GIBRALTAR DE LA DIÁSPORA, GIBRALTAR IRREDENTO



En nuestros días asistimos -con más frecuencia de la que deseáramos- a la puesta en escena de despropósitos de todo tipo: se presenta la candidatura de los moriscos al Premio Príncipe de Asturias, por ejemplo, o se ruedan series televisivas en las que se manipula la Historia de España, ofendiendo a todo lo que nos hizo grandes (Felipe II, verbigratia, o los Tercios), mientras se exalta todo lo que nos amenazó y continúa amenazándonos. Se pinta a todos los que haga falta (judíos, moriscos, rojos y masones perseguidos por Franco) como humillados y ofendidos y -con todo el ceremonial victimista- cualquier cosa que no sea España, es lo que más les conviene. Sin embargo, aquí nadie quiere acordarse de los verdaderos perjudicados de la Historia: nosotros, los españoles de verdad.

EL ÉXODO DEL PUEBLO DE GIBRALTAR

El 28 de abril de 1656, Oliverio Cromwell escribía al almirante Montague:

"...Acaso sea posible atacar y rendir la plaza y castillo de Gibraltar, que en nuestro poder, y bien defendido, serían a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España: haciendo posible, además, con sólo seis fragatas ligeras establecidas allí, hacer más daño a los españoles que con toda una gran flota enviada desde aquí".
Treinta años antes el coronel Henry Bruce presentaba al príncipe de Gales un plan de conquista y ocupación de Gibraltar. Ni Bruce ni Cromwell vieron realizarse sus pérfidos proyectos. Pero con la guerra de sucesión, el almirante-pirata sir Jorge Rooke en el verano de 1704 cumplió el testamento de Cromwell. El gobernador don Diego de Salinas tuvo que defender Gibraltar con cien soldados y apenas una docena de cañones, contra 61 buques de guerra dotados de 4.104 cañones y 25.583 artilleros y 9.000 soldados de distintas nacionalidades: ingleses, holandeses y hasta españoles de Cataluña y Levante que, ellos así creían, estaban sirviendo al Archiduque Carlos de Austria en sus pretensiones por ocupar el Trono de España.

El domingo 4 de agosto, la formidable escuadra enemiga abrió fuego intenso, durante seis horas. La población civil (mujeres, niños y ancianos) se refugiaron en el Santuario de Nuestra Señora de Europa. Desembarcaron los invasores. Treinta y ocho españoles, mal armados y paisanos, defendieron el Muelle Nuevo: eran los supervivientes que quedaban entre las ruinas de aquellas posiciones pasadas a fuego.

La plaza de Gibraltar se rinde en las primeras horas de la fatídica tarde del 4 de agosto de 1704. El príncipe de Hesse-Darmstadt fija el estandarte imperial en la Puerta de Tierra, proclamando:

"¡Gibraltar por el rey Carlos Tercero de España!".
El pirata Rooke, puesto por nosotros boca abajo, como merece cualquier despreciable bellaco que no tiene palabra de honor.

El almirante-pirata Rooke, rodeado de su Estado Mayor, deja hacer y cuando el leal Darmstadt se aleja. Rooke da órdenes a Hicks, y éste arranca el estandarte austríaco. Rooke tremola tres veces la bandera inglesa y se posesiona de Gibraltar en nombre de la reina Ana de Inglaterra.

El vecindario de Gibraltar tenía derecho a permanecer en la plaza recién conquistada. Pero, con su Concejo a la cabeza, los leales vecinos de Gibraltar decidieron salir todos, abandonando sus viviendas y haciendas tras ellos para nunca ser súbditos ingleses. Este éxodo se verificó el 6 de agosto de 1704. Don Diego Salinas, con su diezmada guarnición y los vecinos de Gibraltar, se presenta al marqués de Villadarias, capitán general de Andalucía. El regidor, don Bartolomé Luis Varela, haciéndose cargo del pendón de la ciudad, y seguido de otros regidores y la muchedumbre de vecinos sin hogar, caminaron sobre huertas y viñedos, en dirección a un altozano donde sus antepasados habían erigido en 1640 una devota ermita dedicada a San Roque, a media legua de Gibraltar. Allí levantaron la ciudad de San Roque, a la cual llamaron los Reyes de España: "Mi ciudad de Gibraltar residente en su Campo".

Romero de Figueroa, cura de la iglesia parroquial de Santa María La Coronada de Gibraltar, escribió al margen de un libro parroquial el 6 de agosto de 1704:

"...de mil vecinos que tenía la ciudad quedaron tan solamente hasta doce personas, abandonando sus casas, bienes y frutos; fué ese día un miserable espectáculo de llantos y lágrimas de mujeres y criaturas viéndose salir perdidos por esos campos en el rigor de la canícula; este día, así que salió la gente, robaron los ingleses todas las casas, y no se escapó la mía y la de mi compañero, porque mientras estábamos en la iglesia la asaltaron los más de ellos y robaron; y para que quede noticia de esta fatal ruina puse aquí esta nota".
Se cumplieron los propósito de Cromwell. Durante los siglos XVIII y XIX, Gibraltar fue un foco de francmasonería que propagaba su lepra ideológica y que, en tiempos de persecución, cobijaba a los liberales "españoles" que conspiraban para echar a perder a España, convirtiéndola en una caricatura de lo que fue.
Publicado por Maestro Gelimer en 21:20 0 comentarios