Primitivo y Segundito salían a la calle hechos unos padres priores que daban gozo".
("El terror de 1824", Cap. VIII)

No es, por lo tanto, ninguna cosa ajena a nuestra tradición vestir a los niños de frailes. Hasta hace poco incluso iban a su Primera Comunión con los hábitos: claro que luego llegaron los vientos del Almirantazgo y nos vistieron de Almirantes o de grumetes -pues siempre ha habido ricos y pobres.

Pero volvamos al Jalogüín de la Conferencia Episcopal.

La idea, para empezar, ni es propia. (Lamentable.) Llevamos dicho que la han tomado prestada de la Británica. (Deplorable.) Esto, en principio, es un indicador de la falta de ideas que padece nuestro alto clero. (Tristísimo.)

Ni por las mientes se les ha podido pasar que otras costumbres hispánicas para el Día de Todos los Santos tendrían que ser, en principio, las primeras que habría de resucitar. En cada pueblo de España, el Día de Todos los Santos se celebraba con costumbres propias: en el Santo Reino de Jaén, por ejemplo, las gachas eran alimento imprescindible, y supongo que no será costumbre restringida a Jaén.

Quiero decir, Reverendísimos e Ilustrísimos Señores, que tendrían que haber ido a preguntarles a sus párrocos: "¿Qué se sabe que hacían los antiguos en Tremedal de las Espigas?". Y el párroco, charlando con los viejos del lugar, recopilara las tradiciones perdidas de Tremedal de las Espigas. Y, con bendición episcopal, exhortar en una carta pastoral a recuperar inmediatamente las tradiciones locales, pues nos las están cambiando por mariconadas.

Y por costumbres perdidas, Reverendísimos e Ilustrísimos Señores, no iba a faltar en una España (la de hoy), prácticamente convertida en un erial. En una España, cada día más triste y menos España; en la que falta casi todo (lo que se tuvo, y ya no está, y podemos hacer que vuelva; por supuesto). Maldita la falta que nos hace ir al extranjero para corregir una situación que se ha ido de las manos, ¿verdad? Además, que eso sería cuasi, permítamente refranearme a mis anchas: "Desvestir un santo, para vestir a otro".

Empecemos, pues, por donde hay que empezar: no se trata de proponer que los niños se vistan de santos. Se trata de que los niños sean santos. Y, para eso, mucha gracia (de Dios) y mucho arte tenemos que emplear en, primero, reintegrarnos en nosotros mismos, sin consentir que modas y costumbres extranjeras se nos peguen, pues desfiguraría completamente nuestro estilo y nuestro ser hispánicos. Y, segundo, recuperar cuanto hemos perdido en esta larga marcha por el desierto de la maldita higuera sin frutos que se llama modernidad.

Y no lo olvidemos. Ese aquelarre de Jalogüín no es cosa nuestra. Lo que está faltando es oponerse frontalmente, sin ambigüedades, a todo intento de aculturación. Pero para eso la Iglesia tiene que recobrar la integridad que fue perdiendo cuando cedió y concedió tanto y tanto a sus enemigos, que -por lo que vemos- los tiene dentro.

Tendrían que hacerme mucho más caso a mí, Reverendísimos y Excelentísimos. A mí, o a otros. Mientras se lo piensan, vuelvo a mis "Episodios Nacionales" de Galdós.


*NOTA PARA LA POLICÍA DE PENSAMIENTO: En esta bitácora, cuando escribimos peyorativamente "negro" lo hacemos para referirnos a los liberales, así llamados desde 1812, y tal vez antes.


Maestro Gelimer

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS